¿Recuerdan a Monica Lewinski? Seguramente sí, pero es dudoso que los más jóvenes lo hagan. Bien, para ellos, una breve explicación de quién fue esta mujer. En 1998 era pasante en la Casa Blanca, tenía 22 años. El entonces presidente estadounidense Bill Clinton la invitó al Salón Ovan, y tuvieron sexo. En ese momento se trató de una relación secreta, aunque un informe llamado Starr detalló lo sucedido. Entonces todo, incluso la vida de Lewinski, estalló. Su nombre fue conocido por todos. Clinton se sometió a un impeachment. La pasante de 22 años era discutida en los programas de chimentos, en los de análisis político, en los programas de humor. Pero más que la televisión, la difusión mayor fue en la web. “Fui el caso cero de aquellas personas cuya reputación fue destruida por internet”, dice Lewinski al comenzar el documental 15 minutos de vergüenza, que emite HBO Max y fue filmado muy recientemente. La película, producida por Lewinski, no se centra en su caso, sino en cómo evolucionaron los linchamientos virtuales a través de las redes sociales.
Cuando apenas había doce casos comprobados de coronavirus en los Estados Unidos, un comerciante de internet compró líquido sanitizante en cantidad. The New York Times planteó que era un acaparador y un usurero, y los tuits comenzaron a llegar. De a miles. Alguien tuiteó: “Les paso la dirección de esta basura”. Su domicilio personal. El temor ganó a la familia y se mudaron esa noche a un hotel. Pudieron ver por la cámara de su hogar a una persona golpeando repetidamente la puerta.
La doctora Roxana Gay razona que si alguien comete racismo, xenofobia, misoginia, probablemente vaya a obtener un repudio en la red social Twitter, pero que lo que prevalece es el castigo sin comprobar aquello que se castiga, como algo realizado debido al rumor que se lee en la misma red social. Twitter sería un tabloide de odio, como aquellos de Rupert Murdoch.
Para Jon Ronson, autor acerca de un libro sobre infringir vergüenza en estos días, en cierto momento, de 2008 a 2012, Twitter era una utopía en la que se podía opinar, tal vez conocer gente con inclinaciones similares, usar el humor. Después se supo que podía ser un elemento de vergüenza y de escarnio. Sin embargo, sigue siendo usado masivamente muchas veces como herramienta de movimientos masivos, desde el Black Lives Matter a la rebelión en Ucrania.
La neurocientífica Helen Weng señala una cuestión curiosa sobre un experimento realizado en Holanda. Le pusieron sensores a los hinchas de un equipo de fútbol y comprobaron el festejo ante el gol de su grupo preferido, pero el resultado sorprendente fue que cuando un equipo rival fracasaba la alegría en los hombres del experimento era mayor. Quizás esto pertenezca a la especie humana.
Una abogada feminista y especialista en pacientes de cáncer realiza un comentario negativo sobre Trump, un abogado del equipo del expresidente comienza el acoso publicando el teléfono mientras arrobaba a los jefes de la abogada feminista, que finalmente fue despedida.
Una estudiante negra es elegida presidenta del centro de estudiantes, al día siguiente en un árbol de la universidad había unas bananas colgadas de las ramas. Comienza el troleo impulsado por grupos racistas y neonazis que llaman directamente a ir contra ella. Un abogado la ayuda y litiga contra el principal impulsor neonazi del acoso. Lo condenan a pagar 700.000 dólares “por atacar a una joven afroamericana mediante una nube de trolls”. Probablemente sea difícil la discusión por la libertad de expresión, pero Twitter se convirtió en un espacio de fake news, linchamiento y persecución. Esto señala, entre otros testimonios y estudios, Mónica Lewinski desde su propia experiencia.
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