Siri Hustvedt y Paul Auster: literatura, pandemia y tango, en el cierre del Filba

El matrimonio de autores estadounidenses reflexionó sobre el ambiente político y social de Estados Unidos, sus procesos de escritura, y su amor y desamor por la ciudad que los inspira, Nueva York, en la actividad que dio cierre al festival literario

Paul Auster, Siri Hustvedt y Nicolás Artusi

Durante casi una hora y en un diálogo fluido sembrado de risas, que por momentos fue interrumpido por objeciones, anécdotas o citas, los escritores norteamericanos Paul Auster y Siri Hustvedt contaron en el marco del cierre del Filba cómo atravesaron la pandemia, repasaron cómo cambió la ciudad de Nueva York que es protagonista de la obra de ambos, confesaron sus rutinas como autores que comparten un hogar y recordaron una noche de tango durante un viaje a Buenos Aires.

Desde el living en la casa de Brooklyn en la que viven desde hace años, la pareja de intelectuales compartió una charla moderada por el periodista Nicolás Artusi en la que abordaron con el mismo entusiasmo las cuestiones más nimias de su obra y las dinámicas conyugales.

Él es poeta, guionista de cine, traductor del francés y también ensayista y a los a los 74 años dejó una huella literaria con una familia de novelas de más de quince títulos que se tradujeron a cuarenta idiomas, como La trilogía de Nueva York, Leviatán, El palacio de la Luna y El país de las últimas cosas. Ella recibió el Premio Princesa de Asturias de las Letras en 2019 y es autora de novelas como Todo cuanto amé o El verano sin hombres y de ensayos como Vivir, pensar, mirar dedicados a temas que la apasionan y que investiga en profundidad: la psiquiatría, el psicoanálisis y el arte.

A lo largo de los años y a los fines de una asociación rápida, a Hustvedt se la ha denominado “la mujer de Paul Auster”, pero el peso de su obra y una época más permeable a valorar el trabajo literario e intelectual de las mujeres hicieron que aquella construcción se volviera tosca, ridícula en sí misma. A pesar de esa mirada de los otros, Auster y Hustvedt siguieron escribiendo y pensando juntos y, en el marco del Filba, compartieron algo de ese entramado de trabajo intelectual.

Auster y su último libro, "La llama inmortal de Stephen Crane"

“Toda nuestra vida literaria la hicimos juntos. Nada sale de la casa sin la aprobación del otro: yo leo absolutamente todo lo que hace y ella lee todo lo que escribo”, contó Auster sobre cómo llevan aquello de compartir una vida y una profesión. Es en honor a esa dinámica, que el autor incorporó al final de su último y voluminoso libro, La llama inmortal de Stephen Crane, una dedicatoria a su esposa: “Ella ha sido durante cuarenta años, la primera y más importante lectora que he tenido”.

“Es como tener al ‘editor en casa’. Creo que nuestro diálogo como pareja se volvió ágil y sólido en parte porque los dos hacemos lo mismo. Nos conocimos cuando yo tenía 26 y él, 34. Recién empezábamos”, recordó ella para dar cuenta de cuánto tiempo ha pasado.

Artusi le preguntó a Siri cómo había resuelto aquello de ver que su obra era, muchas veces, minimizada. Ella eligió una respuesta más política y generacional que personal: “Cuando podés contextualizar los hechos horribles que enfrenta una mujer escritora en el marco de una época, te liberás de la estupidez. Un día finalmente entendí que no tenía que ver conmigo sino con mi género y fue liberador, me sacó inmediatamente el dolor de encima”.

Auster, en ese momento, dejó de lado las medias tintas: “Siri para mí es una genia. Una persona con tres vidas. No solo escribió esas novelas por las que debe ser reconocida como una de las grandes novelistas contemporáneas, sino que además trabaja en profundidad sobre psiquiatría, neurociencia y arte. Cada vez que la reconocen, siento un profundo orgullo”. “¡Me casé con el hombre correcto!”, exclamó ella para agradecer.

Siri Husvedt y Paul Auster

Auster y Hustvedt atravesaron la pandemia en Nueva York y, al igual que muchos escritores, vieron interrumpidos sus planes de presentaciones en ferias o congresos. “Estoy vacunada y las vacunas son una gran esperanza para la humanidad. Pero creo que una de las grandes enseñanzas de todo esto es que los ecosistemas están interconectados y si no resolvemos esto de una forma global, no lo resolveremos”, contó ella sobre cómo lleva esta etapa. Él advirtió sobre lo complejo de vivir en un mundo con “semejante disparidad y contradicción”: “Todos sabemos que las vacunas son lo único que pueden salvarnos. Por un lado, tenemos países que no pueden acceder. Y por el otro, hay países como Estados Unidos, donde mucha gente no quiere vacunarse”.

Ella sumó que, según su punto de vista, la desconfianza a la vacunación que muestra gran parte de la ciudadanía norteamericana se debe al “legado histórico de un individualismo feroz que es muy fuerte”: “Aquello, trasladado a la salud, pone en riesgo a posibilidad de una vida en sociedad. Se volvió político y resulta que tenemos que rezar para que aquellos que entienden que vivimos en sociedad, ganen la batalla”.

Artusi les preguntó si la pandemia iba a generar o tematizar nuevas ficciones. “No lo sabemos. Pero cuando nos enfermamos, cuando tenemos un resfrío o neumonía, nos curamos y no volvemos a pensar en eso. Creo que lleva mucho tiempo procesar y crear una ficción sobre un hecho tan traumático”, propuso Auster. Ella, en cambio, recordó que si bien hay solo tres monumentos que recuerdan la pandemia de 1918 y que fue olvidada por el público en general, siente que sí llegará a la ficción: " ¡Bueno, yo incluiré la pandemia en mi próxima novela! Así que hay una escritora que tiene este plan, aunque los planes cambian siempre”.

A pesar de que ambos confesaron que durante la pandemia sufrieron de algún tipo de ansiedad que les impedía escribir ficción con cierta fluidez, contaron cómo son sus rutinas de creación. Auster recordó que al comenzar a escribir Viajes del scriptorum tuvo una imagen de sí mismo muy viejo y que eso motorizó el relato, pero aceptó que, en general, es la primera frase de un texto la que lo motiva a seguir: “A veces me paso meses hasta encontrarla. El principio es lo más duro. Tiene que ser lo suficientemente bueno como para que sienta que me impulsa al resto del libro”. Contó, además, que escribe durante la mañana, almuerza y corrige de tarde y que siempre lo hace con lapicera y papel y usa una vieja máquina de escribir para pasar en limpio ese borrador. “Necesito la presión de la lapicera del papel para pensar y poder convocar las palabras. Sé que soy un dinosaurio pero qué importa. Es un simple tic”.

Siri Hustvedt

La autora, en cambio, comienza a trabajar muy temprano: a las seis de la mañana ya está en su escritorio, tipea en una laptop y, a medida que pasan las horas, siente cómo va perdiendo concentración. Para ella, la escritura es como el ejercicio físico y siente que hay veces que queda exhausta. Las tardes las usa para leer.

“Los dos trabajamos muy fuerte durante la semana. Los fines de semana nos la pasamos en el sillón mirando películas viejas en blanco y negro”, contó él y aceptó que, tras la pandemia, salen cada vez menos. “No salimos mucho ahora -contó él-. Es una ciudad en la que crecieron las contradicciones. En general, admiro cómo han llevado esto los neoyorkinos la pandemia: la gran mayoría se ha vacunado y cumplen con las reglas como adultos. Pero la pandemia trajo muchas consecuencias negativas: la violencia armada creció exponencialmente, de mayo de 2020 a mayo de 2021 se registraron 70% más tiroteos. Y eso se siente en el aire”. Hustvedt, en cambio, se mostró más permeable a que la situación cambie pronto: “La pandemia expuso de forma descarnada la desigualdad, sí. Pero me mudé a Nueva York hace cuarenta años y mi única certeza es que esta ciudad no para de cambiar”.

En el último tramo de la charla, la pareja recordó uno de los viajes que compartieron a Buenos Aires. “Era 2002, plena crisis económica allá. Y fuimos a ver un show de tango y uno de los bailarines se enamoró tanto de Siri que le dijo que le daría todo, absolutamente todo lo que tenía. Menos dinero, que era lo único que no tenía”, recordó él y generó una carcajada cómplice en ella. Él anotó, además, el recuerdo de “la luz increíble en las calles y la comida excepcional”. Ella, fiel a sus más profundos intereses, contó que en aquel viaje descubrió que en Buenos Aires se podía hablar de psicoanálisis hasta en un viaje en taxi. “Allí realmente cuenta leer y saber sobre eso y me encantó la experiencia”, recordó, con la añoranza de retomar pronto, y al menos en parte, algunas de las dinámicas que les permitían viajar para para presentar su obra o participar de eventos culturales para dialogar y conocer nuevos lugares y personas.

Fuente: Télam

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