Quién fue la Agente Sonya, la espía comunista más exitosa del siglo XX

La mujer que cambió el curso de la Guerra Fría se llamaba Ursula Kuczynski y era una madre dedicada a sus tres hijos, según juraban sus vecinos en Inglaterra. Pasó secretos nucleares sin ser detenida nunca. En 1950 logró llegar a Alemania del Este y se convirtió en escritora

Ursula Kuczynski y sus tres hijos: Michael (izq.), Peter y Janina, en The Firs, la granja cerca de Oxford. ("Agente Sonya", de Ben Macintyre, Ed. Critica/Planeta)

En el Reino Unido de la guerra, cuando todavía se necesitaba la libreta de racionamiento, se notaba especialmente el talento culinario, y a la señora Burton parecía sobrarle. Hacía los mejores pasteles de Great Rollright, un pueblo al norte de Oxford, y los compartía con sus vecinos. Se dedicaba el día entero a la granja donde vivía con su familia, The Firs, y a sus tres hijos, mientras su esposo, Len Burton, trabajaba en una fábrica de aluminio.

Detrás de la estructura de piedra de la propiedad, adecuadamente lejos de la calle, había una vieja letrina exterior donde la señora Burton se afanaba a diario. No porque estuviera en uso, sino porque allí “había construido un po­ten­te ra­dio­trans­mi­sor co­nec­ta­do al cuar­tel ge­ne­ral del es­pio­na­je so­vié­ti­co en Mos­cú”, según escribió Ben Macintyre en Agente Sonya. Ese era el nombre en código de la señora Burton; el verdadero, Ur­su­la Kuczyns­ki, iba entonces precedido del cargo de coronel en el Pri­mer Di­rec­to­ra­do de Es­pio­na­je (GRU) de la Unión Soviética (URSS).

Además de tener buena mano repostera, la señora Burton fue la espía comunista más exitosa del siglo XX. Primero generó casas seguras para agentes en Shang­hai, donde la reclutó Richard Sorge, a quien Ian Fleming, el creador de James Bond, des­cri­bió como “el es­pía más for­mi­da­ble de la his­to­ria”; luego de probarse recibió entrenamiento para montar y operar radios, ser una courier discreta y colaborar en el armado de actividades clandestinas. Volvió a Alemania, su país natal, durante el nazismo y tuvo a cargo su propia red de agentes; cuando comenzó la guerra se instaló en Gran Bretaña.

El autor de "Espía y traidor", "El hombre que nunca existió", "La historia secreta del Día D" y "Los hombres del SAS" contó la historia de Kuczynski.

Allí, gracias a su fachada de ama de casa —otras fuentes hablan de la protección de un agente doble dentro del MI5— fue el contacto de Klaus Fuchs, otro alemán emigrado, el famoso físico que participó en el Proyecto Manhattan y envió a Stalin los secretos de la bomba atómica. Precisamente gracias a la gestión de la agente Sonya. Que, de ese modo, cambió el rumbo de la Guerra Fría y abrió décadas de empate entre superpoderes.

Comunistas contra los nazis

Kuczynski nació en 1907 y era, por lo tanto, una joven en los años difíciles de la república de Weimar: tenía 16 cuando terminó lastimada durante la represión a una marcha por el día internacional de los trabajadores en Berlín. Escribió Macintyre:

En me­dio del tu­mul­to, la jo­ven cayó de bru­ces so­bre el as­fal­to. Al mi­rar ha­cia arri­ba, vio so­bre ella a un po­li­cía for­ni­do con un uni­for­me ver­de man­cha­do de su­dor a la al­tu­ra de las axi­las. El hom­bre son­rió, le­van­tó la po­rra y la gol­peó con to­das sus fuer­zas en la par­te baja de la es­pal­da.

Su pri­me­ra sen­sa­ción fue de fu­ria, se­gui­da del do­lor más agu­do que ha­bía sen­ti­do nun­ca: “Me do­lía tan­to que no po­día res­pi­rar”.

A su madre, el alma de su familia burguesa, judía y secular, no le gustó verla regresar magullada a su casa del barrio de Zehlendorf:

—¿Quié­nes son esos ado­les­cen­tes? —in­sis­tió Ber­ta—. ¿Por qué te re­la­cio­nas con esa cla­se de gen­te?

Kuczynski, nacida en 1907, fue joven en los años difíciles de la república de Weimar. ("Agente Sonya", de Ben Macintyre, Ed. Critica/Planeta)

—”Esa cla­se de gen­te” es la rama lo­cal de las ju­ven­tu­des co­mu­nis­tas. Soy miem­bro.

Berta, artista plástica, pensó que quizá su esposo, el reconocido economista y demógrafo Robert Kuczynski, podía tener mayor influencia sobre la segunda de sus seis hijos.

Ro­bert Kuczyns­ki era sim­pa­ti­zan­te del co­mu­nis­mo y ad­mi­ra­ba el es­pí­ri­tu de su hija, pero es­ta­ba cla­ro que Ur­su­la se­ría pro­ble­má­ti­ca. Los Kuczyns­ki po­dían res­pal­dar la lu­cha de las cla­ses obre­ras, pero eso no sig­ni­fi­ca­ba que qui­sie­ran que su hija se mez­cla­ra con ellas.

—Ese ra­di­ca­lis­mo po­lí­ti­co es solo una moda pa­sa­je­ra —le dijo Ro­bert—. Den­tro de cin­co años te reirás de todo esto.

—Den­tro de cin­co años seré una co­mu­nis­ta el do­ble de bue­na —re­pli­có ella.

El abundante personal doméstico de la casa solía atender a las figuras más importantes de la izquierda intelectual: el lí­der mar­xis­ta Karl Liebk­necht, los ar­tis­tas Kät­he Koll­witz y Max Lie­ber­mann, el in­dus­trial y fu­tu­ro mi­nis­tro Walt­her Rat­he­nau. También Al­bert Eins­tein, Willi Münzenberg y Ludwig Quidde visitaban a su amigo Robert y marcaron a sus hijos mayores, Jürgen (quien sería historiador y economista, y también espía) y Ursula. Sin embargo, para los adolescentes hubo un elemento más decisivo a la hora de orientar su ideología: los comunistas alemanes eran los únicos en abierta batalla contra los nazis.

Ursula era particularmente apasionada; sus hermanas menores la llamaban “tor­be­llino de cuen­to de ha­das”. Sus compañeros comunistas valoraban esa emoción como un recurso, y pronto uno de ellos Gabo Le­win —a quien Stalin enviaría al Gulag, donde murió, para espanto de Kuczynski— le dio una Luger se­mi­au­to­má­ti­ca, que le en­se­ñó a usar y cuidar. “Ur­su­la es­con­día el arma en un co­jín roto co­lo­ca­do de­trás de una viga en la buhar­di­lla de Schlach­ten­see. Cuan­do lle­ga­ra la re­vo­lu­ción, es­ta­ría pre­pa­ra­da”, escribió Macintyre.

Los seis hijos del matrimonio Kuczynski: a la derecha, los dos mayores, Jürgen y Ursula. ("Agente Sonya", de Ben Macintyre, Ed. Critica/Planeta)

Un viaje clave a los Estados Unidos

Rudi Ham­bur­ger, estudiante de arquitectura, quiso invitar a Ursula a salir: terminó arrastrado a una reunión de comunistas. No le desagradaban las ideas ni las personas, pero él era más bien liberal y progresista; su paciencia sin embargo, conmovió a Ursula, que anotó en su diario: “Echo de me­nos a Rudi. Y luego me enfado porque una persona así pue­da traer­me de ca­be­za. Y des­pués lo ne­ce­si­to mu­cho. Y al fi­nal me que­do dor­mi­da en­tre so­llo­zos”.

Al fin se enamoró, y Macintyre especuló que se dio cuenta una no­che, al regresar de un con­cier­to, cuando Rudi se de­tu­vo de­ba­jo de una luz: “Se­guía te­nien­do el ca­be­llo sor­pren­den­te­men­te re­bel­de y sus ojos os­cu­ros nun­ca per­dían aque­lla me­lan­co­lía y la ex­pre­sión ve­la­da, ni si­quie­ra cuan­do se reía o es­ta­ba su­mi­do en sus pen­sa­mien­tos”, citó otro fragmento del diario.

Por entonces Kuczynski perdió su trabajo en la editorial Ullstein: “Era pro­ble­má­ti­ca y, en un mo­men­to de agi­ta­ción po­lí­ti­ca y cre­cien­te an­ti­se­mi­tis­mo, los edi­to­res no que­rían pro­ble­mas”. El director, Hermann Ullstein, le dijo sin ambages: “Una em­pre­sa de­mo­crá­ti­ca no pue­de ofre­cer pers­pec­ti­vas a una co­mu­nis­ta”.

Con el creciente desempleo en Alemania, no era buena candidata a nada; no quería vivir mantenida por sus padres. Por entonces su hermano Jürgen estaba en los Estados Unidos, y pensó que tal vez podría pasar una temporada allí. Contó Agente Sonya:

Ursula se sintió cautivada por el vigor intelectual de la izquierda estadounidense. Un nuevo libro en particular le llegó al corazón. En abril de 1929 se publicó Hija de la tierra, de la escritora radical Agnes Smedley. La novela, que apenas oculta su condición autobiográfica, cuenta la historia de Mary Rogers, una joven de familia pobre que tiene problemas en sus relaciones y adopta las causas del socialismo internacional y la independencia india.

Cer­ti­fi­ca­do de la Or­den de la Ban­de­ra Roja, que el Kremlin entregó a Ur­su­la en 1937 a nom­bre de Sop­hia Gen­ri­kov­na Gam­bur­ger. ("Agente Sonya", de Ben Macintyre, Ed. Critica/Planeta)

Para Ur­su­la, el li­bro fue un lla­ma­mien­to a las ar­mas: una mu­jer que de­fen­día fe­roz­men­te a los opri­mi­dos, que exi­gía un cam­bio ra­di­cal y que es­ta­ba dis­pues­ta a mo­rir por una cau­sa que pa­re­cía ro­mán­ti­ca, gla­moro­sa y arries­ga­da.

Pero al cabo de meses de trabajo en una librería y de activismo entre los inmigrantes del Lower East Side de Nueva York, Rudi seguía en Alemania, donde se había recibido de arquitecto. Ursula regresó justo antes del crack de 1929 y, al verlo esperándola en el muelle, comprendió cuánto lo quería. Se casaron en octubre.

Los recién casados eran felices, no tenían trabajo, se hallaban en la ruina y Ursula estaba extremadamente ocupada fomentando la rebelión. Por una cuestión de principios, la pa­re­ja se ne­ga­ba a acep­tar di­ne­ro de sus pa­dres, así que se mu­da­ron a un pe­que­ño piso de una ha­bi­ta­ción, que no dis­po­nía de calefacción ni de agua caliente.

Destino: Shanghai

La crisis económica global sólo empeoró la situación alemana. Rudi comenzó a considerar seriamente la poción de emigrar. Pero en ese momento su amigo Hel­muth Woidt, quien trabajaba en Shanghai para Siemens, le avisó que el municipio, dirigido por los británicos, buscaba un arquitecto.

“El co­mu­nis­mo es in­ter­na­cio­nal. Tam­bién pue­do tra­ba­jar en Chi­na”, razonó Ursula. “En efecto, había un Partido Comunista Chino en Shanghai, pero estaba ilegalizado, sufría persecuciones y se enfrentaba a su aniquilación”, precisó Macintyre, autor de numerosos libros sobre la geopolítica del siglo XX: Espía y traidor, El hombre que nunca existió, La historia secreta del Día D, Los hombres del SAS.

Rudi Hamburger y Ursula Kuczynski en los tiempos felices. ("Agente Sonya", de Ben Macintyre, Ed. Critica/Planeta)

Kuczynski, además, estaba destinada al mundito de los extranjeros, blindado contra la pobreza miserable de las mayorías locales, imbuido de racismo, sostenido a base de cócteles y tés y bridge y carreras de galgos y minigolf. “Las mujeres son como perritos falderos. No tienen trabajo ni tareas domésticas y tampoco muestran interés en asuntos científicos o culturales. Ni siquiera se preocupan de sus hijos. Los hombres son un poco mejores, porque al menos trabajan”, escribiría luego en sus memorias, Sonya’s Report. Además, en lugares como el Concordia o el Rotary Club, “se hablaba con admiración de Hitler, el hombre que estaba por llegar”.

Para hacer algo se convirtió en asistente de Johann Plaut, un periodista alemán pedante, que en una ocasión, jactándose de sus conocidos, mencionó que había estado con la autora de Hija de la tierra. Contó Macintyre:

Al pa­re­cer, la es­cri­to­ra es­ta­dou­ni­den­se se en­con­tra­ba en Shang­hái tra­ba­jan­do de co­rres­pon­sal para el Frankfurter Zei­tung, uno de los pe­rió­di­cos más im­por­tan­tes de Ale­ma­nia. Ur­su­la des­cri­bió la hon­da impresión que le ha­bía cau­sa­do la no­ve­la de Smed­ley y le dijo a Plaut que le gus­ta­ría “co­no­cer­la, pero la inhibía acer­car­se a una per­so­na tan ex­tra­or­di­na­ria”. Con un os­ten­to­so ade­mán, el pe­rio­dis­ta des­col­gó el teléfono, mar­có un nú­me­ro y le pasó el au­ri­cu­lar. Al otro lado es­ta­ba Ag­nes Smed­ley. Las dos se ci­ta­ron al día si­guien­te en la ca­fe­te­ría del ho­tel Cat­hay.

Se llevaron bien: Ursula obviamente fascinada ante esa mujer antifascista, feminista, defensora de los oprimidos, y Smedley discretamente ilusionada con regalarle a su amante, Richard Sorge, una recluta con gran potencial y una fachada maravillosa: estaba embarazada.

Porque Smedley también era espía.

El reclutamiento de Sonya

Richard Sorge, a quien Ian Fleming, el creador de James Bond, des­cri­bió como “el es­pía más for­mi­da­ble de la his­to­ria”.

En realidad, el espionaje era el juego más popular de la ciudad entonces: “Los agentes del gobierno nacionalista chino espiaban a comunista autóctonos y ex­tran­je­ros. Los co­mu­nis­tas clan­des­ti­nos es­pia­ban al go­bierno, y se espiaban en­tre sí. La URSS des­ple­gó un ejér­ci­to de agen­tes se­cre­tos e informantes por toda la ciu­dad. Los bri­tá­ni­cos, con ayu­da es­ta­dou­ni­den­se, es­pia­ban a todo el mun­do todo el tiem­po”, describió el libro.

El tema central era el enfrentamiento, que terminaría con la revolución china, entre los nacionalistas de Chiang Kai-shek y los comunistas de Mao Tsé-tung, respaldados por la URSS.

Entre los numerosos es­pías so­vié­ti­cos de Shang­hái, un grupo pertenecía al GRU. En él se hallaban Smedley y Sorge, un hombre en el que Ursula “podía confiar plenamente”, según le dijo Agnes al anunciarle que se lo presentaría.

Tanto confiaría que se enamoraría de él: desde que se instalara a vivir en Alemania Oriental, escapando milagrosamente del MI5, en 1950, Kuczynski mantuvo colgada en su estudio una foto de Sorge. “Estaba enamorada de Sorge”, dijo Michael, el hijo mayor de Sonya, a Macintyre. “Siem­pre lo es­tu­vo”. Lo describió el autor:

A pe­sar de ser ale­mán y co­mu­nis­ta y de acer­car­se a la me­dia­na edad, en 1930 Sor­ge guar­da­ba un gran parecido con el Ja­mes Bond de la fic­ción, so­bre todo por su as­pec­to, su ape­ti­to por el al­cohol y su afi­ción prodigiosa y casi pa­to­ló­gi­ca por las mu­je­res. In­clu­so los enemi­gos de­cla­ra­dos de Sor­ge re­co­no­cían sus habilidades y co­ra­je. Des­pués de Chi­na, se tras­la­da­ría a To­kio, don­de es­pió sin ser de­tec­ta­do du­ran­te nue­ve años. Allí tuvo ac­ce­so a los se­cre­tos más re­cón­di­tos de los al­tos man­dos ja­po­nés y ale­mán y aler­tó a Mos­cú de la in­va­sión de la Unión So­vié­ti­ca por par­te de los na­zis en 1941.

Sonya camino a Manchuria, ocupada por los japoneses, donde estuvo destinada bajo las órdenes de Johann Patra, padre de su segunda hija. ("Agente Sonya", de Ben Macintyre, Ed. Critica/Planeta)

Sorge la entrenó, le asignó tareas progresivamente más difíciles, involucró a su esposo en el espionaje y le puso su nombre en clave: Sonya. Lo tomó de una canción popular entonces:

Cuan­do Son­ya bai­la una can­ción rusa, / no pue­des evi­tar enamo­rar­te de ella. / No hay mu­jer más her­mo­sa que ella. / Por su san­gre co­rren el Vol­ga, el vod­ka y el Cáu­ca­so.

El pez gordo: la bomba atómica

Rudi pagaría muy caro el oficio de su esposa. Terminó torturado por los chinos, detenido por los británicos en Persia y enviado al Gulag por Stalin, del que sobrevivió. Pero en aquellos años treinta faltaba mucho tiempo para eso, y accedió a colaborar en lo que hiciera falta. También aceptó que su bebé, Michael, fuera enviado con sus abuelos paternos, por entonces en Checoslovaquia, ya que Sonya debía ir a la URSS para profundizar su entrenamiento.

Cuando Kuczynski fue a recoger al niño, encontró “a un desconocido de tres años”, lo describió en sus memorias. “Y yo también era una des­co­no­ci­da para él. Mi hijo ni si­quie­ra que­ría sa­lu­dar­me”. Llevó al chico consigo a su nuevo destino, en Manchuria, ocupada por los japoneses; allí estuvo destinada bajo las órdenes de Johann Patra, de nombre en clave Ernst, con quien tuvo un affair y a su segunda hija, Janina. Por temor a que el romance arruinara el espionaje, Ursula y Rudi fueron convocados a Moscú, entrenados otra vez y enviados a Polonia, primero, y a Suiza entre octubre de 1938 y diciembre de 1940.

En Suiza Sonya se separó de Rudi y conoció a su segundo esposo, Len Burton, con quien fue enviada a Inglaterra. ("Agente Sonya", de Ben Macintyre, Ed. Critica/Planeta)

Allí se separó de Rudi y conoció a su segundo esposo, Len Burton, que también trabajaba para el GRU; allí también corrió el mayor riesgo de su vida cuando la niñera la denunció (en el consulado británico la tomaron por una de las tantas personas lunáticas que solían ver espías) y creó un código para enviar información a Moscú que hasta hoy no ha sido descifrado.

Su nuevo destino fue Inglaterra, donde la familia Kuczynski se había refugiado del nazismo: era una buena fachada que Ursula quisiera estar cerca de sus padres. Y fue alguien de su familia, su hermano Jürgen, quien la puso en contacto con el físico Fuchs, quien se había exiliado en Inglaterra y trabajaba en el programa Tube Alloys, el proyecto de investigación nuclear británico, por el cual luego cooperaría en Los Alamos con el equipo científico estadounidense.

A Sonya le impresionó bien que Fuchs fuera tran­qui­lo, re­fle­xi­vo, pru­den­te y cul­to. Cambió el lugar de las citas por seguridad y solían verse cerca de la estación de Banbury, caminando por el campo del brazo, como si fueran amantes. En esos paseos ella ubicó un punto remoto en un bosque donde crear un buzón para dejar mensajes seguros:

Ur­su­la ha­bía lle­va­do una pa­li­ta de jar­di­ne­ría y cavó un agu­je­ro en­tre las raí­ces de un ár­bol: “Klaus se si­tuó a mi lado y me ob­ser­vó a tra­vés de sus ga­fas”. No le ofre­ció ayu­da y la mi­ra­ba con una ex­pre­sión de in­ten­sa con­cen­tra­ción, como si es­tu­vie­ra vien­do un ex­pe­ri­men­to. “Me pa­re­ció bien. Yo era una per­so­na más co­rrien­te y prác­ti­ca que él. Lo miré una vez y pen­sé: ‘Ah, el gran pro­fe­sor’”.

Klaus Fuchs entregó a Sonya las claves del programa nuclear británico, Tube Alloys, y luego estuvo en Los Alamos con el equipo científico estadounidense, donde también espió para la URSS.

Entre los envíos de Sonya y los que haría el espía Harry Gold desde los Estados Unidos, “el en­vío de se­cre­tos cien­tí­fi­cos de Fuchs a la URSS en­tre 1941 y 1943 fue uno de los bo­ti­nes de es­pio­na­je más concentrados de la his­to­ria, unas 570 pá­gi­nas de in­for­mes co­pia­dos, cálcu­los, di­bu­jos, fór­mu­las y es­que­mas, los di­se­ños para el en­ri­que­ci­mien­to de ura­nio, una guía paso a paso para el rá­pi­do desa­rro­llo del arma atómica”, escribió Macintyre.

Mientras se ocupaba de su tercer bebé, Peter, la señora Burton infiltró a varios espías soviéticos en la operación Fausto, que organizó la Ofi­ci­na de Ser­vi­cios Es­tra­té­gi­cos (OSS), precursora de la CIA: un equipo de voluntarios ale­ma­nes emigrados que se pertrechó con la úl­ti­ma tec­no­lo­gía en co­mu­ni­ca­cio­nes para que saltaran en pa­ra­caí­das sobre Ale­ma­nia y enviaran información.

Del Gulag a la caída del Muro

El sá­ba­do 13 de sep­tiem­bre de 1947 a las 13:20 el agente del MI5 Jim Skardon golpeó a la puerta de la casa de los Burton. “El pri­mer error de Skar­don fue sub­es­ti­mar a su pre­sa”, estimó Macintyre, y citó el informe de la visita: “La se­ño­ra Bur­ton no im­pre­sio­na de­ma­sia­do con su pelo des­ali­ña­do y per­cep­ti­ble­men­te ca­no­so, y tie­ne un as­pec­to bas­tan­te des­cui­da­do”. El error final fue revelarle que no tenía una sola prueba:

—Fue us­ted agen­te rusa du­ran­te mu­cho tiem­po, has­ta que la de­silu­sio­nó la gue­rra en Fin­lan­dia. Sa­be­mos que no ha es­ta­do ac­ti­va en In­gla­te­rra y no he­mos ve­ni­do a de­te­ner­la.

Las memorias de Sonya, publicadas en alemán en 1977, salieron en inglés en 1991.

“Aquel in­ten­to ‘psi­co­ló­gi­co’ de co­ger­me por sor­pre­sa fue tan di­ver­ti­do e inep­to y es­tu­vo tan le­jos de desequilibrarme que casi me pon­go a reír”, comentó luego Sonya en sus memorias.

Sonriente, ofreció té, llamó a su esposo y repitió de distintas maneras: “Creo que no pue­do coope­rar. No es mi in­ten­ción con­tar men­ti­ras y, por tan­to, pre­fie­ro no res­pon­der nin­gu­na pre­gun­ta”.

En 1949 la URSS hizo su primera prueba atómica exitosa; en 1950 Fuchs fue arrestado. Sonya calculó que faltaba muy poco para que la identificara —lo hizo en el juicio, en noviembre— y abordó un avión a Alemania Oriental con sus hijos.

Y allí hizo algo que acaso no tenga par en el GRU: escuchó los elogios del oficial que la contactó en Berlín, los agradeció y dijo que quería vivir como una ciudadana, que ya no quería ser espía, que su compromiso con la URSS estaba intacto pero sus nervios no.

En verdad seguía sido una comunista convencida, que se sometió a la vigilancia de la Stasi (aunque se quejó en una ocasión) del mismo modo que en su momento había aceptado las purgas estalinistas: “Por des­gra­cia, en aque­lla épo­ca los ca­ma­ra­das en pues­tos de res­pon­sa­bi­li­dad cam­bia­ban fre­cuen­te­men­te”, escribió en sus memorias, que se publicaron en 1977.

Muchos amigos de Sonya, alemanes comunistas refugiados del nazismo en la URSS, habían sido asesinados o enviados al Gulag durante algunos de sus viajes a Moscú; conoció numerosos casos de colegas a los que admiraba. Resumió Macintyre:

Desde 1950, cuando burló al MI5, Ursula Kuczynski vivió en Alemania Oriental, y luego en el país reunificado. ("Agente Sonya", de Ben Macintyre, Ed. Critica/Planeta)

Sa­bía que sus ami­gos y com­pa­ñe­ros es­ta­ban sien­do ani­qui­la­dos, y que eran inocen­tes. Tiem­po des­pués escribía: “Es­ta­ba con­ven­ci­da de que eran co­mu­nis­tas y no enemi­gos”. En aquel mo­men­to no lo dijo. No preguntó de qué ha­bían sido acu­sa­dos ni adón­de ha­bían ido, ya que mos­trar cu­rio­si­dad era en sí mis­mo una in­vi­ta­ción a la muer­te. Como mi­llo­nes de per­so­nas, man­tu­vo la boca ce­rra­da.

En Alemania comenzó a escribir libros para niños con el seudónimo de Ruth Werner, y sus memorias fueron un best seller a pesar de la edición censora de la Stasi. “Sus hijos que­da­ron asom­bra­dos al des­cu­brir el pasado de su ma­dre”, contó el biógrafo.

El 10 de noviembre de 1989, con la caída del Muro, habló ante una multitud en el Lustgarten de Berlín: “Aún creía que po­día con­se­guir­se un so­cia­lis­mo me­jor”, reconstruyó Agente Sonya, “con la glas­nost y la perestroika, con más de­mo­cra­cia en lu­gar de dic­ta­du­ra y po­der ab­so­lu­to, con me­di­das eco­nó­mi­cas rea­lis­tas”.

Pero la historia fue distinta, y marcó también sus años finales. En la última entrevista que le hicieron habló sobre la reunificación alemana y la desintegración de la URSS:

—Eso no cam­bia mi opi­nión de cómo de­be­ría ser el mun­do —res­pon­dió—. Pero crea en mí cier­ta desesperanza, cosa que no me ha­bía ocu­rri­do nun­ca.

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