La escritora japonesa Minae Mizumura, quien con las obras Una novela real y La herencia de la Madre logró inscribirse en la tradición de la mejor literatura de su país al abordar los cambios de la sociedad japonesa de la posguerra, en un caso, y el contradictorio vínculo que puede darse entre una hija y su madre, en el otro, dice, con motivo de su participación en el festival literario Filba, que haberse convertido en una escritora en su lengua de origen la salvó del fuerte impacto que le provocó el inglés en su adolescencia viviendo en Estados Unidos, lo que la empujó a regresar a su tierra natal, no así el resto de su familia. En el festival, Mizumura dialogó con Martín Felipe Castagnet.
La escritora, que en 2011 hechizó al público argentino por su sensibilidad y buen humor, al participar de otra de las ediciones del Filba, nació en Tokio en 1951 y se mudó con su familia a Nueva York a los doce años. Allí se zambulló en la lectura de libros en japonés para refugiarse de una sociedad cuyo idioma le era ajeno. Estudió literatura francesa en Yale y cuando terminó su carrera se instaló nuevamente en Japón, donde se dedicó a escribir ficción y a dar clases de literatura japonesa moderna y en las universidades norteamericanas de Princeton, Michigan y Stanford.
Una novela real (Adriana Hidalgo, 2008) con la que trascendió al mundo occidental, y por la que recibió en su país el premio Yomiuri, uno de los mayores reconocimientos literarios de Japón, aborda, a partir de una historia de amor prohibido, el Japón del último medio siglo poniendo al descubierto, a través de varias generaciones y personajes de distintos niveles sociales, la estructura social de preguerra como fuente de las miserias, dificultades, anhelos, esplendores y tragedias que derivaron en el surgimiento de una clase media en los cincuenta años posteriores a la guerra.
La obra, protagonizada por tres mujeres, está inspirada en la historia de un joven huérfano japonés que la escritora conoció cuando su padre lo ayudó a ingresar a una empresa estadounidense en la que él trabajaba pero que tiempo después el joven abandonó, logrando un ascenso meteórico en otra firma. El libro también abreva en la lectura que desde los 10 años la escritora hizo de la novela Cumbres borrascosas, de Emily Brontë, a través de una colección de textos en japonés para niñas que llegaban a su hogar, y que de adulta leyó en inglés provocándole un impacto aún mayor, a tal punto que hoy la tiene como libro de cabecera.
En La herencia de la madre, obra que fue publicando por entregas en el diario de mayor tirada de Japón, hasta que finalmente se editó como libro, Mizumura trabaja nuevamente con los vínculos familiares y afectivos, con una protagonista que se ve interpelada por la enfermedad y muerte de su madre en un momento en que descubre que su marido le ha sido infiel con una mujer más joven. A dos días de iniciar unas vacaciones en las montañas, la escritora dialogó sobre su obra de ficción con la que logra “liberarse” de sí misma, y sostuvo que son “afortunados” “los que creen que pueden volver a sus madres como última fuente de consuelo”.
—¿Cómo fue la experiencia de escribir una novela por entregas en un periódico? ¿Es algo habitual en Japón?
—Escribir una novela por entregas es una tradición que importamos de Occidente a finales del siglo XIX y, curiosamente, la tradición ha sobrevivido. No sé por qué, pero a los escritores nos gusta porque nos proporciona unos ingresos constantes. Además, la presión para cumplir los plazos es constante, y se sabe que algunos escritores han muerto prematuramente a causa del estrés. Y si se escribe en un periódico, la historia debe llegar a un público masivo. No sólo tenía que tener unos cientos de páginas escritas de antemano, sino que también tenía que tener cuidado de no ofender a mis lectores -al menos, no demasiado-. No obstante, toda la emoción que conllevaba la tradición ha desaparecido, ahora que tenemos tantas otras formas de arte y entretenimiento.
—En sus novelas su mundo interior y sus experiencias de vida están muy presentes. ¿Qué significan al momento de escribir ficción?
—Creo que los que escribimos ficción hemos nacido para escribirla. Como usted señala, mi mundo interior y mis experiencias vitales están muy presentes en mi obra, pero para darles una expresión completa, ya que la creación de personajes y situaciones imaginarias son de suma importancia para mí. Me siento liberada de mí misma cuando escribo ficción. De hecho, la novela en la que estoy trabajando tiene un narrador en primera persona que es un estadounidense que vive en Japón y al que le hago hacer todo lo que yo no puedo hacer, incluso cosas como cortar leña.
—La protagonista de La herencia de la madre dice en un momento: “Si en un cuento infantil había una princesa que nunca reía, una mujer madura y enferma podía permitirse expresar su infelicidad”. ¿Cómo puede leerse esto en relación a la manifestación de las emociones en la sociedad japonesa?
—Los japoneses podemos ser más reticentes a la hora de expresar nuestras emociones, pero, en lo que respecta a esa frase en particular, la puse para que el lector supiera que mi narradora es consciente de la naturaleza “no trágica” de su situación. Sus padres la dejan estudiar en París y su marido es un profesor universitario. Para los menos afortunados, que tienen que vivir de la mano de los demás, su infelicidad puede parecer la de una mujer mimada y privilegiada. Pero entonces, se pregunta, si a la joven y bella princesa del cuento infantil se le permite sentirse infeliz y expresar su infelicidad a la vista de todos, ¿no podría ella hacer lo mismo? Es una mujer enferma, de mediana edad, que después de todo no es más que una mujer común.
—La novela está marcada por relaciones familiares donde el afecto no circula demasiado y ante la enfermedad de su madre, la protagonista desea que su madre muera. Es una madre severa a la que no parecen interesarle los deseos ni las decisiones de sus hijas. ¿Cree que la maternidad está sobrevalorada?
—Si la gente supone que las madres siempre aman a sus hijos, entonces la maternidad está sobrevalorada. Si la gente supone que los hijos nunca desean la muerte de su madre, entonces el amor de los hijos por su madre está sobrevalorado. La relación entre una madre y su hijo es crítica, pero los que creen que pueden volver a sus madres como última fuente de consuelo son los afortunados -o quizá no tan afortunados, si se es escritor-. Un escritor debe estar dispuesto a aceptar la soledad.
—En la novela, se menciona a la madre con mayúsculas, Madre, ¿cuál es la razón de esta elección?
—Los argentinos se han hecho la misma pregunta, pero yo no leo español. La elección fue hecha por el traductor y el editor. Estoy bastante contenta con la elección que hicieron porque la palabra está atrayendo la atención de los lectores. Para mí, la mayúscula parece hacer que la figura de la Madre resulte prepotente y entrañable al mismo tiempo, que es justo lo que quería. Permítanme añadir que el idioma japonés tiene un sistema de escritura muy diferente que no tiene ni mayúsculas ni minúsculas.
—La protagonista de esta novela descubre la infidelidad de su esposo, quien por otra parte le ha sido infiel en otras ocasiones. La sociedad japonesa acepta más la infidelidad en los hombres que de las mujeres?
—Como en la mayoría de las sociedades, la gente es más tolerante con la infidelidad de los hombres. Al fin y al cabo, todos vivimos en una sociedad patriarcal. Sin embargo, la sociedad japonesa no es tan patriarcal ni tan recta como mucha gente fuera de Japón parece creer. Hubo períodos de excepción en el pasado, pero cuando se trata de gente común, no de aristócratas o samuráis, nuestra sociedad ha sido básicamente bastante relajada e igualitaria en lo que respecta a las relaciones sexuales. Hoy en día, si un hombre mata a su mujer porque le ha sido infiel, ningún japonés, ni siquiera un conservador a ultranza, le alabaría por su acción.
—¿Cómo fue su experiencia de vivir en Estados Unidos, de la que luego se fue para volver a Japón?
—Cuando nuestra familia se trasladó a Estados Unidos a principios de los años 60, el país me abrumó por su riqueza, sobre todo porque nos instalamos en un barrio acomodado. Pero no poder entender el idioma que hablaba la gente de mi entorno resultó ser una experiencia traumática para una adolescente como yo, y no creo que me haya recuperado de ese trauma. Regresé a Japón no porque rechazara Occidente, sino por el trauma inicial, que me había hecho sentir un apego casi patológico por mi lengua materna. Convertirme en escritor japonés era quizás la única cura.
Fuente: Télam
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