La estadounidense Lydia Davis, una de las cuentistas más relevantes de la escena contemporánea, aseguró durante su participación en el festival internacional de literatura Filba que Buenos Aires, ciudad donde vivió unos pocos meses, hace más de 50 años, “fue una inspiración” para su escritura.
“Buenos Aires inspiró historias sobre tres etapas de mi escritura: la más convencional, la ‘un poco’ convencional pero alejándose de Hemingway y después una escritura un poco más breve y experimental. Así que fue una inspiración”, aseveró Davis durante una charla de zoom que mantuvo con su colega argentina Betina González, en el marco de una de las propuestas virtuales del festival que este año recuperó buena parte de la presencialidad.
Nacida en Massachusetts el 15 de julio de 1947, esta novelista, ensayista y traductora es una de las escritoras estadounidenses más originales de la actualidad. Ganadora del prestigioso premio Man Booker International, desde 2005 es miembro de la Academia Americana de Artes y Ciencias.
Davis publicó Ni puedo ni quiero, que en Argentina editó Eterna Cadencia, traducida por Inés Garland, y otras colecciones de cuentos y de ensayos. Su antología personal Ciento cincuenta cuentos cortos fue publicada en español por el sello Almadía. Ensayos 1 es una importante compilación de su incursión en el género, traducida al castellano y publicada aquí por Eterna Cadencia; mientras que Seix Barral es responsable de una valiosa traducción de Cuentos completos, pequeños artefactos de un realismo enrarecido que hunde sus huellas en el absurdo para pronunciarse sobre la vida doméstica o las trampas del lenguaje.
La escritora de 74 años vivió en Buenos Aires hace muchos años, por un periodo muy corto de tiempo, entre junio y agosto del año en que terminó la secundaria. Sus padres, escritores como ella hoy, estaban en Argentina -su padre dando clases en La Plata- y viajó a reunirse con ellos.
“La mayor parte del día la pasaba sola, así que me anoté en una pequeña guardería. No sé cómo hacíamos con el idioma, pero ahí estaba yo, ayudando a niños pequeños y caminando por la ciudad”, sostiene la autora en Ensayos 1, libro que recupera los relatos de esa experiencia.
En la entrevista con Betina González, Davis reparó en el exotismo que le significó Buenos Aires a los 17, 18 años: “había vivido en Europa pero no había carros con tickets de lotería o pollos rostizándose al espiedo en las vidrieras y al mismo tiempo montones de conciertos de música clásica”.
Ese es precisamente el tópico de uno de los ensayos, un cuento que reescribió muchas veces.
“Tres o cuatro textos vienen de esa experiencia -repasa-. A los 19, poco después de esa visita, escribí un cuento tradicional al estilo Hemingway, con citas de personas que hablaban en español. Después escribí sobre la cocinera y la mucama que venían con el alquiler del departamento. Nosotros no vivíamos así y con las notas de mi madre inventé otra historia y usé un incidente con una aspiradora para otra más. Cada una, una etapa diferente de mi escritura”.
Autora, en definitiva, de una escritura muy poco convencional. “Recuerdo las primeras cosas que escribía pero no recuerdo haberlas escrito -dijo-. Tengo un texto de cuando tenía siete años y tengo el diario que empecé a los 12, que fue el comienzo de una escritura más seria, de tener ambición de escribir y de hacerlo bien”.
“Recuerdo mostrarle a mi madre historias que yo hacía. Ella era escritora y siempre estaba lista para criticarlas -indicó respondiendo a la pregunta sobre cuál fue su primera memoria en torno a la escritura-. Recuerdo haberle mostrado cuentos que eran sobre ella o estaban inspirados en nuestra relación. Y ella tenía la difícil tarea de intentar aceptar lo que leía al mismo tiempo que lo comentaba como un cuento. Eran críticas muy alentadoras, pero siempre enfatizaba en que tenía que intentar ver los dos puntos de vista”.
“Era una gran lectora cuando era chica- contó-. En esas primeras memorias se mezcla la lectura, a los 11, 12 años de una novela de John Dos Passos, “el primer texto que valoré como una lectura adulta, por la escritura en sí misma. No me acuerdo cuál era, pero sí estar leyéndola en el colectivo camino a la escuela y de sentir placer de cómo estaba escrita”.
Esa huella gozosa marca el vínculo con la escritura hasta estos días. “Directamente no escribo si no estoy sorprendida, entusiasmada o complacida por alguna idea o sensación”, indicó en la entrevista, aún cuando esa idea o ese sentir no remitan a cuestiones agradables. Una de ellas, presente en sus ensayos, la resistencia a encajar en un mercado mainstream.
“Si es que alguna vez escribí para alguna audiencia, evité esa presión escribiendo para los colegas hacían poesía y prosa poco convencional. Siempre creí que sería lindo que me publicara una editorial grande, pero me publicaron editoriales muy pequeñas, así que siempre acudí a las personas que les gustaba lo que estaba haciendo”, explicó.
Del mismo modo funciona con las críticas, no se trata de hacerse inmune pero sí de qué atender: “me complace cuando a las personas que estimo les gusta lo que escribí, cuando a mis amigos escritores inteligentes realmente les gusta algo, eso es lo que me preocupa”, subrayó.
Al silencio, el fragmento y la ruina con que trabaja, Davis lo explicó con una frase suya que le trajo a la mano González: “En el silencio el dolor está vivo”.
“El fragmento es una forma muy elocuente porque te acerca al autor en el momento de composición. Si leés algo muy pulido, muy fluido y completo, sin dudas ni interrupciones, es que tiene muchísimo trabajo detrás y no es así como pensamos o hablamos, ni como empiezan las cosas. Es muy deliberado. Pero el fragmento da la ilusión de algo que está siendo creado”, apuntó.
Por otra parte, “cuando estamos muy conmovidos usualmente no somos muy fluidos, hacemos pausas, repeticiones, tenemos poco sentido al hablar. Hay mucho dolor, potencialmente, en esos silencios y esas dudas”, agregó Davis.
Respecto a la forma en que trabaja sus escritos, la escritora dijo que “no se trata de reescribir el material hasta dar con una versión final, sino de reorganizar, de cortar y pegar”. En varios de sus textos, por ejemplo, cita notas de su madre, pero no las usa enteras, las interviene con sus propias palabras.
Eso mismo hizo en “El viaje de Lord Royston”, texto para el que usó pequeños fragmentos de cartas, a los que a veces también les cambiaba alguna palabra.
Cómo trabaja el absurdo fue otro punto de análisis: “No se puede fabricar el sentido del humor -sostuvo-. Además es muy difícil ser gracioso en el texto, aunque supongo que no perdemos nada con intentar, pero, y pienso en esto muchas veces, no sé si lo heredamos o no, tengo amigos con un gran sentido del humor que tienen padres sin humor alguno. Se tratará entonces de dejar que el humor surja”.
“Yo escribía a través de un personaje, no a través de mí, que era muy sincero y honesto, con una idea muy extraña del mundo y recuerdo que la primera vez que leí una de sus historias la gente empezó a reírse. Hasta ese momento no había notado lo graciosa que era. Por suerte no todas mis historia son graciosas, pero muchas sí, y es debido a mí misma,”, graficó.
Y “es interesante lo que ocurre con el humor -advirtió- Cuando mencionamos a Flaubert o a Proust hay muchísimo humor en ellos, pero no es lo que enfatizamos, hablamos del suicidio trágico de Emma Bovary o de la largas discusiones sobre la memoria, no decimos lo graciosos que son”.
“Estoy leyendo algunas cartas que Lucia Berlin intercambiaba con el poeta Kenward Elmslie y el humor también está presente aunque trate temas muy tristes y oscuros: ser madre soltera alcohólica que accede a empleos poco inspiradores -señaló la traductora de autores como Flaubert y Proust-. Pero Berlin encuentra el humor y se ríe de sí misma. He conocido gente que, como ella, encuentra el humor en experiencias devastadoras”. Davis es autora de uno de los prólogos del libro de Berlin que le dio fama póstuma, Manual para mujeres de la limpieza.
Luego, hay alguna autora como Jane Bowles, “que es distinta, muy estilizada y elegante, como hecha en seda y que finge no saber que está estar siendo graciosa -señaló Davis-. Mientras que Berlin es una amiga que llora y que se ríe mientras te está contando una historia. Y sabe que está siendo graciosa. Es muy interesante analizar cómo funciona el humor”, se despidió de la charla.
*El diálogo entre Lydia Davis y Betina González para el Filba puede verse acá.
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