Únicamente el rigor de la pandemia pudo detener la intensa actividad que Lorena Vega viene desarrollando en los escenarios durante los últimos años. Cada obra de la que participa suele ocupar un lugar destacado en la cartelera porteña y renueva los votos con el público de una temporada a otra. A principios de este 2021, la actriz y directora teatral continuaba con sus trabajos en la premiada Yo, Encarnación Ezcurra y La vida extraordinaria –volverá el año próximo a Timbre 4–, mientras llevaba Imprenteros a la calle Corrientes. Esta última, un biodrama sobre el taller gráfico de su familia estrenado en 2018, fue declarada recientemente de interés cultural y pronto tendrá su documental y su libro. Se presentará una vez más este domingo 24 en el Conti, antes de viajar en las próximas semanas a España, donde se estrenará en Madrid.
Por estos días sorprende también con una descollante actuación junto a Laura Paredes en Las cautivas, una relectura del clásico poema de Echeverría que es uno de los espectáculos del momento en el Teatro de la Ribera. Y además está dirigiendo Precoz, una adaptación de la novela homónima de Ariana Harwicz con una dupla de actores conformada por Julieta Díaz y Tomás Wicz que se puede ver hasta fin de mes en Dumont 4040. De este presente, entre otras cosas, conversó Lorena Vega a través de videollamada con Infobae Cultura.
-Durante estas semanas sos parte de tres obras (Imprenteros, Las cautivas, Precoz) que, desde distintos lugares, cuestionan mandatos sociales y actualizan ciertas representaciones de los vínculos afectivos. ¿Ves en estas piezas una relación en ese sentido?
-Para mí es un común denominador no solo en estas obras, sino que tiene que ver con una forma de percibir el mundo en general que me identifica. La discusión con los mandatos y lo preestablecido me acompañó siempre, aunque también asumo que es una marca de época, en el mejor de los sentidos. Hay signos hoy que son el resultado de un camino más largo vinculado, como te digo, con una forma de mirar el mundo que identifica a mucha gente y que en mí sin duda tiene una historia. Si no existiera esa pulsión de discusión con lo preestablecido y los mandatos pienso que mi destino hubiese sido otro.
-¿Se arma en tu cabeza alguna continuidad entre las obras con las que te toca trabajar en un determinado momento?
-Voy encontrando cosas en común y me voy sorprendiendo por cómo se me van revelando los materiales a partir de que me llegan. Cuando actúo, sobre todo, muchas veces registro que me inspiro en determinadas personas. Avanzados los ensayos me doy cuenta de que estuve probando o haciendo cosas en el comportamiento y en las expresiones tomando características de alguien que conozco. Pero eso no es una decisión a priori sino que emerge. Muchas veces me doy cuenta de que he utilizado como inspiración a mi mamá.
En Las cautivas en particular, se me arma una continuidad a partir del trabajo conjunto con Mariano Tenconi. Más allá de que cada obra es distinta, tenemos un ritmo de trabajo que incorporé, conozco la nota que toca con sus materiales y su forma de abordar los ensayos y el espacio que hay para la prueba, como también las cosas que a él le importa que se sostengan de la propuesta inicial.
-¿Cómo repercute esa dinámica en tu trabajo actoral?
-Mariano trabaja la comedia dramática y es un código con el que me siento muy afín. En cada caso (N de R.: Todo tendría sentido si no existiera la muerte, La vida extraordinaria y Las cautivas) fueron caminos distintos, pero en mi cuerpo hay como una continuidad incluso con las diferencias de cada trabajo y eso es justamente lo que me hace posible seguir investigando. Cuando una obra había tenido un recorrido y me parecía lo mejor que me pudo pasar, hacer la siguiente presentaba todo un desafío que cada vez fue superando o renovando lo anterior.
En Las cautivas él me habilitó muy rápidamente que pudiéramos hacer un intercambio puntual sobre el trabajo con la materia, que por ahí en la primera obra fuimos encontrándolo sin un acuerdo previo. Las cautivas para mí es una selección muy afinada de parte de Mariano, de todos los elementos que componen la puesta y, puntualmente, de Laura (Paredes). Para mí es increíble la dupla que se arma.
-Es la primera vez que trabajan juntas...
-Nos conocemos hace un montón por el espacio al que pertenecemos, aunque no había ocurrido antes. Trabajar con ella es alucinante porque está esa sensación de que nos conocemos desde siempre, pero la verdad que el encuentro fue con este material. Y algo de lo que pasa en la ficción puede sugerir cierta analogía con el vínculo que tenemos, esa cuestión de que de pronto nos encontramos y enseguida hay una sintonía total sin tener una profunda historia previa, de emprender una aventura juntas siendo una la mejor aliada de la otra.
Los ensayos se dieron dentro del marco sanitario y como son monólogos separados pudimos ensayar cada una por su parte, pero hicimos jornadas juntas y queríamos hacerlas. Eso nos sirvió para entender el todo de la obra y para armar el lenguaje. Además nos ayudamos un montón, porque nos escuchábamos y nos decíamos cosas que pensábamos de lo que veíamos.
-Hace un tiempo te pusiste en la piel de Encarnación Ezcurra y ahora te toca un personaje que no es histórico pero se ubica en la misma época. ¿Cómo te preparás para estos papeles?
-Cada obra genera sus resonancias, no es que yo tenga un método único para hacerlo. Igual siempre de base está poner el cuerpo en acción, ahí van apareciendo señales. En Encarnación hice un trabajo más dedicado a todo lo que era estudiar la historia y abordar con materiales bibliográficos y charlas con historiadores, o ir al museo. En Las cautivas yo siento que convoqué algo más personal, que tiene también que ver con el valor de lo autóctono, lo sagrado. Como mi mama es formoseña y nació en el centro de la provincia en un pueblo muy chico, en un campo donde había una laguna, y ella me cuenta que jugaba con yacarés bebés, hay algo de esos relatos, de ese paisaje agreste y natural, que se me aparece en la obra. Lo que hice en concreto fue tomar clases de guaraní con Rodolfo Prantte, bailarín y coreógrafo, y como mi familia materna tiene vínculos con esa lengua, había una sonoridad dando vueltas. Fue una iniciativa mía que se la comenté en un momento a Tenconi. Necesitaba ejercitar la boca, la lengua y el oído con otra temperatura, otros tiempos y otra forma de modular.
Siento que en Las cautivas me aparece como una especie de síntesis y racconto de todos los entrenamientos que hice, de distintas técnicas a lo largo de mi carrera. La obra pasa por muchos lugares y pide muchas cosas, eficacia física, emotividad, sensibilidad, humor, incluso en cierta clave de clown. No sé si Mariano estaría tan de acuerdo en esto, pero para mi formación el clown fue fundamental, y creo que lo es en general para la formación actoral. Es un lenguaje que conozco y que me gusta y que yo siento que aparece en este trabajo, si bien es un mix de cosas. En realidad está siempre en cualquier obra y en todos los personajes, pero acá hay algo donde todas las herramientas están presentes, son las que me sostienen y hacen el tejido que, a la vez, no se ve.
-Al cierre de la función se percibe una emoción muy honda tanto en la sala como en el escenario. ¿Cómo se vive el regreso del público con una obra de tanta entrega actoral?
-Yo creo que para quienes hacemos teatro está operando una fuerza extra en relación a lo que pasó con la pandemia y la suspensión de nuestra actividad. Todo lo que nos hizo pensar y nos movilizó y también lo que nos hizo padecer y sufrir. Entonces hay, sin duda, una valoración, un goce, un reencuentro con el poder y el valor de ese ritual, que es en vivo, y que sabemos que si no es así no sucede lo que tiene que suceder. Lo mismo me parece que pasa con el público. Con la situación económica grave que atravesamos, así y todo hay una respuesta y una necesidad de ir al encuentro y a los espacios donde hay cosas en vivo para que la gente se encuentre. Me parece que sí, que eso está operando y yo en particular siento esa vibración.
También en ese sentido tengo una imagen que me sirve como sostén interno para un momento determinado de la obra. Muchas veces tengo otras historias dentro mío para contar aquello que el público sigue, especialmente en Las cautivas que es una obra disruptiva, con saltos, que te obliga a pasar rápidamente de un estado a otro. Me vienen distintas imágenes, sonidos y momentos, y no es que use muchas cosas vinculadas con la pandemia para nada, pero hay una que me ayuda a la emoción y es cuando digo “el viento sopla, escuchamos un sonido manso y contento como si el viento nos regalara una canción, una canción hermosa para Elegida y Mensajera”. Cada vez que digo el viento sopla se me arma un combo entre el momento de encierro, las ganas y el miedo que tenía de salir, la desesperación de no saber cuánto faltaba para poder ir, no te digo a un campo, a una plaza.
Hay algo ahí de la libertad, de la posibilidad de estar en una situación agradable con la fuerza de la naturaleza, que para mí tiene ahora un valor y un volumen que no sé si hubiese sido el mismo si no hubiese atravesado la pandemia. Es un pasaje pequeño, un puente dentro de la obra, pero a mí me parece que cobra una fuerza muy grande por esto que te cuento y que entonces me ayudó para un momento de la obra en que es importante empezar a tocar esa nota, entrar en esa sensibilidad, y no sé si lo hubiese descubierto de otro modo.
-¿Es algo que tenés presente en todas las funciones?
-Me viene pasando, quizás más adelante cambie. Tal vez ahora que te lo digo es casi como revelar un secreto que pierde la gracia (risas).
-En el caso de Imprenteros, ¿cómo vivís tu propia historia en el escenario después de haber hecho tantas funciones?
-Habíamos dejado de hacerlas en abril, cuando hubo un nuevo cierre sanitario, y como yo estaba muy conectada con los otros trabajos y había pasado tanto tiempo dudaba de si para mí o para el equipo iba a ser algo vigente. Pero volvió a suceder, la obra está más viva que nunca y la nueva función que hicimos en Timbre 4 creo que salió mejor que todas las anteriores. Hay algo en Imprenteros que tiene mucho que ver con el espacio para hablar de lo propio, con el encuentro, con el equipo. Al ser un relato sobre la familia de sangre con la familia artística, hay una operación super potente y una conmoción también potente de otro orden. Para mí sigue siendo revelador porque vuelvo a ver otras cosas cada vez y me doy cuenta de que todavía hay más lecturas.
-Vas descubriendo detalles sobre la historia y también la obra misma va tomando nuevas formas...
-Sí, no tengo dudas de que para mí Imprenteros sigue siendo un espacio de trabajo. Ahora estamos en la elaboración de un libro y con la gestación de un documental que apoya ese proceso. El trabajo fue reconocido por el Ministerio de Cultura de la Nación y pronto vamos a viajar a España. Es un material que nos sigue hablando y nos sigue trayendo movimiento, pero también sé que tiene más vigente que otros la pregunta de hasta cuándo hacerlo, porque va a depender mucho de lo que nos pase a nosotros en términos personales. Es una pregunta válida y el otro día renové las ganas de seguir.
-La obra viaja a Madrid en las próximas semanas, donde seguramente la vean argentinos que, como tu hermano Federico, se fueron del país luego del 2001. ¿Cómo imaginás el encuentro con ese público?
-Estoy tan ocupada últimamente con lo que hago y en poder gestionar lo que implica salir del país que no pensé mucho en eso. Hace poco Damiana Poggi, que es mi coequiper en la puesta en escena de Imprenteros, nos dijo que tenemos que pensar que la obra tiene muchos localismos en el discurso y encontrarle la vuelta para que no se nos quede afuera la gente. Hay por ejemplo una parte donde nombramos a Chayanne y nos preguntamos si la gente lo va a identificar rápido o mejor cambiarlo por alguien como David Bisbal. Hay que revisar el texto en ese sentido, pero me parece una incógnita qué va a pasar con el público. Sí entiendo que puede generar una conexión inmediata con los argentinos que están allá, no sé qué pasará con la gente madrileña.
-En cierto momento de la obra se produce un contraste interesante entre el deseo tuyo de llevar las cenizas de tu padre a Mar del Plata y el aparente desinterés de parte de tus hermanos. ¿Les cuesta más a los hombres atravesar la pérdida?
-Me resulta difícil generalizar porque mis dos hermanos han procesado de modo muy diferente la pérdida, a mi modo de ver. Pero a partir de la obra pudimos hacer un proceso conjunto los tres, incluso el hermano que yo creo que estuvo más resistente a la despedida. Creo que la obra nos permitió hacer ese proceso, la revisión. Y a mí, en particular, me permitió construir un padre, revisarlo pero también reencontrarlo. Siento que Imprenteros me dio mucho más de lo que se le pide a una obra de teatro.
-Además estás dirigiendo actualmente Precoz, que adapta la novela de Ariana Harwicz. En alguna entrevista comentaste que tuviste algunas dificultades con ese material.
-Es una novela fuerte y además la tuve que leer varias veces para entenderla. Si bien dudaba al principio, la dificultad de cómo llevarla a escena me pareció un desafío y me arrojé justamente para probar eso. Fue un proceso largo porque se iba a estrenar en marzo cuando se cerró todo por el covid por primera vez y atravesó todo este tiempo hasta que a fin de septiembre pasado se estrenó. Es mucho tiempo para un material que se venía trabajando desde antes, pero no lo soltamos nunca y la verdad es que estamos atravesando un momento espectacular porque por fin se estrenó y sucede lo que imaginábamos. Viene la gente y hay emoción y ganas de verla, hay agradecimientos, llanto. El trabajo de lo escénico es poder hacer una perforación en la sensibilidad, entonces cuando eso se logra es porque la tarea se está cumpliendo.
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