Escritoras insignia del campo intelectual latinoamericano y ambas orillando los 90 años, las mexicanas Elena Poniatowska y Margo Glantz protagonizaron esta noche una de las charlas más esperadas del Festival Internacional de Literatura Filba 2021, en la que bajo el título “Dos damas muy serias” conversaron sobre sus trayectorias, identidades y miradas sobre las cartografías literarias, en un encuentro inédito que la autora de Zona de derrumbe y El rastro definió como “un gran placer porque en última instancia somos dos sobrevivientes de una generación”.
El escritor chileno Diego Zúñiga fue el responsable de guiar ese encuentro, que fue inédito porque nunca antes habían compartido una charla pública, hasta hoy en el Filba. Desde sus casas, ubicadas en sus escritorios, rodeadas de libros y ambas con aros largos, las dos damas se unieron como quien da testimonio de un tiempo que la memoria empieza a traicionar con sus baches. “Tenemos que comprobar nuestra gran vejez olvidando todo”, bromeó Elena Poniatowska a sus 89 años, quien más tarde diría: “En el momento que quiero decirles algo, como un pájaro, la idea se va”. Pero las ideas ahí estaban porque durante una hora las dos invitadas a una de las charlas más esperadas del evento repasaron sus viajes, sus libros y sus orígenes con la escritura, disponiendo esa memoria subjetiva y familiar en una experiencia de testimonio colectivo.
“Hemos conversado muchísimo Elena y yo, hemos comido juntas, nos hemos abrazado, nos hemos escrito y ahora tenemos la suerte de que a alguien se le ha ocurrido reunirnos, a Filba, lo cual es un gran placer porque en última instancia somos dos sobrevivientes de una generación, una especie de joyas arqueológicas”, contó, a sus 91 años, Glantz. “Sí, ya nosotras somos el pico más alto de escritoras en México, que de veras ahora hay muchas”, agregó Poniatowska.
En un intercambio cálido, íntimo y curiosamente el primero que tuvieron de manera pública, en el que flotó la idea del recuerdo y la memoria, las dos comenzaron a compartir nombres de autoras de su generación o de generaciones anteriores, como Elena Garro, Rosario Castellanos o Lolita Castro. “Tienes mejor memoria que yo”, la felicitó Elena a Margo. “Está Amparo Ávila, Julieta Campos, Inés Arredondo. No recuerdo más, ya la estamos olvidando hasta nosotras”, sumó Glantz. Y Poniatowska lamentó: “Da mucha tristeza no recordarlas ¿no?”.
Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska, nombre completo de la autora de Dos veces única y Premio Cervantes 2013, nació en París en 1932, mientras que Margarita Glantz Shapiro nació en México en 1930. Las dos forman parte de una generación de autoras celebradas de la literatura y la crónica mexicana, esas “joyas arqueológicas” como definió Glantz, y las dos tienen también una relación de admiración y agradecimiento con su país, así como de gran exploración con la lengua, idioma que las cautivó y que aprendieron por fuera del núcleo familiar.
Así lo recordaba Elena Poniatowska: “Llegué a México en la guerra, ni siquiera sabía que mi mamá era mexicana porque mi mamá nació en Francia y mi abuela también, eran mexicanos que vivían en otro país. Entonces mi primer deseo, no sé si consciente pero muy fuerte, fue hacerme mexicana. A mi abuela la llamaban la ‘madona de los sleepings’ porque se la vivía en tren. Entonces pertenecer a México fue a los diez años. Y a pesar de que me mandaron a estudiar Estados Unidos, cuando regresé, a los 18 años, tuve la suerte de entrar como periodista reportera al diario Excelsior y a partir de entonces fue un eterno querer conocer a mi país, pertenecer y sobre todo estar cerca pues de la gente, no solo de Octavio Paz, de Rosario Castellanos o de Alfonso Reyes”.
¿Cómo hizo esa mujer que nació en Francia con una familia exiliada, de origen polaco, para manejar los vericuetos de una lengua que le era ajena, para dar sus pasos en el periodismo, oficio ni más ni menos que claro y sintético en su forma de comunicar? “Pues sí hacía faltas de redacción, no ponía ñ con rayita. Mi idioma más cercano que tuve es el de las muchachas porque incluso en mi casa se hablaba francés o inglés pero yo oía a las muchachas hablar en la azotea mientras tendían las sábanas y su idioma me gustaba muchísimo, lo que decían de su tierra, todo ese me conmovía, su trato entre ellas y su amor por la cantidad de novios que se relevaban con facilidad... pues todo eso era muy cercano para mí”.
En cambio, la biografía de Glantz tuvo otras derivaciones: “Desde que era muy niñita leía mucho porque mi padre tenía una biblioteca muy desordenada. A diferencia de Elena mis padres fueron judíos inmigrantes de España que llegaron a México por cuestiones de persecución. Cuando vino la Revolución Rusa mi padre se integró pero con Stalin hubieron muchos problemas y, como varios hermanos de mi padre habían emigrado a Estados Unidos, mi padre conoció a mi madre y decidieron emigrar a Estados Unidos pero no pudieron entrar porque ya se había cumplido el cupo. Para mi suerte, porque a mí me da mucho gusto como Elena haber nacido en México y ser mexicana”.
“Yo nací aquí y desde muy niña tuve la confrontación de idiomas diferentes, aunque no aprendí idish ni ruso porque mis padres hablaban entre ellos como idioma secreto de amor y nos dejaron fuera de esas lenguas. De cualquier manera el mundo de mis padres era muy entrañable, cariñoso, pero secreto y de alguna manera diferente al de nosotras. También a mí me pasó tener una relación importante con las sirvientas en la casa. Este idioma lo aprendí en la calle y en la casa”.
Sobre sus inicios, la autora de Las genealogías, una obra que condensa mucho del tópico de la literatura de Glantz sobre las memorias, reconoció que su “periplo como escritora ha sido muy diferente porque casi todas escribían desde muy jóvenes. Yo escribía, me doctoré en París, hacia textos académicos pero mis primeros libros de ficción fueron publicados por mi cuenta porque la gente no pensaba que una señora a los 47 años fuera escritora. Yo ahora soy escritora, antes decía académica o crítica”.
Literaturas del sur, un vínculo cercano
—Margo Glantz: “Mi padre era poeta y quiso adaptarse a México, era muy lector, se hizo amigo de muchos poetas latinoamericanos y estaba suscripto a Sur, la revista de Ocampo y a la Nación que tenía un suplemento para niños Billiken, que yo leía de niña. También leí La metamorfosis de Kafka en una traducción de Borges. Entré a la literatura argentina por la puerta grande”. “Conocí a San Martín al mismo tiempo que a Hidalgo” dijo con gracia Glantz sobre esta “especie de fijación con la Argentina, cuando era niña oía tango todos los días, luego acabé casándome con un argentino. Y mis amigos argentinos son muy importantes, obviamente Tamara Kamenszain. Soy muy amiga también de Noe Jitrik, Tununa Mercado, Luisa Valenzuela, Sylvia Molloy, Sergio Chejfec, Daniel Link. Tengo una relación fundamental con la Argentina”.
—Elena Poniatowska: “Yo me vinculé muchísimo y ahora todavía me impresionan y además son más jóvenes, como Leila Guerriero, siento una enorme afinidad con ella. No sentí cercanía para nada con Isabel Allende. Luisa Valenzuela y yo, cuando ella empezó a adquirir un éxito loco, mirábamos ese éxito pues con mucha actitud crítica. Yo lo digo con toda franqueza porque toda la vida he dicho con cierta franqueza lo que pienso. Eso fue algo que aprendí cuando empecé a hacer entrevistas: me interesaban más los escritores, pintores, artistas que hablaban con naturalidad sobre su verdad”.
La juventud, ese lugar a donde mirarse para volver
Por su trabajo como docente, Glantz tiene una relación más cotidiana con los jóvenes y por eso tiene también una divertida teoría, acaso el motivo que la mantiene así de lúcida con un viaje a España que la espera en estos días y el proyecto de ir a París para “despedirme de algunos amigos porque ya tengo 90 años y siento que después no los volveré a ver”. Su teoría es la siguiente, clarita y al pie: “Estar con jóvenes es lo mejor que le puede pasar a una. Tú envejeces, envejeces y los jóvenes son siempre de 20, 24 años. Yo soy como vampiro, mientras más trabajo con los jóvenes más rejuvenezco, soy como Drácula. Siempre trabajo en diálogo con los jóvenes, son clases donde compartimos y leemos con un cuidado infinito los textos, de manera muy cercana. Los jóvenes responden siempre”, aseguró.
Algo parecido contó Poniatowska porque “al igual que Margo mi interés por los jóvenes es enorme, personalmente tengo diez nietos. Y a raíz de la publicación del libro La noche de Tlatelolco me invitaron de muchísimas universidades. Para mí había algo difícil porque más que ir a una conferencia a hablar como perico yo prefiero un diálogo, un coro de voces... los muchachos se levantan y hablan de su propia experiencia. Quizá todo eso proviene del oficio del periodismo o la entrevista, pero también proviene de algo muy profundo en mí, que tengo desde que llegue a México: la idea de que todo lo sabemos entre todos”.
Fuente: Télam
SEGUIR LEYENDO