Todo se construye y se destruye tan rápidamente, que no puedo dejar de sonreír. Están pasando demasiadas cosas raras para que todo pueda seguir tan normal. Nos divertimos en primavera y en invierno nos queremos morir. Mama la libertad, siempre la llevarás dentro del corazón. La alegría no es solo brasilera. Mientras miro las nuevas olas, yo ya soy parte del mar. Yo solo tengo esta pobre antena, que me transmite lo que decir. Cuando el mundo tira para abajo, es mejor no estar atado a nada. Yo nací para mirar lo que pocos quieren ver. Miro alrededor, heridas que vienen, sospechas que van y aquí estoy. Desprejuiciados son los que vendrán, y los que están ya no me importan más. No elegí este mundo, pero aprendí a querer. Si lo que te gusta es gritar, desenchufa el cable del parlante. Solamente muero los domingos, y los lunes ya me siento bien. Gozar es tan parecido al amor. Los inocentes son los culpables, dice su señoría. Cada cual tiene un trip en el bocho, difícil que lleguemos a ponernos de acuerdo. Una canción sin amor, sin dolor, la canción sin fin
Y así podría seguir un largo rato.
Charly García conforma el ser nacional de la canción popular argentina del siglo XX, junto a unos pocos elegidos más. ¿Jugamos? Él, Spinetta, Gardel, Piazzolla, Yupanqui, Mercedes… Quién da más. Listados al margen, la vida y obra del hombre flaco y el bigote de los dos colores impregna la realidad nacional desde los años 70 y eso está profundamente testimoniado en un corpus de canciones que sobrevivirán a su tiempo para ser parte de otras realidades, en otros siglos. Así de imperecedero. Porque siempre sintonizó con las neurosis, los fracasos, las locuras, los excesos y los estados de ánimo del país. Eso fue lo que plasmó en cuatro, cinco, seis minutos de letra y música. Impresionante.
Este texto se plantea como un viaje de repaso por las canciones de su vida que son nuestras canciones. Charly compuso la banda de sonido de nuestras vidas y no hay cómo negarlo. Este número redondo, nada despreciable por la vida vivida que implica, de su cumpleaños 70 invita a pensar en todas las aguas corridas bajo el puente. Nuestras aguas. De las de él bastante se habló, habla y hablará. Es su prerrogativa de estrella de rock de la Nación, por cierto. Si hasta su cumpleaños es una cuestión de Estado. Ahí están los shows homenaje que, separados por escasas 15 cuadras dentro del área céntrica de Buenos Aires -su ciudad-, ocurren en el CCK y el Colón como una extensión más del constante tira y afloje entre “Nación” y “Ciudad”. Pero ese es otro tema.
Entonces ¿Qué hubo de nosotros mientras pasaban las canciones de Charly? Spoiler: voy a contar algunas imágenes, recuerdos, sensaciones exclusivamente propias, familiares, que se acumulan cada vez que clickeo Play. Cosa que sucede muy a menudo, como a tantos compatriotas.
Desarma y sangra (1980)
Vi a Serú Girán a los 10 años. Fue en el Teatro Municipal de Olavarría, mi ciudad. Me llevó mi hermano, fue una noche especial e inolvidable. Recuerdo al tipo flaco y de pelo largo, de largas piernas, sentado a un costado del escenario mientras el resto de la banda probaba sonido. Fumaba un cigarrillo y tenía los dedos más largos que había visto en mi vida (impresión que, habiendo pasado 40 años, no cambió). Más tarde, en la noche profunda de la primera gran experiencia rockera de mi corta vida, tuve otra sensación. No olvidaré jamás la atmósfera de la sala y el impacto que produjo en ese niño que fui, cuando tocaron “Canción de Alicia en el país” y el machaque de los tambores de Moro que marcaban el ritmo de la letra. No sabía quién era Lewis Carroll ni los brujos ni las morsas o las tortugas, pero sí sentía que algo estaba pasando.
Eran días grises en Argentina, en el comienzo de una década que sería notoriamente distinta para todos, y para mí también. Sin embargo, eso no se veía ni imaginaba en la ciudad del cemento, por una de cuyas calles vi venir -como en un ensueño- caminando de jeans y remera a un tipo de pelo largo y barba tupida. Un alien total para ese tiempo y ese lugar. Era Daniel Grinbank, el mánager de la banda, caminando por la calle San Martín rumbo a los estudios de la radio LU32 dónde lo estábamos esperando.
No soy un extraño (1983)
Gracias YouTube por existir. Vuelvo una y otra vez sobre dos shows de Charly de los tempranos 80 -el del Luna Park en el 83 y el de Badía & Compañía del 84- cuando publicó Clics Modernos y puso patas para arriba al rock argentino de la época: ¡si hasta se cortó el pelo! El sample con el grito de James Brown, la caja de ritmos omnipresente... Algo que escuché por primera vez, asombrado a mis 13 de incipiente rocker, en un casete que me trajo mi hermano para mostrarme “el nuevo de Charly” que ni siquiera había salido todavía (privilegios de la prensa musical de la época). Aquello era pura algarabía neoyorquina: lo supe mucho tiempo después mientras caminaba una mañana fría y soleada por Gramercy Park, Manhattan, y recordé que ese era uno de sus lugares en el mundo.
Y en el medio del tiroteo de hits de aquel disco, la gravedad intrínseca del piano de “Los Dinosaurios” y la palabra “desaparecer” repetida una y otra vez hasta entender por la tragedia que habíamos pasado -muchos de nosotros- sin darnos cuenta.
Vuelvo a esos shows porque son… La perfección: la banda (los G.I.T., Fabiana, Fito por ahí atrás sacudiendo la melena enrulada, Melingo de pantalones cortos) y él, desatados. Con las canciones que marcaron el inicio de un tiempo especial para el país y nuestras vidas. Éramos libres y recién nos estábamos dando cuenta. Fue mi primer año de colegio secundario y después del 30 de octubre, dejamos el blazer, la camisa y la corbata para siempre. Todo sucedió al ritmo de Clics Modernos, que inicialmente iba a llamarse “Nuevas trapos”. Vaya coincidencia.
Cerca de la revolución (1984)
Viajé de Olavarría a Retiro escuchando “Rockas Vivas” de Zas y “Born in the USA” de Springsteen en un walkman que me prestó mi compañera Delfina de tercero de la Escuela Normal. Vine a ver el Festival Rock and Pop, el primer gran festival que -radio mediante- tuvo marca y lugar en la todavía optimista Buenos Aires de la primavera alfonsinista. Fue un fin de semana a pleno en la cancha de Vélez. De pronto, Luca Prodan pasó por al lado mío. Vi punks de crestas y camperas de cuero por primera vez en mi vida porque tocaba Nina Hagen. Vi a Miguel Abuelo cantar con un hilo de sangre surcándole la mejilla por un monedazo intolerante. También me deslumbró Virus y ese hombrecito flaco que parecía una miniatura de David Bowie, llamado Federico Moura (pocos saben de la coincidencia, pero este sábado 23 también es su cumpleaños 70). Vi a Soda Stéreo en todo su esplendor inicial. Sumo dio vuelta mi cabeza como nadie y sería para siempre.
Pero lo que vi en la noche del domingo, ya madrugada de lunes, no tiene comparación alguna con espectáculo de rock alguno que haya visto. Llovía, se tuvo que parar la programación que él cerraba. Pasaron un par de horas, el campo de juego -sin protección alguna, una locura propia de la inexperiencia de la época- se convirtió en un lodazal y Charly no aparecía… Impaciencia. En un momento, cuando paró la tormenta, salió a escena y sin micrófono, con lenguaje de señas, intentó calmar a las fieras. Mientras tanto, la pagaron unos pobres españoles llamados Hombres G (tenían un hit, “Lobo-hombre en París”) quienes fueron echados del escenario con un llamativo deporte: lanzamiento de bolas de barro.
Finalmente, tipo 11 de la noche, salió Charly. Guau. Estaba en absoluto estado de rock, por la espera, porque era la época de su mayor locura creativa y porque tenía las canciones de Piano Bar para mostrar, con esa tremenda banda que lo acompañaba. Fueron dos horas de una increíble performance que jamás volví a ver en él -y lo vi muchas veces. Quedan en la memoria las imágenes de “color” de un show caótico, radical, extremo: el guitarrazo que le propinó a un camarógrafo que se interpuso en su camino, el micrófono inalámbrico que arrojó a la multitud antes de irse. Fue una descarga eléctrica brutal de rock. Todavía me estremece el recuerdo.
Chipi Chipi (1994)
Charly teñido de rubio salió en la tapa de Clarín. Solo por eso. Así de gigante era el impacto que causaba en abril del mismo año que habría de deparar, a mediados de junio, el drama nacional de las piernas cortadas de Maradona. Estaba por sacar un nuevo disco, “La hija de la lágrima”, un punto alto de sus años más locos. Para mi flamante condición de ciudadano porteño recién adquirida, fue todo una sensación verlo en un atestado hall central del Teatro San Martín, tocar esas nuevas canciones que jugaban con la idea de una “ópera rock” -un anhelo suyo desde los tiempos de Sui Generis nunca concretado, pero eso es lo de menos.
Ya vivía en la misma ciudad e incluso fantaseaba con la concreta posibilidad de cruzarlo por la calle. Había pasado por Coronel Díaz y Santa Fe (todo el mundo sabe que Charly vive ahí, ¿de quién más lo sabemos tan cabalmente?) y había elevado la vista hacia ese balcón del quinto piso. Esta historia continuará en el próximo capítulo-canción. Pero volvamos a 1994. Apelo a Google para saber exactamente que fue en agosto. Fue la presentación de “La hija de la lágrima” en una serie de 10 recitales programados en el Teatro Ópera, con gran despliegue escenográfico y nuestro héroe, una vez más, en estado de rock. Circulan mil anécdotas de aquellas noches caóticas.
Por mi parte recuerdo los ojos llorosos de Zoca, su mujer brasileña de más de una década, y de su hermana Josi, en el hall del Ópera, frente al evidente descontrol que seguramente sufrían de cerca. Vi varios shows de esa serie, privilegios de flamante cronista rockero de un diario de circulación nacional. Sobre el escenario, la situación viraba de dramática (“va a morir en escena”, llegué a pensar en una función aciaga en la que casi no pudo cantar) a gloriosa, otra noche en la que remató la faena junto a Juanse subidos a las butacas de la primeras filas tocando “La sal no sala”. Y el azúcar no endulza, agrego: una figura -digamos- poética para referir a la cocaína, cuyo ingente consumo era vox populi. No hacía falta ser muy perspicaz para darse cuenta.
Tu vicio (2002)
En diciembre de 1999, como editor del suplemento joven de un diario (el que le contestaba al más establecido “Sí” de Clarín) llevé adelante junto a un equipo de queridos colegas, una encuesta para elegir “el artista de la década” con los votos de un centenar de músicos de varias generaciones del rock argentino. Era fin de año pero más que nada fin de siglo y se hablaba del temido efecto Y2K. En esos últimos días del año tuvimos los resultados: compartían la cima Charly García y Gustavo Cerati, nada menos. En medio de la vorágine de todos los diciembres pero potenciada por el traspaso de siglo, se me ocurrió que el final feliz era producir y lograr una entrevista conjunta. No recuerdo específicamente los detalles de las gestiones, pero habrán bastado un par de llamados telefónicos, la buena voluntad de sus respectivos agentes de prensa y por supuesto, la aprobación de las estrellas en cuestión.
Así que finalmente, en la cálida noche del martes 21 diciembre de 1999 en el famoso departamento de Coronel Díaz y Santa Fe, pudimos generar el encuentro, la producción fotográfica -a cargo de mi querida amiga y talento Nora Lezano, muy cercana a los dos lo cuál facilitaba todo- y la entrevista. Por cierto, Charly seguía en estado de rock y las paredes de su bonito departamento mostraban las huellas del reciente concepto “Say no more” que había inaugurado por ese tiempo y que habría de acompañarlo unos cuantos años más. Grafitis, brazaletes y todo ese circo.
Fue un atardecer agitado. Cerati llegó un rato después de la hora pactada porque primero pasó por la disquería Rock and Freud de enfrente para comprarle un regalo a su famoso amigo. Le trajo dos discos, creo que uno era de Massive Attack y el otro de Moby (“Play”, todo un boom de la época). Charly agradeció pero acto seguido, arrojó uno de los cds contra una pared. Nada anormal. Conservo aquel diálogo en un casete que creo tener guardado por ahí y que no está ni rotulado, por tanto no sé cómo encontrarlo si no es escuchándolo (y no tengo aparato reproductor de este hoy, obsoleto formato). Por suerte hay registro de la entrevista en el archivo digital del diario y también, pasados los años, en varias fanpages de Facebook e Instagram. Volví a leerla y a ver las fotos, parece mentira que estuve ahí.
Casi no pregunté, así que no hubo entrevista entendida como tal. Prendí el grabador y ahí salieron a relucir dos mentes brillantes para un intercambio de chistes, muletillas, juegos de palabras y cosas por el estilo. Escribí para la bajada de aquella nota que salió publicada el jueves 23, en vísperas de Nochebuena. “Hasta ahora, un par de shows compartidos hace varios años, el fallido disco Tango 3, la canción “Pasajera en trance” y unas fotos simbólicas de fin de algo los había reunido. Esta vez, la excusa fue su victoria en el rubro clave de la encuesta 1999 del “No”. A partir de ahí, un diálogo imperdible sobre River, Racing, Catupecu Machu, Burt Bacharach, Menem, Ringo Starr, las mejores canciones de cada uno y la promesa de un proyecto conjunto. Y... Es todo, que no es poco. Felices Fiestas, amigos”.
La foto que aquí se puede ver es la única que conservo de entrevista alguna que haya hecho en más de un cuarto de siglo. La tomó Nora al momento de comenzar una especie de segunda parte del diálogo, en el cuarto de Charly. Tengo una pequeña copia en papel que, hasta hace unos días nomás, estaba perdida dentro de un libro. En Twitter hace unas semanas, un compañero de redacción de aquellos años recordó la producción. Pensé que tenía que encontrar esas fotos. Mis hijos Felipe y Lucía prometieron buscarla porque “papi, esa foto es oro en polvo” (me dijo Lu). Finalmente, Feli la encontró.
Ahí estamos los tres, tirados en la cama, sonrientes. Yo me veo joven, con una camisa que había pertenecido a mi abuelo Víctor y un grabador negro en la mano. Ellos iluminan el recuerdo: “cuando Gustavo parecía eterno y Charly efímero”, me dijo una amiga al verla. Pensé en las vueltas de la vida y todo este tiempo transcurrido.
Gustavo ya no está entre nosotros. Y Charly, nada efímero, cumple 70 años y todo el país se prepara para festejarlo. Cantemos.
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