Los grandes sonidos, o Phon, que es su título original, es mi cuarta novela, sexto trabajo literario, y el que más aprecio. Probablemente repita esto acerca de cada libro más reciente, pero se podría decir que este está tejido con material que guardo desde los principios de mi adultez, una época de mi vida que pasé en Rusia.
Sin embargo, la razón inmediata de escribir esta novela fue la intención traviesa de vengarme del lector. En trabajos anteriores me había dado cuenta de que la gente espera cada vez más algo a descifrar, consideran que las novelas deberían ser acertijos encriptados a ser resueltos en la última página con una sola pista. Y para ser sincera, me parece que muchos de los libros que se publican hoy en día están escritos con ese formato para satisfacer esa necesidad.
Los grandes sonidos es un homenaje a los enigmas que tienen derecho a existir sin necesidad de ser resueltos. Durante decenas de miles de años, el hombre ha vivido rodeado de enigmas, de misterios que atribuyó a entidades superiores, de historias que trascendieron porque se transmitían de boca en boca, en lugar de ser impresas. Y cada vez que se repetían, quien las contaba les agregaba algo de sí mismo dándoles algún giro. Entonces por un lado las personas encontraban tranquilidad en el hecho de que no hiciera falta saberlo todo, y por otro lado se asignaban un rol en la historia, al reproducirla de una forma apenas distinta a como la habían escuchado.
El personaje principal de la novela es una zoóloga que vive en un bosque en Rusia con su marido, que es bastante mayor que ella, también científico, y está luchando contra la pérdida de la memoria y contra el gran temor que le produce que, a menudo, el cielo sobre su casa recibe la visita de un sonido descomunal e inexplicable. Las autoridades de la zona los han olvidado, todos los vecinos se han ido, y en esta soledad ella se hunde en sus recuerdos. Hay algo que no cierra, de a poco empezamos a dudar acerca de si es confiable como narradora, y además dice que hay un año de su vida que prefiere olvidar.
Hoy en día el saber se ha vuelto muy hermético. Vivimos en un mundo de referencias, buscamos “los hechos” en internet y con eso cerramos la historia, punto, nada que agregar. El personaje principal de Los grandes sonidos es una científica, pero por sucesos traumáticos que vivió en el pasado, la única forma que tiene de tolerar su vida es soñando versiones propias acerca de lo que le ha ocurrido. Las personas suelen hablar de sus sueños referidos al futuro, como algo que aún está por suceder; sin embargo, los personajes de este libro se la pasan soñando su pasado y construyendo versiones con las que pueden lidiar. Rusia, con su turbulenta historia, es por supuesto un escenario perfecto para esto. Existen pocos países donde las versiones de la historia hayan sido tan modificadas como en este. Hay un chiste que suelen hacer que dice: “¿por qué preocuparse por el futuro, si en este país no se sabe qué pasado tendremos el día de mañana?”. Lo escuché cuando vivía ahí, en los noventa, en el momento en que los rusos tuvieron que despedirse de la única gran versión del pasado que tenían permitida, y buscaban una nueva versión desesperadamente.
Finalmente, el personaje principal encuentra alivio a través de una figura divina omnisciente en la forma de un mamut lanudo que toma de su propio campo de estudio, la paleontología. Así, encuentra consuelo en una deidad que los humanos hemos abolido, erradicado.
Para mí no hay nada más perturbador que el supuesto de que cualquier información está a un clic de distancia. Estos tiempos exigen que seamos jactanciosos. Las personas quieren frases destacables, aseveraciones que puedan reproducir en las redes sociales. Lo enigmático, intuitivo y asociativo no se acepta. No se tolera que los políticos tengan dudas –lo cual es una exigencia imposible de cumplir que desde ya conduce a equivocaciones–, pero hasta de los artistas se espera que sean concisos y claros. Y muchos acatan, mal que me pese.
Por supuesto que no dejo a los lectores a su suerte: el libro provee una trama lógica y completa, pero espero que eso no sea lo único que ofrece. Prefiero el tipo de arte que persiste, que genera estados de ánimo, que requiere masticarse. Muchas veces me olvido de las tramas de libros y películas, pero los climas que generan perduran en mí, así sean incómodos o agradables. Tiene que haber un tono que me vuelva a absorber inmediatamente apenas lo recuerdo, como esos sueños que no son fáciles de relatar pero tienen una sustancia inolvidable que permanece debajo de la piel todo el día, aunque no se pueda explicar por qué.
Apuntar a lograr esto implica que no puedo escribir un libro de forma veloz, montada sobre las alas de una trama. Pero a la vez es la condición que lo hace posible, porque como me lleva tres años escribir un libro de estas características, me aburriría horrores si siguiera un formato estricto o si solo relatara inquietudes autobiográficas.
Y es un placer ignorar dogmas como kill your darlings [un consejo de escritura que se atribuye a Faulkner y que significa ‘descarta tus partes preferidas’]. Puedes dejar tus partes preferidas siempre y cuando encajen dentro de ese ritmo cautivante que hace a la historia, dentro del ritmo de la respiración de aquello que es omnisciente y que permanece por encima de la trama.
Como el título lo indica, la audición juega un papel destacado en este libro. De todos los sentidos, la audición es el que más lugar le deja a la reflexión, es el sentido que impulsa la imaginación. Desafortunadamente, cuando mejor funciona es cuando los otros sentidos se mantienen perfil bajo. Hace falta un silencio profundo. Eso no es fácil de conseguir en este mundo visual, pero yo lo encontré mientras escribía el libro, y espero que el público lector también lo encuentre y pueda disfrutarlo.
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