Elena Poniatowska, la escritora y periodista cuya obra cosecha reconocimientos que trascienden la frontera de México —país al que llegó desde Francia con 10 años y al que hoy con 89 sigue eligiendo como propio—, es una de las voces más potentes y vivaces de la narrativa latinoamericana, una mujer que confiesa haber tenido “el privilegio de entrar a ver la enorme biblioteca de Alfonso Reyes o ver a Diego Rivera moverse frente a su caballete” y que celebra ahora “las muchísimas puertas que las mujeres ya no abren a trancazos” gracias a la acción de los feminismos, según dice en una entrevista a horas de su participación en el festival literario Filba.
La dama de las letras se dispone a ser entrevistada, una vez más en su extensa trayectoria, como si la cita fuese una oportunidad para potenciar su curiosidad y reencontrarse con sus propias vivencias a lo largo de décadas dedicadas a la escritura. El encuentro se pacta para las 12 horas de México y a esa hora aparece Hélène Elizabeth Louise Amélie Paula Dolores Poniatowska Amor (París, 1932) frente a la pantalla de su computadora con su pelo blanco prolijamente peinado, aros pequeños y sus labios apenas pintados de rosa.
De esa larguísima serie de nombres quedó Elena, el mismo de su abuela materna y una de sus tías más queridas, pero a ellas las nombraban de otra manera, “con nicknames, como dicen los gringos”. En cambio a la autora de La noche de Tlatelolco y La piel del cielo la conocemos con ese nombre que -—confiesa— le gusta, aunque considera que no le queda del todo bien porque es “muy chaparra, pequeña” y no da “la idea de la Helena de Troya”.
A horas de que se estrene en el Filba la charla con su amiga y colega Margo Glantz, la ganadora del Premio Cervantes 2013 se dispone a una conversación desde uno de los cuartos de su casa. “Estoy en un cuartito atrás de mi casa pero cerré las cortinas porque si no da un reflejo enorme. Aquí tengo las fotos de mis hijos y de un niño que siempre me ha acompañado, es un niño pobrísimo que está viendo una boda de ricos. Es su expresión la que siempre me ha acompañado. Nunca lo había pensado pero esa foto es mi padrenuestro, mi dios te salve maría, es mi credo”, describe la escritora tras mirar hacia arriba de su pantalla y encontrarse con esa imagen colgada en la pared.
En estos días, Poniatowska está trabajando en la continuación de El amante polaco, una novela cuya primera parte se publicó en 2019 y generó repercusiones que trascendieron el terreno de la ficción, ya que en una entrevista en el diario Excelsior contó que el personaje de “El maestro”, cuyo nombre no está en la novela, estaba inspirado en el escritor Juan José Arreola, fallecido en 2001. En ese reportaje dio a conocer que había sido abusada sexualmente por el autor y que su hijo mayor, Emmanuel, fue producto de ese episodio.
Esta nueva edición ya está entregada a la editorial Planeta y está previsto que salga “en breve”. Sin embargo ese no es el único proyecto de escritura de la autora de obras que potencian el testimonio para contar las injusticias, los silencios y las luchas de una época como Lilus Kikus, Las soldaderas o Hasta no verte Jesús, ya que el periodismo sigue siendo un oficio cotidiano y lo ejerce semanalmente en el diario La Jornada.
—¿Cómo la está tratando esta etapa de la pandemia?
—No muy bien porque pienso en los niños encerrados, en la falta de escuela, en lo personal mi vida es de encierro, siempre estuve en mi casa frente a una computadora escribiendo o leyendo, incluso tengo un parquecito, un jardín frente a mi casa en el que no hay un alma, entonces puedo salir a caminar.
—¿Tiene alguna rutina de escritura, de trabajo?
—Lo único que hago es escribir y lo interrumpo para tomarme una regadera, lavarme los dientes, comer, hablar de vez en cuando por teléfono y ver a mis 10 nietos.
—¿Cómo imagina la conversación con Margo Glantz que mantendrán en el marco de Filba?
—Ella hablará mucho y yo poquito. A ella le gusta hablar, además es maestra, tiene años al frente de una clase y yo soy una señora que pregunta y pregunta.
—¿Se define más como periodista que como escritora?
—No, me defino como escritora pero como me inicié muy joven en el periodismo, siempre es mi oficio en primer lugar. Sin embargo, el mismo año que se publicó mi primera entrevista, se publicó una novela que inició una colección que se llamó “Los presentes” y ahí se publicó Lilus Kikus.
—En su obra hay una gran potencia del testimonio. ¿Reconoce esa avidez por el testimonio como algo que viene del oficio de periodista?
—La verdad es que me interesa mucho más explorar la manera de ser de los demás y sus vidas que la propia. Puedo escribir sobre mis estados de alma, como lo hacen muchos, pero yo llegué a los 10 años a México y mi afán por conocer tanto a mi país y a sus habitantes me llevó a hacer siempre muchísimas preguntas.
—¿Cómo vio en este tiempo de pandemia el ejercicio del periodismo?
—Para una señora de 89 años como yo es difícil que haya un cambio enorme, lo único que no hice es bailar o caminar sobre una cuerda floja pero todo lo demás siguió más o menos igual. Además tengo el privilegio de vivir en una de las plazas más bonitas de México, que es Chimalistac, una plaza empedrada que tiene una iglesia pequeña dedicada a San Sebastián. La gente de mi edad sigue necesitando que llegue el periódico, tomarlo como un objeto, olerlo. Creo que el periodismo escrito e impreso está cada vez más amenazado. No así los libros, toda la vida se dijo que no iban resistir y lo han hecho. La gente sigue prefiriendo un libro a leer en la pantalla. El libro es un objeto querido, lo toma uno entre las manos, le toma las páginas, tiene un marcador para guardar donde quedó la lectura. Nunca he buscado tanto una imagen en la pantalla como un libro que se me haya perdido.
—En su discurso al recibir el premio Cervantes decía que se enorgullecía de “caminar al lado de los ilusos, los destartalados, los candorosos”. ¿Cómo es ese caminar hoy?
—Ese caminar, relacionado con el Quijote, con Sancho Panza, es porque creo que la literatura es cada vez menos el encierro con uno mismo. En México no puedo pensar en ningún escritor que no viaje, que no se comunique con los demás. Octavio Paz salía a cada rato en universidades en Inglaterra, Estados Unidos; Carlos Fuentes vivió en París, en Londres; Mario Vargas Llosa viene a México frecuentemente o va a su país, Perú. Creo que los escritores tienen alas. Fuentes, por ejemplo, decía que prefería vivir con su mujer en París o en Londres porque en México no podía trabajar, escribir, porque lo invitaban a dar conferencias, a inauguraciones. En México se acostumbra mucho el desayuno que comienza a las 8 de la mañana y termina a la 1 de la tarde. Entonces decidió vivir en un lugar donde estaba solo con su mujer. Octavio Paz también se sentía muy requerido. Eran estrellas muy accesibles, resultaba muy difícil rechazar invitaciones a escuelas que decían “solo un ratito” y ese ratito podía ser toda la tarde.
—Siempre ha intervenido en la escena pública, no solo con su obra. Leía que por su apoyo al presidente Andrés Manuel López Obrador recibió amenazas.
—Sí, salí mucho, lo acompañé, desde que llegó al poder salvo una vez no lo volví a ver. Me llamaban de noche, me decían “vieja estúpida”: en lo que más insistían era en la vejez, es un odio tremendo a la vejez, al pelo blanco. Por lo menos los que llamaban por teléfono. Ahora hace bastante que no sucede y además cambié mi teléfono.
—¿Hay alguna de sus entrevistas que recuerde especialmente y que haya cambiado su forma de trabajo como periodista?
—Al principio podía preguntar cualquier cosa porque no sabía casi nada de Diego Rivera, Alfonso Reyes u Octavio Paz. Me acuerdo que a Rivera no sabía qué preguntarle. Además en mi casa estaba proscripto porque pintó a mi tía Pita Amor -escritora y poeta mexicana- desnuda. Me acompañó mi mamá pero me esperó en el coche porque lo detestaba, decía que había desvestido a la tía Pita, yo creo que ella se desvistió sola. Fue una entrevista corta porque estaba preocupada por hacerla esperar a mi madre. En general siempre tuve mucha suerte. Decían que Juan Rulfo no decía ni una palabra y conmigo habló porque tenía la ventaja de ser muy joven, de no estar maleada, de no llegar con una cámara. Creo que mis preguntas sorprendían por ingenuas. A Diego Rivera, por ejemplo, le pregunté “oiga ¿y sus dientes son de leche?” y me dijo “sí, sí y con éstos me como a polaquitas preguntonas”. Todo era un “a ver a esta niña bien, católica”, qué diablos iba a ir a preguntarle a un señor tan importante. Había tal diferencia entre un periodista avezado y una que salía de un colegio de monjas y que apenas empezaba que llamaba la atención por las barbaridades que podía preguntar.
—¿Una escena con preponderancia de escritores varones, no?
—México era muy machista y muy irónico de cualquier mujer que quisiera sobresalir. Por eso hubo una mujer, una actriz de cine como María Félix que se destacó y andaba por la vida repeliendo a quienes la agredían y a gente como muy torpe que quería elogiarla y lo hacía muy mal. Aguantó mucha insolencia. Creo que las mujeres que querían hacer algo eran muy atacadas, había un notable rechazo ante ellas. Fue muy difícil.
—¿Cómo ve el escenario actual con el crecimiento de los feminismos?
—Ha cambiado mucho, pertenezco a un periódico de izquierda que se llama La Jornada y está dirigido por una mujer, Carmen Lira, hace ya no sé cuantos años. Hay otros periódicos anteriores como El día que lo dirigió otra mujer: Socorro Díaz. Está muchísimo más abierto el campo para las mujeres: a cargo de Cultura está Alejandra Frausto, antes también ocupó ese cargo otra mujer. Hay muchísimas puertas que las mujeres ya no las abren a trancazos.
—¿Eso también lo ve en la literatura?
—Sí, claro. En México hay escritoras buscadas, esperadas. Después de mi generación y la de Margo está Ángeles Mastretta que tiene una revista y un grupo que camina a su lado o Carmen Boullosa, quien pasa parte de su vida en Nueva York. Hay un grupo de escritoras muy reconocidas y admiradas con un público lector muy sólido.
—¿Cómo es su vínculo con las nuevas generaciones de escritores y escritoras?
—Tengo muy buena relación con los más jóvenes pero la tengo como periodista porque los entrevisto, los admiro, los llamo, ellos me llaman. Esa relación existe más conmigo que con otras escritoras de mi edad. Hay un vínculo de cariño y de apoyo. Generalmente recibo sus libros con una dedicatoria muy cariñosa, de hermana mayor, de mamá o de abuelita pero me convocan a leerlas y me siento muy acompañada. Se lo debo al periodismo porque saben que siempre estoy dispuesta a ir a conferencias, a presentaciones, a entrevistarlos y apoyarlos.
—¿En este momento está publicando una nota semanal?
—Sí, una entrevista todos los domingos. Esta semana, por ejemplo, le hago una a un muchacho muy joven, Alex Reyes, que creo que tiene apenas 20 años y publica su primer libro.
—¿Cree que hay algún secreto, alguna clave a la hora de hacer una entrevista?
—Creo que hacer una entrevista sin curiosidad, sin ganas, sin un poco de simpatía hacia el entrevistado, se nota y lo siente el entrevistado, que contesta sin ganas. Por eso me duele la situación de los reporteros porque se precipitan sobre un personaje con su libreta en mano y hacen la entrevista pero nada más para conseguir la noticia. Si después al personaje lo matan, pues lo mataron. Me gusta la entrevista donde vas a la casa, te fijas cómo es, cómo son los muebles, la atmósfera, la muchacha que te ofrece el té, el café, lo que sea. Es un privilegio poder entrar a ver la enorme biblioteca de Alfonso Reyes o ver a Diego Rivera moverse frente a su caballete y decirme lo que me quería decir. También a María Félix que caminaba muy bonito, implicaba un show especial para mí. Son privilegios inmensos. Siempre me gustó muchísimo ir a las casas, al estudio, que me abriera la puerta la muchacha, la que tenía delantal, la que no o la esposa que se asomaba a cada rato a ver qué estaba sucediendo, pues todas esas cosas han sido un enriquecimiento enorme.
—Hace unos años dio a conocer lo sucedido con Arreola, ¿qué balance hace hoy pasado el tiempo de esa situación?
—Lo único que puedo decir es que tengo un hijo maravilloso que es científico, físico, tiene un doctorado en Estados Unidos, otro en París. Es una maravilla tener un hijo de ese calibre y esa estatura.
Fuente: Télam
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