El escritor estadounidense Jonathan Franzen, autor de una obra que ha sido leída como incisiva radiografía del tiempo en que vivimos, presentó hoy en conferencia de prensa con medios de América Latina su nuevo libro Encrucijadas, que saldrá a la venta en noviembre próximo, una novela situada en los años 70 donde explora la religión a partir de un clan familiar y que proyecta como la primera entrega de una trilogía que busca recorrer “la relación entre la época religiosa y las mitologías actuales” en un arco temporal de 50 años; “el tiempo que mi memoria puede recordar”, dijo.
”Mi objetivo principal no es representar nada sino contar una buena historia y para mí, como novelista, eso implica personajes grandes, complejos. Gravito hacia las estructuras familiares porque ahí está el calor, la energía, ahí yo puedo llegar al corazón de cada personaje. Tengo una creencia casi mística en que todo el mundo se refleja en cada uno de nosotros, y si describís totalmente a una persona en un lugar y momento determinado, el mundo quedará reflejado en las creencias de ese personaje, como si el mundo se reflejara en una pequeña gotita de agua”, sostuvo el escritor durante una charla por Zoom.
Sentado frente a una cocina donde se podía ver la mesada y las ollas colgadas –una postal, por cierto, atípica para el universo literario de las figuras internacionales–, Jonathan Franzen (Western Springs, Illinois, 1959) compartió algunas reflexiones sobre la literatura, la religión y sobre su desencantada mirada sobre la vida social y la posibilidad de transformación. Autor de las novelas Pureza, Las correcciones y Libertad, el escritor integró en los 90 la lista de Granta como uno de los novelistas jóvenes de Estados Unidos más destacados. Y desde ese joven escritor al adulto de ahora, su mirada fue cambiando, por lo que “preocuparse por el propósito de una novela es algo de juventud, cuando creía que podía cambiar el mundo”, respondió cuando se le preguntó cuál fue el motor de esta nueva historia que a nuestro país llegará el 1 de noviembre de la mano de la editorial Salamandra. Ahora, en todo caso, lo le que basta y sobra es que sea entretenida.
A diferencia de la política, el arte indaga en “ver cómo son las cosas, no cómo deberían ser”. Y quizá por eso lo que espera como escritor es la condensación de su propio disfrute cuando escribe –“ese estado en el que vivo”– y el placer de los otros cuando leen sus libros. “Creo que el propósito de la novela es dar placer al lector, que el lector piense que ha vivido una experiencia después de leer el libro”, consideró. ”Con mis libros no pretendo enseñar nada, simplemente intento contar una historia que atraiga, ese es mi objetivo primario, un objetivo amoral. Y en eso el fracaso es muchísimo más interesante que el éxito, porque si la gente no cometiera errores, los novelistas se quedarían sin trabajo. Los errores son hilarantes: cuando las personas cometen errores, aterrizan fuera de su zona de confort. Cualquier persona que se equivoque encontrará un lugar en los libros que yo escribo”, invita Franzen.
Sobre Encrucijadas
Situada a principios de la década del 70, Encrucijadas tiene como núcleo al religioso clan Hildebrandt, una familia cuyos miembros persiguen la libertad individual, siempre en tensión con la amenaza de que algún otro se la coarte. Integran esta familia el pastor Russ Hildebrandt, su esposa, Marion, quien lleva una vida secreta, y los cuatros hijos del matrimonio: Clem, el mayor que viene a casa de la universidad infundido de un moralismo extremo; Becky, hasta entonces la reina de su clase en el instituto que vira hacia lo contracultural; el brillante Perry, que de vendedor de droga se propone convertirse en una mejor persona; y el más chiquito, Jay, intenta abrirse camino entre la incertidumbre y el asombro.
Uno de los desafíos que se propuso al escribir esta obra fue narrar casi toda la acción en un solo día: el 23 de diciembre de 1971, día para el que en Chicago se anuncia una gran nevada. “Era algo que siempre me había tentado y que no sé si volveré a hacer”, señaló sobre el ejercicio creativo que dedicó a este texto de 580 páginas en su versión en inglés, y al consideró el más realista de sus libros, porque “no hay nada de conspiraciones descabelladas, nada de terremotos, nada de nuevas tecnologías, nada de famosos, nada de herencias de mil millones”.
En realidad, la idea de esta novela fue que se había dado cuenta de que “nunca había escrito sobre la religión”, a pesar de no ser creyente, y por eso pensó en un trilogía que fuera capaz de recorrer un arco de tiempo considerable para reconocer las diferencias y similitudes a lo largo de las décadas, como “cuando la gente iba a la iglesia todos los domingos (allí en los 70) a una época en la que yo no iba ni la mitad”, una realidad que el autor, hoy de 61 años, puede encontrar con sólo bucear en su propia memoria. ”Yo no tengo interés alguno en ser sociólogo de sillón que piensa lo que ha ocurrido en la cultura de Estados Unidos en los últimos 50 años, pero sí es cierto que algo ocurrió, específicamente con la religión.... Hemos perdido la mitad de los creyentes, la mitad liberal de los cristianos, y he visto dónde acabaron estas energías: en el medio ambiente, en la justicia social”, señaló Franzen, al tiempo que agregó su interés en trabajar “la relación entre la época previa, que era religiosa, y las mitologías actuales, que no son religiosas”, como los discursos antivacunas o falsos ecologistas.
Franzen ya había escrito sobre familias, matrimonios e hijos. Incluso hay quienes lo llaman “novelista de familia”, título que él prefiere no usar porque la familia, en su caso, funciona más como instrumento para narrar otras cuestiones que como eje narrativo en sí mismo. Pero con este nuevo libro agregó un elemento nuevo a su obra: la religión. “Yo no fui a colegio religioso, pero sí asistí a lo que se llamaba la escuela del domingo para niños pequeños. Y cuando llegué a séptimo me uní a los jóvenes y entré de lleno en ese mundo que no tenía nada que ver con mi vida familiar, porque mucho chicos venían de hogares con problemas”. Y si bien era “una estructura cristiana anticuada”, para Franzen “fue una experiencia muy potente”.
En esta radiografía que se inicia en los 70, identifica que “los 60 dieron pie a una contracultura que ya había adoptado un giro inevitable y se alejaba de la transformación social para la transformación individual. Pasó a centrarse más en el yo. En el grupo en el que estaba se hablaba del crecimiento personal; crecer como personas era la idea, y el hecho de que hubiera mucha música, drogas, eso no fue casual sino que era parte esencial de la experiencia personal”.
Consultado por las mitologías contemporáneas, Franzen encuentra la respuesta simplemente “mirando a nuestro alrededor”. “Yo miro a Estados Unidos y veo a muchas personas que creen que las vacunas son más peligrosas que el coronavirus, veo un tercio de la población que cree que Trump ganó las elecciones, luego esas mitologías sobre estas personas de Hollywood que hacen ritos satánicos y abusan de niños. Veo esta creencia de que si todos condujéramos coches eléctricos podríamos salvar al planeta, otra creencia que no se basa en los hechos. ¿Cómo se relaciona esto con el mundo que se deteriora? La gente está asustada, sufre tensiones económicas y psicológicas, y cuando las personas están así buscan teorías que las tranquilicen. Esto le ha pasado a la religión”, entiende.
Y agrega: “La gente sabe que lo que tenemos hoy en día, esta civilización, este planeta, no es sostenible: degradación medioambiental generalizada, degradación política que no contiene esa degradación medioambiental. La gente tiene miedo de que nos inunden los refugiados del Sur, y cuando las personas tienen miedo, no piensan de un modo racional. Yo he perdido la fe en el progreso y en el poder de la razón y en que la razón hace al mundo mejor”, se lamentó. Con resignación, o realismo, Franzen se refiere a que, a diferencia de “los reformistas, los activistas, que piensan que los seres humanos pueden mejorar, mis pies están muy enraizados en una literatura que no cree que la gente cambie. La situación parece que mejora pero vuelve a empeorar. La historia nos hace trampas todo el tiempo, te hace creer que hay progreso y luego vuelven los genocidios en el siglo XX. ¿Si hubiera un verdadero progreso no hubieras aprendido la lección de que el fascismo es malo? Ese mal y ese bien es materia para la literatura. Yo creo que nunca he tenido una verdadera fe en que nuestra especie mejore, pero fui joven una época, y pensé que el mundo podía cambiar... Mientras tanto leía en la grande literatura que era probable que el mundo no vaya a cambiar. Me contradijeron mis lecturas literarias”.
Consultado sobre cómo toma las acusaciones de misógino por algunos personajes de sus obras, Franzen respondió: “Supongo que las personas que me hacen esas críticas no saben leer ficción o quizá no les gusta la ficción. Si uno rechaza la ficción como algo políticamente sospechado por lo que dice un personaje y dice ‘Franzen es un misógino’, es una afirmación tan estúpida que lo único que puedo hacer es reírme de ella”, respondió.
Fuente: Télam
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