“Al entrar en las librerías tenía la impresión de imperaba una tendencia a la uniformidad”. Corrían los años noventa y Valeria Bergalli tenía poco más de treinta. Había nacido en Argentina, vivido en Italia, Alemania y a fines de los ochenta se había instalado en Cataluña. Formada como antropóloga cultural y traductora, las librerías le resultaban pequeños hogares diseminados por todo el mundo. O como dijo alguna vez Jerry Seinfeld, “una de las pocas evidencias que tenemos en la actualidad de que la gente sigue pensando”. Pero entraba a las librerías españolas y las quería sacudir, alterar, darle un nuevo orden. “Estaban los grandes grupos por un lado y las editoriales medianas, ya muy asentadas, por el otro. La pugna por la hegemonía se daba, sobre todo, en el campo del mainstream. No abundaban las propuestas con un perfil singular, arriesgado. Y eso en un momento que parecía reclamar propuestas editoriales que hicieran el esfuerzo de ofrecer pistas con las que orientarse en un mundo cada vez más complejo y que cambiaba a un ritmo vertiginoso”, cuenta en diálogo con Infobae Cultura quien al poco tiempo, precisamente en 1999, creó la editorial Minúscula y hoy, mirando el panorama con el diario de 2021, formó parte de un gran amanecer de editoriales independientes.
“La alteración de esa uniformidad —continúa— se produjo de la mano de una ruptura que me atrevo a denominar «respetuosa»; es decir, el puñado de editoriales que surgieron entonces, entre ellas la nuestra, no buscaron colocarse en el campo que ocupaban los sellos hegemónicos o los que pretendían serlo, sino que se insertaron en los resquicios que abría la pugna que todos ellos mantenían por la hegemonía. En nuestro caso, por ejemplo, intentamos explorar campos de la narrativa entonces no tan transitados y organizamos nuestro catálogo de una forma poco habitual para la época (véanse los criterios que subyacen a nuestras colecciones). Además, nuestros libros intentaban distinguirse de los de otros también desde el punto de vista físico (véase, por ejemplo, el formato de los volúmenes y el bitono de las cubiertas originales). Una aclaración: «resquicios» no es lo mismo que «márgenes», puesto que nunca quisimos ser una editorial «marginal», sino distinta, singular. Prueba de ello, creo, es que pese a nuestro tamaño y a nuestros escasos recursos, siempre optamos por ser ambiciosos, tanto por lo que respecta a la calidad de nuestros autores y publicaciones como a nuestros objetivos en relación con la distribución y la exportación de nuestros libros”.
Ambición, de eso se trataba. Luego de un año de trabajo minucioso, una mañana de octubre del 2000 un puñado de libros desembarcó en algunas librerías de Barcelona. Los primeros dos títulos fueron Las ciudades blancas del austríaco Joseph Roth y Verde agua de la italiana Marisa Madieri. Así fue que Minúscula “nació con el objetivo de dar a conocer libros que nosotros hemos leído con pasión y curiosidad intelectual. En ese entonces era muy inusual que una editorial de estructura mínima, como era y, en realidad, sigue siendo la nuestra, tuviese un proyecto editorial ambicioso y a largo plazo. Ahora, como es sabido, es mucho más frecuente”. Con un rumbo definido y con la certeza que editar libros no era una especie de hobby, el sello siguió publicando, engordando su catálogo, sumando lectores, volviéndose una referencia. “Nos esforzamos por presentar las obras en ediciones cuidadas, con traducciones de calidad y un diseño elegante. Partimos de la idea que una editorial es un punto de vista sobre la literatura y el mundo y que, por lo tanto, el editor o editora, al configurar el catálogo, articula ese punto de vista. Me atrevo a decir que en nuestro catálogo se refleja un especial interés por escritores que, en épocas decisivas, descifraron con gran sensibilidad el signo de los tiempos”, sostiene Bergalli.
Por su mente pasan Varlam Shalámov, Victor Klemperer, Hans Keilson, Rachel Bespaloff, Annemarie Schwarzenbach, Anna Maria Ortese, Joseph Roth. “Pienso también en Paula Porroni (Buena alumna), Gonzalo Maier (Material rodante, El libro de los bolsillos, Otra novelita rusa, Leer y dormir) o Aleksandra Lun (Los palimpsestos) para hablar de los más jóvenes, porque nuestro reto para los próximos años es reconocer también a los autores que lo hacen en la actualidad”, agrega. Minúscula posee seis colecciones: Paisajes narrados, Alexanderplatz, Con vuelta de hoja, Tour de force, Micra y Microclimes. Las primeras cinco en castellano; la última en catalán. “El criterio de discriminación no es el género literario: en ellas conviven la narrativa, el ensayo, la autobiografía, etc. Los límites de las colecciones no los fija el género al que pertenecen los textos, de distintas épocas y procedencias, los fija la mirada de quien edita. No es una mirada arbitraria: lo que buscamos es que sean obras que puedan entrar en diálogo entre ellas. Me gusta pensar que construir un catálogo no significa añadir un libro a otro libro, sino crear una conversación, ora armoniosa, ora complicada, a lo largo del tiempo”.
Por estos días Minúscula llega a las librerías argentinas. Es una idea que Valeria Bergalli trae consigo desde que nació la editorial. “La importación de nuestros libros ha ido pasando por distintas fases, hasta el presente en que hemos empezado a imprimir en suelo argentino. Empezamos a hacerlo muy poco antes de la pandemia, así que hasta ahora no tenía demasiado sentido anunciarlo, pero ya llevamos siete, pronto serán ocho, títulos impresos in situ. Estoy muy contenta. Yo nací en Buenos Aires y, aunque viví pocos años en el país, la vinculación con su historia es muy fuerte. Gracias a mi padre, que era porteño, de chica nunca dejé de leer a autores argentinos. Más tarde, ya por mi cuenta, seguí haciéndolo por la extraordinaria calidad de muchos de esos autores, pero también porque algunos de los momentos más duros que vivió mi familia, incluida yo, tienen que ver con las vicisitudes de este país. Así que siempre he tenido la voluntad de entender. A eso hay que sumarle mi convicción de que los lectores argentinos son especialmente curiosos, abiertos a propuestas como la nuestra, que invita a conocer territorios literarios no tan transitados”, cuenta. ¿Y qué hay en el catálogo de Minúscula? “Textos que buscan descifrar el signo de los tiempos”, responde.
Pasaron más de veinte años desde que el sello nació. El mundo parece ser otro. Pero “ya estaba todo ahí, aunque de forma menos pronunciada”, dice Bergalli. “La concentración, la llamada sobreproducción, el intento por extraer el máximo de beneficios de un sector que, tradicionalmente, siempre ha dado muy pocos, todo eso ya estaba. Han cambiado los actores, los grandes ahora son incluso más grandes, son plataformas globales y con un poder inmenso. Por el otro lado, es indudable que ha habido una diversificación de la oferta editorial en el terreno literario y que esta ha llegado de la mano de muchas editoriales pequeñas. Y esa diversificación no sería la que es sin la existencia de una red de librerías que comparten esas inquietudes, esa sensibilidad”. Por eso continúa apostando a la literatura, construyendo un catálogo, su catálogo, formado por “autores singulares, cuya obra no se inscribe en una corriente determinada, escritores que han abierto territorios nuevos desde su condición de excéntricos”. Desde la edición independiente, en los resquicios del mercado del libro, afirma que no, que la literatura “no morirá nunca”, porque “por un lado ya está todo hecho: Dante, Emily Dickinson, Kafka…, ya escribieron, ahí están. Y, por el otro, porque no me parece que haya otra manera de intentar salir del laberinto”.
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