En literatura, cree Lynne Tillman, apostar a lo seguro es paradójicamente peligroso. Agradar a los editores, a la crítica, al mercado, por ejemplo. “Cuando escribes, un gran riesgo es imaginar que uno tiene algo que proteger”, argumentó en una entrevista para The Believer. “No me interesa la seguridad”.
Quizá el hecho de haber sido joven en la Nueva York de los setenta y los ochenta —al igual que Fran Lebowitz, sólo que Tillman se llevaba bien con Andy Warhol— influyó en esa perspectiva suya sobre la posibilidad de que escribir sea un arte. O acaso fue que nació en un hogar donde la biblioteca de sus hermanas mayores parecía llena de historias de gente buena, gente valiosa: alguien tendría que escribir sobre los demás, pensó cuando aprendió a leer y se soñó un futuro.
“Así que déjenme decir esto nomás: quería ser escritora desde los ocho años. Que, en efecto, escriba cuentos y novelas y ensayos, y que los publique, todavía me asombra”, escribió en una mini autobiografía cuando salió Men And Apparitions —su sexta novela, su libro número 15— en 2018. Allí contó también que enseña escritura en la Universidad de Albany y en The New School y que le parecía de lo más razonable vivir con el bajista David Hofstra “dado que el tiempo y el ritmo son extremadamente importantes para mi escritura”.
También esa ironía, como se aprecia en la primera traducción al castellano (y al castellano del Río de la Plata, hecha por la poeta Teresa Arijón) de Tillman: Las realidades de Madame Realismo. Y también la inteligencia que la caracteriza, “un pensamiento rápido que se desliza ágilmente entre historias, culturas, artistas, amigos, amantes, situaciones, lo que sea”, como sintetizó Andrew Durbin en el posfacio.
En su aversión por la seguridad en literatura, la escritora ha cuestionado una de las certezas más básicas: que la ficción y el ensayo no se mezclan. Con curiosidad y descaro, Madame Realismo exploró cómo se combinan, se rompen mutuamente, crean otra cosa.
El libro reúne los cuentos que protagoniza ese personaje, una crítica de arte (su nombre pelea con Sir Realismo, surrealismo) que recorrió galerías y museos desde antes de que Ronald Reagan llegara a la Casa Blanca hasta comienzos del siglo XXI. Incluye además otros relatos del personaje Paige Turner y seis comentarios, entre otros, sobre los artistas Cindy Sherman y David Wojnarowicz.
Muchos de estos textos salieron como columnas en Art in America a finales de los ochenta; otros, en The Madame Realismo Complex. “Crítica como ficción, ficción como crítica: Tillman invierte las dos cosas o, antes bien, borra sus diferencias, improvisa un nuevo género, o un complejo de géneros, una nueva manera de mirar el arte y el mundo, su mundo, tu mundo”, agregó Durbin. Una lente, comparó, que la autora “puso a disposición de aquellos de nosotros que disfrutamos de pensar rápido”.
En 2013 las calles del sur de Manhattan y las inmediaciones de Brooklyn aparecieron cubiertas de carteles que decían “¿Qué haría Lynne Tillman?”. Las letras blancas, enormes, sobre el fondo celeste, captaban la atención de la gente, que subió imágenes y videos del poster a Twitter e Instagram; casi nadie advirtió, escrito en tipografía pequeña, en un rincón, la frase “Suscríbete a Dear Dave”, la revista de Stephen Frailey, titular del departamento de fotografía de la Escuela de Artes Visuales de Nueva York.
Tillman tomó prestada la pregunta para titular un libro de ensayos que recibió elogios de Lebowitz, Jonathan Safran Foer y Jonathan Lethem, entre otros de sus admiradores habituales. Ordenado caprichosamente de la A a la Z recorre las vidas y las obras de Warhol, Paul y Jane Bowles, Edith Wharton, Gertrude Stein y los Rolling Stones, junto con entrevistas a artistas como Etel Adnan, Peter Dreher o la escritora Paula Fox.
Su estilo, escribió Colm Tóibín en el prólogo, “intenta registrar la imposibilidad de decir mucho pero insiste en el derecho de decir algo”. Detalló:
Lo esencial es la voz en sí misma, sus maneras de saber y desconocer. Una observación, un dato pelado, un recuerdo, algo que observó, alguien a quien encontró, una broma, algo irónico, una provocación, algo juguetón. Esto no es, como en Beckett, una manera de invitar a los presentes a la ceremonia oscura y solitaria del ser. A Tillman le basta con poner estas cosas en la página, y sostener y manejar sus tonos, simplemente porque existen en el mundo.
¿Y entonces? ¿Qué hizo Lynne Tillman?
Tillman estudió pintura, literatura e historia en Hunter College y, dado que quería aprender más, se inscribió en el doctorado de sociología que ofrecía la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY). Leyó a Max Weber y a Michel Foucault, a Sigmund Freud y a Clifford Geertz. Esa mezcla rara da solidez a su personajes cuando hacen una digresión y se ponen a hablar sobre televisión, política de actualidad, antropología u homicidio.
“Freud comparaba el trabajo del psicoanalista con el del arqueólogo”, anotó, por ejemplo, en Las realidades de Madame Realismo. “En Estudios sobre la histeria escribió que el procedimiento del análisis consistía en ‘la remoción del material patógeno estrato por estrato, que de buen grado solíamos comparar con la técnica de exhumación de una ciudad enterrada’. Freud quería sacar a la luz el pasado, quería desenterrar los tormentos y exhibirlos para hacerlos desaparecer o para que perdieran su poder”.
El cuento, que describe el antiguo parque de diversiones de Coney Island, termina con el testamento de Marilyn Monroe; lo que sucede es que los personajes de Tillman, tanto los ficticios como los existentes, se pierden en sus pensamientos, y dan vueltas, y al cabo de un rato regresan. Laura Kipnis escribió sobre ella en The New York Review of Books: “Todas esas digresiones aleatorias me vuelven loca, y sin embargo quiero imitarlas”.
Tillman lo explicó a The Believer: “Aprendí a escribir leyendo. No tomé clases de escritura. Leer es parte de mi manera de pensar como escritora, pero también quiero dotar así a mis personajes, quienes también leen y piensan. Está esa gran cita de Virginia Woolf, tan sencilla: ‘Los libros se continúan unos a otros’. Creo que cuando eres un escritor también eres, ojalá, un lector, y llevas esas otras obras a la tuya”.
Sus novelas son Haunted Houses (1987), Motion Sickness (1991), Cast in Doubt (1992), No Lease on Life (1998), American Genius, A Comedy (2006) y Men and Apparitions (2018); sus cuentos están reunidos en Absence Makes the Heart (1990), The Madame Realism Complex (1992), This Is Not It (2002), Someday This Will Be Funny (2011) y The Complete Madame Realism and Other Stories (2016); sus ensayos son The Velvet Years: Warhol’s Factory 1965-1967 (1995), The Broad Picture (1997), Bookstore: The Life and Times of Jeannette Watson and Books & Co. (1999) y What Would Lynne Tillman Do? (2014).
Madame Realismo
La mezcla de ficción y no ficción surgió de otra manera. Cuando comenzó sus columnas sobre arte sentía dudas sobre expresar sus opiniones y solidificar una especie de unidad de medida, esclerosar esas opiniones; la intervención de un personaje le permitió distanciarse un poco de sus ideas, confrontarlas y tomar más riesgos. Así, el hecho de que Madame Realismo no sea ella sino una criatura inventada la alivió, según la elogió The Nation:
En general se espera que los críticos publiquen una vez que han terminado de pensar, y que el ensayo completo sea una sentencia o un examen para que el lector considere o responda. En la ficción, en general se espera que los personajes presente su interioridad mientras sucede, que muestren qué pensamientos construyen a la persona que estamos leyendo. Tillman no tiene que elegir con Madame Realismo. Lo que ella se plantee, en el momento en que lo piensa, es lo más importante.
Por ejemplo, en el artículo que recurrió a la serie Dinastía para comentar la muestra Casas solariegas de Gran Bretaña, 500 años de mecenazgo privado y coleccionismo de arte que se expuso en la National Gallery en Washington en 1985. “La pintura muestra a Sir Henry Tichborne y su familia a punto de repartir pan entre los pobres de la aldea”, escribió sobre una obra de Gillis van Tilbogh. “Seguramente el cuadro fue pintado para mostrar la importancia de esa acaudalada familia, pero al menos muestra que los pobres existen, pensó Madame Realismo, y eso es mucho más de lo que puede decirse de los Estados Unidos que pinta Ronald Reagan”.
Cuando ella lee a Natalia Ginzburg, o a Virginia Woolf o a Henry James —dijo a Granta— siente que el fluir de la conciencia de sus personajes es lo que hace que sus novelas le resulten atractivas. Después de todo, recordó Tillman, “los significados proliferan a partir de las imágenes o las palabras; los seres humanos somos máquinas de interpretar”.
Y Madame Realismo lo hace a toda velocidad, incluso le alcanza para cubrir lo que observa con el rabillo del ojo, lo que escucha al pasar: “Una joven madre le enseña a su hijo a compartir sus juguetes, los juguetes que de verdad le importan. El chico aprende que hay cosas a las que puede llamar propias. Las fronteras se conquistan en la batalla”. Son “las burbujas de pensamiento” que sobrevuelan constantemente su cabeza.
“Por otra parte”, dice, y antes de completar su comentario observa entre paréntesis “uno tiene tantas partes en estos días”; o escribe “Madame Realismo pensó en Dinastía e imaginó que Isabel I bien podría haber sido la paranoica Alexis y Bess of Hardwick la confiada Krystle”, y asustada por esa burbuja “miró a su alrededor con expresión culpable, preguntándose si algún otro espectador haría comparaciones tan plebeyas como las suyas”.
De los inmigrantes a la epidemia de sida
Los 24 textos que componen el libro recorren, sin proponérselo, las tres décadas a lo largo de las cuales fueron escritos, también en lo social y lo político: sucede la epidemia de sida, cambian los presidentes en los Estados Unidos.
Uno de los comentarios de Madame Realismo, su visita al Museo Nacional de la Inmigración, en Ellis Island, se detiene a pensar cómo las épocas generan sus distintas narrativas. Su epígrafe, de Primo Levi, parece querer participar de las guerras culturales de hoy: “En términos generales, hay que sospechar del error que consiste en juzgar épocas y lugares lejanos con la medida prevaleciente en el hoy y el ahora: un error tanto más difícil de evitar cuanto mayor sea la distancia en el espacio y en el tiempo”.
“El museo de los estadounidenses pluriverbales” cuenta la visita a las instalaciones, remodeladas a un costo de USD 157 millones en 1990. Pero también recuerda la primera visita de Madame Realismo a Ellis Island, en 1979:
En aquel momento había recorrido un edificio cavernoso, casi vacío, muy deteriorado. Las paredes estaban agrietadas, la pintura descascarada. Algunos de los bancos donde se sentaban los inmigrantes todavía seguían ahí, como reminiscencias de una escenografía de Las sillas de Ionesco. Un espacio surrealista y a la vez gótico.
La sala donde se realizaba la inspección médica era particularmente escalofriante, estaba muy sucia. El instrumental, que tenía un aspecto maléfico, reposaba sobre unas mesas de madera cubierto de polvo. Una cámara del horror, pensó Madame Realismo.
En cambio, la sección renovada tiene un gran mapa de los Estados Unidos con luces que se encienden según la participación del público: a un costado, distintos botones corresponden a los distintos orígenes de los inmigrantes. “Si uno apretaba el botón que correspondía a ‘Polacos’, por ejemplo, el mapa se iluminaba y aparecía la cantidad de polaco-estadounidenses que actualmente residían en cada estado. Un grupo de escolares no iraquíes apretó el botón de Irak: un efecto colateral de la Guerra del Golfo”.
Era un punto alto de la muestra, dado que el 42% de los estadounidenses tenía por entonces un familiar consanguíneo que había pasado por Ellis Island: “Se escuchaban oooohs y aaahs cuando la gente veía los números, ya fueran estos grandes o pequeños. Madame Realismo podría haber pasado el día entero allí“, siguió Tillman. “Cuando las personas pulsan ‘su’ botón, ¿qué intentan averiguar?”
Los “Tesoros de la tierra natal” (trajes, adornos, utensilios que los inmigrantes habían traído consigo, sospechosamente “en excelente estado”) convivían con informes sobre cómo el Servicio de Inmigración y Naturalización negaba asilo político a personas infectadas con HIV en plena epidemia y con cifras un poco maquilladas sobre la “Migración forzada. El tráfico de esclavos en el Atlántico”, como se llamaba una muestra adyacente.
El efecto del feminismo sobre los hombres
La nueva novela de Tillman, Men and Apparitions, que se publicó en inglés en 2018, le llevó más de una década pero acaso se demoró lo justo para que su tema central, el género, resultara de interés a un público más amplio. Cuenta la historia de Zeke, un antropólogo cultural de 38 años que estudia los álbumes familiares de fotos, las narrativas que una familia se da a sí misma y lo que se omite por inenarrable: lo que él llama el “contrato familiar”. Cuando encuentra un álbum tirado a la basura, queda impactado.
Todo ese trabajo de preservación, toda esa construcción cuidadosa de la imagen del grupo, toda la omisión de las vergüenzas, las tragedias y los secretos, para nada: terminó descartado. Y algo de eso le resuena sobre su propia masculinidad.
“Creo que los escritores no han tomado realmente esta idea del efecto que el movimiento de las mujeres ha tenido sobre los hombres”, contó Tillman a AnOther Mag. “Y creo que ha sido enorme, y en una manera curiosa puede haber sido más enorme aún que sobre las mujeres”. La idea se le ocurrió observando a la gente de veintitantos años, entre los que había ya hijos de feministas. “Vi cambios; no digo que no haya algunos neandertales por ahí, pero me interesó mucho que mis amigos más jóvenes, gays o héteros, tenían ideas muy diferentes y les costaba encontrar cómo hacer estos cambios y cómo afrontar su sexualidad”.
Y para que Zeke pudiera trabajar en su ensayo sobre cómo son los hombres en el mundo cambiado por el feminismo, Tillman hizo un trabajo de campo real: una encuesta a unos 40 hombres, cuyas respuestas se citan en la novela junto con las meditaciones del protagonista, que son pequeños ensayos sobre la fotografía, la intimidad, la desaparición de las imágenes impresas en papel, la masculinidad.
“Creo que el movimiento contra la conformidad de género es muy, muy importante, y surge de lo que el feminismo y el movimiento de mujeres ha instalado”, agregó en la entrevista. “La gente tiene miedo de cambiar. Entiendo la resistencia, porque las personas creen que se aferran a algo. Pero creo que la historia está del lado de la comunidad trans porque es parte de una ola surgida del feminismo que desafía el significado del cuerpo, qué es un cuerpo, y que se suponga que debes actuar y lucir de cierta manera porque estás en este cuerpo. Es un gran desafío a la idea de que el cuerpo es la base de todo”.
Sorpresas
La selección del libro traducido por el sello argentino Ripio es amplia, con cuentos en otros registros —hay amor, hay sueños, hay historia— y los textos finales, en particular los que están dedicados a los artistas Sherman y Wojnarowicz muestran la habilidad de Tillman como crítica cultural, que en otros libros ha escrito sobre John Lennon con la misma soltura que sobre el juez de la Corte Suprema Clarence Thomas, sobre O.J. Simpson y John Waters, sobre Marvin Gaye y Bill Clinton, sobre Bernie Madoff y Spike Jonze.
“En estas historias, sus personajes, como Madame Realismo, siguen la trama hacia donde los lleva (la trama los inventa, en realidad): hacia pinturas y museos y personas —personas raras, personas fuera de lo común— y hacia las eras pasadas que dieron paso y forma a nuestra era, a nuestros sentimientos oceánicos, a nuestros ‘acontecimientos contemporáneos’”, concluyó el posfacio de Durbin.
“Si no hay sorpresas para el escritor, no habrá sorpresas para el lector”, parafraseó Tillman a Mary McCarthy en The Paris Review. “Realmente creo que eso es así. A medida que escribes vas descubriendo cosas. Claro que escribir así es algo muy difícil de hacer”.
El resultado —describió The Nation— son “oraciones ligeras y circulares, que poseen la cualidad de sonar simples en la cabeza y luego derivan, con cada pensamiento, hacia la complejidad”. Un ejemplo de Las realidades de Madame Realismo: “Del arte que imita a la vida a la vida que imita al arte. Y todo para llegar a esto: el arte que imitaba al arte y la vida que imitaba a la vida”. Como lo opuesto a avanzar sobre las líneas de un thriller, las de Tillman requieren detenerse.
“Escribir es una relación hermosa, difícil, con lo que sabes y con lo que no sabes, con lo que has vivido y con lo que no has vivido, con la gramática, con la sintaxis, con las palabras, en primer lugar, y con las ideas, y con todo lo que ya ha sido escrito”, explicó, con elegancia. Entonces The Believer le preguntó por los detalles concretos:
—¿Cómo es su proceso de escritura?
—Terrible —le contestó Tillman, muerta de risa—. Terrible.
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