El increíble sabio ruso Pavel Florenski fue un escritor y filósofo experto en estética, matemático y científico de comienzos del siglo XX, que murió fusilado en un gulag por el régimen stalinista. Era, además, religioso ortodoxo; es famoso por sus estudios sobre los iconos. También por sus análisis estéticos y por sus originales teorías en múltiples campos. En sus ideas se mezclan con maravillosa sintonía los enfoques vanguardistas del arte ruso de comienzos del XX con la estética de las imágenes de la época bizantina y medieval, la crítica al racionalismo de los pensadores modernos con la espiritualidad de los místicos del mundo antiguo.
Al comienzo de sus reflexiones teóricas, Florenski describió lo que llamó el tiempo invertido de los sueños. Este gran autor tenía una penetración intuitiva profunda. Se detuvo a pensar en el llamado fenómeno de la sinestesia, una percepción que se produce durante el sueño en la cual una impresión proveniente del mundo real es integrada en el sueño dentro de una historia o escena imaginada.
En las sinestesias que se producen mientras soñamos incorporamos una percepción dentro de una cadena de elementos soñados, de modo que el cerebro parece ir hacia atrás en el tiempo o actuar antes de tiempo. Si, por ejemplo, estamos oyendo el despertador mientras dormimos, integramos ese sonido dentro de la trama del sueño y a menudo lo alteramos o hacemos interactuar con elementos imaginados.
Pero esto ocurre a una velocidad tal que la escena o historia soñada parece previa a la percepción que en realidad la causa. ¿Cómo es posible tal cosa? ¿Puede la mente ser así de rápida? ¿O quizás se trata de que, como pensaba Florenski, la estructura de lo real puede organizarse de un modo que no sea lineal hacia el futuro?
A partir de la sinestesia en el sueño, Florenski enunció su teoría. Según el genial ruso, es posible conformar una visión de la realidad en la que no sigamos una estructura que vaya del pasado al futuro, sino en la que cuanto ocurre es simplemente la huella de lo que sucede en el presente. A este tiempo que resuena, todo unido, en el presente, lo llamó el tiempo invertido. Para Florenski, el tiempo invertido es la maravillosa y metafísica realidad total del presente.
El tiempo invertido en la realidad
Desde ahí, el autor explora la idea de que es posible conformar una visión de la realidad en la que no sigamos una estructura causal lineal que nos conduce a un futuro desconocido, sino en la que la línea de desarrollo parta del absoluto y maravilloso presente en que se genera, y donde el futuro no sea incierto, sino que también esté unido armoniosamente al presente. En su teoría, la realidad no es racional, ni lógica, ni lineal, sino simbólica, metafísica, mágica, como lo es el mundo de los sueños.
Florenski llevó muy lejos sus conclusiones: mostró cómo esta estructura que se reúne en el presente y en el aquí y ahora de quien vive está bien representada en la perspectiva inversa de los iconos ortodoxos. Dedicó estudios profundos al modo en que los artistas de estos iconos representan la realidad.
En los tiempos antiguos, los pintores desdeñaban la perspectiva lineal y las reglas que una visión lógica, causal y perspectivística crean de cuanto vivimos. Florenski pensaba que los errores de perspectiva o proporción de los iconos antiguos estaban hechos a propósito. En los iconos más curiosos, efectivamente el punto de fuga de la perspectiva también está invertido, como el tiempo en los sueños: el foco no está en un punto del horizonte lejano, sino que las líneas del cuadro nos llevan al mismo lugar del observador.
Florenski analizó cómo los grandes artistas espirituales de todos los tiempos rompían la linealidad, lógica y corrección de la perspectiva clásica y sus reglas para generar los efectos adecuados de alusión a la dimensión simbólica de la realidad.
Nos han llegado ejemplos de cuadros de maestros ortodoxos griegos o rusos en los que el espacio o las figuras no responden a una organización lógica ni a una mirada “objetiva” y ajena, sino al contrario: las escenas y las figuras nos envuelven y nos interpelan. Los cuadros nos meten dentro de su tiempo. No somos ajenos a cuanto nos representan.
El estilo racional
Pero Florenski se dio cuenta de que esos modos de crear fueron en la historia del arte rápidamente desplazados por otros estilos de conocer y observar: los que provienen del universo racional y científico, en los que se miran o experimentan las cosas desde una idea ajena y se organiza siempre el pensamiento en una cadena lineal. Cuando se impone, dice Florenski, el mundo kantiano, en el que el sujeto se convierte en un ser pensante y distante, perdemos la capacidad de experimentar la naturaleza hondamente simbólica de la realidad.
En esta dimensión simbólica, la realidad aparece como un lenguaje, como un universo de formas que derivan todas hacia una confluencia esencial: el presente, la experiencia de ser. Cuando se instaura el pensamiento racionalista y lógico, muchas de las experiencias del mundo real se nos hacen insensibles.
Para el autor, la pérdida de otras formas de sentir el tiempo como la simbólica nos impide experimentar a fondo lo real y su naturaleza onírica, en la que todos los elementos están unidos de manera misteriosa.
Cuando nos fijamos detenidamente, comprobamos que Florenski tiene razón: es posible experimentar el tiempo invertido de los sueños en vigilia. Si pensamos en la realidad como en un gran sueño, podemos ver que efectivamente todo lo que contiene está relacionado entre sí, y es un lenguaje que resuena profundamente. En ella, el pasado, el presente y el futuro se pertenecen uno a otro.
Para todo esto, el sujeto tiene que dejar de ser la mente extraída de lo real y sumergirse en su trama de causas continuas e inversas. Es necesario abandonar la razón lineal, o la fútil ambición de causar con el pensamiento o con la acción la realidad en un solitario efecto. No hay nada que no esté implicado en el mágico tiempo invertido.
Lo real es una asombrosa interacción de tiempos que nos lleva a la simbólica densidad del ahora, en la que, una vez entramos a vibrar, podemos descubrir más y más caminos de desarrollo tejidos en su telar, que solamente veremos cuando reconozcamos los hilos de su simbólica urdimbre.
Originalmente publicado en The Conversation.
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