En la búsqueda de libros de no ficción que tengan calidad literaria y atraigan a un público heterogéneo nació Vinilo, el nuevo sello independiente dirigido por Joana D’Alessio, quien apostó al escritor Mauro Libertella para editar “Sencillos”, una colección de libros pequeños que acercan la lectura a la experiencia breve pero intensa de escuchar y tararear una canción y que debutó con cuatro títulos en el stand 180 de la última Feria de Editores.
Vinilo, que será distribuido por Big Sur, está llegando a las librerías del país este mes con el lanzamiento de Negro casi azul, de Paula Mariasch y Cómo falsificar una sombra de Matías Serra Bradford. En noviembre, publicarán Padres e hijos del chileno Roberto Merino y “Parte de la felicidad”, el primer libro de Dolores Gil.
“Nos interesa la no ficción creativa. Pueden ser textos autobiográficos, que funcionan como una novelita, o libros más ensayísticos, pero que se leen con fluidez. Me gusta detectar historias, voces o relatos que pueden impactar e interesar”, cuenta D’Alessio sobre el recorte al que apunta el sello.
D’Alessio estudió cine, produjo varios largometrajes y en 2018 fundó Ralenti, su primer proyecto editorial, de literatura infantil y juvenil. Cuando sondea en sus gustos como lectora, logra condensar aún más la búsqueda que hay detrás de Vinilo: “Un libro lindo, corto y terrible es mi libro ideal”.
Una vez que estuvo claro el rumbo, los diseñadores Max Rompo y Pippa trabajaron para crear el “objeto libro”. “Son lindos y pequeños, queremos que el lector los vea y los quiera tocar, leer, subrayar, recomendar y regalar. Max Rompo es una pieza clave del proyecto: yo quería que se sintiera fuertemente la ‘sensación de colección’ y que fueran muy atractivos. Max voló lejísimos y me volvió loca con cada idea, boceto o propuesta. Siempre todo era mucho más de lo que yo imaginaba”, dice sobre cómo nacieron estos primeros ejemplares de fondo negro y letras flúo, que entran en una mano y parecieran pedir estar todos juntos en un rincón de la biblioteca.
Vinilo nació en 2019 y no fue únicamente a fuerza de entusiasmo y de amor por los libros que D’Alessio decidió apostar a un proyecto editorial en plena crisis económica. Ralenti, la editorial infantil que dirige junto a Violeta Noetinguer, funcionó muy bien durante la pandemia, pasaron de un catálogo de 3 libros a otro de 21. Por aquellos días, también se sumó a un taller de no ficción con Leila Guerriero, un espacio que cree que funcionó como una pista de despegue: “Escribí mucho, me hice amigos, leí, estuve conectada con la literatura de una forma muy vital; era como un contrapeso al horror de la vida que teníamos. La respuesta a la crisis para mí era que si yo podía hacer algo, tenía que hacer algo. Y esto era lo que yo podía hacer: libros”.
Esas dos experiencias vitales (la material del éxito de los libros de Ralenti y la espiritual de encontrar refugio en los libros) tiñeron su mirada sobre el rol que la literatura podía jugar en el tiempo que se abriera después de la pandemia . “A veces me decía, sola en mi casa, esto es un delirio, ¿por qué no lo dejo ir? Pero no podía y entonces empezaron a pasar cosas buenas”, recuerda sobre el arranque.
Nicolás Schuff, un autor de Ralenti, la contactó con el escritor y periodista cultural Mauro Libertella, autor de libros como Mi libro enterrado o El invierno de mi generación y, tras una primera reunión, el proyecto ganó velocidad. “Trabajamos bastante a la par, fluye. Ambos traemos materiales, nos metemos en los words a editar, debatimos ideas de libros, de colecciones, de estrategias, de diseño. Él ha sido muy generoso con el proyecto: tiene experiencia, calidez y vela por la calidad literaria de nuestros libros. Yo estoy más atenta a las cuestiones comerciales, contratos, distribución”, cuenta sobre cómo dividieron las tareas.
Para Libertella, a cargo de la colección “Sencillos”, el trabajo “es, por supuesto, literario”: “Ayudar, en la medida de nuestras capacidades, a que el texto brille”. Suma, además, un componente emocional: “A un autor que empieza hay que acompañarlo, darle tranquilidad y confianza, decirle, aunque no haya garantías, que todo va a estar bien”.
En cuanto a lo puramente literario, Libertella asimila el trabajo con la dinámica de un taller literario: se trata de ‘reparar’ la obra, detectando los puntos más endebles e inventando sobre la marcha soluciones (no hay soluciones prefijadas, no existen), pero haciendo un esfuerzo por mantener el tono y las particularidades del autor, incluso en sus tics, en sus manías, hasta en sus imperfecciones”.
En verdad, y solo por una de esas casualidades y cruces que solo habilitan los libros, D’Alessio había pensado en Libertella antes de que se sumara al proyecto porque Mi libro enterrado, que él escribió sobre la muerte de su padre, le parecía la referencia más perfecta de esos Sencillos para leer “de una sentada”. “Tengo un recuerdo súper nítido de cuando lo leí, sentada en una silla, de un tirón de principio a fin. Entonces, cuando empecé a desarrollar la idea y a hablar con posibles autores lo ponía de ejemplo”.
Libertella cuenta que hubo dinámicas bastante distintas en la edición de cada uno de los primeros cuatro títulos. “Y supongo que esa es una lección a futuro; cada libro es un mundo, si se me permite el lugar común”, propone. “Con Dolores Gil trabajamos sobre un aspecto muy macro, puramente estructural, que tenía que ver con si al libro le convenía estar escrito en primera o en segunda persona”, repasa. Con Paula Mariasch, en cambio, el trabajo fue mucho más microscópico. Leyeron frase por frase tres o cuatro veces y rearmaron con ella la estructura dos o tres veces. “Como si abriéramos un juguete para ver cómo funcionan sus engranajes, hasta que quedó ensamblado de una manera que a todos nos pareció la más potente. Fue muy interesante, nos fuimos a vivir a ese libro por un tiempo y en un momento no queríamos salir”, recuerda sobre el proceso. El libro de Roberto Merino existía en la edición chilena y se propusieron “vinilizarlo”: le sacaron unos seis o siete textos para que fuera un libro pequeño, de lectura instantánea. Cómo falsificar una sombra, de Matías Serra Bradford tuvo una génesis muy distinta al resto. “Se nos ocurrió que ese libro, que aún no estaba en la cabeza de su autor, o quizás solo estaba en algún pasillo remoto de su inconsciente, tenía que existir, como en una revelación. Juntamos textos que fuimos encontrando en internet y armamos una especie de librito artesanal, en realidad un archivo de Word, pero ya tenía la vibración de un librito y se lo mandamos”, cuenta Libertella sobre esa “atribución” que se tomaron y que encendió el proceso de la edición. “Para él debe haber sido raro: que de pronto te llegue a tu casilla de mail un libro tuyo que escribiste pero no escribiste. Le gustó, su entusiasmo fue instantáneo, y ahí ya todo quedó en sus manos: sacó y agregó textos, reordenó, pulió, hizo un prólogo fabuloso”, dice.
Más allá de los procesos particulares que asumieron con cada autor, a D’Alessio la entusiasma que “detrás de cada mini libro hay mucha gente trabajando”: “Vengo del cine, donde el trabajo en equipo es la base de posibilidad total. Las ideas mejoran con más cabezas, así que usó la cabeza de todos los que encuentro por ahí a favor del proyecto editorial”.
Aun cuando sabe que, en última instancia, el libro es del autor y que en la edición se trabaja en el plano de las sugerencias, le gusta invocar la figura del scrum para describir la dinámica de los primeros meses de Vinilo: “La escritura como algo colectivo, algo que le escuché decir a Fabián Casas una vez en su taller, me parece una idea preciosa”.
*Con información de Télam
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