Este es un texto sobre la película The Many Saints of Newark (Los santos de la mafia, en el título elegido para el idioma español), precuela de Los Soprano, serie canónica en la historia de la televisión. Pero antes es necesario contar brevemente la experiencia de “volver” al cine, más de un año y medio después.
Esta situación sucedió en una sala tradicional de la avenida Cabildo, barrio de Belgrano, Ciudad de Buenos Aires. Es una noche de un día de semana y poca gente camina por la calle. Pasan los colectivos por la zona del Metrobús y los ciclistas de las apps de delivery circulan frenéticamente en masa. Pocos autos, poca gente. Cabildo de noche, un día de semana se ve apagada. Los bares ya están cerrados, hay dos jóvenes con sus cosas y los colchones sobre la vereda, viven bajo el techo de otro cine sobre la avenida. Sobreviven carteles de películas ya, digámoslo, viejas. De otro tiempo, mejor dicho. A la pasada el hall se ve oscuro, abandonado. Es una imagen de tristeza urbana (“tristeza de la ciudad”, como la canción de Los Abuelos de la Nada).
La sala que da la peli deseada parece cerrada, como si no hubiera función. No hay gente en la vereda y mucho menos dentro, donde solo se ve a los empleados. La sensación es la de estar llegando demasiado tarde o demasiado temprano, pero no. Faltan cinco minutos para el anunciado inicio de la función. El trámite de la compra de una entrada es rápido. Inevitable comentar con el vendedor las sensaciones del momento. “Abrimos hace una semana… Mucha gente ni sabe que hay cine, algunos pasan y miran desde afuera, pero entra muy poca gente”, comenta el gentil muchacho que ofrece elegir ubicación. “Total, no hay mucha gente…”, dice y sonríe. Ya vendrán tiempos mejores, pensamos a dúo (supongo).
El silencio se nota en el inmenso edificio casi, casi vacío. “¿Esto está sucediendo? ¿Voy a ver la película que me va a contar la historia previa a mi serie favorita de todos los tiempos?” Preguntas que se suceden mientras transcurre el camino hasta el segundo piso. El ritual del cine, guardado en un cuarto trasero de la memoria durante el tiempo de la pandemia y sus atracones de streaming -que incluyó la revisión completa de las seis temporadas de Los Soprano, cómo evitarlo-, revive en un mínimo pero inolvidable instante. Las cortinas que conducen a la sala están cerradas. “¿Habrá función, en serio?”, es la última pregunta que acompaña antes de ingresar. Efectivamente, habrá película.
Suena la música impersonal de los cines y hay dos personas sentadas en las últimas filas, bien arriba. La sala no es muy grande así que la posible sensación de soledad (tres seres humanos en un espacio relativamente grande) se desvanece porque ellos conversan animadamente. Inevitable escucharlas aunque rápidamente el interés se traslada a sacar una foto del cine casi vacío y mandarla al chat familiar. Una excentricidad: “papá se fue solo al cine a ver una de mafiosos que le gusta mucho”, pienso que piensan los adolescentes que se quedaron con mamá en casa. Ingresan dos pibes más.
En un momento, hay una cierta sensación de ahogo, con barbijo puesto y una sala cerrada, con luces apagadas. Es breve por suerte. Está por comenzar la película y el pensamiento viaja hasta 1999, cuando HBO estrenó Los Soprano y, a partir de ahí, cada sábado a la noche se convirtió en un ritual, solo y muy de vez en cuando interrumpido por un partido del equipo de fútbol de toda la vida. Si no, no había plan que se impusiera al momento de ver a Tony, a sus amigos, los almuerzos en Satriale’s y las noches en el Bada Bing, la violencia descontrolada, las italianidades a flor de piel y todo lo demás. Ya está, comienza la película.
Recuerdos de familia
The Many Saints of Newark (2021) es la precuela de la emblemática serie de HBO que se emitió entre 1999 y 2007 y marcó una época en la televisión global. Aunque el film de Alan Taylor -que dirigió unos cuantos capítulos en aquel momento- fue esperado con gran expectativa porque -se supone- muestra la vida del joven Tony Soprano y cómo se convirtió en quien finalmente fue, el film es más una historia familiar que una película que cuenta el origen de algo. Y de alguien. Sin bien es cierto que la figura del joven Tony es importante, casi todo lo que sucede se centra en Dickie Moltisanti (Alessandro Nivola), carismático miembro de la familia en los 60 y “tío preferido” de Tony en su infancia y adolescencia. Dickie es el padre de Christopher Moltisanti (Michael Imperioli), el hombre de la voz en off que inicia el relato. Al respecto, se impone la regla de no spoilear nada: solo contar que el narigón Chrissy es quién da la bienvenida a esta historia.
No es necesario conocer Los Soprano para apreciar esta película. Pero si eso sucede -como puede suponerse de las cinco personas que compartimos función- el ejercicio de complicidad mental es parte del atractivo. Suma. Hay una larga sucesión de referencias, de ida y vuelta, para casi todos los personajes que aparecen y en ningún caso defrauda el juego de los espejos a través del tiempo. Gestos, looks, latiguillos y mohines se ofrecen como guiños para el espectador iniciado en el culto.
Es feroz y brillante, merecidamente una película que amplía y potencia el legado cultural de Los Soprano.
Pero claro, lo que esta precuela exige a su público es sólo esto: la comprensión de que no hay inocencia entre estos poderosos hombres horribles -aunque a veces se hagan querer-, y que muy a menudo cargan con los lastres de sus antepasados. Estas ideas fatalistas ya eran el alma del célebre drama de David Chase, considerada una obra maestra por su audaz abordaje de la historia del mafioso con ataques de pánico, hundido en una espiral de violencia y culpa como parte de una comunidad cerrada. Aquí, en la película de Alan Taylor, los temas del poder y el karma se presentan con ese dolor silencioso que sólo puede venir con el paso del tiempo. The Many Saints of Newark es reconocible al instante y, de algún modo, insustituible para contar esta historia. También es feroz y brillante, merecidamente una película que amplía y potencia el legado cultural de Los Soprano.
“La pregunta principal en la película, como en la serie, es ¿nuestro destino está bloqueado?¿O podemos cambiar quiénes somos? Y ciertamente, para Tony vemos una serie de oportunidades perdidas para tomar un camino diferente”, dijo el director Alan Taylor en la radio pública NPR.
La película se centra en Dickie Moltisanti, algo así como el padre sustituto del joven Tony. Y, en su caso, el relato dice también que ese muchacho que sonríe a media boca, mirando de abajo hacia arriba, podría haberse tomado en serio el fútbol y la universidad. Y haber tenido una vida más allá de los sofocantes confines de una familia criminal de Nueva Jersey. En ese punto, sí resulta bastante imprescindible saber algo de la historia de Los Soprano porque, al fin y al cabo, bien se sabe -entre los iniciados- cómo resultó la realidad.
¿Quién hizo a Tony Soprano? Esa es la pregunta que la película intenta responder a lo largo de dos horas, en el contexto histórico de los agitados fines de los 60 y mucho más agitados (y violentos) inicios de los setenta en Estados Unidos. Entre el rock, las drogas, la guerra de Vietnam y la disputa racial, patentizada en los famosos disturbios de Newark en 1967, con las palabras urgentes del poema de Gil Scott-Heron “Me and the Devil” resonando de fondo.
Todas las referencias
La primera y principal referencia es que Michael Gandolfini -hijo del fallecido protagonista de la serie, James Gandolfini- interpreta el rol del joven Tony Soprano. Nada menos. Él “se empareja con su padre actor de formas que son asombrosas y dramáticamente conmovedoras”, escribió Owe Gleiberman en su reseña de la revista Variety. “como un John Cusack más atrevido, es justo lo que podrías imaginar de Tony Soprano como un delincuente de Nueva Jersey atrapado entre su familia dolorosamente disfuncional y la cultura de la libertad del rock ‘n’ roll “. El futuro jefe del clan es primero un niño algo timidón, luego un adolescente rockero y deportista que ya novia con una adolescente llamada Carmela.
El mundo de Dickie y el joven Tony, de principios de los años 60 y 70, no es del todo diferente al que posteriormente habitó un Tony Soprano plenamente maduro. Los hombres comparten la misma manera despreocupada y jactanciosa de hablar. Siguen romantizando su propia existencia mafiosa a través de la lente de la cultura cinematográfica (en lugar de citar a Al Pacino, ven a Humphrey Bogart y Edward G Robinson en Cayo Largo, de 1948). Las reuniones suceden en la carnicería. Aparecen nombres conocidos de la serie, unidos a rostros más jóvenes: los padres de Tony, Johnny Boy (Jon Bernthal) y Livia (Vera Farmiga, impresionante), el tío Junior (Corey Stoll). Están Paulie, Pussy y el inefable Silvio con sus cuestiones capilares.
La cámara de Taylor acecha estos lugares y la violencia intrínseca que hay en ellos. Conocemos al padre de Dickie, el bruto Aldo “Hollywood Dick” Moltisanti (Ray Liotta, magnífico como siempre), y a su novia italiana (Giuseppina, por Michela De Rossi). El creciente deseo del joven Dickie por su madrastra (¿qué diría la Dra. Melfi, la psicóloga de Tony en la serie, al respecto?) se convierte en el primer hilo desenredado de su vida. Luego viene otro. Y otro más.
The Many Saints of Newark es una historia que transcurre entre dos relatos paralelos. Es la caída de Dickie, vista primero a través desde su perspectiva, y luego de la de Tony. Pero esa es otra historia. El embriagante ritmo de Woke Up This Morning de la banda británica Alabama 3 -la famosa canción de los títulos de apertura de la serie- tiende el puente temporal exacto.
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