¿Cuántas veces se pronunció la frase que afirma que la ciencia y el arte van por caminos separados? ¿Es realmente así? De manera concisa se podría decir que la ciencia es un sistema o una disciplina que intenta comprender el mundo a partir de la acumulación del conocimiento, basándose en hechos fácticos y resultados. Del otro lado se encuentra el arte que, además de expresar la realidad a través de experiencias idiosincrásicas, busca transmitir sentimientos y emociones sin exigir a cambio una comprensión racional de los mismos. Quizás, la utilización de distintos métodos para la difusión del saber, es una de las razones por las que uno podría entender que estos dos campos siempre estuvieron en veredas enfrentadas.
Pero lo cierto es que hace ya varias décadas que estos dos universos se cruzaron para fusionarse y formar un novedoso y discutido género artístico: el bioarte.
Si vamos a la definición propiamente dicha, el bioarte representa un conjunto de prácticas artísticas que se caracterizan por relacionar arte, biología y tecnología pero, es oportuno señalar que, por más que el género hace alusión a un movimiento artístico que se consolidó entre fines del Siglo XX y principios del Siglo XXI, existieron una gran cantidad de artistas que trabajaron en este ámbito mucho antes de que la nomenclatura se consolide.
La relación entre arte, biología y tecnología puede rastrearse a lo largo del Siglo XX -incluso uno de sus precursores fue ni más ni menos que Salvador Dalí-, pero, como afirma el teórico del arte Daniel López del Rincón en su tesis doctoral “Bioarte. Contextualización histórico-artística de las relaciones entre arte, biología y tecnología.”(...) será a partir de los ochenta cuando se inicia con claridad el proceso que llevará, a principio del Siglo XXI a la consolidación de un verdadero movimiento artístico”.
El contexto socio-político que dio a luz al bioarte
Ahora bien ¿Cómo fue que estos dos campos que al parecer siempre estuvieron opuestos, se fusionaron? Por supuesto que no es una simple casualidad sino que estuvo directamente relacionado con distintos avances sociales, técnicos y políticos. Uno de ellos, y quizás el más relevante, fue el avance de la genética -debido a la progresiva superación del tabú de la eugenesia luego de haber dejado atrás las atrocidades genetistas cometidas por el nazismo en la Segunda Guerra Mundial-, y el cambio de paradigma dentro del territorio biológico. Desde comienzos de 1930, para modificar y manipular la vida se debía pasar necesariamente por los cuerpos pero, con el descubrimiento de la biología molecular, pasar por el ámbito físico ya no era una condición necesaria sino que la vida empezó a ser modificable en términos moleculares.
Tampoco es casualidad que en esa misma época, Michel Foucault haya desarrollado sus estudios de biopolítica en la cual el cuerpo humano se convirtió en el objeto de estudio del teórico francés. Por biopolítica se entiende el conjunto de estrategias que administran lo viviente en términos de rendimiento y productividad, desde el diseño de los cuerpos hasta las políticas sanitarias, demográficas y urbanas. Es pertinente tener en cuenta que es el mismo período en que la economía capitalista comienza a tomar más fuerza y necesita aumentar su productividad a través de la población activa.
Así, vemos cómo el cuerpo ocupa otro lugar debido a la aparición de la tecnología y los avances dentro del campo biológico. El cuerpo como entidad biopolítica gobernada desde distintos sistemas de control estatal, desde la medicina y las instituciones que la regulan, la educación o el sistema carcelario.
Otro de los avances se relaciona con la asimilación de la tecnificación de la vida. Desde un punto de vista general se observa el crecimiento exponencial de los parques tecnológicos, la massmediatización de las relaciones sociales, la automatización de los procesos productivos y el apogeo de los medios de comunicación. Y, desde un punto de vista más particular, se contempla la relación entre cuerpo y técnica, a partir de la cual empiezan a ver más intervenciones quirúrgicas, implantes, trasplantes.
Retomando el tema, mencionamos que el bioarte es un movimiento artístico que se caracteriza por manifestarse a través de material biológico que contempla desde embriones, células, ADN, hasta tejidos vivos, partes del cuerpo humano y animales, entre otras cosas.
Esto último resultó realmente innovador para la época, principalmente porque hasta ese entonces, trabajar con materia viva era una cuestión concerniente a los científicos, quienes establecen por lo general, un vínculo más instrumental con ese material. El ejemplo más conocido a nivel mundial es el de “La Coneja Alba” de Eduardo Kac, la cual consistía en una coneja inoculada con el gen EGFP -proteína verde fluorescente-, que iluminada con la luz correcta, resplandecía en un tono verde fosforescente.
Pero en la Argentina, en los últimos 20 años, distintos artistas decidieron incursionar en el campo bioartístico. Uno de ellos fue Joaquín Fargas, fundador del primer laboratorio de bioarte en el país y creador, entre otras obras, de “Robotika”: pieza analizada por las autoras de esta nota en la tesina de grado para la carrera Ciencias de la Comunicación “El bioarte como vanguardia. Un abordaje desde el enfoque de la estética y la política”
“Robotika” consiste en una una instalación y performance que tiene como protagonista a un robot femenino el cual aprende a cuidar bebés a partir de sus conductas y reacciones. Al colocar el bebé en sus brazos, mediante inteligencia artificial, el androide reacciona a partir de las emociones del niño. En función de la información recopilada actúa reconfortando al bebé y adquiere nuevas herramientas y habilidades para contener, preservar e instruir al niño, al mismo tiempo que lo protege del medio que lo rodea. Durante una entrevista con Fargas para el posterior análisis de su obra, explicó que con su creación pretende comunicar “el pensamiento del futuro, cómo nosotros pensamos como seres tecnológicos, cómo nos vamos a relacionar con la tecnología, tanto la biotecnología como con la tecnología de todos los días”.
Gracias a la inteligencia artificial y al reconocimiento facial, “Robotika” identifica al bebé y actúa según las emociones que perciba del infante, para luego cantarle, contarle un cuento, hablarle o incluso mecerlo
Una de las particularidades del bioarte refiere a las diferentes aristas con las cuales los artistas experimentan. Así como “Robotika” pone de manifiesto la pregunta acerca de un posible futuro donde la inteligencia artificial domine, podemos encontrar otras obras que cuestionan temáticas muy distintas. Por ejemplo, “Mi Tierra Invencible” del artista Juan Miceli. La pieza consiste en una videoinstalación que exhibe un análisis de deglución que le realizaron al propio artista, a raíz de una enfermedad que contrajo. Con su obra propone una visión del cuerpo como espacio de exhibición. Allí el espectador puede ver a través de la radiografía cómo el artista deglute tanto líquidos como alimentos sólidos. Su cuerpo es la obra en sí misma.
Al momento de entrevistar al artista, afirmó que uno de los objetivos de la obra es poder visualizar al cuerpo desde otra perspectiva: “Nosotros entendemos que nuestro cuerpo está cerrado, ¿No? No vemos adentro, pero cuando empezás a ver adentro es bastante perturbador. Yo quería hacer algo pero no desde el lugar catártico”.
Miceli busca generar en el público una comprensión diferente del cuerpo que percibimos comúnmente, entendiendo a este último como un todo. Para ello, el artista incorpora una herramienta que podría considerarse exterior al mundo artístico como lo es una radiografía médica. No lo hace a través de una pintura ni de una instalación tradicional, sino que se coloca a él mismo en el lugar de la obra, mostrando su propio cuerpo, logrando de esta manera, generar una atracción y sorpresa entre los espectadores. En este sentido, el artista es flexible, innovador y abierto a la hora de crear sus obras.
Un dato no menor es la musicalización que el artista impregna en su obra: la pieza cobra otro sentido a partir de la combinación de tales imágenes con la sonoridad, que genera en el público una especial tensión debido a la melodía temeraria
Por último, otra de las obras que generó controversia en el campo artístico es “Biotextiles”, instalación creada y diseñada por tres jóvenes: Eliana Guzmán, Franco Moroviski y Emilse Cesarini. La exhibición consiste en una pieza de indumentaria realizada a base de materiales que crecen a partir del cultivo de bacterias, hongos y bioplásticos. Con ella, los creadores exploran el desarrollo de nuevos materiales sostenibles y biodegradables para repensar los procesos actuales de producción de la fabricación textil que en sus palabras “es una de las más esclavistas de todas y asimismo, se posiciona como la segunda industria más contaminante en el mundo”.
Los tres artistas buscan dar un discurso más amigable con el medioambiente con el fin de respetar los tiempos de producción y de consumo: “No es todo ya y no es el uso y el descarte. Esperamos que esta obra no sólo ponga en evidencia la necesidad de pensar soluciones a los problemas actuales de la industria textil, sino también hacernos reflexionar como consumidores de lo inmediato y favorecer a que la imaginación explore nuevos escenarios creativos”
En consecuencia, con la creación de “Biotextiles” y su composición de materiales biodegradables y sustentables intentan, además de indagar alternativas a los medios de producción del mercado de la moda, reflexionar acerca del consumo excesivo de la fabricación textil.
Actualmente es posible observar cómo el arte contemporáneo expone e investiga los mecanismos de control de los cuerpos. Quizás, como afirma la teórica del arte Andrea Giunta, no sea más tarea del arte la exploración de otros mundos posibles o la invención de nuevos lenguajes. Quizás estamos ante un arte que busca tematizar, observar y generar una mirada crítica sobre el mundo que nos ha sido dado.
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