Mucha puntualidad. A las ocho de la mañana (hora argentina), a la una de la tarde (hora española), se anunció al esperado nuevo Premio Nobel de Literatura. Se trata de Abdulrazak Gurnah, alguien que no figuraba en los pronósticos de las casas de apuestas.
“Creo que es simplemente brillante y maravilloso”, dijo en una entrevista a Reuters. “Estoy muy agradecido con la Academia Sueca por nominarme a mí y a mi trabajo. Es simplemente genial, es simplemente un gran premio, y una lista enorme de escritores maravillosos, todavía lo estoy aceptando. Fue una sorpresa tan completa que tuve que esperar hasta que escuché su anuncio antes de poder creerlo”.
Nació en 1948 en Zanzíbar, un archipiélago de Tanzania frente a la costa de África Oriental. Escribe novelas en inglés y vive en el Reino Unido. Es profesor e investigador especializado en colonialismo de África, el Caribe y la India. La Academia Sueca, en la justificación de la entrega, destacó “su compenetración intransigente y compasiva de los efectos del colonialismo y el destino del refugiado en el abismo entre culturas y continentes”.
Se trata del sexto africano en ganar en Nobel de Literatura y el primero en las últimas dos décadas. Sus libros más famosos son Paradise (1994, nominado al Booker Prize y al Whitebread Prize), By the Sea (2001, preseleccionado para el premio Los Angeles Times Book Award) y Desertion (2005).
Sólo tres obras suyas fueron traducidas al español: Paraíso y Precario silencio fueron publicadas por Muchnik Editores; la última es En la orilla, editada por Poliedro en 2003. “Aún hay gente que lee en Estocolmo”, le dijo Julieta Leonetti, la editora de Gurnah en Poliedro, al diario español La Vanguardia, y agregó que “es un autor selecto, de pequeños círculos”. Pero, ¿quién es este autor africano y cómo llegó a ser lo que hoy es?
Todavía era un adolescente cuando pisó suelo inglés. Fue como refugiado junto a una minoría musulmana que estaba siendo perseguida que escapó del lugar donde nació. Hasta entonces la literatura le fue esquiva. En Zanzíbar había muy pocas librerías, contaban con pocos libros que además eran caros. Las bibliotecas tampoco estaban muy nutridos y la mayoría de sus libros eran viejos.
Tenía 21 años cuando empezó a escribir de forma más metódica. “Fue algo con lo que tropecé más que el cumplimiento de un plan”, recordó en un texto escrito para The Guardian. No tenía nada que ver con sus primeras narraciones escolares en Zanzíbar, donde recibía “educación colonial británica”. En la escuela sentía que estaba consumiendo “material destinado a otra persona”, es decir, “cómo los británicos veían el mundo y cómo me miraban a mí”.
Pero existían otros pilares en su aprendizaje: “la mezquita, la escuela del Corán, la calle, la casa y mi propia lectura anárquica”. Todo era contradictorio, cada vez aparecían más preguntas y se tensionaba con lo que le decían en la escuela. “Con el tiempo, lidiar con las narrativas contradictorias de esta manera me ha parecido un proceso dinámico. De él surgió la energía para rechazar y negarse, para aprender a mantener las reservas”, reflexionó después.
Su primer idioma es el kiswahili y en su trabajo de investigador encontró textos escritos en esa lengua de finales del siglo XVII. “Los únicos escritos contemporáneos en kiswahili que conocía eran poemas breves publicados en periódicos”, contó. Su ligazón con las raíces, con su pueblo, con su pasado de opresión fue una forma de encarar, no sólo su literatura, también el mundo y buscar formas para entenderlo.
Llegó a Inglaterra con “ambiciones simples” y allí notó que “las posibilidades de leer parecían ilimitadas”. “Poco a poco el inglés me pareció una casa amplia y espaciosa, que acogía la escritura y el conocimiento con una hospitalidad despreocupada”. Si bien era, en sus propias palabras, una época “de penurias y ansiedad, de terror estatal y de calculadas humillaciones”, empezó a escribir con “la abrumadora sensación de extrañeza” como motor.
“Con el tiempo, empecé a preguntarme qué era lo que estaba haciendo, así que tuve que hacer una pausa y deliberar. Entonces me di cuenta de que estaba escribiendo de memoria, y de lo vívida y abrumadora que era esa memoria, lo lejos que estaba de la existencia extrañamente ingrávida de mis primeros años en Inglaterra”, contó.
“Escribía sobre estar en Inglaterra, o al menos sobre estar en un lugar tan distinto al de mi memoria, un lugar lo suficientemente seguro y alejado de lo que había dejado como para llenarme de culpas y arrepentimientos incomprensibles. Y mientras escribía, me encontré por primera vez superado por la amargura”. Asegura que “viajar lejos de casa proporciona distancia y perspectiva, y un grado de amplitud y liberación. Intensifica el recuerdo, que es el territorio interior del escritor”.
A los 32 años ingresó a la Universidad Bayero Kano en Nigeria. Continuó sus estudios en la Universidad de Kent donde logró su doctorado. Actualmente es profesor y director de los estudios de grado en el departamento de inglés. Además de narrador, es investigador. Su interés principal está en la escritura postcolonial británica, principalmente en los textos que circulan en las colonias africanas, hindúes y caribeñas. También ha estudiado a autores como Salman Rushdie, V. S. Naipaul, G. V. Desani, Anthony Burgess y Joseph Conrad.
Su nombre es una gran sorpresa ya que varios autores sonaban con más fuerza en los últimos días: desde la francesa Annie Ernaux, el keniano Ngũgĩ wa Thiong’o y el japonés Haruki Murakami hasta el surcoreano Ko Un, la guadalupeña Maryse Condé o la china Can Xue. También estaban los favoritos de siempre: Don Delillo, Salman Rushdie, Adonis, Jon Fosse, Mircea Cărtărescu, Hilary Mantel y Margaret Atwood. También se habló de Javier Marías.
Son 10 millones de coronas suecas (840.000 libras esterlinas) las que recibirá este autor, ya que, según el testamento de Alfred Nobel, se trata de una “persona que produjo en el campo de la literatura la obra más destacada en una dirección ideal”. En palabras de Ellen Mattson, parte de la Academia Sueca y del comité, es “el mérito literario. Eso es lo único que cuenta”.
El comité del Nobel dijo que “el tema del desacople del refugiado recorre toda su obra”. Y no es para menos: también recorre su vida y sus pensamientos. En ese reflexivo texto publicado en 2004 en The Guardian, Abdulrazak Gurnah sostiene que existe un “peligro para el escritor poscolonial” que es “la alienación y el aislamiento de la vida de un extranjero en Europa”.
Por eso mismo, sostiene, “es probable que ese escritor se convierta en un emigrante amargado, burlándose de los que se quedaron atrás, animado por editores y lectores que no han abandonado una hostilidad no reconocida hacia los pueblos colonizados, y que están muy contentos de recompensar y alabar cualquier severidad sobre el mundo no europeo”.
“Sé que llegué a la escritura en Inglaterra, en el extrañamiento, y ahora me doy cuenta de que es esta condición de ser de un lugar y vivir en otro la que ha sido mi tema a lo largo de los años, no como una experiencia única que he vivido, sino como una de las historias de nuestro tiempo”, agregó.
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