Entre contrapuntos y chicanas por la manera de calibrar fenómenos como la cultura de la cancelación o el declive de las izquierdas frente al ascenso de las nuevas derechas alternativas transcurrió este vibrante intercambio entre el historiador Pablo Stefanoni y la escritora Ariana Harwicz, quienes en el marco de la Feria de Editores Independientes debatieron en modo virtual sobre una escena en la que, coincidieron, se propaga una narrativa eufemística que intenta “reeducar al lector o espectador” y “preservar psicológicamente a la gente”.
Bajo la moderación de la periodista Cata de Elía, la charla tuvo como disparador la pregunta “¿La rebeldía se volvió de derecha y el progresismo un poco bobo?”, una consigna que retoma la idea de “¿La rebeldía se volvió de derecha?”, un ensayo que Stefanoni publicó recientemente en el que analiza por qué la izquierda dejó de leer a la derecha mientras las nuevas derechas -ubicadas a la derecha de los partidos liberal-conservadores convencionales- sí leen y discuten con la izquierda.
“El lugar del progresismo actual en el mundo está en un gran debate ahora. Es necesario indagar en eso para salir de una discusión política que está hecha a base de clichés de todo tipo”, abrió el tema Stefanoni y a continuación identificó “la cultura fragmentada, la cultura de las redes sociales” como el territorio donde se origina la crisis de representatividad de los modelos progresistas que explora en su libro.
Para el historiador, se registra un empobrecimiento de la discusión pública en una escena donde también confluyen “visiones conspiranoicas y un cierto retroceso del pensamiento crítico que puede ser transversal a la izquierda y a la derecha”. Recuperar el espesor de esas discusiones políticas o sobre la sociedad, dice, “es fundamental para pensar problemas globales que requieren otro tipo de densidad, desde el calentamiento global a ciertos consensos sobre lo que debería ser el bienestar”.
“No demonizo las redes sociales pero es cierto que esos formatos corren el riesgo de condicionar después el debate por fuera de las redes sociales”, sostuvo Stefanoni.
Al otro lado del océano, su interlocutora que hasta ese entonces esperaba el momento para intervenir, inauguró su participación con una declaración que terminaría funcionando como un fallido diagnóstico: “Esta charla corre el riesgo de que Pablo y yo no estemos en desacuerdo en ningún momento”, apuntó Harwicz.
“Siempre fui de una izquierda latinoamericana y me vine a vivir hace 15 años a Francia. Puedo dar fe de cómo se empezaron a intercambiar los roles y la izquierda francesa, que siempre fue transgresora y rebelde, tuvo un giro enorme, una torsión”, señaló la autora de Matate, amor, La débil mental y Precoz, la tríada de novelas que cuestionan los mandatos alrededor de la pasión, la maternidad o las relaciones familiares.
Hace tiempo que Harwicz, activa interlocutora de muchos de los debates que tienen lugar en la Argentina pese a su radicación en Europa, viene militando fuerte su desencanto por la tradición del pensamiento de izquierda, que en su diagnóstico “pasó a una vereda contraria, a una suerte de cultura intimidante, estrategia del acoso ideológico, una especie de una diabolización del pensamiento diferente y de reivindicación de las visiones binarias” que funcionan como un consuelo: “están las víctimas y los victimarios, los racistas y los que son discriminados por el racismo. Y esa visión binaria es más fuerte que cualquier constatación de lo suceda en el mundo”, indicó.
De Elía, aprovechó una pausa para introducir una derivación en la charla: “¿Cómo influye lo políticamente correcto en la vida cotidiana?”, interrogó. Stefanoni se adelantó:
“El debate sobre la corrección política todavía requiere unas vueltas más. El riesgo es que se instalan grandes conceptos y después no se puede ver bien dónde operan y de qué forma son más dominantes o más débiles -analizó-. Estamos viendo una suerte de trasvasamiento donde las derechas toman ciertas banderas de la rebeldía y el progresismo se siente más hegemónico, por lo menos en el plano de la cultura y la sociedad, quizá menos en el de la economía”.
“El tema de la corrección política requiere de un análisis más situado porque se instala y se empieza a hablar de la cultura de la cancelación y se instalan conceptos que no queda claro cómo funcionan ni qué son. Hay algo que viene de cierto tipo de progresismo más norteamericano que funciona con esas características un poco catárticas que tiene la política norteamericana”, señaló el doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires.
Según Stefanoni, estamos “en una especie de 1984 orwelliano de la corrección política como una forma de traficar distintas visiones de la derecha alternativa, de un tipo de rebeldía reaccionaria”. Parte del debate pasa por ver entonces “cómo recuperar un tipo de incorrección política de izquierda que no sea comprar ciertas premisas de lo que circula hoy muchas veces como critica a la corrección política, que trafica después racismos, misoginia, ciertas formas de cuestionamiento al status quo en clave reaccionaria, que es lo que hoy está un poco de moda”.
En esa parte de la charla, el contrapunto con Harwicz no se hizo esperar: “No estoy de acuerdo. No soy analista política pero creo que lo que él traza se corresponde con una evolución de cómo se piensan las derechas y las izquierdas en América Latina, sobre todo en Argentina, pero acá en Francia es distinta la exportación de la cultura norteamericana -apuntó-. No hay una división entre derecha e izquierda. Creo que es un cliché”.
La discusión se trasladó al análisis de lo que ocurre en Francia y en el territorio europeo en general tras los atentados cometidos en enero de 2015 contra la revista satírica Charlie Hebdo por un grupo de activistas islámicos. “Hoy en Europa no es lo mismo hacer una caricatura sobre el judaismo que sobre el islam. No se tolera de la misma manera. Es mucho más fácil hacer una caricatura de burla sobre el islam que sobre el judaismo. Deberíamos estar atentos a que valgan lo mismo los chistes, pero no a que haya geometría variable”, expuso Stefanoni.
Abriéndose paso con un “no acuerdo en absoluto”, la autora de Degenerado planteó que “lo que tiene hoy de perverso el progresismo en Francia es que no importan los hechos sino la interpretación militante y binaria de esos hechos”, y continuó: “Cualquier desviación, cualquier otro modo de pensar está diabolizado”.
Harwicz caracterizó una escena en su país de adopción en la que conviven “escritores amenazados de muerte” y una “caza de brujas” que lleva a que las editoriales sean tachadas de extrema derecha cuando los libreros tratan de no poder a la vista determinados libros. “En estos momentos hay un clima de terror político que llega a la literatura de ficción”, definió.
El debate continuó en torno a la aceptación dispar de la islamofobia y la judeofobia. “El debate que plantea Ariana es interesante: la ideología de género no existe, es un concepto para descalificar gente”, pretendió conciliar el historiador. La respuesta de la narradora llegó con carga irónica: “¿Como la islamofobia no?”
- Stefanoni: Quizá, no lo sé, podemos discutir... si aceptamos que judeofobia también estoy de acuerdo.
- Harwicz: Pero en ese caso hubo un genocidio en el medio (en alusión al exterminio judío).
- Stefanoni: No sé cómo se puede discutir así. Estamos hablando justamente de discutir con libertad y ya van tres veces que tendría que defenderme aclarando que no estoy defendiendo el holocausto ni los muertos de Charlie Hebdo por parte de terroristas islámicos ni que el apoyo a los talibanes de Afganistán. Ese es el problema de la discusión francesa: que los que están en esta posición muchas veces le critican al progresismo ciertas posiciones y después terminan haciendo una política de descalificación, justamente. Estamos discutiendo la idea de que haya un debate libre.
Con la intención de matizar, la moderadora intentó anclar la conversación en el campo literario, una trama sobre la que Harwicz viene desplegando desde hace tiempo una mirada drástica: “Hay una especie de fragmentación del mercado donde se incita desde el mainstream a que escribas libros para un determinado rango, con una determinada estética. Hoy casi todo lo tomó el mercado, que es un modo de fascismo. Me parece que hay poco lugar para la diversidad”, enunció.
“Hay una incitación a que se escriban determinados libros, a que se pongan determinadas cosas en las contratapas, en las solapas y hay una especie de negocio con las escrituras latinoamericanas y feministas (”el boom de las escritoras latinoamericanas”), además de una especie de camino trazado para los artistas en general, para el cine mucho más que para la literatura porque está el dinero de por medio. Y hay un terror o miedo atávico, estructural en la sociedad, donde es muy riesgoso decir determinadas cosas”, enumeró la escritora.
En ese punto, la charla derivó en el fenómeno de la cancelación. “Si hay hoy en el siglo XXI una cultura de la cancelación, esa cancelación es como muy cruzada y nadie tiene un monopolio. Mucha gente quiere cancelar a otro -explicó Stefanoni-. Está todo como muy enredado y eso genera etiquetas cruzadas. Y eso pasa porque asumir hoy la complejidad en la discusión es complicado y es más fácil simplificar todo para sacar al otro de juego”.
“Obviamente no acuerdo con lo que dice Pablo. Creo que subestima de buena fe todo lo que está ocurriendo acá”, sostuvo Harwicz y aseguró que antes que seguir polemizando prefería “hablar del miedo y de la lengua del miedo”.
“Hay un dispositivo mental importado de Estados Unidos -no solamente pero sí como eje dominante- por el cual se piensa a través de etiquetas y se manipula la historia: el arte en función de una reescritura tendenciosa, militante, que conviene a una estrategia de pensamiento y no a la realidad, donde se buscar reeducar al lector/espectador”, denunció.
“Y hay una especie de lengua del eufemismo, un montón de cosas que no se pueden decir de un determinado modo y entonces se buscan estrategias para decirlas de otro modo, pero todos sabemos de lo que se trata. Acá todo el mundo habla una segunda lengua: está la historia oficial y la lengua clandestina. Hay un retorno a la lengua clandestina, como en la época del marqués de Sade”, señaló Harwicz, en tanto que Stefanoni aseguró entonces que coincidía “con cómo se piensan las víctimas en general, la idea de preservar psicológicamente a la gente”. Y apuntó: “Cada uno encuentra el terror donde le parece”.
Fuente: Télam
SEGUIR LEYENDO