Aunque ella es una ondina de agua dulce, vierte una lágrima amarga nada más empezar el film. Una lágrima que brota incontenible porque el abandono de su amante Johannes obliga a Undine a cumplir una antigua maldición (“Si me dejás, tengo que matarte. Lo sabés”). Sucede que la chica es una ondina que –se sabrá más tarde– emergió del lago en busca del amor de un hombre que le confiera entidad, un alma. Y ahora lo tiene que eliminar a su pesar. Ondina del siglo XXI, Undine –en alemán– es el nombre que adopta en su vida berlinesa, y asimismo es el título que lleva el fascinante film de Christian Petzold actualmente en cartel. Una Ondina que, como dice el director, ya no está dispuesta a seguir el destino marcado por el orden patriarcal, que desafía la leyenda desligándose de la venganza para ser ella misma. Porque Undine es sujeto de esta narración fílmica que toma elementos del mito que aparecían en la novela de Friedrich de La Motte-Fouqué, del siglo XVIII, que a su vez inspiró la Ondine teatral de Jean Giraudoux en 1939 (estrenada con éxito en París por los estelares Louis Jouvet y Madeleine Ozeray). Y, muy especialmente, Petzold tuvo en cuenta al escribir el guion y dirigir Undine el tremendo relato breve Undine ghet (traducido al castellano como Ondina se va, u Ondina se despide) de la genial escritora austríaca Ingeborg Bachmann.
Genios de las aguas de ríos, fuentes, lagos, cascadas, las ondinas (o nixes) de la mitología germánica pertenecen a la especie ninfas o náyades, o rusalkas eslavas. Al revés de las sirenas, no frecuentan los mares, tampoco las ondinas cantan con esa voz que le daba tanto cuiqui a Ulises, y que lecturas recientes consideran un reto al poder masculino dominante: sería el canto anterior a la ley.
A las ondinas también se les atribuye la provisión, mediante sus lágrimas, del agua que circula en las fuentes. Aquí viene a cuento remarcar que la Ondina de Fouqué mata dulcemente, eróticamente, al traidor con un beso, haciéndole beber lágrimas que penetran hasta el corazón del tembloroso caballero, hasta que cesa de latir.
Ingeborg Bachmann, un feminismo intuitivo, bravío
Una de las voces más originales e iconoclastas de la segunda mitad del siglo XX, IB, estudiosa de filosofía y germanística, llega a Viena a los 20, en 1946, y empieza a abrirse camino en el mundo literario gracias a mentores como su compatriota Hans Weigel, escritor y crítico de teatro. En 1952, se arrima al Grupo 77, autores con ánimo renovador y dispuestos a “limpiar” la cultura de las marcas del nazismo. Bachmann es la segunda mujer, luego de Ilse Aichinger, en recibir el premio que otorga el Grupo, por su libro de poemas El tiempo aplazado, en 1953.
Ya viviendo en Roma, 1954, el influyente Der Spiegel le dedica una portada, a los 28. En 1956, IB publica Invocación a la Osa Mayor, y en 1961 arranca con sus primeras nouvelles. Entre 1958 y 1962 comparte vida y conversaciones con el escritor suizo Max Frisch, alternando Roma con Berlín. En 1959, Ingeborg dicta cursos de poética en Frankfurt. En 1964, al recibir el premio Georg Büchner, lee un texto que titula Berlín, un lugar de azares (frase esta que bien podría ser el subtítulo del film Undine).
Bachmann termina la novela Malina en 1971 encarando así una tetralogía que denomina Modos de muerte, interrumpida por su propia muerte súbita, dejando fragmentos que fueron posteriormente publicados. Werner Schroeter llevó al cine Malina (1991), con adaptación de la Nobel Elfriede Jelinek, encabezando Isabelle Huppert el elenco. Un film de culto que se toma algunas libertades respecto del original.
En 1948, Ingeborg –hija de un militante del partido nazi– se había encontrado con el innovador poeta Paul Celan –de familia judía, desaparecida en un campo de exterminio– en Viena, un romance de 4 años que transcurre en parte a la distancia, volcado en cartas que demuestran hasta qué punto la interacción alimentó las obras de uno y otra. Publicadas en un libro dieron origen a un logrado video de Ruth Beckerman, Soñadores soñados, 2015, donde un actor y una actriz interpretan esas misivas en un estudio de tevé. Por otra parte, la relación que Bachmann mantuvo con el músico Hans Werner Henze generó varias obras en común, entre las cuales está la ópera El príncipe de Homburg, basada en la pieza teatral de Heinrich von Kleist, cuyo libreto escribió Inge.
A través de su literatura, la impar escritora trata de responder a la premisa de que no se construye un mundo nuevo sin un nuevo lenguaje. Uno de los temas que la obsesiona es el amor y su violencia inherente, la incomunicación en la pareja; también la alucinan ciertos aspectos que considera trágicos de la existencia femenina. Según Jelinek, “Ingeborg Bachmann es la primera mujer de letras de la posguerra que por medios radicalmente poéticos describe la perpetuación de la guerra, la tortura, el hundimiento de la sociedad en el interior de las relaciones de hombres y mujeres”.
Uno de sus últimos textos poéticos, Ondina se va, que tanto atrajo al director Christian Petzold, marca la imposibilidad para la mujer de conciliar amor y vida. Lo dice en primera persona la propia Ondina a quien IG le da la palabra, y empieza así: “¡Ustedes, hombres! ¡Ustedes monstruos! Monstruos en nombre de Hans. Todos los hombres se llaman Hans, son lo mismo”. El nombre Hans lo toma de Giraudoux, y ya en 2020, Petzold llama Johannes al primer amante, tarambana y traicionero. Hans designa al hombre común y corriente; el eterno masculino podría pensarse en son de chanza. “Una vez pasadas las declaraciones”, prosigue la ninfa, “yo estaba condenada a amar, y cuando encontré mi libertad tuve que retornar al agua, ese elemento donde nadie puede construir su nido, cubrir las vigas del techo, abrigarse cerca de una estufa. Ningún lugar donde estar. Ningún lugar donde permanecer”.
Ondina entre tres elementos –agua, aire, tierra–. El cuarto –fuego– será el que finalmente mate a Ingeborg en 1973, en Roma, cuando se duerma con un cigarrillo prendido en la mano que producirá un incendio.
Entre sus libros traducidos al castellano: Ansia, Tres senderos hacia el lago, A los treinta años, No sé de ningún mundo mejor, Malina, El caso Franzen/Réquiem para Fanny Goldman, Lo decible y lo indecible. El texto Ondina se despide figura en la Antología de Narradores Alemanes, publicada primeramente en México, 1963, y luego en Argentina, 1970, con traducción de Norberto Silvetti Paz.
Tierra que no has de habitar
Después de esa primera lágrima que rueda en el film Undine porque la protagonista cree que va a perder su alma al tener que matar, las señales acuáticas se multiplican: el río y las fuentes de color azul en las maquetas cuando la historiadora y especialista en urbanismo Undine da su charla sobre Berlín; la canilla que chorrea en el baño del bar donde ella busca a Johannes; la irrupción del buzo invitándola a un café; el acuario (que tiene un pequeño buzo en su base) que estalla en una maravillosa escena que corta el aliento digna de Brian De Palma, empapando a la chica y al nuevo hombre de su vida, Christoph, que la mira ya completamente flechado, y le quita con suma delicadeza un par de cristales rotos que la hirieron levemente cerca del corazón (Paula Beer y Franz Rogowski, en estado de gracia, parecen nacidos para interpretar a estos personajes…).
Habrá más referencias al agua y a la rara condición de Undine que el buzo desconoce por el momento. Al agua y a la misteriosa vida en el fondo del lago donde de pronto comparece el impresionante pez siluro de casi dos metros (¿príncipe de las aguas, acaso? Aquí cabría aclarar que en la Argentina y países limítrofes existe –en ríos y lagunas de fondo fangoso– una variedad pequeña de siluro, de apenas 35 centímetros, el bagre negro: Rhamdia Quelen, de la familia Heptateridae), que Christoph logra grabar y luego ver en la computadora; o ese corazón grabado en la piedra en el fondo del lago junto al nombre Undine…
Y también se van esparciendo las muy específicas alusiones a Berlín que detalla Undine frente a los turistas. Un Berlín reducido en extendidas maquetas que hablan de su historia, de sus edificios, de la división de la ciudad en la posguerra, de cómo se diseñó el Berlín Oriental.
Ya en pleno romance en apariencia sin nubes (que traerían agua) con Christoph, Undine, con horas de sueño de menos, se queda dormida en una silla después de dictar una conferencia. Y al despertarla, una compañera rompe sin querer la estatuita de un buzo que le había regalado su nuevo amor. Se le quiebra una pierna al muñeco, una señal que se proyectará en el futuro en esta película donde ningún objeto, ninguna acción en segundo o en tercer plano, ningún movimiento de cámara está librado al azar.
La historia del Palacio Real, ampliado y reformado durante tres siglos hasta que alcanzó su forma definitiva, que cuenta Undine a su público, es muy significativa. Aquel Palacio era el mayor edificio barroco no religioso al norte de los Alpes, nueve hectáreas, 1200 habitaciones en el borde una ciudad que lo fue rodeando hasta quedar en el centro, como punto de partida de la avenida Unter den Linden (Bajo los tilos): la via triumphalis prusiana.
Durante la Segunda Guerra, el Palacio fue destruido parcialmente, pero el Partido Socialista de la RDA no se interesó en reconstruirlo y se diseñó una gran plaza en el lugar “donde la voluntad de lucha y resurgimiento del pueblo alemán pudiera manifestarse”. Así, en el otoño de 1950 los restos del Palacio Real fueron dinamitados, “y en ese espacio tan céntrico y descampado se sentía el dolor fantasma de una amputación violenta”, comenta Undine a los visitantes. Años más tarde, ocurrida la Reunificación, mediante una treta previa, el Parlamento votó la reconstrucción actual bajo el nombre de Foro Humboldt, destinado a actividades museísticas: “Según la arquitectura moderna, la forma sigue a la función”, subraya la historiadora. “Un museo construido en el siglo XXI con la forma de un palacio del XVIII: el progreso es imposible”.
Christian Petzold ha explicado la metáfora que representa el Foro: “Así es como se cambian las fachadas de los edificios, en verdad se busca que las mujeres sigan en la misma situación. El mundo no avanza porque en verdad no se permite avanzar a las mujeres”.
El agua bajo Berlín
Casi no se muestra la ciudad de Berlín en Undine, salvo a través de las maquetas desplegadas para contar la historia de su urbanización sobre terrenos inundados. O en alguna toma nocturna desde el balcón del departamento de la mujer que está memorizando una de sus conferencias y le muestra el paisaje urbano a Christoph, que acierta sobre el lugar del Foro. Una Berlín cruzada por trenes rojos, sus ventanillas iluminadas como fotogramas de celuloide, que avanzan en la noche como el propio cine, habría dicho, palabras más, palabras menos, François Truffaut actuando a un cineasta en La noche americana (1973). También Undine y Christoph van y vienen en trenes, corren para alcanzarlos, los esperan en un banco de la estación. Y descienden juntos al lago, el territorio de ella donde casi se ahoga, ¿o es una artimaña para que él la resucite cantándole una y otra vez ”Stayin’Alive”? Porque finalmente Undine no expulsa agua cuando él le hace las maniobras correspondientes (aparte de la paradoja que significaría que justo una ondina se ahogue).
Christoph parece el hombre adecuado para ese amor devoto que exige la ondina. Pero quiere el destino que sea ella, involuntariamente, la que cometa infidelidad por brevísimos instantes, al cruzarse en el puente con Johannes –el que la dejó– cuando camina muy abrazadita al buzo que percibe el palpitar de su corazón sorprendido. Y por ese palpitar y porque este buzo tiene percepciones muy finas, una conexión muy fuerte con ella, algo ha de romperse como estaba anunciado en este film que merece una segunda visión para detenerse en los detalles, para intentar vanamente descifrar el secreto de la ondina del lago y quedarse entonces con la poesía que se desprende de las oníricas, bellísimas escenas subacuáticas cerca del cierre, acompañadas a la perfección por el adagio del concierto para oboe en Re menor de Marcello transcrito (otra reconstrucción) para teclado por Bach, en la sublime interpretación de Vikingur Ólaffson. Una suerte de marcha nupcial con regalo de boda incluido.
* Se puede ver este película en el cine Lorca [Av. Corrientes 1428, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires], y en las salas Multiplex.
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