La Guerra de la Triple Alianza fue el conflicto bélico provocado por Brasil contra Paraguay, al que pronto se sumaron la Argentina y el Uruguay que, en seis años (desde 1864 a 1870), diezmaron la población paraguaya matando al 90% de la población masculina y conquistando territorios que se incorporaron a la Argentina —como Misiones y la hoy llamada Formosa— y otros tantos para Brasil. La causa del conflicto se debía al desarrollo autónomo paraguayo del Imperio Británico —que no excluía un gobierno de mano de hierro— y la intervención del país guaraní en los problemas de la región, como el conflicto entre blancos y colorados, en los que tomaba parte por el Partido Blanco. Sin embargo, no es exagerado referirse al conflicto como un exterminio planificado de la población masculina del Paraguay.
Quienes combatieron fueron testigos de matanzas y del uso masivo de las flotas brasileña y argentina (que gobernaba Bartolomé Mitre y que luego continuaría la conflagración Domingo F. Sarmiento) armadas con cañones contra la población. Esa experiencia de la violencia debió ser el motivo de las pinturas monumentales (por sus motivos) de Cándido López, que no eran celebratorias de la guerra.
El Dr. Francia, en Paraguay, se había hecho con la suma del poder público. Lo sucedió su sobrino Carlos Antonio López, que había abierto las fronteras internacionales fomentando las exportaciones a Europa mediante el monopolio del Estado, además de la construcción del ferrocarril, la siderurgia y la educación pública obligatoria, entre otros. A la vez, la fortuna de la familia López no dejaba de crecer. Luego de la muerte de Carlos Antonio López, su hijo Francisco Solano López fue designado presidente. El imperio británico apoyó firmemente la guerra, y el embajador en Buenos Aires Edward Thornton estuvo durante la firma de la alianza entre la Argentina y Brasil.
No sólo los dibujos de Cándido López sirven para apreciar la contienda, con todo lo que ello implica. La novela gráfica Guaraní, con guión de Diego Agrimbau e ilustraciones de Gabriel Ippóliti (publicada por Hotel de las Ideas y que ya hubiera sido publicada en Francia hace unos años), da cuenta de manera dramática del episodio del asesinato de los niños soldados paraguayos, reclutados a la fuerza cuando las fuerzas de los adultos mayores y los ancianos menguaban.
A través de la historia de Pierre Duprat, un fotógrafo “antropológico” llega a Montevideo con el fin de arribar a las tierras selváticas paraguayas para poder fotografiar la legendaria belleza de las mujeres guaraníes. Junto a la ayuda de dos asistentes, uno de los cuales insiste en repudiar la salvaje matanza de los paraguayos, se hacen en un navío argentino con el fin de llegar a Paraguay. Ni bien van llegando son testigos de los horrores de la guerra: el castigo mortal a los desertores, los cuerpos de los combatientes en la superficie del Paraná. Deciden tomar las fotos del salvajismo de los soldados, que las fotografías sean documento de historia. Duprat y sus ayudantes llegan a Asunción, y luego, a la tierra guaraní, donde las mujeres viven como hacía siglos. Llegan también al momento más dramático del episodio bélico: los niños son reclutados, vestidos, armados y, luego, mandados a pelear en un enfrentamiento para el que no tienen posibilidades.
Guaraní es una gran novela gráfica que muestra, con sus propias artes, a la guerra.
Sin embargo, no debería asumirse que los batallones argentinos concurrían henchidos de heroísmo al campo de batalla. Juan Godoy, en La brasa ardiente contra la cuádruple infamia (Editorial Ciccus), hace un racconto de las resistencias de tropas e intelectuales antimitristas. La Rioja era donde más que un reclutamiento se producía una cacería para ir al frente.
Los caudillos Aurelio Salazar y Carlos Ángel y un grupo de gauchos atacan y sublevan al contingente de Catuna. Ante las rebeliones llegaban vejados, humillados, bestializados al Paraguay. En San Luis, frente a la rebelión de un contingente, se fusila a 97 sublevados. En Córdoba se desbanda un contingente de 500 soldados. Emilio Mitre afirmaba: “lo que es por la guerra hay una completa apatía”. En el Litoral la guerra era repudiada. En 1865 se desbandan 3000 hombres. Ricardo López Jordán le escribe al Gral. Urquiza: “Usted nos llama para combatir al Paraguay. Nunca, general, ese pueblo es nuestro amigo. Llámenos para pelear a porteños y brasileños, esos son nuestros enemigos”.
Guido Spano escribía: “la Alianza es de los gobiernos, no de los pueblos. No es, pues, extraño que la alianza fuese contrariada por una repulsión general”. José Mármol señalaba: “ha producido un descontento general en todo el país”. Una canción popular decía: “A la bandera de Mitre, a ella no me he de rendir. Si viviera Peñaloza por él si he de morir”. Cuando llega a la canción popular, expresa un sentido sentimiento.
De este modo, la salvaje Guerra de la Triple Alianza que asesinó a miles, que diezmó a una nación y asesinó a sus niños tuvo una contraparte, pequeña pero contraparte al fin, de las milicias argentinas que se negaban a participar de la masacre —ni ser llevadas a la fuerza—. Episodios del pasado que siguen enseñando a las nuevas generaciones.
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