En su novela más reciente, El lector a domicilio, el narrador y poeta ítalo-mexicano Fabio Morábito explora las aristas de la lectura como castigo y también como mecanismo para vencer la soledad, y aunque incluye personajes que extorsionan y son extorsionados, se aleja de los tópicos de la violencia y el narcotráfico habituales en muchos de los autores contemporáneos del país en el que vive.
A diferencia de Michael Berg, el protagonista de El lector, la novela de Bernhard Schlink sobre los efectos del nazismo en la sociedad alemana, el personaje que crea Morábito no es inocente sino que se dedica a la lectura para purgar una pena por un delito que nunca es mencionado. A la culpa, Eduardo suma una enorme soledad y una imposibilidad para comunicarse con los demás. Es incluso incapaz de emocionarse o comprender los textos que lee en voz alta. Sin embargo, tiene un costado vulnerable que genera empatía.
Fabio Morábito nació en Alejandría, Egipto, de padres de origen italiano. Vive en México desde su adolescencia. Su obra incluye cuentos, ensayos y poemas y las novelas Cuando las panteras no eran negras y Emilio, los chistes y la muerte. En 2018 ganó el Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2018 por El lector a domicilio –recién publicado en la Argentina por el sello Gog & Magog– y en 2019 el Premio Roger Caillois, otorgado por el PEN Club Francés.
Sobre su inserción en la tradición literaria mexicana, la génesis de esta novela y su devenir entre la poesía y la prosa conversó Morábito desde la Ciudad de México. A continuación, los tramos centrales de esa charla.
—¿Cómo surgió la idea de El lector a domicilio, un personaje que purga una pena y se ve condenado a leer?
—No recuerdo cómo se me ocurrió el personaje de un hombre joven, aunque no muy joven; solitario, aunque vive en casa de su padre enfermo; desorientado, aunque con algunas convicciones firmes, que lee novelas y cuentos en casas de jubilados, pagando con este trabajo comunitario una condena leve a raíz de un delito menor del que no sabemos nada. El verdadero disparador de la novela fue la idea de que, aun teniendo una bella voz y leyendo muy bien, no entiende lo que lee, porque le es absolutamente indiferente. Eso me hizo sentir que era un personaje real y me puse a escribir. Fueron nueve meses de no pensar en otra cosa que en esa historia. Me acostaba con una idea en la cabeza para el episodio que seguía, y al otro día lo escribía. Nunca había tenido hasta entonces la sensación de que escribía bajo dictado, casi sin intervención de mi parte.
—En cierto modo la historia de Eduardo dispara diversas reflexiones sobre la lectura: si es un oficio, o un castigo, o un modo de conectarse con los demás.
—En realidad el lector a domicilio no lo toma como un oficio sino que purga una pena menor. De hecho, a él no le produce placer ya que no le importa nada de lo que lee. Eso es precisamente lo que le reprochan sus oyentes: que no se involucra con nada de lo que lee.
—Sin embargo, en el caso de una de sus oyentes, la cantante de ópera, su ocupación es capaz de despertar cierto erotismo…
—Sí. Posiblemente. Lo que me llama la atención es que la relación con esta mujer inválida, la cantante de ópera, se da precisamente a partir de que ella es la que más lo cuestiona por su incapacidad para entender lo que lee. De todos modos, esa relación no llega a consumarse. Queda en un plano platónico.
—¿Las lecturas que hace Eduardo tienen que ver con las suyas, con los libros que disfruta y vuelva a disfrutar? Hablo de Daphne du Maurier, Truman Capote, Franz Kafka y la poeta Isabel Fraire...
—Son libros que me gustan mucho, pero no los elegí con una intención oculta. De hecho, la elección se fue haciendo casi por casualidad. Nunca supe por dónde iba. Concretamente la inclusión de la poeta Isabel Fraire fue totalmente casual. Yo estaba escribiendo y en mi escritorio tenía el libro que ella me había dedicado. Lo abrí para hacer tiempo, casi como descanso, y me encontré estos versos sobre la piel, que se volvieron tan importantes en la trama ya que Eduardo comienza a entender cómo debe leer a partir de su lectura de ese poema.
—Recientemente señaló la diferencia en la gestación y la escritura de esta novela, que fue muy fluida, respecto de la de Emilio, los chistes y la muerte, que le requirió mucho más trabajo…
—Lo único que cambió en la hechura de las dos novelas es que en El lector a domicilio el libro se hizo solo, mientras que en Emilio, los chistes y la muerte fue una penosa redacción que me llevó varios años, llenos de cambios, reformulaciones, recomienzos y muchas ganas de mandarla al diablo. Con El lector a domicilio sentí como si a mis espaldas, de modo inconsciente, alguien escribiese el texto.
—¿Cuál es el papel que juega en la trama el crimen organizado, estos mafiosos que les cobran a los comerciantes pro brindarles protección?
—No quise darle demasiada importancia, quizás es solo un recurso narrativo. Incluso el malo de la historia, el ex empleado que termina extorsionando a su ex patrón, no se pinta como un criminal sino como que la vida lo llevó a eso. Quise distanciarme del abuso de los lugares comunes de la literatura narco que parece una obligación para los escritores mexicanos. Quizás la localización en la ciudad de Cuernavaca pedía alguna mención del tema ya que se trata de una ciudad idílica, pensada como paraíso de descanso de la gente del DF, que fue presa del crimen y la violencia y se volvió muy peligrosa. Si bien no la nombro abiertamente, menciono el modo en que se la conoce, “La ciudad de la eterna primavera”. Considero que constituye un fracaso como ciudad ya que se volvió un lugar muy violento y aún antes de eso las mansiones con muros elevados construidas por los ricachones para encerrarse constituían otra clase de violencia. La considero una ciudad fallida.
—Su lengua materna es el italiano pero usted aprendió castellano desde la adolescencia y decidió escribir en este idioma, que adquirió de modo más tardío…
—Aprendí el castellano llegando a México, a los quince años. Empecé a escribirlo muy pronto, entrando en la preparatoria. Es una lengua aprendida. Aunque mi lengua materna es el italiano, hubiera sido un disparate escribir en esa lengua ya que no es la que manejo cotidianamente. Yo había escrito algunos textos en italiano antes de venir a México, pero los considero solo ejercicios. Cuando empecé a escribir y decidí que quería hacerlo en serio, el español era la lengua que dominaba y la de todos los días.
—¿Desde entonces no volvió a escribir ficción en italiano?
—Pasé un año viviendo en Roma y allí surgió la necesidad de escribir en italiano. Probé con algunos poemas pero me parecieron abstractos, casi insulsos, quizás porque no tenían nada que ver con mi tradición literaria que es sin duda la mexicana y la latinoamericana, aunque lea una gran cantidad de literatura extranjera.
—¿Se siente partícipe de la tradición mexicana?
—Me siento completamente partícipe de todos mis contemporáneos que luchan con el español, dialogo con ellos en mis obras.
—Entonces, ¿quiénes serían sus referentes dentro de la literatura mexicana? Alguna vez mencionó a Jorge Ibargüengoitia y Juan Rulfo en narrativa y a Xavier Villaurrutia, Octavio Paz y Jaime Sabines en poesía.
—Prefiero no hacer nombres ya que uno siempre deja a alguien afuera cuando hace listas. Pero digamos que me han marcado autores de otras épocas y también actuales. A veces no son los mejores ni mis preferidos, pero me influencian. En base a esas lecturas se va generando el caldo en el que todos abrevamos y nos inspiramos.
—¿Cómo alterna la escritura de poesía y prosa? ¿Hay una voluntad de elegir un género por sobre el otro en determinado momento o es el tema el que condiciona la forma?
—Se da de modo natural cuando escribo prosa. Lo hago de modo permanente y luego termino y quizás surge algo de poesía. Es algo quizás esquizofrénico, pero son como dos personas que se alternan de forma natural. Sí es cierto que cuando escribo prosa o poesía y quiero volver al otro género es un momento difícil, tengo miedo de no poder hacerlo, pero fluye y luego se siente tranquilo. La prosa y la poesía se me dan por temporadas.
Fuente: Télam
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