Fue a través de Twtter que Sole Otero se enteró de la muerte de Quino. “Lo primero que se me cruzó por la mente fue que ya no iba a poder conocerlo como me hubiera gustado”, cuenta la ilustradora argentina desde Francia. Todavía el mundo estaba sumergido en la pandemia aquella mañana del 30 de septiembre de 2020, ya casi mediodía, cuando Kuki Miller, histórica editora de Quino en Ediciones De la Flor, lo confirmó. Joaquín Salvador Lavado, ese era su nombre, tenía 88 años. La noticia se ramificó rápido, como un árbol mecánico, y produjo un arrebato de recuerdos, anécdotas, incluso ilustraciones de artistas: todos sentían la necesidad de despedirse, dedicarle algunas palabras cálidas, agradecer tantos años de dibujos y humor. “Me pasó como cuando uno pierde un ser querido, exactamente igual”. El que habla, del otro lado del teléfono, es Pablo Bernasconi. “Si bien yo lo conocí muy brevemente en un par de ocasiones y charlé no muchas palabras, sí logré presentarle de una forma muy sutil o vergonzosa mi admiración y lo que había significado para mí, que era mucho. Lo sentí como la partida de un ser querido y hasta más que un familiar: alguien que representa tantas cosas y es tan fundacional en el crecimiento intelectual y emotivo de una persona”.
“Me parece que la muerte de Quino estaba un poco anticipada”, dice Marisol Misenta, conocida como Isol. “Ya estaba muy grande, no veía, algo muy duro para un dibujante. Hacía tiempo que había perdido bastante de su autonomía. Había perdido a su mujer. No me sorprendió su muerte, de hecho hace como seis años, cuando murió su mujer, me habían llamado de un medio para que hiciera por adelantado un obituario o un recuerdo para que cuando sucediera no lo tuviera que hacer en el momento. Y yo no pude, no podía hablar de él como si estuviera muerto si no lo estaba. Pero vivió mucho y pudo hacer tanto que cumplió su ciclo. Fue en el mismo período, el año pasado, en que murió otra gente como Rosario Bléfari o Gabo Ferro, gente más joven que me chocó muchísimo más. Me parece que por suerte tuvimos a Quino mucho tiempo y él pudo desarrollar su capacidad y darnos un montón de cosas y él mismo poder saber lo amado que era”. Hace unos años, en 2006, cuando Quino estuvo de visita en España, El País organizó una entrevista con sus lectores. Le preguntaron por la vigencia de su obra. “No esperaba vivir tanto”, dijo. “Nunca hice otra cosa que dibujar, ni sé hacerlo, bueno sí: ir al cine, beber buen vino y escuchar música. Pero nunca pensé en otra cosa que en dibujar”.
Publicó su primer libro a los 31 años. Ya había estudiado en la Escuela de Bellas Artes de Mendoza, ya había hecho el servicio militar obligatorio, ya había llegado a Buenos Aires para intentar vivir del dibujo, ya había trabajo para medios como Leoplán, TV Guía, Vea y Lea, Damas y Damitas, Usted, Panorama, Adán, Atlántida, Che y el diario Democracia, ya había empezó a publicar con cierta regularidad en las históricas Rico Tipo, Tía Vicenta y Dr. Merengue. ya estaba incursionando en el dibujo publicitario. Entonces tuvo la oportunidad de hacer un libro recopilatorio, Mundo Quino, que se publicó en 1963. Un año antes empezó el verdadero mito: Mafalda. El escritor Miguel Brascó le propuso crear una historieta que funcione como publicidad encubierta. La agencia Agens quería promocionar la marca de electrodomésticos Mansfield, de la empresa Siam Di Tella, con una tira cómica en los diarios. Presentaron el proyecto en Clarín pero no resultó porque la maniobra era demasiado evidente. Quino sabía que ese personaje no era algo para hacer un bollo y tirarlo a la basura. Siguió trabajándolo, perfeccionándolo, hasta que el laberinto del mercado editorial se abrió. Mafalda irrumpe en el mundo de la historieta en 1964 en la revista Primera Plana.
“¡Quino es una maravilla!”, exclama Isol. “Es un observador del cotidiano desde un lugar tan inteligente y a la vez compasivo: no siento que juzgue a los personajes sino que los muestra. A la vez tiene una cercanía, una mirada como infantil que me encanta en Mafalda, y un humor que permite hablar de cosas tremendas de una forma en que uno puede seguir pensando en esas cosas, no sólo agarrarse la cabeza. Cada vez que veo una historieta de Mafalda o alguna de las cosas que hizo para la última página de la revista de Clarín me vuelvo a sorprender de lo brillante que es Quino. También veo la gran referencia que fue para mí y para muchos que haya alguien contemporáneo siendo tan perspicaz y contando a través de los dibujos cosas tan profundas”. Otero cuenta que Quino “es uno de mis primeros referentes, un vínculo nostálgico con las historietas de mi infancia y con determinados momentos de lectura que recuerdo con cariño”. Y Bernasconi sostiene que “fue una ventana a la que yo me asomaba para encontrar un lenguaje y un canal que desconocía. No es que desconociese la historieta, porque ya leía mucho, pero la de Quino, sobre todo, tenía una forma de relatar, de contextualizar y de encontrarse con la belleza ante tema sórdidos que yo desconocía hasta el momento”.
Pablo Bernasconi confiesa que “banalizaba el tema del humor y a partir de Quino entendí que el humor reflexivo, el humor que se encuentra con el pensamiento, con la crítica, con la inteligencia del lector, era más que posible. Eso fue para mí Quino: una ventana a la lucidez”. Además de los álbumes de Mafalda, publicó una veintena de libros como Quinoterapia, Sí, cariño, ¡Qué mala es la gente!, ¡Cuánta bondad!, ¡Qué presente impresentable!, ¿Quién anda ahí? y Simplemente Quino, entre tantos otros. “Lo que más me gusta del Quino artista —cuenta Isol— es la perspectiva que él tenía: la oportunidad que encontraba para hablar de cosas súper ríspidas con tangentes que sólo el humor y las metáforas pueden utilizar y que él dominaba perfectamente. Me parece que ese rasgo del pensamiento es lo que más me gusta: sostener cierta frialdad en momentos donde todo parece que se viene abajo. Él sostenía esa mirada del artista reflexivo, creo que ese es su mayor rasgo más allá de su talento como dibujante, como narrador. Su calidad de reflexiva nos dejó una enseñanza enorme a todos los que trabajamos de interpretar acontecimientos, dibujarlos, escribirlos: todos tenemos algo de Quino o todos querríamos tener algo de Quino”.
Sole Otero lee a Quino y pienso en voz alta: “Me gusta la capacidad que tiene su obra de poder ser percibida y releída desde tantas ópticas diferentes, el que pueda haber sido una lectura durante mi infancia y se haya resignificado completamente con una lectura más adulta”. Diferentes etapas de una vida y diferentes generaciones. Bernasconi asocia ese efecto al de María Elena Walsh porque “amos han logrado atravesar las generaciones de una forma tan horizontal, tan fluida y tan orgánica que hay muy poquitos casos que hayan logrado eso. Y siguen haciéndolo porque mucho después de la muerte de Quino todas sus viñetas, todos sus personajes, todas sus historias y contextos van a seguir atravesando generaciones de familias que lo leen una y otra vez. En mi caso, lo leía mi mamá, lo leía mi papá, lo leí yo, después lo leyó mi hijo Franco, ahora lo está leyendo mi hija Nina y siempre como una cuestión de revisión: lo leen y lo vuelven a releer y agarran todo Mafalda y leen cosas que no habían encontrado, que no habían entendido antes, y me parece que esas capas de profundidad que proponía Quino que es ahondar en su propia inteligencia es lo más valioso que nos pueden dar estas personas que son entrañables y que hoy tienen un lugarcito en el corazón de cualquier argentino”.
“Del Quino artista me gusta cómo narra a través de los dibujantes, las expresiones, las síntesis que hace y la inteligencia y el humor tan cercano a lo humano y a nuestras miserias desde un lugar de conocedor de esas miserias, no de juzgador. Me parece que logró usar estos dos lenguajes, el de las palabras y el de las imágenes, de una manera magistral para mostrar cosas sin bajar línea, sino mostrándolas, que se revelan, se abren por sí mismas“, destaca Isol. “Ocupa sin dudas un lugar irremplazable, no solamente por su gran talento sino porque es espejo de una forma de ser y de percibir el mundo que nos pertenece”, señala Sole Otero, y Bernasconi suscribe: “La cultura argentina le debe muchísimo”. “Nuestro humor gráfico —concluye Isol— es muy bueno; tenemos mucha gente pionera y contemporánea a Quino: Fontanarrosa y Caloi, por ejemplo. Yo aprendí mucho de esa manera de poder decir una cosa sin decirla, de hablar con el lector como un par dejando que uno caiga en la cuenta de qué se está hablando. Esa manera de decir en sintético cosas con mucha profundidad. Nine también tenía un humor así. Muchas ramas salen y vuelven a entrar a partir de Quino; él fue el diamante”.
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