Mafalda: un mundo dichoso

A un año del fallecimiento de Quino, Infobae Cultura reproduce el prólogo de “Universo Mafalda”, un exquisito compendio de la obra cumbre del gran artista argentino

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(Imagen: “Universo Mafalda”)
(Imagen: “Universo Mafalda”)

Venturosos, afortunados los niños, adolescentes, adultos, mayores que, en alguna ocasión, leyeron las tiras de Mafalda. ¡Qué privilegio tuvimos aquellos que fuimos tocados por la varita mágica de la inteligencia y el humor de Quino! Este libro ilumina el período que va desde el 29 de septiembre de 1964, cuando comenzó a publicarse en el semanario Primera Plana, y luego en sus otros “hogares periodísticos”, el diario El Mundo y la revista Siete Días, hasta el 25 de junio de 1973, cuando su autor decidió dejar de dibujarla. Pero la luz continúa, y las historias que se leen en este libro fabuloso escrito por Judith Gociol, al cuidado de Julieta Colombo y Diana Cavallaro, son la prueba.

Quino

Cuarenta y ocho años después, el milagro creado por Joaquín Salvador Lavado Tejón (1932-2020) sigue vigente. Hablar de Quino implica el reconocimiento inmediato de Alicia Colombo, su esposa, su compañera, sus ojos y baluarte en la difusión internacional de su obra.

Quino ya era un dibujante y un creador de excelencia bastante antes de Mafalda y lo siguió siendo después. Lo era, según Juan Sasturain, desde sus iniciales trabajos publicados a partir de los años 50 en un estilo que el experto denomina “humor silente”. Para ilustrar lo que Quino lograba con sus cartones mudos, Sasturain propone comparar a “Buster Keaton con un mimo”. El artista Caloi, otro rendido admirador, lo pone en boca de su personaje Clemente dialogando con su novia, la Mulatona. “¿Sabe cuál es el parecido que le veo a usté con Mafalda, mi negra?: que todo lo que usté tiene desparramado por todo el cuerpo, a ella el maestro Quino se lo puso concentrado en la cabeza”.

Quino murió el 30 de septiembre de 2020, a los 88 años, y, durante la década en que, día a día, imaginó a Mafalda, a él le tocó el mundo con acontecimientos como la Guerra de Vietnam, la Revolución Cubana y los asesinatos del Che Guevara y Luther King, la revuelta parisina del 68 y la matanza de Tlatelolco, la Guerra Fría y la expansión de China. Como si fuera poco, también le pasó la Argentina. En los inicios, presidía el gobierno democrático del doctor Arturo Illia, y, hasta la primavera camporista, tuvo que convivir con tres gobiernos de facto, los de Onganía, Levingston y Lanusse, que fueron poder durante siete años argentinos difíciles y que parecieron interminables.

Primera tira publicada de "Mafalda"
Primera tira publicada de "Mafalda" (Imagen: “Universo Mafalda”)

Una familia de clase media

Mafalda

Se dijo de ella: niña terrible, chica adulta, heroína de nuestro tiempo, ícono mundial. Amiga de los Beatles, admiradora del dibujo animado El Pájaro Loco, defensora de la paz y los derechos de los niños, enemiga de la violencia y de personajes como James Bond, no transó jamás ni con el armamentismo ni con la sopa. Mafalda fue póster y estampilla, tira de historieta y dibujo animado, libro leído y releído mil veces de generación en generación.

Hasta el último de sus días, Quino recibió de sus admiradores la pregunta, casi siempre en plan de directo e indignado reproche, de por qué había dejado de publicarla. Con prudencia y humildad, el creador aclaró en innumerables ocasiones que ella era solo un personaje.

Con autoridad se permitió críticas, que tanto se parecieron a una autocrítica. La llamó “durita”, “poco espontánea”, “declamatoria”, “sobreactuada”, “protestona”, “cascarrabias”. Y muchas veces más tuvo que salir a protegerse explicando: “Es un dibujo, no un ser de carne y hueso”. Pero, más allá de aclaraciones, Mafalda es Quino, y Quino, con su talento, con su imaginación y con su cultura, fue la llave mágica para que millones la leyeran como si ese personaje fuera una persona, una conocida, una amiga, ellos mismos. “Me parezco a Mafalda cuando escucho noticieros y me hago mala sangre por todo lo terrible que pasa en el mundo”, reiteró. En cualquier caso, Quino (¿o deberíamos decir sus personajes?) nunca ocultó preferencias y fastidios, satisfacciones, agobios y elecciones ideológicas.

Raquel

“¡¡¡Mamá!!!”, grita Mafalda desde una punta del departamento. Cuando la madre responde, la nena redondea: “Nada… solo quería cerciorarme de que aún hay una buena palabra que continúa en vigencia”.

El personaje de la madre de Mafalda le posibilita a Quino meterse con distintas cuestiones que ya, en esos años, comenzaban a hacerse notar: la igualdad entre mujeres y hombres, el acercamiento de la mujer al mundo del trabajo y de las profesiones, la modificación de los vínculos familiares y otros ítems femeninos-feministas, como el contacto con la política y la militancia, la libertad sexual y la independencia. Mafalda le reprocha a su mamá que no haya seguido una carrera universitaria. Pero tampoco Quino tuvo un título de grado. A cambio, y en numerosas ocasiones, colegas lo consagraron maestro y facultades e instituciones de todo el mundo le otorgaron más que merecidos doctorados honoris causa.

Papá

Lo que se sabe de él es que es empleado en una compañía de seguros y que pertenece a la clase media “muy en la mitad”. Así como la madre se llama Raquel, a él no se le reconoce un nombre propio. Es joven, fuma, su hobby es cultivar y cuidar plantas de interior. Cuando las preguntas de Mafalda primero y de Guille después lo descolocan, o cuando debe lidiar para que las hormigas no destruyan las plantas, se apacigua tomando unas gotitas de Nervocalm.

Mafalda se burla de su afición y le otorga el “Premio Nobel a la maceta”. Con ella, y también con Guille, se muestra comprensivo y cariñoso. Su mayor empeño consiste en mantener el rol de sostén material de la familia y seguir cumpliendo con probidad ejemplar sus compromisos laborales. En un Día del Padre y como prueba de amor, Mafalda le otorga su perdón por haberla traído a un mundo como éste. El matrimonio de Quino y Alicia no tuvo hijos. La decisión empieza en Quino. En principio, porque él (en plena adolescencia) y sus hermanos (un poco más grandes) perdieron muy tempranamente a sus padres, y desde entonces nada les resultó sencillo. Y, también, casi en una decisión de corte mafaldiano, eligieron no sumar un niño más a un universo del que desconfiaban.

(Imagen: “Universo Mafalda”)
(Imagen: “Universo Mafalda”)

Guille

En diciembre de 1967, Quino fue testigo del lamentable cierre del diario El Mundo, el matutino en el que se desarrolló la segunda etapa de Mafalda. Poco después, la tira encontró nuevo domicilio en el semanario Siete Días. En junio de 1968, los lectores supieron que la familia se había agrandado con el nacimiento de Guille. El bebé crece cuadro a cuadro y se convierte en un integrante importante del grupo. Sobreestimulado por sus padres y consentido y protegido por Mafalda, ella admite su precocidad y dice, con la mirada clavada en el futuro: “Hace tantas preguntas que el pobre, al año y medio, ya es candidato a los gases lacrimógenos”. Con indisimulada provocación, Guille disputa con su papá el amor de su mamá. Infante con chupete incorporado, le apetece tanto la sopa como la detesta Mafalda.

Burocracia, la tortuga

En su casa, observando el vuelo de una mosca, o en la playa, comprobando el andar a contramano de un cangrejo, ciertos bichos y animales instalan a Mafalda en estado de pensamiento. En un momento, ella y Guille sumaron una tortuga a la vida cotidiana y a la interna familiar. A esa mascota la llamaron Burocracia. Siguiendo su paso cansino, Mafalda asocia esa lentitud con “el taxi en el que viajan las soluciones”. En distintas tiras, Mafalda, desafiante, le propone un juego imposible: que abandone la lechuga y pruebe la sopa, mientras que Guille, desde su corta estatura, juega a torearla. La tortuga Burocracia fue un atractivo e inesperado personaje de la saga.

El Citroën

La historieta de Mafalda tuvo la permanente virtud de ser un inequívoco registro de hechos, personajes, costumbres y tendencias de época. Por eso, no parece desubicado que Quino hubiera decidido que el modelo del primer auto del papá de Mafalda tenía que ser un Citroën. Luego de mucho pensarlo y de hacer números, el hombre de la casa se convirtió en el propietario de una del millón seiscientas mil unidades producidas en el país en la década del 60 por la fábrica de origen francés. La reacción de Mafalda fue llamativa. En un primer momento, hizo mucho para que el papá se animara a dar ese paso, alentándolo y mencionando las ventajas de ese auto “sencillo, liviano y económico”. Pero resulta que, una vez que el vehículo se integró a la familia y viendo los cuidados casi obsesivos que el padre le dedicaba al 2CV, se puso celosa y ya no le gustó tanto. En otra ocasión, tras un choque, Mafalda lo sintetizó así, como si el daño lo hubiera recibido el padre en su propio cuerpo: “Le abollaron el presupuesto del mes, los nervios, la alegría de tener auto, el carácter, la confianza en los demás y un guardabarros”.

(Imagen: “Universo Mafalda”)
(Imagen: “Universo Mafalda”)

Infancia de barrio

Felipe

En boca de Mafalda y sus amigos están las frases –incisivas, originales, profundas, graciosas, admirables y que de tan universales se volvieron clásicas– que cualquiera de nosotros habría querido decir alguna vez. Los dichos de Felipe, que en el aspecto físico es un inequívoco retrato de un amigo de Quino, Jorge Timossi, compiten en agudeza con los de Mafalda. “¿No sería hermoso el mundo si las bibliotecas fueran más importantes que los bancos?”, soñó Felipe, vecino de la nena en el edificio de Chile 371, en el barrio de San Telmo. Es también el autor intelectual de un pensamiento portentoso: “¿Justo a mí tenía que tocarme ser como yo?”. Así como Mafalda aborrece íntegro el catálogo sopero, él acomete contra las obligaciones del sistema educativo formal.

Susanita

Su nombre completo es Susana Clotilde Chirusi y es una nena recargada de confrontaciones y sincericidios. “Sos como Susanita”, se le dice a quien se muestra demasiado apegada a una figura femenina tradicional. En distintas situaciones, Mafalda y Felipe se tapan la cara con un libro o con lo que tengan a mano con tal de no seguir escuchándola. Desde el año 2009, en la esquina de Chile y Defensa (a metros del edificio en el que, por años, vivieron Quino y Alicia) hay una “naturaleza viva” alrededor de la que se forman largas colas para fotografiarse con algunos de los personajes principales de la historieta. De ese altar laico y callejero, Susanita sigue siendo una de las preferidas.

Manolito

Otro de los trazos humanos creados por Quino es el hijo del dueño del almacén Don Manolo, apellidado Goreiro, español, como también lo fueron los padres del autor. Los sueños del chico son de índole comercial, como abrirse paso en “una propiedad colmada de importantes cajas registradoras”. No hay libros que prefiera más que los de contabilidad, mientras que una de sus frases predilectas trae tono de pregunta: “¿Cómo alguien puede saber si algo es lindo, si no sabe cuánto cuesta?”. Susanita es la que menos lo tolera, pero Mafalda y Felipe le enrostran su “avidez mercantilista”, su prejuicioso encono hacia los Beatles y su insoportable incondicionalidad para con el multimillonario Nelson Rockefeller.

Miguelito

Este personaje de desordenados cabellos rubios, cuyo nombre completo es Miguelito Pitti, aparece por primera vez en 1966, cuando un general de la Nación depone a un presidente civil democráticamente elegido. Ese episodio inicia una fatídica escalada de tres gobiernos militares, con claras inclinaciones dictatoriales. Ególatra, fue capaz de preguntarle a Mafalda: “Antes de nosotros, ¿existía el mundo?”. Resistente a los estatutos de orden y limpieza domésticos y algo atormentado por ser el nieto de un admirador de Mussolini, afirma que, si no se porta bien, es “para no cerrarles a nuestras madres sus fuentes de trabajo”. Miguelito y Mafalda se conocieron en la playa y, a partir de ese encuentro, se convirtieron en buenos aliados.

(Imagen: “Universo Mafalda”)
(Imagen: “Universo Mafalda”)

Libertad

Directa e incisiva en sus juicios, ella representa cabalmente a su nombre. Sus lúcidas salidas alcanzan la elevada dimensión que su físico todavía no logró. Y así como Susanita asume la condición del ideal romántico, Libertad no vacila en identificarse con la palabra revolución. El autor pone en su boca algunas de las clásicas consignas que animaron las históricas jornadas de mayo de 1968 en París. Pero Libertad venía formateada desde su casa, probablemente por su mamá, en pensamientos que todavía hoy explican diáfanamente las desigualdades: “Para mí, lo que está mal es que unos pocos tienen mucho, muchos tienen poco y algunos no tienen nada”. No es improcedente pensar que dichos de este nivel fueron leídos y entendidos por mucha gente antes en los libros de Mafalda que en cualquier volumen de educación formal.

El triciclo

Lo encantador de Mafalda es que, pese a sus salidas presuntamente extemporáneas, sigue siendo una niña a tiempo completo. Queda muy claro en el capítulo sobre el triciclo. Ahí, entre referencias a los Reyes Magos y a la ilusión que en cualquier chico genera la noche del 5 al 6 de enero, se cuenta que recibió un triciclo de regalo. Es muy significativo que Mafalda y su barra, pertenecientes a ese tiempo analógico y en blanco y negro, prefieran juegos, juguetes y pasatiempos simples, desde las actividades al aire libre, en la plaza o de vacaciones en la playa hasta el yoyó y el balero. También les gusta sentarse en el umbral de sus casas o en las veredas para, desde allí, ver la vida pasar.

Noticias del mundo

El globo terráqueo

En varias ocasiones, se la ve a Mafalda cavilando frente a un globo terráqueo y enviándole calificativos que expresan su desencanto. “Un desastre”, “Un manicomio redondo” o “Un enfermo incurable”. En una de esas sesiones de interpelación profunda dice: “Los del hemisferio norte viven cabeza arriba. Y nosotros, cabeza abajo. Y por vivir cabeza abajo, a nosotros las ideas se nos caen”. No es una demasía la elección de este objeto. Desde el símbolo del globo, Quino, al que nada del mundo y sus conflictos le generaba indiferencia, estableció su propia y rica cosmovisión, esa de la que están hechos también sus personajes. Como creyente de un mundo mejor, Mafalda revela su sueño vocacional: llegar a ser traductora en las Naciones Unidas. Por eso, en una tira, desliza este pedido: “Eso sí, prometeme que vas a durar hasta que yo sea grande”.

Cuando los libros con las tiras de Mafalda comenzaron a distribuirse en distintos puntos del globo terráqueo, se inició otra manera cultural de leer sus aventuras. Por ejemplo, cuando Quino visitó España por primera vez, todavía gobernaba el dictador Francisco Franco. Por la fuerte censura imperante, los libros iniciales salieron a la venta con la patética advertencia: “Solo para adultos”.

La radio

Mafalda demuestra auténtica empatía con la radio o, para mejor decirlo, con un aparato a pilas cuyos mensajes la entretienen, la desilusionan, la alarman o directamente la ponen en estado de shock. Esa vocería irremplazable le modula la impresión sobre el estado del mundo, que, casi invariablemente, termina por decepcionarla. Se conforma diciendo: “Debería haber un día a la semana en que los informativos nos engañen un poco dando buenas noticias”.

Cuando era un niño, Quino tuvo a la radio como un vehículo informativo de primera línea. Sus padres, andaluces, identificados con el bando republicano, finalmente derrotado, siguieron a través de ella las noticias que llegaban de los frentes de batalla mientras se desarrolló la cruenta Guerra Civil Española.

(Imagen: “Universo Mafalda”)
(Imagen: “Universo Mafalda”)

La tele

El aparato, ya por entonces de fabricación nacional, llegó a la casa de Mafalda cuando la televisión ya había sido adoptada por más de un millón y medio de hogares, entre ellos el de la familia de Felipe. El ansiado electrodoméstico tardó en golpear a la puerta de las casas de Libertad y Manolito.

Un diálogo entre Mafalda y su papá explica esa ansiedad. El hombre regresa de su trabajo con un chocolate de regalo para su hija.

—Adiviná qué te traigo —le dice a Mafalda.

—Un televisor —responde, eufórica.

El chocolatín termina en la boca del padre, que vio mal recibida su buena iniciativa.

Entre sensaciones y frustraciones, hay otro desencuentro representativo:

—Cuando yo era chico, no había televisión —evoca el papá.

—Y entonces, ¿para qué eras chico?

Finalmente, el aparato termina por integrarse a las costumbres familiares y Mafalda deja de sentirse un “bicho raro” entre sus compañeros de escuela y amigos.

Poco antes de su despedida de la gráfica, la tira de Mafalda llegó a la televisión, por el Canal 11. Más adelante, hubo una segunda experiencia, producto de una coproducción entre las televisiones públicas de España y de Cuba. Quino nunca ocultó su preferencia por el trabajo hispano-cubano dirigido por Juan Padrón.

Epílogo

Quino mantuvo la exigencia diaria de ponerle cerebro e intención a Mafalda durante casi diez años. Un día, tal vez cansado de tanta presión, decidió soltarla, pero lo que ocurrió –y sigue ocurriendo– fue algo digno de admiración. Esa maravillosa criatura y su elenco de familiares y amigos alcanzaron vida propia en la Argentina y en muchas partes del mundo.

Mafalda fue una materia fundamental que, cuadrito a cuadrito, propuso una educación sentimental imposible de encontrar en los currículos formales o en los manuales. Los que se acerquen a este libro, según la edad, volverán a tiempos propios, inconfundibles, o descubrirán que, por su vigencia y su universalidad, no se perdieron nada. Como sucede con algunos otros (pocos) íconos argentinos, Mafalda y Quino siguen vivos y dispuestos a seguir haciéndonos mejores desde la risa y el pensamiento.

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