El cuerpo flotaba en el río Tíber. Alguien dio la voz de alerta, los curiosos se acercaron, se horrorizaron, estaba embarazada. Caravaggio escuchó la noticia, juntó algo de dinero, no se sabe cuánto y no se sabe a quién pagó para que lo trasladasen a su estudio.
Se cree que su nombre era Anna, Anna Bianchini, una prostitua en una Roma plagada de cortesanas, una mujer que vivía el día a día en las calles hostiles de una ciudad enorme y poderosa. Y él, Miguel Ángel Merisi, oriundo de Milán, de quien hoy se recuerdan sus 450 años de nacimiento, la conocía, había sido una de sus musas tras su arribo la ciudad a la que se llegaba por todos caminos en 1592, cuando tenía 21 años.
Se cree que su nombre era Anna, Anna Bianchini, pero no hay confirmación oficial sobre la identidad. No hay registro de su desaparición; la historia, como su vida, parece haberla dejado a su suerte, a la deriva, y así hubiera sido, si no fuera porque aquella mujer embarazada quedó inmortalizada en La muerte de la virgen.
¿De qué murió? Tampoco hay respuesta, se cree que se ahogó, o más bien la ahogaron, que sus manos no hayan sido rebanadas por un hachazo, como mandaba la costumbre, denotan que no hubo suicidio. Se sabe también que fue una mujer de vida licenciosa, una prostituta, una meretriz, pero de los bajos fondos, a fin de cuentas, las otras, las que tenían acceso a las camas de los abogados, los prelados, los banqueros y los comerciantes de buen vivir sí son recordadas, por lo menos lo son sus nombres, y eso es en gran parte gracias a que Caravaggio las inmortalizó.
Una de ellas fue Fillide Melandroni, la diva, la más deseada y cercana al poder, como una de las modelos más famosas del artista. Aunque esta historia no se escribió de a dos, sino en un trío. Fillide y Anna, Anna Bianchini, fueron amigas, confidentes, cómplices en la adversidad por lo menos por un tiempo.
Ambas se conocieron siendo adolescentes, apenas 13 años, cuando el destino las unió en el carruaje en el que abandonaron su Siena natal rumbo a la gran ciudad. Sus padres habían muerto, sus madres las pusieron a trabajar con su cuerpo para pagar la pensión que compartían.
Relata Andrew Graham-Dixon, en la biografía Caravaggio: Una vida profana y sagrada (Taurus), que sus existencias quedaron documentadas cuando fueron arrestadas por no respetar un toque de queda bajo el cargo fue sospecha de solicitación. Básicamente, incumplieron con la norma de que no podían transitar de noche en busca de clientes.
A los 14 atravesaron otra experiencia traumática y violenta. En aquellos tiempos en la metrópolis con más 900 templos católicos, el pecado no se perdonaba con tres padrenuestros, sino con azotes y torturas; esa era la manera de mostrar a las personas viciosas que habían errado el camino, la terapia de convencimiento. Y si consideraban que resultaba insuficiente, las subían a un burro semidesnudas, con los moretones y cortes al aire, para que mientras el animal transitara las calles todos pudieran observarlas y nadie, ellas principalmente, se tentaran con ese estilo de vida. Salvo que sus clientes tuvieran dinero o casta, que allí la Iglesia hacía la vista gorda y todo estaba permitido.
Sabemos así que, por lo menos desde el siglo XVI, la necesidad tiene rostro de hereje, porque Caravaggio las pintó siendo un veinteañero y ellas, teniendo 16 ó 17 años, encontraban descanso a tanto tormento posando como santas, como justas, como arrepentidas. Anna, pelirroja, de facciones angelicales, protagoniza dos de sus primeras pinturas: Descanso en la huida a Egipto y La magdalena penitente, donde -se asegura- que el rostro triste, doliente y con lágrimas de la joven pertenece al momento posterior de la golpiza y la humillación pública.
En 1598, posaron juntas por primera vez como las hermanas Marta (Fillide a la derecha) y María Magdalena, en una escena del Nuevo Testamento en la que Magdalena es convencida de dejar su vida de prostituta y acercarse a dios, como ya lo había hecho su interlocutora.
De ese año también son Santa Catalina de Alexandria y el crudísimo y maravilloso Judith y Holofernes, ambos con Fillide en el rol principal. La mujer tiene un semblante impasible, no hay temor, no hay arrepentimiento, solo decisión. En una posa con un florete, en la otra empuña una espada mientras decapita la cabeza del general, una pieza que en su momento causó conmoción y rechazo por parte de la élite cuando fue presentada.
Sin dudas la elección de Fillide para estas piezas no fue azarosa, ya que era conocida por sus enfrentamientos con la ley. Fillide era mujer de carácter que en el 1600, por ejemplo, fue arrestada por asalto a otra furcia con un cuchillo al grito de “puta, te voy a dejar cicatrices en todas partes”. Hay en Caravaggio una provocación constante, las putas protagonizan un cuadro sobre arrepentimiento, en otro una de ellas, la más rea, posa desafiante “ante la cámara” con un arma y en otra lleva adelante un acto de violencia de una manera que nunca se había visto en la historia del arte. Chapó.
“El fue el primer pintor de la vida como la siente el popolaccio, la gente de las callejuelas, los sans-culottes, el Lumpenproletariat, las clases bajas, los bajos fondos”, escribió el gran crítico británico John Berger en Y nuestros rostros, mi vida, breve como fotos.
En esa época Caravaggio viró su obra al claroscuro, al tenebrismo que lo haría famoso e inmortal, e inventó un sistema en que presentaba sus obras en una habitación sombría y las exponía a una luz cenital, que reforzaba así su estilo de pintura, otorgando más potencia a sus personajes. Generando mucho más impacto.
Caravaggio nunca escondió que sus musas eran prostitutas; de hecho, posiblemente sus rostros podían resultar familiares para los que observaban las obras. En ese sentido, respeta los lineamientos de la Iglesia católica contrarreformista, que buscaban santos humanos, como gente común, sin aureola, aunque muchas veces sus obras eran rechazadas por la propia iglesia por ser demasiado mundanales. Esta situación llegaría a su máxima expresión con otra de sus musas prostitutas, Maddalena Antognetti, Lena.
Gracias a La mujer de Caravaggio: vida y aventuras de Maddalena Antognetti, Riccardo Bassani le puso nomber e historia a esa modelo que había posado en al menos siete obras maestras como La Virgen de los Palafrenieri (1604), La Virgen de los Peregrinos, y El éxtasis de María Magdalena, ambas de 1606, entre otras.
A partir de un extenso trabajo de documentación, inédito hasta entonces, se reveló que el artista y la cortesana caída en desgracia tuvieron además una relación conflictiva, más sexual que romántica, con episodios de violencia que incluyeron a terceros, como cuando una noche de verano de 1605, un abogado gue atacado por la espalda con una espada. “El culpable es Michelangelo Merisi da Caravaggio”, declara, con quien unas noches antes había tenido un violento altercado sobre una mujer llamada “Lena, que es la mujer de Miguel Ángel”.
Lena provenía de una familia de cortesanas y hasta 1602 gozaba, podría decirse, de una carrera exitosa, frecuentando sobre todo a los máximos exponentes de la curia. Pero quedó embarazada y eso para los hombres dedicados a promover el amor y el perdón era imperdonable. Como buena pecadora fue explusada del jardín del edén y ya sin protección, dos años después, fue detenida de noche mientras hacía la calle disfrazada de hombre. Cuando Caravaggio la convierte en La Virgen de los Peregrinos subió una vara más en el desafío al clero, bastante más que cuando utilizó a Anna y Fillide, a fin de cuentas Lena era una mujer mucho más conocida en la dióseis y tras el Concilio de Trento de mediados del XVI estaba prohibido específicamente “toda la lascivia de una belleza descarada en las figuras”. Y nada más lascivo que una cortesana, asidua a la curia, caída en desgracia.
La pieza fue, otra vez, rechazada por el aspecto pobre de la mujer santa, por sus pies descalzos, incluso la manera en que se representó el hogar de la Virgen causó malestar. Lo mismo había sucedido con La Virgen de los Palafrenieri, en la que se muestra a María y el Niño aplastando a la serpiente del pecado original en presencia de Ana. Destinada al altar mayor de la iglesia de Sant’Anna dei Palafrenieri solo permaneció un mes allí. Había en ese cuerpo mucho escote, demasiada sensualidad, y ese niño, ¡ay, ese niño!, era ya demasiado grande como para aparecer desnudo, y ese rostro, ¡ay, ese rostro!, les recordaba sus propios vicios de cama. Fue trasladada a otra iglesia y luego vendida al cardenal Borghes, porque si algo sucedía con las obras rechazadas por la iglesia, es que siempre alguien de la curia estaba dispuesto a pagar monedas para retenerla en su propia colección. Gracias a eso, muchas de sus grandes obras sobrevivieron.
A principios del XVII, las amigas Anna y Fillide se separaban por haber tenido diferentes suertes en sus artes. Mientras Anna nunca pudo abandonar las calles y los bolsillos flacos, Fillide subió en la escala social y se convirtió en cortesana, gracias a su proxeneta, Ranuccio Tomassoni, spoiler alert, otro nombre muy importante en la historia de Caravaggio.
Las cortesanas eran la casta más alta de la prostitución. Solían tener una educación formal, eran preparadas para una vida de lujuria, pero además para no desentonar en una conversación. Era en sí un trabajo bien pagado y aceptado si tenemos en cuenta que para el siglo XVI de las 50 mil personas que vivían en Roma, unas 7 mil se especializaban en el oficio.
La buena de Fillide impartió clases a pretendientes a cortesanas sobre lo necesario para satisfacer a los clientes, mientras reposaba en diferentes habitaciones de la poderosa familia Farnese o del noble florentino Giulio Strozzi, quien se convirtió en su más ferviente admirador, su único amor. Así que por un tiempo desaparece del radar de Caravaggio para reingresar en 1604, donde tiene dos papeles, María Magdalena y una tercera María, que lloran junto a la Virgen, en Santo entierro.
Anna falleció aquel 1604, ahogada en el río Tíber. No hay documentación, solo rumores historiográficos, que la pelirroja, embarazada, fue la modelo de La muerte de la virgen, una obra que había comenzado por encargo de un abogado papal en 1601 y entregó en 1606, y que tenía como destino la iglesia de Santa Maria della Scala en Trastevere, pero... sí, fue rechazada.
Esa virgen no había muerto como debía, sus pies descalzos, su vestido y su pelo desaliñado no denotaban paz, sino desorden, conflicto. Esa no podía ser La Virgen, por más humana que se esperara que fuese la representación. Si fue Anna, Anna Bianchini, o no, queda en el lugar del mito, que de eso, en la vida de éste artista hay bastante.
1606 fue un año bisagra, le dicen que se lleve a esa virgen muerta y también a la de los peregrinos a donde no da el sol, como los sótanos donde exponía, y se marcha de Roma tras 15 años. Caravaggio ha dado muerte a Ranuccio Tomassoni, el proxeneta de Fillide, asestándole un cuchillo en el pecho. Las fuentes clásicas aseguran que fue en una pelea por un partido de tenis, pero probablemente esta sea una manera de no mancillar la honorabilidad de ambos, que era más bien nula, pero eso poco importa cuando se lleva mujeres a las camas del poder. ¿Estuvo relacionada Fillide en el enfrentamiento?, para Graham-Dixon, sí y es más, arriesga una teoría: Caravaggio posiblemente también haya trabajado como proxeneta, lo que explicaría su facilidad para conseguir mujeres con la profesión más antigua.
Fillide vivió más que las prostitutas promedio, superó los 30 y pico años y llegó incluso a tener su propia vivienda. Muere en 1618, portadora de una enfermedad venérea, y en su testamento sí tiene un acto de fe: pide que el dinero de su propiedad pase a instituciones dedicadas a la Virgen, en especial a los Convertitas, lugar donde las prostitutas podían reformarse y, además, escribe que el único cuadro en su posesión, un retrato que Caravaggio le realizó a los 17, sea para su viejo amor, Giulio Strozzi. Esta pieza, lamentablemente, fue destruida en 1945, en Berlín.
Caravaggio murió cuatro años después de dejar Roma, justamente cuando había sido perdonado por su asesinato y regresaba a la ciudad para seguir trabajando. En el medio pasó por Nápoles, Malta y Sicilia. En el viaje de regreso tenía tres pinturas con él, dos de San Juan y El éxtasis de María Magdalena, donde la figura de Lena reaparece en su obra. Volvía a la ciudad que lo había desterrado con una pieza que era el paroxismo la provocación, con un cuadro que había pintado en Roma y del que nunca se había desprendido.
La mujer es retratada semi acostada con un gesto de goce, es como si quisiera recordales a todos aquellos que detestaba, que habían primero “excomulgado” a su cortesana favorita por un embarazo del que eran responsables, que lo habían expulsado de la gran ciudad, destinado a ser llamado el gran pintor de Roma fuera de ella, que ese rostro, el de Lena en éxtasis, viviría por siempre.
Pero la pieza nunca pudo ser exhibida en Roma, es más, estuvo desaparecida por más de cuatro siglos (reapareció en 2014), ya que el artista la llevaba consigo, junto con dos obras más, a bordo del barco que le condujo a Porto Ercole. En 1610 Caravaggio murió dos veces. Primero, el 28 de julio un periódico privado para la corte de Urbino anunció su deceso. Días después, la misma noticia, el artista había fallecido.
Finalmente, un amigo del pintor dio como fecha el 18 de julio, víctima de fiebre en Porto Ércole, en Toscana. En 2010 se localizó en el cementerio local la osamenta de un varón de 1,65 metros de altura que tenía entre 35 y 40 años, de los siglos XVI o XVII. El estudio del genoma presentó coincidencias con los de habitantes actuales de la zona que llevan el mismo apellido de Caravaggio y un análisis forense que la causa probable de su muerte fue una infección por estafilococo, quizás contraída por una herida de arma blanca.
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