Ana Blandiana habla un rumano con tono suave y melódico. Una de las poetas más importantes de Europa, la escritora nacida en Timișoara, en el oeste del país, jugó al gato y al ratón contra la censura de Nicolae y Elena Ceaușescu, y hasta trató de burlarse del régimen escribiendo literatura infantil con el “Genio de los Cárpatos” transformado en el gato Arpagic.
Alguna vez, definió su experiencia vital en Rumania como la vida en un mundo que estaba a punto de romperse pero nunca se rompía. De hecho, creyó que nunca se rompería. El comunismo finalmente cayó pero Blandiana siente las mismas incomodidades que otros disidentes del socialismo real: vio cómo la lucha por la libertad perdió la épica de antaño, cuando “la gente respiraba la libertad a través de la palabra poética” y los poetas daban insumos espirituales para la resistencia (recuerda por ejemplo que en las calles mucha gente le señalaba con un gesto que guardaban clandestinamente alguno de sus poemas), y antiguas redes de represión se transformaron en redes mafiosas.
Estuvo días atrás en España para presentar dos libros recientemente traducidos, como otros, por Viorica Pâtea y Natalia Carbajosa: Variaciones sobre un tema dado (el último que escribió) y un volumen con sus dos primeras obras: Primera persona del plural/El talón vulnerable, publicados ambos por la editorial Visor. Se suman a varios de sus libros ya traducidos como Proyecto de pasado y Las cuatro estaciones (Periférica); y varios conjuntos de poemas, como El sol del más allá & El reflujo de los sentidos, Octubre, noviembre, diciembre y Mi patria A4 (Pre-Textos).
En este diálogo con Infobae Cultura, la poeta que recibió números premios y reconocimientos, como la Legión de Honor francesa, repasa su relación con la censura, las complicidades con los editores y su definición de la poesía como metáfora, como una comparación a la que le falta un término que debe ser intuido e inventado por el lector. Por esto, asegura, resultó el lenguaje más eficaz para enfrentar sistemas totalitarios.
- ¿Cuántas vidas vivió Ana Blandiana?
- No he pensado nunca en esto pero creo que fueron tres vidas. La primera fue el periodo de mi infancia, que fue una época de terror absoluto, el periodo estalinista. Fue un tiempo en el que las tropas soviéticas estaban estacionadas en Rumania, en el que en cualquier momento mi padre [profesor y sacerdote ortodoxo] podía ser arrestado y a mi no me aceptaban en la escuela. Mi segunda vida empieza en 1965, tras la muerte de Gheorghe Gheorghiu-Dej; es el periodo de Nicolae Ceaușescu, en el cual en los primeros años la represión física no era un peligro, pero fue un periodo de humillación porque significaba que todos habíamos aceptado ese régimen, ya que era un poco mejor que el anterior. Y la tercera vida es el periodo posterior a 1989, que es también el momento más misterioso y más complejo. Como escritora, he vivido, obviamente, solo los últimos dos periodos.
- Usted se ha referido en varias oportunidades a la poesía como una “metáfora, una comparación a la que le falta un término” y que eso la vuelve una vía de resistencia más efectiva. ¿Cómo fue su relación con la censura, con la sensación, mientras escribía, de no saber qué se iba a publicar finalmente?
- El comienzo fue cuando yo tenía 16 ó 17 años y publiqué dos poemas en una revista estudiantil, Tribuna, en la ciudad de Cluj. Como mi padre estaba arrestado, publiqué mis poemas con un seudónimo, que era el nombre del pueblo de mi madre, junto con Ana para hacerlo rimar [su nombre de nacimiento es Otilia Valeria Coman]. Unas semanas más tarde, las autoridades mandaron una circular a otras revistas del país diciendo que no debían publicarme por ser hija de un enemigo del pueblo. Es decir, no era una reacción frente al contenido de mis poemas, sino una decisión vinculada a mi biografía. Fue mi primera experiencia con la censura.
Yo no sabía de la existencia de esa circular. Me enteré después de 1989. Siempre las prohibiciones me fueron transmitidas de manera oral, yo no tenía ninguna prueba. Esta primera prohibición duró cuatro años y durante ese tiempo no solamente no me dejaron publicar sino tampoco cursar estudios universitarios. Esa fue la etapa más difícil porque tenía una edad en la que yo no sabía si tenía talento ni conocía mi lugar en la sociedad. De hecho, no había sitio para mi en esa sociedad.
Mi caso es ejemplar de la experiencia por la que pasaron todos los hijos de los detenidos políticos. Es necesario entender que el comunismo no fue algo lineal desde 1917 hasta 1989, tuvo fases y oscilaciones, picos y valles. Al final de esos cuatro años de prohibición, se produjo una ruptura con la llegada al poder de Ceaușescu en 1965. Al principio, durante siete u ocho años, ese periodo fue luminoso, un tiempo de semi-libertad. Entonces, viví mi primera confrontación con la censura porque mandé los poemas y la editorial anunció que se iba a publicar el volumen. Pero cuando salió y vi el libro, me di cuenta de que no era mi libro. Era una especie de “trabajo conjunto” entre mis textos y los de los censores. Fue un verdadero drama porque eliminaron versos, cambiaron palabras y añadieron versos ellos mismos. Esa experiencia me enseñó que tenía que revisar las últimas pruebas y que a partir de entonces debía rechazar los intentos de la censura de cambiar mis textos. Claro que la única forma de hacerlo era retirarlos del libro. No existían otras opciones. De este modo, solo podía publicar aproximadamente la mitad de lo que escribía.
Las reglas llegaron a ser claras. Los censores aceptaban que yo no consentía ningún cambio. Y así fue pasando el tiempo, publicando un libro tras otro. También funcionaba una especie de complicidad entre editores y autores, porque muchos de los editores eran a su vez escritores. Y entonces hacían la vista gorda, o escribían informes prefabricados, con langue du bois como se dice en Francia, en los que se decía que era un libro que glorificaba la realidad socialista y cosas de ese tipo; eran informes para aplacar la censura. Pero eso suponía un riesgo para los editores. Había varios niveles de censura por encima de ellos, lo que creaba un sistema de control múltiple. En esas condiciones, surgieron varios escándalos.
- ¿Y más censura?
- Un episodio de censura se produjo, por ejemplo, cuando escribí Proyectos de pasado (1982). El libro pasó el primer filtro porque los editores emitieron un informe estándar. Al mismo tiempo, una revista publicó dos cuentos de ese volumen, y cuando los leyeron los censores se paralizó el libro (a su vez, los editores de la revista explicaron que habían publicado dos cuentos de un libro autorizado…). En 1982 recibí el premio Herder, de la Universidad de Viena. Al principio no me permitieron ir a recoger el premio, en Rumania, nadie tenía el pasaporte consigo, lo tenía la policía y tenías que solicitarlo y devolverlo al regresar. Pero al final me dieron el permiso. Cuando llegué al hotel en Austria recibí un telegrama en el que se me anunciaba que habían aprobado la publicación del libro. Posiblemente tuvieron miedo de que denunciara que tenía un libro retenido por la censura en un país en el que teóricamente la censura no existía.
Luego sufrí una segunda prohibición en 1984 cuando publiqué cuatro poemas en una revista estudiantil vanguardista llamada Amfiteatru. Esos poemas se publicaron en el mes de diciembre cuando todos se preparaban para la navidad y las vacaciones de fin de año, por eso la censura no fue muy vigilante. Pero después de su publicación se armó un gran escándalo, los editores perdieron su empleo y las autoridades convocaron a las revistas del país para que vigilaran con más intensidad lo que se publicaba.
Pero yo, entretanto, me había vuelto una poeta conocida en el extranjero y se organizaron protestas en la universidad de Heidelberg, en Alemania, y en Padua, en Italia. Ceaușescu finalmente cedió. En ese tiempo, él tenía un estatus de disidente respecto del comunismo soviético y en Occidente era una especie de héroe. Por eso retrocedió y pronto pude volver a publicar. Solamente que desde entonces la atención se centró en cada palabra que escribía, por lo que no podía escribir casi nada.
Empecé a escribir poemas para niños. En la literatura infantil no había censura. Tenía un héroe célebre que era un gato, llamado Arpagic [cebollín, en rumano], y estaba convencida de que nadie le prestaría atención. Por mi parte, fue un acto de inconsciencia más que de heroísmo. Ingenuamente, pensé que nadie lo iba a notar y transformé al gato en una parodia de Ceaușescu. El gato tenía el mismo modo de presentarse y de actuar que el dictador. Obviamente, descubrieron el juego y a partir de ese momento el libro desapareció y la prohibición fue total. Ese periodo duró hasta la revolución de 1989. Fue una época muy dura en la cual no tenía correspondencia, el teléfono estaba intervenido, había un coche que vigilaba mi domicilio. En ese tiempo escribí una novela, llamada El cajón de los aplausos, cuya materia prima era mi propia experiencia. Hace poco fue traducida al italiano y es finalista para el premio Strega.
A medida que crecían las prohibiciones, aumentaba también el interés y la adhesión de los lectores. La censura representaba una especie de atracción. A causa de la censura surgió el fenómeno de los Samizdat, que eran esas obras que se copiaban a mano y circulaban clandestinamente en el underground. Si se entiende este fenómeno, se comprende también por qué en condiciones de libertad y de ausencia de censura el interés de los lectores muchas veces disminuye.
- Usted dijo que en los países que sufren hay mejor poesía. ¿Cómo se sufre hoy?
- En realidad, la degradación es una forma de sufrimiento. Solo que la mayoría de la gente no es consciente de ello. La degradación de la cultura, la degradación de la libertad, por no hablar de la degradación ecológica. Hay un fenómeno de degradación que supone la renuncia a ser uno mismo, es decir renunciar a la definición del ser humano. Hoy existen formas más sutiles y quizás más perversas; bajo el estalinismo era imposible no ver que las cárceles estaban llenas, y que si decías algo fuera de lugar podías terminar preso. Ahora, bajo el imperio de la corrección política, no te das cuenta de que es conveniente no decir ciertas cosas. También la sociedad de consumo confiere un falso sentimiento de felicidad que forma una especie de pantalla que nos aísla del sufrimiento en sí.
- ¿Aprendimos algo de la pandemia?
- Como escritora y como pensadora del mundo por el que paso, mis ideas y esperanzas relacionadas con la pandemia no se han cumplido, y fue para mi una gran humillación. Yo pensaba que de alguna manera la pandemia iba a ser benéfica en el sentido de que íbamos a pasar más tiempo juntos, padres con hijos, parejas… pero cuando me enteré de que en el primer año de la pandemia el número de divorcios se multiplicó por dos en Rumania, he visto que mis esperanzas no estaban muy fundadas. Estar juntos terminó siendo para muchos más aburrimiento que alegría. También pensé que al cerrarse las fronteras quizás podía surgir una oportunidad para pensar en este proceso de globalización absoluta y renuncia a las especificidades de cada pueblo. Creo que la globalización no es necesariamente algo bueno cuando se forma una gran masa donde todo es más o menos igual. La pandemia terminó más bien por agravar los problemas ya existentes en nuestras sociedades, tanto a escala individual como social. La cuarta ola de covid-19 en Rumania va a la par de una crisis gubernamental que parece no tener fin.
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