Sebastián Lacunza: “Había un relato canonizado sobre el Herald como diario liberal, pero eso no se corrobora en la historia”

En diálogo con Infobae Cultura, el periodista y último director del periódico repasa las claves de su libro “El testigo inglés”, en el cual recorre las diferentes etapas y posturas del medio, desde su fundación hasta su cierre

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Sebastián Lacunza
Sebastián Lacunza

Reconstruir 141 años de historias no es tarea sencilla y para eso Sebastián Lacunza, periodista y ex director del extinto Buenos Aires Herald, honrando la profesión, realizó, junto a la periodista Cecilia Camarano, una profunda investigación que “consistió en mucha hemeroteca, mucha documentación personal, archivos personales” durante cuatro años y, además, contó con un plus, “haber trabajado ahí y tener contacto fluido con Andrew Graham-Yooll, Robert Cox, James Nielson, Michael Soltys y Dan Newland”, por lo que en la obra abunda en una “parte testimonial muy rica” a partir de anécdotas y entrevistas a la mayoría de esos grandes periodistas.

Como se marca desde el título, El testigo inglés no solo indaga en los relatos puertas adentro del que fuera el periódico en inglés más importante de la región, sino que ingresa en los sucesos del país, en dictadura y democracia, a través de sus páginas y las de otros medios del momento, conformando así un caleidoscopio de las posiciones políticas, económicas y comerciales de los diferentes periódicos a lo largo del recorrido.

El testigo inglés es, en ese sentido, una manera de ingresar la historia a finales del siglo XIX y la moderna, con la estela de Julio Argentino Roca, la ciudad que miraba la belle époque europea con los referentes del liberalismo y el posterior surgimiento del radicalismo, la particular mirada sobre el peronismo y todos los golpes de Estado, de antes y después, para llegar al abrazo democrático, el menemismo y los años finales ya en el XXI.

"El testigo inglés. Luces y
"El testigo inglés. Luces y sombras del Buenos Aires Herald (1876-2017)" (Paidós), de Sebastián Lacunza

—Uno de los recorridos que trazás es este panorama histórico que habla tanto la historia del país como de los medios, cómo se han ido moviendo a lo largo del tiempo a partir de sus titulares en comparación con lo que sucedía con el Herald.

— Tal cual. La historia de los medios me interesa particularmente. La ventaja si se quiere que daba el Herald es que, de allí el título ¿no? Era la historia de un testigo que le costó décadas asumirse o reconocerse como un diario argentino. Por momentos, de acuerdo a las circunstancias, el Herald esgrimía “yo no soy argentino, mis intereses son británicos, mi lealtad es con su majestad, hacia allí vamos, por lo cual no vayan a pensar que nosotros tenemos un objetivo en la política nacional y demás”. Cuando cambiaba la circunstancia o el contexto y alguien decía “ah, pero ustedes son ingleses”, entonces se sentían amedrentados por el hecho de ser extranjeros, decían “pero nosotros hace décadas que estamos acá, nuestro personal es argentino”. Entonces, esa situación de testigo en un idioma extranjero, que se asomaba a veces al palacio y recorría sus pasillos y por momentos se sentía expulsado y miraba desde la ventana, a veces con horror, a veces con complicidad, a veces como una voz lúcida que da la distancia, convirtió al Herald en un testigo privilegiado. Las vueltas de la historia llevaron a que el Herald en la dictadura fuera un protagonista. Eso me parece que es una parábola única.

— Hay una construcción que rompe con la imagen inmaculada, idealizada del diario, mostrando esas “luces y sombras” en ejemplos que van desde su fundación, su objetivo pro comercio británico hasta el apoyo a los diferentes golpes de Estado.

— Efectivamente. Por momentos el Herald explicita que su objetivo es al principio, como bien decís, condiciones de mercado aptas para los intereses británicos y después para los intereses extranjeros, amplía el umbral, y allí en general librecambista. Cuando necesita alguna protección también la reclama. Y luces y sombras se ven muy tempranamente porque está narrado en el libro qué pasa con los primeros dos dueños, que son particularísimos, sobre todo el segundo, el que asume a los cuatro meses de fundado. Había un relato canonizado del Herald que decía que siempre había sido un diario liberal, que su norte había sido la democracia, y que había cierta dignidad en los fundadores por haber emprendido una obra personal que fue ganando terreno simbólico, cultural. Bueno, eso no está corroborado plenamente por la historia y por la documentación. ¿Qué pasó con esos dueños? ¿Qué hicieron? Terminaron en la cárcel. Y luego las posturas públicas, ¿no? En ese sentido fue más bien tradicional en cuanto a los medios conservadores de derecha liberales argentinos que apoyaron los golpes militares, todos, con el argumento de que iban a abrir las puertas para la civilización democrática que Argentina se merecía. Y ocurrían atrocidades. El Herald, en ese sentido, fue uno más.

Ahora, algunas aproximaciones del Herald sobre, por ejemplo, las protestas de la Semana Trágica. Una primera reacción es de dar cuenta de la masacre que había ocurrido y dar una cifra de muertos muy superior a la que daba el gobierno a los medios oficiales. Y al poco tiempo, cuando el Herald se ve amenazado y ve amenazados verdaderamente los intereses británicos, da un salto y se pone en la línea más represiva y denuncia el bolcheviquismo, como lo llamaba en ese momento, y una década y poquito después el Herald quizás escribió una de las páginas más negras de su historia que fue el lugar privilegiado que tuvo en el fusilamiento de Severino Di Giovanni, que está narrado en una crónica. Y es una muy buena crónica, con buena pluma, con buena promesa, pero el Herald estaba ahí parado al lado de los fusiladores y orgulloso de su papel.

Robert Cox y Andrew Graham-Yooll,
Robert Cox y Andrew Graham-Yooll, fallecido en 2019

— El libro está dividido en tres partes. En la segunda, que comienza con la llegada de Robert Cox se empieza a desandar el camino de la última dictadura, donde también aparece otro periodista fundamental, Andrew Graham-Yooll.

— Nuevamente ahí lo que aparecen son los matices, los grises, los blancos tonificados. El Herald a partir de la llegada de Robert Cox en su primera década larga, década y media, él llega en el 59, y continúa con la concepción de que los golpes militares iban a permitir sanar la República y la democracia. Ahora, eso lo hace con un pensamiento crítico mucho más agudo que sus predecesores porque si bien por ejemplo en el caso de Frondizi, el Herald adopta la postura más draconiana, o sea, en cuanto Frondizi habilita elecciones, que ganan los representantes del peronismo, el Herald pide el fin de ese gobierno directamente. Pero después toma distancia de lo que viene, toma distancia de Onganía con bastante espíritu crítico. Se horroriza y por momentos adopta posturas muy duras a favor de una respuesta represiva cuando surgen las organizaciones armadas en la Argentina, ahí gana terreno Andrew Graham-Yooll como el cronista que se dispone a narrar su época más que a juzgarla. En el caso de Cox, era un tipo de mayores juicios, (James) Neilson también, eran editorialistas con mayores sentencias, y en el caso de Graham-Yooll, era un tipo de mayor narración, de mayor vocación por la crónica.

Llega la dictadura del 76 con el apoyo explícito de Cox y del Herald y empiezan ellos a conocer cabalmente la magnitud del terrorismo de Estado de a poco, pero tardan en definirlo como tal. Graham-Yooll ve su vida amenazada, su familia amenazada, empieza a ser sindicado como cómplice de los terroristas no solamente por la dictadura, también por parte del lectorado y del entorno del Herald. Hasta que volvió para ser director veinte años después, Graham-Yooll seguía siendo para parte de los lectores y del entorno del Herald una persona que había tenido vínculos con Montoneros y el ERP. Y ahí hay evidentes y comprensibles e imaginables problemas de relación dentro de la redacción porque, a ver, en la redacción de Infobae, en la del Herald cuando yo lo dirigí, en la de Clarín mañana, siempre hay tensiones, siempre hay alguien que cree que el otro se orienta para tal lado, o que dirige el medio en tal sentido. Bueno, imagináte para un diario liberal conservador que apoyaba los golpes de Estado que ese mismo diario empiece a transcribir atrocidades del régimen al cual ellos consideraban civilizatorio para Argentina. Enormes tensiones, acusaciones, insidias, sospechas.

Así que, bueno, finalmente Cox termina a las puertas de su exilio aún creyendo y diciendo -y entrevistándose con Videla- que en el gobierno había un ala buena y un ala mala. Neilson otro tanto, el caso de Neilson es más particular. Y al poco tiempo que se va Cox, ahí sí termina convencido de que era una dictadura, que no hubo halcones y palomas, sino que hubo un régimen de represión atroz en ese momento. Cox estuvo convencido ya en el 81, 82 de que podía haber matices pero que eran todos responsables, Videla también.

— Y después llega la Guerra de Malvinas, cuando el diario se encuentra con este conflicto histórico del pertenecer y del ser, británico o argentino, y más si tenemos en cuenta que durante las dos guerras mundiales llegó incluso a reclutar en sus páginas soldados en estas tierras.

Al principio el Herald se ve en un brete, qué hacemos, adopta una actitud distante, sufre un boicot, Neilson sufre amedrentamientos, se va al exilio, la dirección del diario estaba en disputa, era el momento de mayor conflictividad entre Cox, que se había ido dos años y medio antes, y se había sentido traicionado porque Cox tenía expectativas de volver y creyó que lo habían traicionado en el diario. Así que en ese contexto se acumulan las tormentas de los celos profesionales, de la identidad. Los tres periodistas, Neilson, Graham-Yooll y Cox, terminan coincidiendo en el punto de vista de que el Herald se había puesto al servicio de la dictadura durante Malvinas. Lo escriben, lo dicen, lo escriben en cartas. Asumió la dirección interina Dan Newland en ese momento, a quien acusan de haber puesto el diario al servicio de la dictadura. La verdad eso no es lo que se constata en la hemeroteca. Hay algunos editoriales desde mi punto de vista que podrían haber sido más criteriosos o más cautelosos a la hora de apoyar determinados argumentos de la dictadura sobre Malvinas, pero en términos generales mantiene incluso hasta críticas por el tema de las violaciones a los Derechos Humanos. Digamos, no es un diario de la Armada, como dijo Cox. La verdad que no es así. Las páginas no lo reflejan de esa manera.

Abril del '82, soldados argentinos
Abril del '82, soldados argentinos se informan durante la Guerra de Malvinas. El libro detalla cómo los medios reflejaron en sus páginas el conflicto bélico (Roman von Eckstein)

— Una de las herramientas del libro es la de tocar distintos casos y se hace un desarrollo de época. Un caso llamativo es el de Amnesty Internacional, que cuando llega al país se produce una lógica de grieta muy marcada, los medios parecen trolls de Twitter en sus titulares.

— Mirá, me pasó lo mismo cuando accedí a esos documentos pero también si vos accedés a los libros de la historia del periodismo argentino, los de Martín Sivak sobre Clarín y tantos otros comprendés muchas continuidades y comprendés también que no estamos viviendo una época excepcionalísima. Sí hay una excepción, si se quiere, del territorio en el que se dan las discusiones, ¿no? Las redes sociales, los streamers, etcétera. Pero en cuanto al concepto fake news, la polarización, prácticamente el vale todo, me parece que eso en la historia del periodismo argentino estuvo con olas pero estuvo presente. Digo, hay que leer una tapa del Herald o de Clarín, antes o después del golpe de la que se denominó Revolución Libertadora para dar cuenta que lo que ahora criticamos tanto y con razón del periodismo argentino tenía un anclaje histórico que se vio reflejado en esas portadas hace 8 décadas o 7 décadas. Con lo cual, bueno, el caso de Amnesty con una particularidad, meses antes, semanas antes, se había ido Graham-Yooll de la Argentina en silencio, con lo puesto y con su familia. Y Graham-Yooll era de alguna manera el corresponsal de Amnesty. Yo tengo los documentos de los reportes de Graham-Yooll para Amnesty. Entonces el Herald ahí, y no es que ponía en tapa, así como Cox puso en tapa a los familiares de los desaparecidos, no puso en tapa a Graham-Yooll por circunstancias a las que nos referimos.

— Con la democracia comienza una nueva etapa también para el diario, aunque atraviesa una crisis de identidad profunda.

— El Herald de la democracia tuvo muchas preguntas sobre cómo seguir,¿no? Está explicitado en memorándums internos que se mandaban desde Buenos Aires a Charleston, que fue durante muchos años la casa matriz, en editoriales, en discusiones, en testimonios de los protagonistas, qué diario hacemos. A quién nos dirigimos. La comunidad británica estaba declinando ya hacía décadas. O sea, las familias de habla inglesa en la cocina del hogar, en Hurlingham, en Quilmes, en Temperley, en Acassuso, en La Lucila, eran cada vez menos. Digamos, los hijos habían emigrado de esos hogares y habían formado familias con otras nacionalidades y hablaban castellano. Y, a su vez, habían regresado muchos. Entonces, qué diario hacemos en cuanto a ese público. Qué diario hacemos en cuanto al posicionamiento ideológico, hasta qué punto nuestro eje son los derechos humanos.

Allí había una posición de David Cox (hijo de Robert Cox) y de Uki Goñi, que es un periodista muy reconocido por Cox, de que eso tenía que seguir siendo el eje. Otros decían no, tenemos que dar vuelta la página, tenemos que subirnos a la ola con Menem, etcétera. De hecho fue un diario bastante menemista. Y finalmente cuando yo asumí en el año 2013, el Herald venía de un tiempo complicado de zozobra económica. Te diría de 15 años de dudas sobre el destino. Lo que yo entendí era que el Herald tenía que poner a su favor el idioma en el sentido de que le iba a permitir observar y narrar la polarización. En algún punto, dar un paso atrás y en otro punto, dar un paso adelante en cuanto a que algunos nichos debían ser muy bien informados. Lo que diera una redacción pequeña de veinte personas, magia no se podía hacer, pero apropiarnos de algunas temáticas con la noción de que el Herald tenía que recuperar la agenda de derechos humanos y profundizarla, no solamente en cuanto a memoria histórica sino en cuanto a ser un diario liberal, una mirada de centro izquierda londinense. Memoria histórica pero también nuevos derechos contra la brutalidad policial, etcétera, al tiempo que tenía que tener una buena cobertura del mercado financiero. Eran las épocas de la pelea con los holdouts, y los buitres, y los fondos. Y tenía, para nuestra módica difusión, respuesta de ese grupo porque no había en Buenos Aires, y te diría en América Latina, un hub de información en inglés con veinte personas todos los días produciendo noticias. O sea, ni Reuters ni Associated Press ni Bloomberg tenían esa cantidad de personas en la redacción produciendo noticias todos los días tan específicamente en este caso sobre el mercado argentino. Entonces teníamos que recuperar un poco eso, insistir sobre la pluralidad. Teníamos que profundizar esa veta e insistir sobre la pluralidad, que escribiera Neilson, que escribió hasta último momento, que escribieran Graham-Yooll y Cox, que escribieron más salteados pero un tiempo, y también incorporar plumas de otras edades y de otras vertientes. Eso fue lo que yo concebí.

Había que dar el salto a lo digital. Eso no se pudo dar por decisión de los dueños, digamos. O por falta de voluntad de los dueños. Pero, claramente, el destino del Herald era que ese hub de información en inglés tuviera un soporte en papel mientras durara, que podía ser un tiempo X y luego ser un semanario, y dar el salto a lo digital. Y eso no se pudo hacer por voluntad de los dueños, por circunstancias políticas, económicas, etcétera.

Tapas del "Buenos Aires Herald"
Tapas del "Buenos Aires Herald"

— ¿Y considerás que el salto a lo digital o la imposibilidad de hacerlo fue lo que terminó o por lo menos uno de los puntos más importantes que finalizó con la historia más que centenaria del Herald en Buenos Aires?

— Bueno, la falta de encontrar un lugar, de hacerse necesario en ese punto, sí. Digamos, lo que terminó con la publicación de un diario de 140 años fue la decisión de los dueños de decir hasta acá llegamos, lo cierro. Vos lo verás en el libro, pero 2007, Sergio Szpolski un año. 2008, Orlando Vignatti. Turbulencias al final. 2015, Cristóbal López y Fabián de Souza, y se cierra en 2017. Lo que determinó el cierre fue esa decisión. En la que, insisto, hubo varias motivaciones. Ahora, desde el punto de vista de lo que yo podía hacer o de lo que yo podía proponer, sí creo que la falta de una propuesta online con los recursos que necesitaba hubiera sido el próximo paso. Yo no sé si lo hubiera salvado, pero podría haber sido el paso siguiente, que no ocurrió.

No quiero ser necio, no quiero ser negligente, probablemente si lo compraba Jeff Bezos el destino del Herald podía haber sido el mismo, ¿no? Hay que tener en cuenta lo siguiente. Sin disminuir un ápice la importancia de la decisión del cierre que corresponde a la empresa propietaria, un diario que no era caro, para nada caro hacerlo, para nada. Hay que tener en cuenta lo siguiente: los diarios de habla inglesa en Iberoamérica, es decir de la Península Ibérica y América Latina, habían cerrado en su mayoría seis décadas antes. Un siglo antes. El Standard había cerrado en el 59, que era un diario de habla inglesa importante publicado en Buenos Aires, previo al Herald incluso. Digamos, la sobrevida del Herald estuvo dada por el prestigio simbólico que fue ganando y especialmente a partir de la dictadura. El Herald producía algo, alguna noticia, había algún ruido en torno al diario y recibíamos llamados del Washington Post, de The Guardian, o contactos. El Herald ponía una tapa de Messi y la levantaba The Guardian, si le parecía interesante. O sea, la repercusión del Herald era global. Y aunque parezca mentira, un diario chiquito, con una redacción chiquita, con una tormenta económica, con pocas páginas, una web deficiente en los recursos. Pero el Herald tenía tal prestigio simbólico que generaba rebote en diarios que lo multiplicaban por cien en difusión en la capital en la que era publicado.

— ¿El cierre del Herald -tomando tus palabras- es un poco la muerte simbólica del periodismo gráfico o crees que todavía hay un camino por recorrer?

— Yo creo que hay un camino por recorrer y me parece que sería hasta egoísta decretar la defunción del periodismo gráfico por el cierre de un diario particularísimo como el Herald. Sí creo, y vuelvo al comienzo, que a través de la vida de 140 años se narra, se pinta una aldea que describe un mundo. En ese sentido creo que sí porque, mirá algunos de los problemas que yo afrontaba, porque, esto me parece importante aclararlo, yo siempre fui director de la edición impresa, que era la edición que tenía mayor cantidad de personal y a la que se le dedicaban mayores recursos. No fui director de la edición web. Los periodistas de la web eran tan buenos como los del papel pero no había ahí una dirección conjunta. Pero ahora que veo la situación de los diarios de papel mucho más importantes que el Herald y lo que está pasando con su personal, lo que está pasando con sus problemas de distribución, con sus horarios de cierre, lo que pasa cuando ves que la página 4 se repite en el lugar 48 porque hay una especie de negligencia de esa factoría. Es una crónica que yo viví. La viví hace 4 años.

No obstante, yo diría que los diarios de papel o los medios de papel tienen una función, tienen una especificidad y no deben rendirse. Me parece que en más de un sentido están siendo pro cíclicos. La crisis es perfecta. Hay un montón de motivos para pensar que los diarios de papel van a morir. Si a eso le agregamos que el diario de papel lo hacemos con negligencia, bueno, eso solamente va a acelerar el proceso. Si le encontramos al diario papel la especificidad... El Herald de papel hoy en día yo lo imagino en algunos lugares. Lo imagino todavía con una función. Aún diezmado como está. Pero bueno, sí como un complemento de lo digital.

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