Sergio Ramírez: “No hay ningún deterioro de ninguna democracia en Nicaragua, lo que hay es una tiranía”

Asediado por el gobierno de Ortega, el exilio es su nuevo destino. Desde Madrid, adonde llegó para presentar su nueva novela, prohibida por el régimen, el gran escritor nicaragüense conversó con Infobae sobre la situación dramática en su país

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Desde Madrid, Sergio Ramírez habla del exilio y la persecución a escritores como un destino latinoamericano

Por la calidad y versatilidad de su obra, Sergio Ramírez es sin dudas uno de los mayores escritores en lengua española. Es, también, uno de los grandes referentes críticos de la deriva dictatorial del gobierno de Daniel Ortega y Rosario Murillo (esposa y vicepresidente) en Nicaragua y su posición se endureció a partir de los sucesos de abril de 2018, cuando las protestas en las calles terminaron con la muerte de más de 400 personas, en su mayoría jóvenes. En los últimos meses, y mientras se esperan nuevas elecciones para el mes de noviembre, se intensificó la campaña de persecución del gobierno nicaragüense contra diferentes personalidades críticas y candidatos opositores con causas falsas, inventadas y hasta demenciales para el sentido común.

Semanas atrás se publicó la nueva novela de Ramírez, Tongolele no sabía bailar (Alfaguara), tercera parte de una trilogía de género novela negra, cuyo protagonista es el inspector Dolores Morales, un hombre que participó de la guerrilla del Frente Sandinista y que en la actualidad se dedica a investigar sucesos supuestamente menores pero cuyas tramas se desarrollan en el marco de corrupción, abuso de poder y ejecuciones extrajudiciales de la Nicaragua contemporánea. Las novelas anteriores de la saga fueron El cielo llora por mí y Ya nadie llora por mí, en la que aparece por primera vez Anastasio Prado, Tongolele, un sicario del poder que en la nueva novela tiene un rol protagónico.

Sergio Ramírez nació en Masatepe, Nicaragua, en 1942. Es abogado, periodista, escritor. Fue político. Inició su carrera literaria como escritor de cuentos y en 1970 publicó su primera novela,Tiempo de fulgor. Al día de hoy tiene cerca de veinte obras de ficción publicadas que, sumadas a sus ensayos, componen una obra fabulosa en español que lo llevaron a ganar el Premio Cervantes en el año 2017. Entre sus libros se destacan Margarita, está linda la mar (ganadora del Premio Alfaguara), Castigo divino, Un baile de máscaras y Adiós muchachos.

Como político, encabezó el grupo de “Los Doce” -integrado por intelectuales, empresarios, sacerdotes y dirigentes civiles- en apoyo del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y opositor al régimen de Somoza. Fue vicepresidente de Nicaragua durante los años 1985 y 1990, en los que acompañó a Daniel Ortega, quien estaba a cargo de la presidencia. En 1996 se retiró de la política para dedicarse a la literatura o, más bien, a la escritura.

Tongolele no sabía bailar fue prohibida en Nicaragua, los ejemplares que llegaron nunca salieron de la Aduana, y su publicación fue la excusa perfecta para que el gobierno de Ortega iniciara una suerte de cacería de Ramírez: la Justicia adicta lo acusa de “conspiración, incitación al odio y lavado de dinero” y fue ordenado su arresto. Cuando se dictó la orden de detención, Ramírez estaba en Costa Rica por su trabajo como escritor y desde allí partió luego a Madrid, ya que tenía programada la presentación de la novela, que se consigue en algunos países de la región y llegará a la Argentina en el mes de noviembre.

Sigue allí, junto con Tulita, su esposa, y no sabe si podrá volver a su país: el exilio parece ser su nuevo destino. Desde la capital española, el gran escritor nicaragüense conversó con Infobae por zoom: su estado de ánimo es bueno, no se lo ve abatido, y elige hablar para que se conozca la realidad de su país. “Yo oigo a mucha gente que dice ‘deterioro de la democracia en Nicaragua’: eso es un absurdo. No hay ningún deterioro de ninguna democracia en Nicaragua, lo que hay es una tiranía firmemente establecida y con la voluntad de quedarse allí a cualquier costo”, dijo, en esta charla en la que también habló de su obra, de su paso por la vicepresidencia de su país, de los jóvenes como la esperanza para terminar con la tiranía y de lo difícil que resulta estar separado de sus libros, algo que, en sus palabras, es estar “desarraigado de lo que es la esencia de mi propia vida”.

— En este momento sos casi un personaje literario, ¿no? Protagonista de una persecución, de un exilio. ¿Alguna vez pensaste que ibas a tener que volver a exiliarte?

— Bueno, la verdad es que no tenía esa previsión en mi vida. A la edad que yo tengo, ya uno solo piensa en cosas que no son fuera de las casillas normales en las que uno vive. Sin embargo, si se vive en América Latina es posible esperarlo todo. A mí siempre me ha gustado decir que nuestra atmósfera es de anormalidad y las cosas ocurren por causa del poder mal llevado o mal habido. Pero, generalmente, el gran factor de destrucción de las vidas privadas, y eso está mucho en nuestras literaturas, es el poder, que de repente golpea ciegamente por un capricho, por una decisión estúpida o razón de Estado, no sé, la razón de Estado es generalmente estúpida, y te saca de tu aparente normalidad de vida y te lleva adonde no quieres. Entonces, uno de esos vientos que soplan desde el poder es el exilio y tantos lo hemos vivido en América Latina, en tantos países, que se ha vuelto un fenómeno cotidiano y lo sigue siendo.

Sergio Ramírez está en Madrid, luego de que la Justicia de su país le dictara la orden de detención. (Foto de archivo EFE/RICARDO MALDONADO ROZO)
Sergio Ramírez está en Madrid, luego de que la Justicia de su país le dictara la orden de detención. (Foto de archivo EFE/RICARDO MALDONADO ROZO)

— Por diferentes razones, ¿no?

— Sí, por distintas razones. Yo recuerdo que durante las dictaduras del Cono Sur eran miles los exiliados hacia Europa, hacia México. Luego las dictaduras en Centroamérica, que siempre han generado exiliados como ahora en Nicaragua, que solo a Costa Rica han emigrado desde el mes de junio más de 40.000 nicaragüenses por razones sobre todo políticas, pero también el exilio provocado por la pobreza, por las carencias.

— En este momento estás en Madrid y llegaste allí desde Costa Rica, en donde ya también estabas de alguna manera exiliado porque había empezado una persecución judicial, que en realidad es una persecución política, que viene con distintas razones argumentada desde el gobierno y desde el Poder Judicial: conspiración, incitación al odio, lavado de dinero, vínculos con la Fundación Violeta Barrios de Chamorro. Sin embargo, uno podría decir que tu última novela, Tongolele no sabía bailar, es la verdadera razón de esa persecución ¿no?

— Sí, sin duda alguna. Mira, las prisiones que ha habido en Nicaragua recientemente desde el mes de mayo, cuando fue detenida y arrestada Cristiana Chamorro, eran porque Ortega no quería competencia en las elecciones que él mismo se ha encargado de anular, porque ya hablar de elecciones en Nicaragua a estas alturas es una broma. Y empezó a perseguir a dirigentes, activistas, políticos, y otros huyeron al exilio, muchos periodistas, entre ellos Carlos Fernando Chamorro. De manera que yo no estaba en esa lista de activistas políticos o de candidatos presidenciales que representaran para ellos un riesgo político, sino que lo que exacerbó mi situación fue la literatura. Es decir, yo siento que soy reo de haber publicado un libro, que está prohibido en Nicaragua, que no puede leerse allá más que a través de las plataformas digitales. Y por lo tanto creo que se vuelve a repetir la historia de América Latina de los libros prohibidos, de los escritores…

— Censurados.

— Perseguidos, sí. Que es parte también de nuestra historia.

El personaje de la novela de Ramírez tiene un mechón de pelo blanco y por eso lo llamó Tongolele, por el apodo de Yolanda Montes, la famosa bailarina mexicana de los años 50
El personaje de la novela de Ramírez tiene un mechón de pelo blanco y por eso lo llamó Tongolele, por el apodo de Yolanda Montes, la famosa bailarina mexicana de los años 50

— El personaje de tus novelas es Dolores Morales, que tiene un nombre tan conceptual. El inspector Morales es un hombre que participó del sandinismo y es el protagonista de esta trilogía, a quien en esta nueva novela se le suma Tongolele, que nació en la novela anterior -Ya nadie llora por mí- pero aquí toma vuelo como personaje. En la Argentina su nombre no es tan conocido como lo es en Centroamérica: el título Tongolele no sabe bailar juega con la historia de una famosa bailarina, ¿verdad?

— Sí claro. Tongolele es un personaje de mi adolescencia. En los años 50 estaban las famosas rumberas de las películas cabareteras mexicanas que, como no había videoclips entonces, las películas eran también el pretexto para los bailes, para las canciones. Y una de las que más destacaba era Yolanda Montes, Tongolele, que tenía un mechón blanco en el pelo. Y bueno, en recuerdo de ella yo bauticé a mi personaje Tongolele precisamente por el mechón blanco en el pelo. Pero claro, esta bailarina despampanante de mambos y de rumbas pues nada tiene que ver con Tongolele, mi personaje, que ni siquiera sabe bailar.

— Y que además se llama Anastasio, es decir que lleva el nombre de Somoza, el gran dictador. Yo pensaba en el jopo blanco de Tongolele la bailarina y pensaba en el jopo blanco de Susan Sontag. Asociaba los jopos blancos de mujeres que uno ha conocido, ¿no?

— Sí, pero el copete blanco o el mechón blanco de Susan Sontag era más intelectual, menos farandulero (risas).

Los reyes de España, Felipe y Letizia, junto a Sergio Ramírez y su esposa, Tulita (Gertrudis Guerrero), el día de la entrega del Premio Cervantes al escritor, en 2018. (AFP/ Juan Carlos Hidalgo)
Los reyes de España, Felipe y Letizia, junto a Sergio Ramírez y su esposa, Tulita (Gertrudis Guerrero), el día de la entrega del Premio Cervantes al escritor, en 2018. (AFP/ Juan Carlos Hidalgo)

— Definitivamente. Ahora, lo de los nombres de los personajes. Te mencionaba la cuestión conceptual de Dolores Morales y te hablaba de Anastasio que hereda ese nombre del dictador. Tus novelas, si bien son ficciones, están enraizadas en la historia de Nicaragua. Cuando empezaste a escribir este último volumen en el que aparecen estas dos figuras enfrentadas ya había ocurrido la masacre de abril del 2018. Vos no estabas en Nicaragua en ese momento.

— No, yo estaba recibiendo el Premio Cervantes aquí en Madrid, eso fue en el mes de abril. Cuando subí al estrado para decir mi discurso ceremonial había una veintena de muertos en Nicaragua por tiros de francotiradores. Apenas empezaban los paramilitares a salir a la calle a tomarse las barricadas, donde solo había muchachos desarmados. Y esta historia tal vez comienza allí porque al iniciar mi discurso dije unas palabras de homenaje a estos muchachos que estaban siendo sacrificados sin ninguna razón, por el simple hecho de ser jóvenes y por el simple hecho de protestar. De manera que luego sumaron 420 tantos muertos que, desgraciadamente, aunque estén registrados en los informes de las comisiones de derechos humanos de las Naciones Unidas, de la Comisión Interamericana, de Amnistía Internacional, se quedan en una simple lista de nombres o en una estadística. Y yo quería rescatar estos hechos, por eso me pareció que el mejor lugar para llevarlos era a una novela. Una novela porque de todas maneras el inspector Morales es un personaje muy contemporáneo y su figura, que se inicia en la guerrilla contra Somoza en su adolescencia, va siguiendo las distintas etapas de la historia presente de Nicaragua hasta el día de hoy. Entonces, por eso es que al comenzar la novela él regresa del exilio en Honduras a donde lo ha enviado precisamente Tongolele, que es el jefe de las fuerzas represivas del régimen.

— Claro, un hombre que representa el poder en ese sentido, ¿no? Hablás de los jóvenes y recuerdo que cuando nos vimos en el 2018 en Medellín, vos señalabas que claramente veías en los jóvenes la única alternativa para que se terminara este modo de gobierno en Nicaragua. ¿Seguís pensando que la esperanza está puesta en los más jóvenes?

— Lo sigo viendo así. Y la dictadura lo sigue viendo así, porque precisamente el objetivo de la represión son los jóvenes. De estos 40.000 que han salido para Costa Rica, para no contar los innumerables que se van hacia México, los Estados Unidos, la inmensa mayoría son jóvenes. En un país fundamentalmente joven. En Nicaragua el 70% de la población tiene menos de 30 años de edad. Entonces, lo peor que le puede pasar a un país de jóvenes es no solo estar gobernado por gente muy vieja, sino por gente con ideas viejas. Ideas que corresponden a los años 60, cuando más, y que están envueltas en una retórica que a los oídos de estos muchachos ya no les funcionan. Entonces tienen un afán de renovación distinto, y hoy para ellos la lucha es entre democracia y dictadura. Todos quisieran vivir en libertad, en democracia, tener oportunidades, algo que no han conocido durante sus vidas. Muchos han nacido en el siglo XXI y han nacido bajo la corrupción, bajo la opresión. Y la revolución para ellos es una sombra muy distante, muy desconocida, de la cual conocen casi nada.

No hay libertad de poderes en Nicaragua, asegura Ramírez: todo depende de la voluntad de una persona, Daniel Ortega.

— ¿Y qué es para vos esa revolución? ¿Qué significa hoy la lucha armada para vos?

— La lucha armada es una forma obsoleta de búsqueda de cambios en América Latina. Yo lo digo por mi propia experiencia porque yo viví dos luchas armadas, la lucha para derrocar a Somoza en 1979 y, luego, diez años de guerra entre sandinismo y contras, que destruyeron totalmente Nicaragua. Le quitaron muchísimas oportunidades, la economía retrocedió 50 años. Entonces, los experimentos de democracia que hubo después fueron muy breves y muy limitados, afectados precisamente por el mismo esquema de poder único que es el que Daniel Ortega eligió. Es decir, entre respetar la democracia y ser parte del mecanismo democrático escogió la permanencia eterna en el poder y eso dice muchísimo porque cuando alguien escoge quedarse para siempre en el poder, pasa por encima de las instituciones, las destruye. Y cuando alguien dice que a mí me da una orden de captura un fiscal y que el juez entonces atiende las órdenes del fiscal y ordena el allanamiento de mi casa, y ordena que se me detenga, es una ficción. Todo viene de la misma mano. No son poderes independientes. No podemos pensar en Nicaragua como un país donde el Poder Judicial tiene una autonomía, el Poder Ejecutivo funciona de otra manera, entre el Poder Ejecutivo y la Asamblea Nacional hay distancia, diferencias, choques. Eso, que es la democracia en América Latina, en Nicaragua no existe del todo. Poder Judicial, poder electoral, Asamblea Nacional, Poder Ejecutivo, Ejército, Policía: todo depende de una sola y única voluntad.

Luego del triunfo de la revolución sandinista, Sergio Ramírez fue vicepresidente de Daniel Ortega entre 1985 y 1990.
Luego del triunfo de la revolución sandinista, Sergio Ramírez fue vicepresidente de Daniel Ortega entre 1985 y 1990.

— Sergio, fuiste varios años vicepresidente de Daniel Ortega. ¿Cuándo fue la última vez que hablaste con él?

— Con Ortega ...25 años quizás.

— No volvieron a hablar.

— No, volver a hablar no. No nos hemos vuelto a encontrar nunca. Bueno, hemos vivido en dos mundos separados. Yo, en el mundo de la literatura y él, en el mundo del poder. Yo por el poder pasé como una etapa de mi vida y me dedico a la literatura como mi oficio verdadero permanente. Por lo tanto, son dos mundos totalmente distintos, dos mundos totalmente compartimentados.

— ¿Pero no llegaste a recibir nunca alguna clase de mensaje, alguna clase de señal? Habiendo tenido un vínculo tan singular como es el de ser presidente y vicepresidente de un país que acababa de pasar por una revolución, después de una lucha en común, ¿no volviste a tener mensajes de él?

— No, no.

— Porque tus mensajes son públicos. Por eso te pregunto.

— No, no. No, no. Ha habido una incomunicación total. Además, qué nos vamos a decir, no tenemos nada que decirnos.

Sergio Ramírez, sus hijos (María, izq.; Dorel, Sergio) y su esposa, Tulita. Sus hijos nacieron en Costa Rica, adonde llegaron Ramírez y su esposa el mismo día de 1964 en que se casaron.
Sergio Ramírez, sus hijos (María, izq.; Dorel, Sergio) y su esposa, Tulita. Sus hijos nacieron en Costa Rica, adonde llegaron Ramírez y su esposa el mismo día de 1964 en que se casaron.

— Escribiste Castigo divino, que es tal vez tu novela más celebrada y admirada en términos de los recursos narrativos, y la escribiste siendo vicepresidente de Nicaragua. ¿Qué recordás de lo que fue escribir esa novela mientras, al mismo tiempo, liderabas un proceso tan fuerte, simbólicamente tan fuerte para tantos países?

— Mira, eran momentos muy duros, muy imprevisibles, muy llenos de sorpresas, muy llenos de tensiones, y yo estaba en la cúpula del gobierno. Pero obviamente yo no era el responsable de todo el poder; yo tenía una parte de las responsabilidades en el gobierno como vicepresidente. Pero claro, me ocupaba todo el día y yo tuve que buscar las horas de la madrugada para escribir esta novela porque tenía muchos años en los que había dejado de escribir, precisamente por involucrarme de lleno en el derrocamiento de Somoza, luego en los primeros años después del triunfo de la revolución, y me di cuenta de que si seguía sin escribir, dejaba de ser escritor y ese era un precio que yo no estaba dispuesto a pagar. Entonces por eso me dediqué a escribir esta novela. Y creo que la literatura tiene estos misterios de que esta novela, que fue para mí muy compleja de escribir, la escribí en los momentos más difíciles. De manera que no es cierto que uno necesita paz, tranquilidad, seguridad para escribir una gran novela. Se puede hacer eso también, pero en los momentos de dificultad, también se puede. Tampoco es cierto que alguien que está dedicado a otra cosa que no sea la literatura no puede escribir un libro. Porque es el caso de la gran mayoría de los escritores de América Latina, no que estén de vicepresidentes, que no se los recomiendo (risas), sino que unos son profesores, otros son médicos, otros son abogados, otros son oficinistas, lo que sea, pero alguien saca unas horas, las aparta y escribe. Y ese es el destino que tenemos que afrontar de esa manera. La idea del escritor que solo escribe es para una ínfima minoría.

— Habías ido a Costa Rica con Tulita, tu esposa, ni bien se habían casado. Ahora volvieron y se tuvieron que quedar ahí hasta que viajaste a Madrid. ¿Qué es Costa Rica para vos?

— Bueno, es la patria. Yo siempre he aprendido a ver a Centroamérica como una unidad pero Costa Rica para mí es muy especial porque allí llegamos muy jóvenes, nos casamos un 26 de julio de 1964 y ese mismo día nos fuimos a vivir a Costa Rica. Ahí nacieron nuestros tres hijos. Allí vivimos 14 años con un interregno de 2 años en Alemania pero volvimos a Costa Rica. Allí hice parte de la obra de mi vida de la que me siento orgulloso, que fue la creación de una editorial universitaria centroamericana, de festivales culturales centroamericanos. En fin, hice una vida cultural muy intensa. Conservo muchísimos amigos. Y ahora, que hemos regresado, es otro país, obviamente, ¿no? Cincuenta años después, San José es una ciudad de un tráfico intenso, un enorme desarrollo. Pero ahí está esa ciudad que nosotros conocimos y a la que queremos y donde nos sentimos muy bien acogidos.

Para Ramírez, el exilio es la distancia de su país, de su hogar, y es, también, sobrevivir sin su biblioteca.

— Sergio, cuando escribiste la respuesta al pedido de detención dijiste que cuando entraran a tu casa lo único que iban a encontrar iban a ser libros y yo me acordaba del comienzo de El mundo de ayer, las memorias de Stefan Zweig, cuando él escribe en Nueva York y dice que está escribiendo de memoria sin sus libros. Vos decías que hoy para un escritor desplazarse es tener un lugar donde colocar la laptop. Es cierto, tenés la laptop pero no tenés la biblioteca. ¿Cómo se siente un escritor, un lector, sin su biblioteca?

— Bueno, desarraigado de lo que es la esencia de mi propia vida. Una biblioteca no es nada casual sino que es algo que uno arrastra a lo largo de su propia vida, la va formando con los años. Yo tengo libros que no olvido cómo los compré. Tengo mi colección de la Comedia humana que compré en una librería de viejo en Clermont-Ferrand, y la embarqué en una saca de correos y era una gran oportunidad comprar por 100 euros veintidós tomos de Balzac. Otros libros que me han regalado, esos sí los tengo a salvo, con las firmas de Julio Cortázar, de García Márquez, de Juan Rulfo. En fin, pero son 8.000 libros, Hinde. Yo camino por los pasillos de esos libros como por una selva donde conozco cada árbol. Yo sé dónde está cada libro. Ningún bibliotecario ha sido nunca capaz de organizar mi biblioteca porque me hacen unos ficheros pero después yo no entiendo. Yo sí sé dónde está cada libro. Cuando llegan mis nietos, que estudian literatura, a buscar un libro, yo los llevo y les digo “aquí está”, pero sin vacilar. Entonces eso lo he perdido.

Yo oigo mucha gente que dice “deterioro de la democracia en Nicaragua”: eso es un absurdo. No hay ningún deterioro de ninguna democracia en Nicaragua, lo que hay es una tiranía firmemente establecida y con la voluntad de quedarse allí a cualquier costo.

— Claro.

— Eso lo he perdido pero bueno, hay otros que han perdido más. Y esa es la gran realidad. Cuando uno se enfrenta a una tiranía cruel, despiadada, hay otros que pierden más. Hay 140 nicaragüenses, hombres, mujeres, de todas las edades, en la cárcel. Gente de mi edad a quienes no les dejan pasar sus medicinas; que han perdido 20, 30 libras, que no les apagan la luz nunca, ni de noche ni de día, en condiciones sumamente precarias. Y yo creo que mi caso, el de un escritor perseguido, debe servir para abrir una ventana sobre lo que realmente está pasando dentro de Nicaragua. Yo oigo mucha gente que dice “deterioro de la democracia en Nicaragua”: eso es un absurdo. No hay ningún deterioro de ninguna democracia en Nicaragua, lo que hay es una tiranía firmemente establecida y con la voluntad de quedarse allí a cualquier costo.

— En tu nueva novela aparece también la cuestión del espiritismo y lo esotérico forma parte de la trama. ¿Cómo fuiste viendo ese cambio en lo que tiene que ver con las figuras gobernantes en relación a esta misma cuestión?

— Fue muy novedoso. Esto comienza en el año 2006 cuando Ortega sube al poder con su esposa como gran asesora, y entonces se comienzan a hacer sesiones de aromaterapia, las sesiones de gabinete se llenan de flores, todo esto es parte del rito de la protección contra los malos espíritus. Lo primero que se veía en la sala de gabinete al principio en los años iniciales de este largo período de dictadura era el ojo de Fátima que presidía las reuniones de gabinete, ¿no? Después del ojo de Fátima vinieron los árboles de la vida. Y hoy, en lugar de los árboles de la vida es la estrella de cinco picos la que está en medio. El gabinete y los altos mandos junto con los gobernantes se sientan alrededor de un círculo y hay una estrella de cinco picos como en un aquelarre. Eso ya no está en la novela, ya no cupo.

En la nueva novela de Ramírez que enfureció al gobierno de Daniel Ortega, aparecen en la trama todas las prácticas esotéricas de la vicepresidenta Rosario Murillo. (Foto Esteban Biba/EFE)
En la nueva novela de Ramírez que enfureció al gobierno de Daniel Ortega, aparecen en la trama todas las prácticas esotéricas de la vicepresidenta Rosario Murillo. (Foto Esteban Biba/EFE)

(Risas) Ya no había espacio para eso. Otra de las grandes novedades a lo largo del tiempo son los ricos de la revolución. ¿Cómo ve esa transformación alguien como vos, que vivió todo el período original y formó parte de ese gobierno? Una transformación que parece una pesadilla de literatura. ¿Cómo lo vivís?

— Mira, obviamente, y volvemos a Balzac, ¿no? Balzac retrata muy bien esta sociedad de los nuevos ricos. De la nueva gran burguesía que es engendrada precisamente por la Revolución Francesa. Y yo siempre pensaba en aquellos años: esto tiene que ser distinto. Porque la experiencia de las revoluciones es que siempre hay una élite que usa el dinero como forma de poder. Porque la élite siente que sin el poder del dinero no hay poder político. Y esto es lo que explica muy bien Balzac en la Comedia humana al hablar de los viejos combatientes de las barricadas después convertidos en grandes terratenientes, y en dueños de viñedos y perfumistas de la Place Vendôme, etcétera. Entonces, este mundo puede repetirse siempre; es una élite que goza de grandes privilegios, que hace grandes negocios a la sombra del Estado y, en esto, lo que se llama la izquierda en nada se diferencia de la vieja derecha. Porque la distancia entre izquierda y derecha para mí siempre estuvo en los ideales de cambio, y en llevar adelante esos ideales sacrificando la vida misma o la comodidad misma, como fueron a pelear los guerrilleros en 1979 contra Somoza. Pero, hoy en día, hay una élite en Nicaragua muy poderosa que está formada por viejos revolucionarios.

Tapas de los libros de Ramírez
Tapas de los libros de Ramírez

— Sos una persona muy ilustrada, muy formada, y al mismo tiempo hacés mucho por la divulgación de la literatura y creés en los géneros y en todo lo que tiene que ver con la cultura popular, de hecho también sos periodista y escribís para los medios. ¿Cómo ves ese matrimonio entre la cultura alta y la cultura popular?

— Son indisolubles. Es decir, hablar de una cultura alta, lo que se llama la cultura letrada, aislada de lo que es la vida, que bulle en la literatura, la vida de la cual surge la literatura, es absurdo. Aún cuando se piensa en alguien como Borges, al cual muchos acusan de elitista, Borges no es ningún elitista, los grandes cuentos de Borges son sobre los compadritos, sobre los cuchilleros, sobre el Sur, y eso es muy popular. Sin eso no existiría Borges. Borges no es una entelequia independiente de la vida argentina. Y así, el lenguaje se alimenta, el lenguaje crece desde abajo. Y cuando llega a las academias, las academias lo único que hacen es darle certificado. Pero las academias no inventan palabras, las palabras se inventan en el lenguaje diario.

— Dijiste antes algo acerca de las elecciones de noviembre en Nicaragua, como dando a entender que esas no van a ser elecciones. ¿Qué pensás que es lo que va a pasar en el próximo tiempo?

— Nada, una confirmación de Daniel Ortega y de su esposa en el poder. Un Consejo Supremo Electoral formado por siete operadores del régimen. Todos los candidatos presidenciales en la cárcel. Y los dirigentes que pudieron haber organizado la oposición también en la cárcel o en el exilio. El diario La Prensa, que es el único diario de papel del país, dejó de circular porque le embargaron el papel en la Aduana igual que embargaron mi libro y ahora está intervenido militarmente el diario La Prensa. Carlos Fernando Chamorro, uno de nuestros grandes periodistas, tuvo que huir a Costa Rica bajo una orden de prisión. Su casa, allanada. Decenas de periodistas han huido. Lo que los nicaragüenses pueden saber ahora lo escriben los periodistas y lo transmiten desde fuera de Nicaragua, desde los Estados Unidos, desde México. No hay campaña electoral, ni siquiera hay campaña electoral, y los candidatos que van a competir con Ortega en noviembre son fabricados por él mismo para repartirles unos cuantos asientos de la Asamblea Nacional, eso no es decente llamarlo elecciones y el que sigue llamándolo elecciones está pecando gravemente por omisión. Las elecciones no son eso, las elecciones son una libre competencia entre fuerzas opuestas que, democráticamente, compiten por el poder y gana aquel que tiene un voto más. Eso en Nicaragua para nada existe.

"Hay una izquierda obsoleta que se ha quedado con la idea fija de los años 60 y 70 de que la revolución cubana es la gran panacea de la América latina", dijo Ramírez

— Te hago la última pregunta y tiene que ver con la cantidad de gente que, de buena fe, habiendo creído mucho en lo que fue la revolución sandinista sigue pensando que está mal llamar dictador a Ortega y que en realidad sigue siendo el Occidente poderoso el que presiona del mismo modo que puede pasar, aunque las situaciones son diferentes, con Cuba o con Venezuela. ¿Qué le dirías vos a esa gente que confió en ese proyecto, que creyó en eso como izquierda, y que le cuesta mucho todavía advertir hoy la transformación, la enorme transformación de alguien como Daniel Ortega?

— Hay que quitarse las telarañas de los ojos. Yo creo que la izquierda tiene, la izquierda tradicional, no toda la izquierda, hay una izquierda muy obsoleta. Muy obsoleta, se ha quedado con la idea fija de los años 60, los años 70, que no deja de creer que la revolución cubana es la gran panacea de la América latina, que la revolución sandinista y los guerrilleros heroicos siguen en el poder, llevando adelante un proceso de transformación y cambio en Nicaragua. Esos son cuentos de caminos que alguien o los cree porque está muy mal informado, a pesar de la cauda, enorme información que hay en el mundo alrededor de Nicaragua, o porque no quiere ver, y en ese caso se trata de una ceguera irremediable. O porque sus prejuicios no lo dejan ver y la obsolescencia ideológica no le deja advertir que una tiranía de derecha y una tiranía de izquierda como la que supuestamente hay en Nicaragua no se diferencian en nada. La ley por la cual me han perseguido a mí, que es la Ley de Defensa de la Soberanía Nacional, es una ley que pudo haber sido dictada por Benito Mussolini, basada en principios ultra nacionalistas de defensa de la soberanía, de agresión contra la patria. Esa retórica no es para nada de izquierda.

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