El destino latinoamericano de Sergio Ramírez: revolucionario, político, escritor y otra vez en el exilio

Fue perseguido por Somoza y ahora por Daniel Ortega. En “Tongolele no sabía bailar” describe la violencia parapolicial de 2018 y las costumbres esotéricas de Rosario Murillo. La Aduana retuvo los ejemplares del libro y la Fiscalía ordenó la captura del premio Cervantes nicaragüense

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Sergio Ramírez, sus hijos (María, izq.; Dorel, Sergio) y su esposa, Tulita, cuando todos participaban en la reconstrucción de Nicaragua tras el somocismo.
Sergio Ramírez, sus hijos (María, izq.; Dorel, Sergio) y su esposa, Tulita, cuando todos participaban en la reconstrucción de Nicaragua tras el somocismo.

A veces, en casas de amigos en el extranjero, a mitad de una velada entre copas, suena, como un homenaje que me pagan, y se pagan ellos a sí mismos, la música de aquellos tiempos, las canciones revolucionarias de Carlos Mejía Godoy que escucho con tristeza opresiva, con un sentimiento de algo que busqué y no logré encontrar, pero que sigue pendiente en mi vida, y mientras el tiempo avanza, temo que quizás ya no encontraré nunca más.

Sergio Ramírez escribió eso en 1999, cuando se cumplieron 20 años de la Revolución Sandinista. Tras la derrota electoral de 1990, cuando Nicaragua eligió a Violeta Chamorro, el frente que había terminado con cuatro décadas de dictadura de la familia Somoza, tras 18 años de lucha y dos de insurrección, se desintegraba bajo el peso de la corrupción —entonces había sido la piñata, el reparto de valores del estado que hizo ricos a muchos dirigentes sandinistas—, la renuncia a los ideales, las purgas internas y el caudillismo del entonces ex presidente Daniel Ortega.

En 2008, cuando se reeditaron aquellas memorias de Ramírez, Adiós muchachos, el escritor nicaragüense tenía ya por cierto que aquella búsqueda, que lo había llevado al exilio y por la cual había sacrificado la vida profesional y familiar para ser vicepresidente en los ochentas, seguiría pendiente hasta el fin de su vida.

La nueva novela de Sergio Ramírez fue retenida en la aduana de Nicaragua mientras la Fiscalía ordenaba la detención del premio Cervantes.
La nueva novela de Sergio Ramírez fue retenida en la aduana de Nicaragua mientras la Fiscalía ordenaba la detención del premio Cervantes.

Para volver al poder en 2006, el Frente Sandinista de Liberación Nacional —tan vaciado de sus ideas y sus dirigentes históricos que su sigla podría ser FSLN®, con el registro de la marca en manos de Ortega y su esposa Rosario Murillo— había pactado con Arnoldo Alemán, el caudillo del Partido Liberal —heredero del Partido Liberal Nacionalista de los Somoza—, condenado a 20 años de prisión por la malversación y el lavado de unos USD 100 millones de dólares, según estimaron los fiscales.

El pacto permitió que Alemán saliera de la cárcel —primero con prisión domiciliaria, luego con prohibición de salir del país y desde 2009 sobreseído por la Corte Suprema— y que Ortega gestionara reformas a la Constitución en 2000 y 2005. Así se redujo la cantidad de votos necesaria para ganar en la primera vuelta y así, con el 38%, Ortega regresó al poder.

A 15 años, allí sigue. Y en noviembre, cuando cumpla 76 años, buscará su quinto mandato, el cuarto consecutivo y el segundo con Murillo como vice.

Para lo cual Ramírez está otra vez en el exilio.

En noviembre, cuando cumpla 76 años, Daniel Ortega buscará su quinto mandato, el cuarto consecutivo y el segundo con su esposa, Rosario Murillo, como vice.
En noviembre, cuando cumpla 76 años, Daniel Ortega buscará su quinto mandato, el cuarto consecutivo y el segundo con su esposa, Rosario Murillo, como vice.

Y Dora María Téllez está en la cárcel. La comandante asaltó el Palacio Nacional en Nicaragua en 1978 y al año siguiente logró sacar a la Guardia Nacional de sus cinco reductos en León, que se convirtió en la capital transitoria de Nicaragua libre. Allí juró la nueva Junta de Gobierno integrada por Violeta Chamorro, Alfonso Robelo, Moisés Hassan, Ortega y Ramírez.

También el ex vicecanciller nicaragüense durante los ochenta, Víctor Hugo Tinoco, está preso.

Y el ex guerrillero Hugo Torres Jiménez. Y otros sandinistas escindidos, que forman la Unión Democrática Renovadora (Unamos) donde está Téllez, como Ana Margarita Vigil y Suyen Barahona.

Y otros, de ideologías diferentes, que aspiraban a ser candidatos opositores en las elecciones del 7 de noviembre: Cristiana Chamorro, Arturo Cruz, Félix Maradiaga y Juan Sebastián Chamorro García. En total hay 140 detenidos políticos, denunció Ramírez en Centroamérica Cuenta, el festival literario que él impulsó en Nicaragua y que este año debió celebrarse en Madrid.

Sergio Ramírez fue vicepresidente de Daniel Ortega en los ochenta, en el gobierno del antiguo FSLN.
Sergio Ramírez fue vicepresidente de Daniel Ortega en los ochenta, en el gobierno del antiguo FSLN.

A casi todos ellos les cupo la Ley 1.055, que condena “los actos que menoscaban la independencia, la soberanía y autodeterminación”.

Al escritor se lo acusó de “conspiración para cometer menoscabo a la integridad nacional” y “lavado de dinero, bienes y activos”, por lo cual le podría tocar hasta 15 años de prisión según los artículos 282, 410 y 412 del Código Penal de Nicaragua.

Lo que ya no existe

Los cargos son parte de la misma obra de teatro en la cual Ortega y Murillo repiten un discurso encendido de izquierda, consignas contra el imperialismo estadounidense y el neocolonialismo europeo y el 1% y la explotación, mientras realizan “concesiones de fondo a la derecha más intransigente”, según escribió Ramírez ya en 2008. “El Frente Sandinista de hoy tiene en sus filas suficientes grandes capitalistas, ricos de verdad, como para desdecir palabras agresivas”.

Sergio Ramírez, como representante de la rama política de la revolución, dedicó 10 años a la gestión pública.
Sergio Ramírez, como representante de la rama política de la revolución, dedicó 10 años a la gestión pública.

Se critica al Fondo Monetario Internacional mientras se cumple con sus consignas de disciplina monetaria y sus programas de ajustes para recibir sus recursos; se ataca al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos mientras se lo mantiene en vigencia. Incluso se llegó a prohibir el aborto (que en su versión terapéutica existía en la ley nicaragüense desde mediados del siglo XIX) a cambio del apoyo incondicional del cardenal Miguel Obando y Bravo —“antiguo enemigo de la revolución y epítome de la derecha”, en el retrato de Ramírez—, quien se sumó al orteguismo y cuando murió, en 2018, llevaba dos años proclamado Prócer Nacional de la Paz y la Reconciliación.

Ramírez dejó la política hace un cuarto de siglo. Primero rompió filas cuando Ortega intentó desestabilizar a Violeta Chamorro: “Renuncio de manera pública e irrevocable a pertenecer al FSLN. El frente al que yo me incorporé hace 20 años ya no existe”, dijo. Había sido paradójico —escribió en sus memorias de la revolución— que el sandinismo hubiera dejado como herencia la democracia, pero era una herencia buena para una ciudadanía que no había conocido realmente esa alternativa.

Con la proclama “Por un sandinismo que vuelva a las mayorías”, firmada por más de 100 figuras de la revolución, fundó el Movimiento de Renovación Sandinista (MRS). Era 1995; cuando Ortega lo proscribió, en 2009, ya Ramírez se dedicaba por completo a la literatura. Hasta la democracia como herencia se había perdido. Nada podía hacer ya en la política.

El premio Cervantes ha publicado una veintena de títulos a lo largo de su carrera.
El premio Cervantes ha publicado una veintena de títulos a lo largo de su carrera.

En 1995 había publicado Baile de máscaras, una novela a la que le tiene especial cariño porque evoca su infancia; dos años después saldrían sus Cuentos completos y en 1998 repetiría el éxito que había tenido Castigo divino diez años antes con Margarita, está linda la mar.

A esos títulos le siguieron Catalina y Catalina, Sombras nada más, Mil y una muertes, El reino animal y en 2009 —cuando Ortega golpeaba al MRS, que se transformaría en Unamos— salió la primera parte de lo que hasta ahora es una trilogía policial, El cielo llora por mí. La tercera entrega, que se acaba de publicar, fue retenida en la Aduana de Nicaragua y su contenido tiene todo que ver con la orden de detención de Ramírez y el allanamiento de su casa.

En su presentación al mundo, el inspector Dolores Morales es un ex guerrillero que perdió una pierna en combate y la fe revolucionaria a lo largo de los años de servicio en la Dirección de Investigación de Drogas de la policía, de tanto ver las componendas del FSLN con el gobierno de Alemán. Descubrió un encuentro cumbre entre los cárteles de Cali y de Sinaloa y logró, en lugar del ascenso que esperaba ingenuamente, que lo retirasen.

Las novelas negras con el protagónico del inspector Dolores Morales, que por ahora son una trilogía.
Las novelas negras con el protagónico del inspector Dolores Morales, que por ahora son una trilogía.

En el segundo volumen, Ya nadie llora por mí (2017), Morales malvive de una agencia de detectives en un shopping center desconchado; lo ayudan Sofía Smith, ex empleada de limpieza de la policía y madre de un mártir de la revolución, y el recuerdo de Lord Dixon, un policía asesinado por los narcos. El caso que investiga evoca a la denuncia de Zoilamérica Narváez, la hija de Murillo que acusó a su padrastro, Ortega, de abuso sexual reiterado cuando ella era niña.

La corrupción vincula a empresarios y políticos; la pobreza lacerante de la gente contrasta con los autos importados en los que se mueve el poder. Aparece entonces Anastasio Prado, alias Tongolele porque tiene un mechón blanco en el pelo como la actriz y bailarina Yolanda Montes: es el jefe de los servicios secretos y acaba de regresar con un protagónico en Tongolele no sabía bailar, el libro que enfureció a Ortega y Murillo.

Los crímenes de Tongolele

“Es una novela negra”, dijo Ramírez a Los Angeles Times. “Tiene que ver con una realidad que la tenemos encima. Y quizá el gran riesgo que corrí es meterme a considerar acontecimientos demasiado recientes”. Se trata de la represión de 2018, que dejó unos 400 muertos. “Son los meses de la represión desatada en Nicaragua en las calles, acontecimientos que como un agua violenta entran a la novela”, siguió. “Hechos que las crónicas periodísticas ya dieron a conocer: yo no estoy ni revelando ni denunciando”.

Sergio Ramírez nació en Masatepe, Nicaragua, el 5 de agosto de 1942.
Sergio Ramírez nació en Masatepe, Nicaragua, el 5 de agosto de 1942.

Hay un “combatiente histórico” a cargo de un operativo secreto que aun para Tongolele, que ha matado sin mayor trámite ni emoción, le parece un poco demasiado: “Nada de tiros al aire. Vamos pija y rincón, con Akas bien aceitados. Armas de guerra. Y detrás van las palas mecánicas despejando las barricadas”. Tongolele recibe de su jefe una partida de 120 hombres, ya que mano de obra que se paga en dólares y con la comida del día es lo que sobra en un país cuya pobreza supera el 30%, según estimaciones independientes. Y donde muchos lucharon o para echar a Somoza o para detener a los Contras financiados por Estados Unidos.

Escojamos el chunche que nos guste, compañeros, un AK ruso de culata plegable, o uno de culata fija, allí tienen los M-16 gringos, como los que arrebatamos en combate al ejército genocida de Somoza, les garantizo su eficacia porque somos viejos amigos; y podemos agarrar todos los magazines que nos alcancen en las mochilas, que por falta de munición no pereceremos.

Eso promete el combatiente histórico a los grupos de hombres —entre ellos, los que dirige Tongolele— que se abalanzan sobre las armas “como si se tratara de una repartición de juguetes navideños”. Hay también rifles para francotiradores, Dragunov y Catatumbo; hay armas cortas para escogidos. Con walkie-talkies y códigos de comunicación, se suben a unas “camionetas Hilux, todas nuevecitas”, y salen a reprimir:

La nueva novela de Ramírez incorpora los hechos de 2018, cuando los parapoliciales reprimieron las protestas. Se estiman 400 muertos.
La nueva novela de Ramírez incorpora los hechos de 2018, cuando los parapoliciales reprimieron las protestas. Se estiman 400 muertos.

Él mismo ha dado la señal de abrir fuego disparando la primera ráfaga que abate a uno de ellos mientras el otro salta como un muñeco de resortes al pavimento y emprende la huida, pero ya herido cae de rodillas al alcanzar la cuneta. (...)

Se adelanta alzando los brazos para rendirse, como en las películas, pero lo derriba de un disparo, ahora el fusil puesto tiro a tiro. Incrédulo, el muchacho lleva las manos al estómago y, tras retroceder unos pasos, cae de espaldas contra la arpilla de sacos de fertilizante. (...)

En el extremo occidental del patio de la iglesia, colindante con los terrenos de la universidad, se hallaba postrado un compañero suyo, alcanzado en la cabeza por el disparo de un francotirador. (...)

Se fue la corriente eléctrica y quedamos en la oscurana; y sirvió el apagón como una señal de ataque, pue se desató sobre nosotros la balacera. (...)

La nueva novela de Ramírez también incluye a una vidente que asesora al poder y se comunica con el espíritu de Sai Baba.
La nueva novela de Ramírez también incluye a una vidente que asesora al poder y se comunica con el espíritu de Sai Baba.

La novela también recupera un episodio notable de las protestas de 2018, que comenzaron contra las reformas al Seguro Social y de pronto comenzaron a tumbar los árboles de la vida, una estructuras metálicas de colores, con alturas de entre 15 y 20 metros, cuyas copas como volutas identifican al FSLN y sobre todo a Murillo, quien impulsó su instalación onerosa desde 2003. Cuando los manifestantes echaron abajo 22, existían unos 140 en todo el país, concentrados especialmente en Managua.

Tongolele no sabía bailar imagina un origen a los árboles de la vida: el consejo de una vidente, la profesora Zoraida, inspirada por el mensaje de Sai Baba. Al otro lado de la ficción, en la realidad Murillo ha sido una seguidora del gurú indio Sathya Sai Baba, muerto en 2011.

Acaso fue la represión descripta, acaso las rutinas esotéricas meticulosamente detalladas, o la algarabía de los manifestantes cuando caían los árboles de la vida, o las ironías irrespetuosas de Tongolele (“Yo soy de carne y hueso, nada tengo de espíritu, pero penetro paredes y abro puertas mejor que Sai Baba”), o el retrato de los viejos jefes guerrilleros (con ”barrigas prominentes, con problemas de próstata crecida, cuántos con marcapasos instalados, diabéticos, hipertensos, organizados en la asociación de veteranos”), o la insistencia en que el gobierno se autodenomina “gobierno de Amor, Paz y Reconciliación” (tan parecido a una consigna oficial real), o que Sofía comente “A mí, que parí un mártir, con tanto muchacho muerto se me ha vuelto a abrir la herida”.

En 2018 los manifestantes derribaron 22 de los árboles de la vida que instaló Rosario Murillo y se asocian al FSLN.

Quién sabe. Lo cierto es que la Dirección General de Aduanas retuvo el libro de Ramírez al mismo tiempo que la Fiscalía emitía la orden de captura contra el escritor.

La historia, como un círculo

Fue la primera vez que a Ramírez le censuraban un libro. Pero no la primera en que lo perseguía la Fiscalía de Nicaragua: qué extraña circularidad la de la historia, ya le había pasado en 1977, cuando el que lo había acusado era Somoza. Y la segunda vez lo hace el gobierno de quien, si bien nunca fue su amigo, luchó como él para derrocar a Somoza y supo compartir los sueños de un país mejor.

“El Frente Sandinista que llevó otra vez a Daniel como candidato en las elecciones de 2006 es, en espíritu y naturaleza, distante de aquel que conquistó el poder por las armas en 1979″, escribió Ramírez en Adiós muchachos. Si en el pasado había existido “una dirigencia colectiva de la que Daniel era un primus inter pares” en el presente del libro, y en el presente a secas, sólo queda “la voluntad única y personal del propio Daniel, y de su esposa”.

El rey Felipe VI entregó a Sergio Ramirez el premio Cervantes, que el escritor nicaragüense mereció en 2017. (AFP/ Juan Carlos Hidalgo)
El rey Felipe VI entregó a Sergio Ramirez el premio Cervantes, que el escritor nicaragüense mereció en 2017. (AFP/ Juan Carlos Hidalgo)

Agregó: “Otra vez, como a lo largo de la historia de América Latina, la familia vuelve a ser el molde en el que se vacía un partido político, y se vacía el Estado”.

La familia a la que alude es la de Somoza, por la cual apenas casado con Tulita Guerrero debió exiliarse en Costa Rica, donde nacieron sus tres hijos.

El fundador había sido Anastasio Somoza García, quien pasó de falsificador de monedas a jefe de la Guardia Nacional que los Estados Unidos inventaron como requisito para terminar su invasión, el mismo que ordenó la muerte del héroe antiimperialista Augusto César Sandino y a su vez fue muerto, en 1956, en campaña electoral para su eterna reelección, por el poeta Rigoberto López Pérez en León. Lo sucedió brevemente su hijo Luis, apodado El Bueno, y a la muerte de éste la dinastía se continuó con Anastasio, acaso llamado El Malo porque prometía “para los amigos plata, para los enemigos plomo, para los indiferentes palo”.

En las protestas de 2018 los manifestantes acusaron a Daniel Ortega de actuar como el dictador Anastasio Somoza y eternizarse en el poder igual que él. (REUTERS)
En las protestas de 2018 los manifestantes acusaron a Daniel Ortega de actuar como el dictador Anastasio Somoza y eternizarse en el poder igual que él. (REUTERS)

Los Somoza gobernaron Nicaragua como su finca personal, hasta acumular un patrimonio que Ramírez inventarió en 1975 en un documento que tituló Somoza de la A a la Z: comprendía adoquines, alcohol, algodón, aviación, azúcar, bancos, cabotaje, café, camarones, casas de empeño, casas de juego, casas de prostitución, cemento, cerillos, cueros, hoteles, jabonerías, madera, minas, moteles, periódicos, radiodifusoras, taxis, televisoras, tenerías, textiles, sal, vacunos, veladoras, zapatos. “Y no dejaba de incluir la sangre bajo la letra S, porque la Compañía Plasmaféresis, instalada en Managua, se la compraba a los indigentes y a los borrachines para fabricar plasma de exportación”, detalló Ramírez en sus memorias.

Con el seudónimo de Baltazar —cuando lo eligió estaba leyendo El cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell— Ramírez participó de la oposición política (nunca fue guerrillero) al último Somoza, quien llenaba de cadáveres torturados y ejecutados una zona cercana al Lago de Managua, que terminó por llamarse la Cuesta del Plomo.

Somoza también liquidó a opositores conocidos, como el periodista Pedro Joaquín Chamorro, acribillado el 10 de enero de 1978 en el auto Saab que su viuda Violeta, quien sería más tarde presidenta, conservó en su casa como la ropa perforada, los anteojos rotos, el premio Maria Moors Cabot 1977. No deja de ser otra vuelta histórica que Murillo haya sido la asistente de Chamorro en el diario La Prensa, cuando era una joven poeta.

Sergio Ramírez dejó la política en 1996 para retomar su gran pasión, la literatura.
Sergio Ramírez dejó la política en 1996 para retomar su gran pasión, la literatura.

Si Chigüín, como se apodaba el último Somoza, no cumplió con su amenaza de muerte fue porque Ramírez, graduado en Derecho como el mejor alumno de su promoción, se marchó a Costa Rica aprovechando un contrato de trabajo.

Años después dejó la estabilidad de un cargo universitario en San José para aceptar una beca para escritores en Berlín, donde vivió dos años. En 1977, ya de regreso en Costa Rica, integró el Grupo de los Doce, un intento de articulación de los opositores que presionaba al mismo tiempo que la insurrección armada que en 1961 habían iniciado Carlos Fonseca Amador, Tomás Borge y Silvio Mayorga al fundar el FSLN.

“Durante la insurrección final, nuestra casa en Los Yoses se volvió centro de conspiración, bodega de abastos, tesorería, cuartel, oficina de relaciones públicas y refugio”, recordó en sus memorias. Los hijos llegaban de la escuela y se encontraban “con gente que entraba y salía como en un gran mercado; la sala y los corredores atestados de cajones de medicinas y de líos de uniformes y sartas de botas”.

En Costa Rica, donde debió exiliarse, Sergio Ramírez trabajó con otros opositores a Somoza, el Grupo de los Doce, para terminar con aquella dictadura.
En Costa Rica, donde debió exiliarse, Sergio Ramírez trabajó con otros opositores a Somoza, el Grupo de los Doce, para terminar con aquella dictadura.

Volvió al Paraninfo de la Universidad de León, donde su vida política había comenzado en 1959 con una marcha reprimida por la Guardia Nacional y donde cinco años después había jurado su título de abogado con una toga de alquiler, para integrar la nueva Junta de Gobierno de Nicaragua: el 18 de julio de 1979, un día antes de que las tropas sandinistas tomaran Managua.

Sus hijos participaron de la campaña que subió la tasa de alfabetización de cifras paupérrimas al 77,3%; el varón fue también a la guerra nada fría financiada, entre otras cosas, por el famoso affair Irán-Contras a cargo del coronel estadounidense Oliver North. Fue vicepresidente y parlamentario. Pero como consecuencia de los desgarramientos tras la pérdida de las elecciones de 1990, cuando la Unión Nacional Opositora (UNO) de Violeta Chamorro obtuvo el 53% de los votos contra el 41% del sandinismo, poco a poco regresó a su primer amor, la literatura.

A los 79 años, otra vez el exilio

Desde que en 1963, todavía un estudiante, publicó Cuentos, Ramírez ha sido un escritor. En 1979 su novela ¿Te dio miedo la sangre? fue finalista del entonces prestigioso premio Rómulo Gallegos. Tiempo de fulgor y Charles Atlas también muere son otras de sus obras de ficción; ha publicado también biografías (Hombre del Caribe, El muchacho de Niquinohomo) y ensayos (Mentiras verdaderas, El viejo arte de mentir, El señor de los tristes). Recibió ocho doctorados honoris causa en América Latina y Europa; también el máximo premio de la lengua española, el Cervantes, y otros como el Hammett, el José María Arguedas, el José Donoso. Su obra se ha traducido a 18 idiomas.

La obra del nicaragüense Sergio Ramírez ha sido traducida a 18 idiomas.
La obra del nicaragüense Sergio Ramírez ha sido traducida a 18 idiomas.

Mientras eso sucedía, la revolución por la que había puesto a la literatura en un paréntesis de una década se desbarrancaba. “Tomás Borge había dicho que la revolución era invencible, y que nadie la podría destruir, a no ser que la destruyeran los mismos sandinistas”, escribió Ernesto Cardenal en La revolución perdida, tercer tomo de su autobiografía. Hablaba del ex ministro del Interior y poderoso comandante, quien murió en 2012 como influyente empresario. “Y eso fue lo que ocurrió. Y uno de los principales que lo hicieron fue Tomás Borge”.

El poeta Cardenal —que como ministro de Cultura sufrió los embates de una organización paralela de Murillo, la Asociación Sandinista de Trabajadores de la Cultura— denunció en sus memorias que algunos de sus antiguos compañeros como “Humberto Ortega, Tomás Borge y Bayardo Arce” eran “millonarios” gracias a la piñata.

“Hubo una gran repartición de todo, pero hay que distinguir entre la repartición buena y la repartición mala”, recordó el vértigo de los días que siguieron a la derrota electoral de 1990. La buena fueron las leyes que dieron títulos legales a aquellos beneficiarios de la reforma agraria y urbana. La mala garantizó medios materiales al FSNL que, por haber pasado de la guerrilla al poder, no tenía cómo sostener la estructura de un partido de oposición: “Apresuradamente se transfirieron edificios, haciendas, empresas, fábricas y toda clase de bienes del estado a dirigentes que iban a administrarlos para el FSLN; pero se quedaron con ellos”, resumió.

Al lado de Violeta Chamorro, en el mismo Paraninfo de la Universidad de León donde comenzó su vida política y se graduó de abogado, Sergio Ramírez asumió en la Junta de Gobierno de Nicaragua el 18 de julio de 1979, un día antes de que las tropas sandinistas tomaran Managua.
Al lado de Violeta Chamorro, en el mismo Paraninfo de la Universidad de León donde comenzó su vida política y se graduó de abogado, Sergio Ramírez asumió en la Junta de Gobierno de Nicaragua el 18 de julio de 1979, un día antes de que las tropas sandinistas tomaran Managua.

Ramírez comenzó a alejarse. Y vio, mientras tanto, que aquellos que no se sumaban, como Henry Ruiz, un héroe que se batió ocho años en la montaña con el nombre de Modesto, se convertían en “símbolos de la revolución que no fue”. Ruiz fue procesado porque detectó corrupción en la Fundación Augusto César Sandino e hizo una denuncia, pero la magia de la Justicia sometida al poder invirtió los cargos.

“Cuando me hablan de izquierda y derecha, siento que esa oratoria no representa la realidad política”, dijo Ruiz mientras apelaba, en 2004. “Por eso estas dos fuerzas políticas pudieron ensamblarse en un pacto. Y construyen una institucionalidad que nos hace daño a todos los nicaragüenses”. Luego de los hechos de 2018, analizó que Ortega se aferra al poder por “miedo a que lo lleven a corte internacional por los crímenes de lesa humanidad”.

Ya definitivamente alejado de la política, Ramírez encuentra hoy, a los 79 años, que ella no se aleja de él: el destino de tantos intelectuales latinoamericanos. “El exilio forzado es la peor circunstancia que puede atravesar alguien que ya viene de vuelta”, dijo a AP. “Saber que no puede regresar a su país. Saber que tiene esas puertas cerradas por la mano de una dictadura enemiga de los libros”.

Eso, anticipó, era lo único que encontrarían las fuerzas de seguridad en el allanamiento a su domicilio que ordenó el orteguismo: “Lo que van a hallar es una casa llena de libros. Los libros de un escritor. Los libros de toda mi vida”. No se los llevó cuando salió del país en junio, sin imaginar que no podría regresar.

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