Perú tuvo históricamente la colonia de japoneses más importante de América Latina. En 1905, llegó al país el médico Yoshigoro Tsuchiya, que tras su unión con María Luisa Castillo, peruana descendiente de chinos, nacería la pintora Tilsa Tsuchiya (1928 -1984), de quien hoy se cumple aniversario de nacimiento y ayer, de fallecimiento.
De niña, siguiendo los mandatos familiares, quiso estudiar medicina, aunque le encantaba el piano, pero el arte tiene sus caminos misteriosos y su profesión, porque Tilsa pudo realizar y vender bien en vida, brotó cuando se cruzó con Rembrandt. El maestro del barroco cambiaría para siempre su deseo: ella quería, intentaría ser él, aunque sus caminos pictóricos fueron bien diferentes.
Antes de los 20 ingresó a la Escuela de Bellas Artes, una enfermedad y la prematura muerte de sus padres la alejaron de su formación, por lo que pasó lo siguientes años trabajando en una vidriería y taller de enmarcado, pero en sus ratos libres copiaba cuadros de Van Gogh o Miró. Al tiempo volvió al Bellas Artes, siendo discípula de Carlos Quizpez Asín y Ricardo Grau. Su experiencia de vida, había marcado un estilo único que la caracterizaría.
Pertenece a la llamada “promoción de oro”, en la que se encuentran Alberto Quintanilla, Gerardo Chávez, Alfredo González Basurco, Oswaldo Sagástegui, Milner Cajahuaringa y Enrique Galdos Rivas y se recibió con el Gran Premio de Honor y Medalla de Oro.
Tras su graduación, viajó becada a Francia para estudiar grabado e historia del arte, y durante su estadía realizó “una exploración general de su vínculo con lo oriental y su vínculo con el Perú”, comentó el historiador de arte David Flores-Hora en El Comercio. Y agregó: “Su vertiente pictórica es inclasificable, no existe nada parecido a Tilsa. Su pintura es reflejo de su personalidad, una sinceridad hacia ella misma, hacia sus intereses”.
“El dolor no se cuenta, se pinta”, decía Tilsa, “para mí, mi pintura es bien real. Es lo más realista que hay, los sueños son reales”, comentaba en un encuentro con el poeta Juan Ramírez Ruiz. Y es que la artista había emprendido una obra de corte surrealista, simbolista, donde la muerte, la soledad y los personajes ambiguos, en una mezcla de las leyendas niponas y su tierra latinoamericana, confluían, como sucede en El mito de los sueños.
Hacia finales de los 60 regresa a Perú y recibe el premio Francisco Lazo, como parte de las celebraciones por el cincuentenario de la Escuela Nacional de Bellas Artes; también realiza una muestra individual en el Instituto de Arte Contemporáneo, y en los ‘70 gana el consagratorio premio Teknoquímica.
Tilsa murió de cáncer a los 55 años, dejando un acervo de menos de 200 obras, y tiene el record de la obra más cara entre todos los artistas peruanos, Tristán e Isolda, por la que se pagó USD 660 mil. Lamentablemente, el 95% de su obra se encuentra en colecciones privadas. Por ejemplo, el Museo de Arte de Lima (MALI) solo tiene una, lo mismo sucede en el Museo Central del BCR y en la Pinacoteca Municipal Ignacio Merino. En el Museo de Arte Contemporáneo, por otro lado, no hay niguna.
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