Cuando Ezequiel Martínez recibió la noticia, estaba en su oficina de la Fundación Tomás Eloy Martínez. Eran las cinco de la tarde. Sonó el teléfono, atendió, y del otro lado una voz le confirmó lo que tanto había esperado, lo que tanto había anhelado: ser el Director General de la Fundación El Libro, puesto, que se acaba de crear, que responde al Consejo, integrado por el presidente, Isaac Ariel Granica, el vicepresidente, Santo Pirillo, y las cámaras. La Fundación El Libro organiza la Feria del Libro, una de las más importantes del mundo, y es quizás la institución que marca el pulso de la industria editorial. Hasta el año 2020 ejerció el rol de director general de Cultura de la Biblioteca Nacional Mariano Moreno; ni bien dejó el puesto llegó la pandemia. “Fue un año y medio fácil para mí. No sólo por la pandemia, sino en lo laboral. Desde que tengo veinte años trabajé en relación de dependencia y ahora me encontraba trabajando freelance, todo un ejercicio nuevo para mí”.
Aprovechó la virtualidad para hacer diferentes cursos y hasta un posgrado. Pero necesitaba un lugar de trabajo fuera de su casa, por eso, todos los días, iba hasta la Fundación que fue creada en 2010, unos meses después de la muerte de su padre, Tomás Eloy Martínez, con la ayuda de escritores como Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Paul Auster. Ezequiel Martínez, desde entonces, es el presidente. Por la pandemia, estaba cerrada, rebalsada de silencio. Entonces llegaba al edificio de la Avenida Córdoba, a dos cuadros de Callao, abría el gran portón, subía las escaleras, se sentaba, abría la notebook y se ponía a trabajar. “Estaba en el escritorio de mi viejo. Me agarró una emoción enorme. Ahí tenía un retrato que me había regalado Hermenegildo Sabat de mi viejo. Miré el retrato y me re emocioné. Estaba yo solo ahí pero era como estar compartiéndolo con él. Y lo primero que se me ocurrió fue darle las gracias a él, como si me estuviera ayudando a que se lograra”.
El proceso de selección, en sus propias palabras, fue “largo y agónico”. “Esto empezó con la convocatoria en junio. Tengo entendido que se anotaron más de 300 personas. Muchos me contaron, luego de la designación, que también estaban ahí. Y me llamaron para felicitarme. No me gusta llamarle competencia, pero uno sabe que hay muchas personas talentosas, por más que no sepa quiénes son. Por eso uno trata de no hacerse expectativas. Pero a medida que vas avanzando diferentes etapas, que vas quedando, hubo muchas reuniones de Zooms, muchas monografías escritas, pedidos de referencias, entrevistas en inglés, entrevistas con la consultora, entrevistas psicotécnicas. El proceso fue larguísimo. Se suponía que lo iban a decidir la primera septiembre, pero se postergó una semana más. Ahí me decía: ‘uy, no se deciden, acá no hay fumata blanca’”, y larga una risotada, que no será la primera en esta conversación telefónica con Infobae Cultura.
Martínez elige la cautela: asumirá en octubre. “Trato de ser prudente porque todavía no me reuní con la gente del Consejo de la Fundación, tampoco con quienes voy a trabajar día a día, gente muy valiosa a la que quiero escuchar, a la que quiero conocer. Todo el proyecto a futuro lo vamos a delinear a partir de que me siente y empecemos a trabajar”. Cuando aparece el tema de la Feria del Libro, se anticipa: “Es de lo que más quiero sentarme a hablar, porque yo siento que está encima, que es dentro de dos días. Por un lado, sé que está toda la intención de que se realice, ya está el espacio de La Rural reservado para fin de abril y principio de mayo de 2022, que es la fecha tradicional. Yo calculo que se va a hacer, vamos a ver de qué manera, con los protocolos que en ese momento estén vigentes, con el aforo que se permita. Yo creo que un año más sin feria no podemos estar. Lo digo como lector y también, ahora, del otro lado del mostrador. Lo necesitan las editoriales, los escritores, los lectores, toda la industria. Es algo que se necesita, que no estuvo y que hay que hacer todo lo posible para que vuelva”.
Mientras tanto tiene la mira puesta en dos ferias importantes: Frankfurt y Guadalajara. “Van a ser semipresencial, así que hay que ver cómo las manejan ellos. Ahora está la Feria del Libro de Madrid, pero es otra cosa porque es en el Parque del Retiro, que es al aire libre; igual está repleto de gente, felizmente repleto de gente, pero al aire libre. Es otro modelo de feria la de Madrid”. Y acá, en Argentina, la Feria de Editores —1, 2 y 3 de octubre en el Parque de la Estación—, “que les ha ido muy bien. Hay una cantidad impresionante de editoriales que van a participar, son tres días con actividades mixtas en su programación. Si estas cosas se hacen es porque hay gente que las está necesitando y si funciona es porque las están pidiendo. La gente ansía poder volver a participar de estos encuentros”.
Hace ya varios años que la industria del libro atraviesa su crisis histórica. No es novedad, dejó de serlo desde que pocos recuerdan cuándo comenzó el declive. Hasta que llegó la pandemia y agudizó todo. Pero el panorama no se reduce al coronavirus. “La tecnología cambió muchos los hábitos de la gente, aunque en la lectura todavía no se sintió, me refiero a la lectura en dispositivos digitales. En lo personal opino que el libro, el tradicional, como lo conocemos, jamás va a desaparecer. Yo soy fan del libro físico, eso no quiere decir que el libro digital no sea bueno y práctico”, comienza diciendo, y continúa: “La pandemia dejó muchas sorpresas. Por un lado, el reclamo que las librerías de algún modo u otro pudieran seguir brindando servicios. Las librerías encontraron en lo digital, algunas ya lo tenían y otros lo descubrieron, una manera también de comercializar sus libros. Cuando apenas comenzó la pandemia los libreros llevaban los libros de puerta en puerta”.
“Y hubo también una explosión de los clubes de lectura —agrega—, yo mismo estoy en uno. A pesar de que ahora el estar encerrado en tu casa y solo interactuar desde una pantalla ya es mucho más liviano, digamos, los clubes se sostienen y algunos siguen creciendo. Eso me parece fascinante porque te habla de la salud de la lectura. Y eso mueve muchos libros, porque muchos clubes trabajan con libros de editoriales independientes, que son las que, creo, mejor llevaron este año y medio: trabajan con pocos títulos, pueden poner todas las energías en ese catálogo, que es mucho más chico pero muy potente. No se editaron tantos libros pero a su vez se vendieron porque estuvieron mucho más tiempo, viste cómo es la novedad de las librerías, está uno o dos meses y si no funcionó pasa al depósito, y ahora en cambio tuvieron mucha más presencia muchos títulos que por ahí hubieran pasado rápido. Es todo un reacomodamiento, aunque nada reemplaza la presencialidad”.
Sobre las editoriales independientes, celebra su motor: “el placer de editar eso que a vos te gusta leer”. “O también alguna cosa que descubren afuera que no está traducida. También hay mucho rescate: fijate el fenómeno de Stoner (libro de John Edward Williams de1965), estaba ahí, se tradujo y fue un fenómeno. Ojalá todas las independientes la pegaron con un título así, porque eso te permite publicar otros no tan masivos pero que son literatura de calidad”. ¿Qué le falta a la industria editorial local? “Saber mejor lo que se edita”, responde. “Es algo que remarcaron muchos en el Bogotá 39. Ahí había 39 escritores latinoamericanos que muchos no se conocían entre sí porque no hay circulación de los libros dentro de los otros países, salvo que seas alguien muy conocido o que se garantice que vas a tener una buena cantidad de ventas. Pero no nos conocemos unos a otros, creo que ahí hay una falencia, y estas cosas como la Feria y los encuentros ayudan bastante a resolver o, de algún modo, a empezar a resolverlo. Por eso, hablando de los escritores de Argentina, a muchos no los conocen afuera. Y en España ni te cuento”.
“A mi, como lector, lo que me desespera es que no puedo estar al tanto de todo lo que sale. Uno quiere que no se le pierda nada”, concluye del otro lado del teléfono, en su oficina de la Fundación Tomás Eloy Martínez, frente a la notebook abierta, rodeado de libros.
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