A treinta años de su nacimiento como Estado, Armenia sí tiene quien le escriba. Desde hace varios libros, Magda Tagtachian, nieta de sobrevivientes del genocidio que entre 1915 y 1923 llevó a cabo el Imperio Otomano, relata la vida, la historia, los efectos, las tragedias, los amores y deseos de los armenios en la diáspora.
Este año suma un nuevo capítulo con Rojava, aunque aquí no hace particularmente foco en el asunto armenio, sino que cuenta la historia de los rebeldes kurdos en el territorio que lleva el nombre de la novela. Como secuela —o spin off— de su novela anterior, Alma armenia, en Rojava sigue los pasos de Nané Parsehyan, una mujer criada bajo el yugo soviético —Armenia fue una de las quince repúblicas que conformaban la URSS— y que, tras una larga transformación se ha convertido en una combatiente por la libertad de una nación vecina que afronta un presente de lucha por la independencia. Con el avance del extremismo islámico, Rojava es una ficción que funciona también como una llamada de atención, un despertar para muchos que no conocen la trama política de una región siempre agitada.
La novela lleva algunos meses de recorrido y en su camino, Tagtachian se ha encontrado con algunas sorpresas, como la conversación que mantuvo con dos rebeldes internacionalistas —es decir: europeos— de Rojava. Los dos con la cara cubierta —son buscados— hablaron con entusiasmo del libro y la invitaron a viajar para conocer cómo llevan la vida en estos días.
—Un escritor y, sobre todo un novelista, hace ficción y la ficción es un entretenimiento —dice Tagtachian en diálogo con Infobae Cultura—. Pero el rol del escritor que habla de una causa, como es mi caso, que hablo de la causa armenia, es visibilizar. Con Alma armenia y Rojava, y también con Nomeolvides Armenuhi, que no es una ficción pero está escrita como una novela, mucha gente no sólo se enteró del genocidio armenio, sino incluso de dónde está Armenia y cuál es la situación política actual de Medio Oriente, y cómo Erdoğan, el presidente de Turquía, ha endurecido el régimen desde que empezó a perder poder y todavía condena, como en la época del Imperio Otomano, la libertad de expresión.
—Orhan Pamuk, el escritor turco que ganó el premio Nobel de Literatura, tuvo que exiliarse después de haber hablado del genocidio armenio.
—Hoy en Turquía está penado por ley referirse al genocidio armenio. El que lo haga, va preso por insultar a la patria. Por eso Pamuk vive afuera; igual que otra escritora, Elif Shafak, autora de La bastarda de Estambul, que no puede alzar la voz para hablar de la causa armenia. Como tampoco lo pueden hacer por los kurdos. La semana pasada en la televisión turca, una periodista entrevistaba a una mujer kurda que empezó a hablar en su idioma y la interrumpieron porque no podía hablar en su idioma. Cuando yo era chica, mi abuelo —al que si le escuché decir cinco frases en toda su vida fue mucho; falleció cuando yo tenía trece años— decía: “Si hablaba en armenio me cortaban la lengua”.
—¿Cómo es la situación de los kurdos en relación a la de los armenios?
—La diferencia es que los kurdos son una nación sin Estado. Por eso, me interesó tomar la historia del pueblo kurdo y fundirla con la historia del pueblo armenio en mi novela Rojava. Porque, además, durante el genocidio armenio los kurdos fueron los mercenarios para ir a la primera línea del frente. Hoy kurdos y armenios están unidos porque siguen resistiendo el régimen de Erdoğan. Como digo: el rol del novelista es visibilizar. En mi novela de Rojava hay una historia de amor, hay “geopolítica romántica” como digo allí. Mi teclado es mi fusil y hoy, muchísimos lectores me agradecen porque no sabían que es lo que ocurre hoy. Pero yo muestro la lucha conjunta del pueblo kurdo y el pueblo armenio en contra del fundamentalismo y en contra del régimen de Erdoğan.
—Rojava sucede en Siria, pero hay, sin embargo, una presencia importante de armenios. ¿Se puede pensar un símil entre Armenia e Israel? Lo digo en cuanto a la lucha por sostener un territorio propio y con tantos emigrantes en la diáspora.
—Armenia e Israel son países, son Estados. Los dos pueblos sufrieron un genocidio y un holocausto. La gran diferencia es que el genocidio armenio no ha sido reconocido. De todas las naciones en el mundo, sólo lo han hecho treinta. Antes mencionaste a Joe Biden, que lo reconoció en un gesto político muy importante. Pero cuando se habla del holocausto, nadie duda en condenar a los nazis que lo perpetraron. En cambio, cuando hablás del genocidio armenio se mezcla un poco la ignorancia y la desconfianza que surge de la ignorancia.
—¿Negacionismo?
—Cuando Hitler perpetró el holocausto, escribió: “Después de todo, quién se acuerda de los armenios”. Si se hubiera condenado el genocidio armenio probablemente no hubiera existido el holocausto. En aquel momento, entre 1915 y 1923, el Imperio Otomano masacró a un millón y medio de armenios. Pero mi abuela no hablaba; ninguna familia armenia lo hizo. Se callaron la violencia que sufrieron. Mataron a un millón y medio de armenios con métodos de exterminio que calcó el nazismo. Fue como la escuela del genocidio para Hitler.
—Vuelvo sobre Rojava y Armenia: ¿qué enseñanza les da a los kurdos la resistencia armenia para librarse del peso soviético?
—Esta es una pregunta delicada. Me costó mucho entender el “peso” de los 70 años de sovietismo en la región. Armenia y Azerbaiyán fueron dos de las quince Repúblicas Socialistas Soviéticas. La impronta soviética es muy fuerte. Si tuviera que hablar de enseñanza, creo que el sovietismo dejó tanto en el pueblo armenio como en el kurdo un espíritu de resiliencia, por un lado, y de arte, por otro. De arte. Esto parece algo curioso, pero es muy significativo porque kurdos y armenios son amantes de la poesía, de la escritura, de la danza, de la gastronomía.
—Nané, la protagonista de Rojava, que fue criada en la época de la URSS, y apareció en Alma armenia, tiene también otra segunda lucha, que es contra el patriarcado.
—Nané Parsehyan fue criada en la Armenia soviética, donde aún hoy las mujeres tienen que llegar vírgenes al matrimonio. La que llega a los 30 y no se casó es considerada vieja y se tiene que quedar a cuidar a la familia. Son mujeres que fajan para acentuar las curvas. No pueden decidir libremente sobre su sexualidad ni sobre su cuerpo. El patriarcado viene de la impronta soviética y es lo que se está deconstruyendo en Rojava. Yo le debía eso a Nané; ella se casa en Alma Armenia y en la noche de bodas se descubre que no es virgen, y al día siguiente la madre del esposo no puede salir a repartir entre las vecinas cajones de manzanas rojas —que es el símbolo de la mancha roja en la sábana— y botellas de coñac porque ha conseguido una buena chica armenia. Por eso aquí Nané decide buscarse a ella misma y volver a nacer. Elegí Rojava como escenario porque es donde las mujeres están protagonizando la revolución. Hoy Rojava es una sociedad construida en base a la igualdad de género, a la ecología como elemento sustentable —porque quien manipula los recursos naturales manipula a los pueblos—, donde se respeta a la mujer es respetado y a todas las religiones.
—¿Hay una relación entre la rebelión de las Unidades Femeninas de Protección de Rojava y la preocupación que ellas mismas tienen por sostener la belleza y la sensualidad?
—Yo creo que sí. Es algo que me interesaba contar. Son mujeres que han sufrido la violencia y el abuso en manada. El Estado Islámico las encerraba en jaulas, las exhibía en Mosul, Irak, y las vendían. Las ataban del pelo a los paragolpes de los coches y las arrastraban por la calle. En Rojava hay una ciudad que se llama Jinwar —“jin” quiere decir “mujer” en kurdo— donde viven las mujeres que han sido rescatadas y ya no tienen familia porque las mujeres que han sido violadas son rechazadas porque ya no son vírgenes. En esta ciudad no sólo funcionan academias militares donde instruirse en el uso de las armas, sino que asisten madres, abuelas, hermanas, sobrinas, donde aprenden a deconstruirse, a darles valor a sus propias vidas, a no depender de la opinión del marido. Usan trenzas que significan el entramado de las mujeres que se ayudan entre sí y simbolizan los tres pilares sobre los que basan su lucha: mujer, vida, libertad. El Estado Islámico considera que las mujeres yazidíes —con una manipulación antojadiza del Corán— son descendientes del diablo y creen que si los mata una mujer yazidí van al infierno. Por supuesto, ellas no pueden mostrar el pelo ni maquillarse. Por eso ellas consideran la sensualidad como un arma de guerra.
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