La dictadura militar contada por los niños: cuando la ficción cambia el foco para “entender mejor nuestra historia”

¿Cómo volver a narrar una de las etapas más oscuras? Diferentes expresiones artísticas, como cine y literatura, asumen un rol difusor para brindar una nueva posibilidad discursiva desde los ojos de los más chicos

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La ficción se sirve de
La ficción se sirve de la más cruenta realidad para contar y nombrar lo más doloroso de nuestra historia (Télam)

El próximo estreno de la película La casa de los conejos, la novela de Laura Alcoba que significó uno de los primeros libros en abordar la dictadura desde la voz de una niña, reactualiza la potencia de las infancias y la ficción como posibilidad de habitar la contradicción y la inocencia en las dimensiones del horror, tal como recorren una serie de obras que ponen el foco en la experiencia de niños y niñas y contribuyen a generar nuevas preguntas y matices sobre ese momento histórico en el que se industrializó la maquinaria de tortura y muerte en nuestro país.

El estreno del film que dirige Valeria Selinger y que se podrá ver desde el próximo 21 de octubre se inscribe en una cartografía de libros y películas que desplazan el foco de los adultos y miran desde los ojos –y los cuerpos– de las infancias para narrar un tiempo doloroso: Benjamín Ávila con la película Infancia clandestina o Laura Alcoba con La casa de los conejos, junto con Raquel Robles, Julián López y Ángela Pradelli, son algunos de los cineastas y escritores que indagaron en este tiempo que fue más hablado por los adultos que por los niños.

¿Volver a mirar desde las infancias supone una política de escritura en el sentido de que aporta posibilidades para releer un tiempo histórico que sobre todo fue leído desde el mundo de los adultos? Para la escritora Raquel Robles, “ver el mundo desde la perspectiva de las infancias nos podría ayudar a entender mejor nuestra historia. Toda la historia. Porque en el cuerpo de les niñes es donde las huellas de los acontecimientos marca el camino que las sociedades seguirán”.

La escritora Raquel Robles
La escritora Raquel Robles

“Si pudiéramos entender esto miraríamos con otra atención a les niñes de nuestras comunidades. Si los genocidas hubieran entendido esto hubieran podido prever que no iba a haber impunidad. Al menos no impunidad absoluta”, dice Robles, una de las fundadoras de H.I.J.O.S, escritora y autora de Pequeños combatientes (Alfaguara), novela con la que incurrió en la infancia para retomar la memoria desde la mirada de los hijos de desaparecidos y que comienza así de contundente: “Yo sabía que estábamos en guerra, que había habido alguna clase de combate y que ellos estarían en alguna prisión helada peleando por su vidas”.

Como en esa novela publicada en 2013 en la que Robles narra la experiencia, la angustia, la espera y hasta lo fantasioso de la imaginación infantil desde la perspectiva de una hija de padres militantes secuestrados, también hay otra significativa producción ficcional de libros y películas que restituyen la mirada de las infancias no solo en su condición de hijos de militantes sino como sujetos que no pueden escindirse del contexto de su época, atravesado por el disciplinamiento, el miedo, el silencio.

¿Qué perspectivas expanden, entonces, estas voces en los procesos de memoria? En 2008 Laura Alcoba publicó La casa de los conejos (Edhasa), un libro disruptivo que se posicionó desde la mirada infantil para reponer o revisar la experiencia cotidiana en los procesos de memoria, a partir de la voz de una niña de siete años que vive en la clandestinidad en una casa operativa de Montoneros: “Mi padre y mi madre esconden ahí arriba periódicos y armas, pero yo no debo decir nada. La gente no sabe que a nosotros, solo a nosotros, nos han forzado a entrar en guerra”, escribe la narradora en una parte del libro.

En octubre se estrena la
En octubre se estrena la película basada en la novela "La casa de los conejos", de Laura Alcoba, que barra la dictadura desde la mirada de una niña

En una línea similar con Alcoba, quien en la dictadura se exilió junto a su mamá en Francia, donde está radicada desde los diez años, también el cineasta Benjamín Ávila tomó hechos vividos en los primeros años de su historia para construir ya no un libro sino una película, Infancia clandestina, protagonizada por Juan, de once años. “Ver una historia a través de los ojos de una niña o un niño es que está atravesada por la inocencia, le quita el peso de la construcción adulta para otorgarle el manto de inocencia a priori. Inocencia que no es ingenuidad, un niño no necesariamente es ingenuo. Es alguien que entiende su realidad, su contexto y opera en función de ese contexto, pero eso no le quita la capacidad de inocencia”, dice el cineasta.

En su opinión, la narración desde la perspectiva infantil y ese “manto de inocencia” genera “una pregunta que posibilita generar una mirada diferente sobre lo que ya está establecido”. A partir de Juan, que recién llega del exilio en Cuba y afronta una vida clandestina junto a su familia, el film genera “nuevas preguntas porque el punto de vista está contado desde Juan, que es el protagonista que vive desde adentro la dictadura, la clandestinidad, por lo tanto tiene la capacidad de ser crítico y adorar o amar a su familia al mismo tiempo”.

En este sentido, la película “viene a proponer una nueva mirada porque desnaturaliza y plantea la perspectiva íntima de la historia. Ahí está el gris, ese foco en lo que no es ni absoluto ni el vacío y está en este lugar que se humaniza. Somos seres humanos que tenemos nuestras propias contradicciones y en esas contradicciones vivimos, la película narra en el padre, en la abuela, en el niño mismo ese gris donde el amor y la locura puede estar al mismo tiempo”, advierte.

Benjamín Ávila, director de "Infancia
Benjamín Ávila, director de "Infancia clandestina" habla de las posibilidades que permite la mirada de niños y niñas para nombrar lo inenarrable (Télam)

Valeria Selinger también es cineasta, y el 21 de octubre estrena en Argentina el film La casa de los conejos, una adaptación que en palabras de Alcoba es “fiel al libro en sus grandes líneas, pero con elementos y aportes personales” de la realizadora y con “escenas muy bellas que no corresponden a escenas precisas del libro pero sí a su universo mental”.

Para la cineasta, “en la adultez uno puede recorrer muchas vidas distintas. La infancia es, en cambio, solo una. A la niña de mi película la quitan de la escuela y tiene que jugar con los adultos que tiene a mano. Ese es su cotidiano, por lo tanto eso es lo que la nutre y con lo que se identifica. Allí quedarán entonces sus recuerdos de infancia. Como calculo le ocurrió a Laura Alcoba al vivir esta historia en la casa de la calle 30”.

Quizá en la mirada de la infancia se expresa mejor que nada esa experiencia de la cotidianidad, el registro donde lo no dicho adquiere sentidos acaso no tan racionalizados por la mirada adulta y capaces de pintar otros matices. En esa búsqueda apuntó Selinger con la adaptación del texto: “Quise basarme en hechos de cada día, sin exacerbar el acto politizado o el discurso de la época, solo contextualizando con esos elementos para después quedarme tan solo en lo cotidiano. Se trata de la vida de una niña que le toca vivir en este contexto y época y que sabe muy bien dónde está el peligro y por qué no tiene que decir cuál es su apellido”.

El 21 de octubre se
El 21 de octubre se estrena "La casa de los conejos", dirigida por Valeria Selinger (Télam)

Pero esa voz que en la película y el libro toma el personaje de la niña también es una voz silenciada en lo colectivo, más allá de la pertenencia o militancia política, porque “para los chicos que crecimos en dictadura era normal tener que callarnos. Era normal saber cosas que incluso ciertos adultos no sabían o no querían saber. Y la televisión fue clave: las publicidades y propagandas de los militares o de quienes los apoyaban eran siniestras, transmitían mucha culpabilidad. Pienso en la del perrito Toby, que era algo estatal para que uno no abandone a su perro durante las vacaciones. Justo en el momento en que ellos se ocupaban de hacer desaparecer gente”, dice.

Poeta y escritor, Julián López es un no H.I.J.O. que decidió escribir, desde ese lugar de enunciación, la novela Una muchacha muy bella (Eterna Cadencia), donde aborda el mundo de la infancia en la década del 70 en una atmósfera que, en forma directa o indirecta, respira violencia y cuyo narrador es un niño o no. “La escritura me empuja a pensar, con absoluta brutalidad, en términos de perspectivas y no de personas. Lo que a mí me interesa es cómo mira el que mira, no cómo es y ni siquiera qué es lo que mira”, señala.

“Lo que puedo pensar en relación con la escritura –agrega– es que siempre la preocupación es que esté viva de alguna manera, que sea capaz de hablarle a alguien, de poner esa maquinaria manipuladora y mentirosa al servicio de lo que el escritor no puede saber pero puede arriesgar. Hay un montón de gente que estudia muy responsablemente la cuestión de la literatura y las infancias, no es mi caso. Yo solo supe que no tenía que aflautar la voz de mi protagonista, que no tenía que hacerlo hablar como un niño”.

Julián López, autor de "Una
Julián López, autor de "Una muchacha muy bella" (Télam)

Ángela Pradelli tiene una pregunta que la moviliza hace tiempo en torno al dolor que hace trauma: “¿Cómo caminar con la vida rota en mil astillas, hacia dónde ir, en quién confiar?”.

La autora de La respiración violenta del mundo (Emecé), la novela protagonizada por una niña de 5 años cuando secuestran a su mamá y a su papá y ella queda sola una madrugada en esa casa violentada de Burzaco, dice que “la historia es tan tremenda que ella, por su edad, no hubiese tenido las palabras para contarla”.

Por eso tomó una decisión: se pegó a ella “para narrar lo más cerca posible de su cuerpo, es decir, desde el modo en que sus ojos miraban, o cómo se movían sus pies o se quedaban plantados en la tierra, en fin, todo su cuerpo”, dice la escritora.

Antes de esa historia, había escrito el libro En mi nombre / Historias de identidades restituidas, con testimonios de personas nacidas en cautiverio o apropiadas desde su muy chiquitas. “Estoy convencida de que sin ese libro yo no hubiese podido escribir La respiración..., lo digo no solo por las atmósferas, los diálogos, sino al modo en que esas niñas y niños tuvieron que enfrentarse al secuestro de sus cuerpos, sus historias, sus identidades, sus juguetes, toda su vida hasta ese momento”.

Ángela Pradelli escribió varios libros
Ángela Pradelli escribió varios libros sobre el tema y describe lo doloroso del proceso (Télam)

Si bien “todos los casos eran muy distintos”, repasa la escritora, “al narrar sus infancias, se detenían en ese tramo de sus vidas de una manera especial. Aun cuando narraban escenas en las que habían sentido cierta felicidad, aparecía algo que no tenía que ver solo con el trauma, que ya sabemos que es para siempre. Cuidar el dolor, sobre todo aquellos dolores de la infancia, es una de los pliegues de la sabiduría. ¿Qué es cuidar un dolor, qué implica? Protegerlo de todas las formas de violencia que lo quieran silenciar, negar, aniquilar. Les niñes sienten el dolor de una forma muy genuina, no lo intelectualizan, no hacen especulaciones. Es como si un animal feroz les estuviera mordiendo una pierna, el pecho, la espalda, todo junto”.

Valeria Selinger y la puesta en foco de la mirada infantil sobre la dictadura

El 21 de octubre se estrena en las salas de nuestro país la versión audiovisual de La casa de los conejos, a cargo de la cineasta Valeria Selinger, quien eligió poner el foco en los hechos y sentires cotidianos de su protagonista, una niña, dentro del contexto que la atravesaba.

“Se trata de la vida de una niña que le toca vivir en este contexto y época y que sabe muy bien dónde está el peligro y por qué no tiene que decir cuál es su apellido”, define la realizadora.

Con Mora Iramain García, de ocho años, como protagonista y las actuaciones de Darío Grandinetti, Miguel Ángel Solá, Guadalupe Docampo, Paula Brasca y Patricio Aramburu, entre otros, la directora argentina radicada en Francia adaptó al cine la obra de la escritora Laura Alcoba, exiliada con su familia en el mismo país desde 1979.

A Selinger el libro la condujo directamente a su infancia: “Al leerlo imaginé enseguida una película que tenía mucho que ver conmigo. Es un libro que permite que el lector reencuentre sus propias vivencias mediante la lectura, como un espejo. Lo que más llama de la historia es el silencio de esa niña inmersa en medio de adultos con vidas desmedidas. Y también obviamente la necesidad de restablecer la identidad de los bebés robados, de encontrar a Clara Anahí, por ejemplo”, explica en referencia a la niña apropiada por la última dictadura militar cuando tenía tres meses de vida en la vivienda del matrimonio Mariani-Teruggi, donde funcionó como una casa operativa de la agrupación Montoneros en la La Plata.

"La casa de los conejos"
"La casa de los conejos" se estrena el próximo 21 de octubre (Télam)

¿Cómo llevar esa historia al cine? “Lo más difícil tal vez para relatar desde la mirada de la niña fue pensar cómo o hasta dónde dejar de lado a esos adultos en los planos. Y justamente terminé incluyéndolos más de lo que tenía pensado. Creo que porque representan gente real, historias reales. Eso merece un gran respeto y es difícil entonces aplicar una mirada de niña puramente infantil a nivel de recursos estilísticos... si bien la película narra claramente desde esa mirada infantil”, relata.

La película ya se presentó en el Vancouver International Women in Film Festival; en el Festival de Maracaibo, de Venezuela; en el Ischia Film Festival, en Italia; en el Festival de cine internacional de Buenos Aires y en el Taormina film fest. Además recibió los premios Queens World Film Festival (Nueva York) y el Fecip de Ecuador.

La infancia como protagonista: lecturas en las escuelas y nuevas conversaciones con los más chicos

Los relatos ficcionales sobre la última dictadura cívico militar situados en la infancia movilizaron lecturas que se instalaron en las aulas para después trasladarse a las conversaciones familiares, pero también habilitaron diálogos y puentes entre los adultos que las retoman para poder contar sus propias infancias, atravesadas por la represión, a las nuevas generaciones.

Con la historia de Emilia, esa niña protagonista de La respiración violenta del mundo que es apropiada y buscada por su abuela en pleno terrorismo de Estado, Ángela Pradelli se encontró con lectoras y lectores muy jóvenes, de 13 a 17 años, que “en algunos casos sabían muy poco respecto del secuestro de niñas y niños durante la dictadura, a veces nada”.

La autora de El lugar del padre y Combi sabe que a partir de esa novela se filmaron varios cortos y se escribieron y representaron obras de teatro: “Varios me contaron que terminaban la novela y esa noche se reunían con sus familias para preguntarles por qué nunca les habían hablado sobre el robo de niñas y niños durante la dictadura. Muchas de esas familias no eran indiferentes a lo político-social, al contrario, casi siempre eran familias comprometidas”, repasa sobre las repercusiones de los trabajos sobre el libro en las escuelas.

Pradelli resalta que “aún en algunas familias con conciencia política, y con participación también, el tema sigue siendo esquivado. Hay que dar un paso muy corto para relacionar esta actitud de la sociedad y la lucha descomunal que tuvieron y tienen las Abuelas para encontrar a sus nietas y nietos. 45 años después del último golpe cívico militar que perpetró los secuestros, todavía se siguen buscando casi 400 niñas y niños. Esa búsqueda de las Abuelas y los familiares debería ser también de la sociedad toda”.

Al día de hoy, hay
Al día de hoy, hay jóvenes que desconocen la historia, y ficciones destinadas a este público permite recuperar parte de lo que sucedió (Télam)

Raquel Robles, que retomó desde distintas ficciones el dolor y las consecuencias de los años de la dictadura, también recibió muchas devoluciones de lecturas de Pequeños combatientes en las escuelas donde reconoce que circula mucho “y la comprensión profunda de les alumnes es conmovedora”.

“Me impactaron sobre todo las lecturas de mis congéneres, de otros hijos e hijas de víctimas del terrorismo de Estado, pero también la lectura de niñes y adolescentes actuales. Me hace pensar en los muchos pequeños combatientes que hay ahora mismo luchando en otras guerras, en las guerras de la pobreza, de la violencia, de la indiferencia”, expresa.

Mientras escribía Una muchacha muy bella, Julián López identificaba que lo hacía “movido por un impulso que no comprendía demasiado bien y con bastante temor a las reacciones que aventuraba podía generar la escritura de una primera persona así, que merodea de manera bastante insolente con la idea del testimonio, de un no H.I.J.O”.

Sin embargo, las lecturas que recibió fueron “cariñosas”. La que considera más impactante fue la de un poeta, hijo de desaparecidos, que se acercó para decirle que “la novela lo había interpelado y que con sus compañeros habían comentado que se habían sentido cerca del registro”.

Fuente: Télam

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