Sobre la Avenida Figueroa Alcorta, en la Ciudad de Buenos Aires, luego de subir las escalinatas y meterse en ese edificio cuadrado y minimalista, lo que hay es arte del mejor. El Malba está cumpliendo veinte años de vida y esto obliga a pensar el lugar que ocupa esta museo, no sólo en la Argentina, también en la región. Y si bien todo el mundo lo conoce fundamentalmente por sus exhibiciones de arte, hay más departamentos que trabajan desde otra óptica para complementar y engordar la experiencia artística: cine, literatura y programas públicos, que está fusionado con educación. Infobae Cultura habló con quienes llevan adelante estas áreas para comprender un poco más de cerca qué significa hacer de un museo un cúmulo de sentidos.
Historiador, investigador, coleccionista, crítico, docente, programador, Fernando Martín Peña es un experto del séptimo área. Por eso fue elegido para dirigir el área de cine del Malba. Pero, ¿qué significa pensar el cine desde un museo? “Su condición de museo nunca fue un problema particular. Yo venía de programar ciclos de cine en muchos otros lugares y a mí lo que se me planteó como modelo era la Sala Lugones, que es un modelo de trabajo en un punto bastante tradicional. Yo venía de hacer cosas parecidas aunque en distintos sitios, nunca una sola sala. El hecho de que Malba sea un museo y genere muestras permanentemente estimula un poco más la imaginación, me parece, porque entonces uno puede pensar ciclos de cine que de alguna manera estén asociados con esas muestras. No siempre se puede, pero cuando se puede los resultados son más que interesantes. Te obliga a otra articulación. Que te saquen de la zona cómoda me parece que siempre es bueno”, explica. Además, cuenta que trabaja con “la más absoluta libertad para todo” y que “no hay grandes diferencias con las otras formas de programación que venía haciendo”.
Magdalena Arrupe trabaja en Malba desde el año 2007. Es la coordinadora del departamento de Literatura junto a Carla Scarpatti bajo la dirección de Soledad Costantini que armó el área desde los comienzos del museo. En el inicio, cuando comenzaron a organizar encuentros literarios, “llamábamos a los escritores a sus teléfonos fijos para invitarlos a participar de nuestro espacio, pensando que la literatura es un campo de producción de ideas que tiene muchísimo para aportar a los discursos que se construyen y que dialogan en un espacio museístico”. Eso fue creciendo hasta llegar construir uno de los grandes festivales de literatura: el Filba. “Tuve la oportunidad de proyectar programas que hoy tienen un alcance muy interesante, como el Filba, que ya ha crecido en volumen lo suficiente para no depender más del museo, y también la Residencia de Escritores de Malba y la Fiesta de la Lectura, que son nuestras dos apuestas más recientes”, explica. “La misión es sostener un espacio para la difusión de la literatura contemporánea, promover la lectura en todos los niveles, generar debates y darle visibilidad a las nuevas voces, así como también a la experimentación en el ámbito de la ficción y la cultura escrita”, agrega.
“El caso de la Fiesta de la Lectura es un ejemplo de esa posibilidad de innovación que siempre nos brinda Malba como plataforma. La concebimos inicialmente como una prueba piloto. La idea era crear un primer encuentro presencial que invitara a desconectarse de los dispositivos electrónicos y asistir al museo un día en particular, en que estaba cerrado para visitar las exposiciones. La propuesta era instalarse, como en una fiesta silenciosa, a ocupar el museo para leer y compartir libros a través de la biblioteca ambulante, actividades en vivo y charlas. A través de esa acción, también pensábamos en expandir las normas ya prefiguradas de circulación y habitación que tiene el museo. Lo que parecía una locura de una tarde (llenar el museo de lectores), ya lleva 16 ediciones, réplicas en Colombia, Perú y España, y muchísimas notas de medios internacionales que nos invitan a contar este proyecto. En la pandemia, el foco cambió un poco pero cada edición propone crear capas de reflexión y pensamiento en torno a la lectura”, cuenta.
La tercera pata del Malba por fuera de las artes plásticas es el departamento de Programas públicos, que está fusionada con Educación. Allí realizan seminarios, conferencias, cursos que acompañan tanto las exhibiciones temporales como la colección. “Siempre tratando de aportar una mirada crítica”, explica Santiago Villanueva, representante del área. “Muchas veces la función es profundizar en algunos aspectos que están presentes en el proyecto de exhibición pero que tal vez no hay un lugar para el desarrollo, entonces ahí Programas públicos interviene y genera ciertos debates que están planteados en las exhibiciones. Y en paralelo cumple una función de investigación: siempre estamos pensando cuál es el rol del museo y de la colección de Malba, que es una colección muy particular. Y el área de Educación trabaja con comunidades específicas y está atenta al público que visita el museo generando un vínculo directo. Estamos en constante relación con las demás áreas: no sólo las exhibiciones, sino también los programas de cine y de literatura. Pero sobre todo es un área que se caracteriza por un fuerte trabajo colectivo”.
Visto un poco más en profundidad el trabajo interno del Malba, ¿cómo se proyecta hacia afuera? ¿Qué lugar ocupa este prestigioso museo privado en Argentina y el mundo? “Es interesante pensar a Malba en relación a la región, porque desde su fundación se apostó a pensar el arte regionalmente, salir de ciertos localismos. En eso creo que aportó un nuevo modelo de exhibición, un rol diferente a la curaduría y también un espacio a la educación. Es un espacio muy importante para los artistas, no sólo argentinos, también de otras regiones. Hubo muchas exhibiciones que marcaron a muchas artistas en su formación”, dice Santiago Villanueva. “No es novedad que después de todos estos años Malba se ha transformado en un referente dentro de la cultura”, agrega Fernando Martín Peña. “Por el lado del cine, yo lo que quisiera, no sé si se está logrado pero en todo caso siempre es algo en lo que hay que trabajar, es que la sala de cine de Malba cumpla dos funciones complementarias. Por un lado, seguir proyectando los ciclos retrospectivos en fílmico. Me parece que preservar la experiencia del fílmico, de la sala con público, de ver cine con otra gente es algo que se ha vuelto cada vez más raro y que tiene su belleza y sus características plásticas incluso específicas. Hay que conservar eso y Malba lo hace”.
“Y por otro —continúa—, yo siempre pensé al cine museo como un espacio de descubrimiento, en el caso de nuestro y en particular de cine argentino independiente, que es lo que más hemos promovido desde que empezamos a estrenar películas en el 2002, en un momento que era muy difícil hacerlo porque, como no había práctica de estrenar películas de otra forma que no fuera la del cine comercial, costó un poco al principio establecer una rutina distinta, exhibición, una o dos funciones semanales para darle más tiempo a las películas que no tienen el respaldo publicitario descomunal que suelen tener las producidas por las grandes empresas, de que la gente se encuentre con la película y que la película se encuentre con el público que se merece. Eso lleva tiempo, el boca a boca, un trabajo que por lo general de la otra manera no se podía hacer. Me parece que está demostrado que de esta sí se puede.
“Como sabemos, el libro es un vehículo por definición del pensamiento y la circulación de ideas. Y en el departamento de Literatura, entendemos que formar parte de la difusión de la producción editorial también es una tarea relevante. Por eso trabajamos desde nuestro inicios en la articulación con agentes de cooperación cultural dependientes de las embajadas, para conocer nuevas voces y con las editoriales, tanto las de mayor tirada como las del sector independiente. Muchas de las editoriales pequeñas y medianas argentinas presentaron sus primeros libros en nuestro auditorio, encontraron en Malba un escenario para dar a conocer sus propuestas”, explica Magdalena Arrupe y enumera ciclos, experiencias transdiciplinarias, visitas internacionales y vínculos. “Entre las acciones que tal vez no se han hecho públicas de nuestro trabajo, por ejemplo, está el hecho de que por casi tres años todos los documentos, la correspondencia personal, su biblioteca y las fotos del escritor argentino Rodolfo Fogwill estuvieron guardados en el depósito de obras del museo, como parte de un convenio que firmamos con la familia para colaborar en el armado del archivo del escritor. La memoria, como museo, es algo que nos importa mucho”.
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