Oliver Sacks: belleza y misterio de la existencia en el libro que escribió cuando la muerte golpeaba a su puerta

La publicación póstuma de “Todo en su sitio”, del prestigioso neurólogo y autor británico, es una nueva oportunidad para ingresar a historias personales en las que la ciencia se transmite con una profunda humanidad

Oliver Sacks (AFP)

“No habrá nadie como nosotros cuando nos hayamos ido, pero tampoco no habrá nadie como cualquier otra persona, nunca. Cuando las personas mueren, no pueden ser reemplazados. Dejan agujeros que no se pueden llenar, porque es el destino de todo ser humano a ser un individuo único, para encontrar su propio camino, vivir su propia vida y morir su propia muerte”. Así se despedía Oliver Sacks, - neurólogo británico autor de una obra tan valiosa para la ciencia como para la literatura - seis meses antes de morir de cáncer a los 82 años, el 19 de febrero de 2015 en el The New York Times.

Después de la publicación de Gratitud (2015) y El río de la conciencia (2017) ambos ensayos póstumos, y cuando creíamos seco ese torrente de sabiduría y creatividad que despliega Sacks cada vez que escribe, llega como agua fresca, Todo en su sitio. Primeros amores y últimos escritos. En este libro Sacks dirige ese mismo poder de observación científica que tenía con sus pacientes aquejados por raras enfermedades neurológicas, hacia sí mismo y al mundo que lo rodea. Y después de cerrar el libro, concluimos que haber escrito con la muerte golpeando a su puerta, no hizo sino potenciar su agudeza y naturalidad para hablar del misterio de la existencia.

"Todo en su sitio. Primeros amores y últimos escritos" (Anagrama), de Oliver Sacks

Sacks cuenta que sus padres, le enseñaron que ser médico (ambos lo eran) más que emitir diagnósticos y recetar tratamientos, era tener conciencia de que el paciente hace partícipe al médico de sus dolencias y decisiones más íntimas y eso exigía “una delicadeza y una sensatez considerables”. Y vaya si Sacks hizo honor a aquella transmisión. Era capaz de subirse a un avión y atravesar continentes para visitar pacientes en su hábitat, observar el día a día; comprenderlos en toda su humanidad más allá del diagnóstico médico que acarrearan.

Del registro minucioso que llevaba Sacks de esas experiencias, nacieron sus mejores libros: Despertares, El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, Un antropólogo en Marte, Veo una voz, Musicofilia, Los ojos de la mente, Alucinaciones. Sacks da forma clínica y a la vez narrativa a sus apuntes médicos de un modo tan coloquial y comprensible que logra que la ciencia se perciba como algo cercano y posible. “Para situar de nuevo en el centro al sujeto (el ser humano que se aflige y que lucha y padece) hemos de profundizar un historial clínico hasta hacerlo narración o cuento; solo así tendremos un quién además de un qué”, afirma en el prefacio de El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.

Algunas obras de Sacks

Su primer libro, Migraña, publicado en 1973, fue de tinte médico y tuvo una gran aceptación por parte de la comunidad científica. Pero esto cambió cuando apareció algunos meses después Despertares. Ninguna publicación médica lo reseñó y sus colegas se llamaron a silencio. Claro que en esa obra Sacks afirmaba: “El espíritu humano es más poderoso que cualquier droga”. En pleno siglo XXI aquella frase de Sacks sigue siendo revolucionaria.

Despertares fue llevado al cine y obtuvo varias nominaciones al Oscar en 1990. Robin Williams interpretó a Sacks durante su trabajo en Beth Abraham, un hospital para enfermos neurológicos crónicos. En ese tiempo, Sacks descubrió que varios de los pacientes catatónicos que allí había, eran sobrevivientes de la epidemia de encefalitis letárgica de 1922 a la que se llamaba “la enfermedad del sueño”. Las personas quedaban paralizadas, aunque no inconscientes, detenidos en el tiempo en que habían enfermado. Llevaban así más de treinta años. Despertares conmovió al mundo contando cómo Sacks logra con la administración de L-dopa (la medicación del Parkinson), regresar a los pacientes a su vida intelectual y emocional. Aunque tiempo después los pacientes sufrieron efectos secundarios a la medicación, la intensidad de aquella experiencia fue decisiva para Sacks. Le reveló el poder de la observación clínica sin el corset diagnóstico, pararse frente al paciente sin prejuicios, despojado y atento. Y a partir de ese momento, sintió la necesidad de dar testimonio de su experiencia clínica.

Robert De Niro y Robin Williams en "Despertares", la película basada en el libro de Oliver Sacks

Sacks pasaba jornadas enteras con sus pacientes en sus casas llevando un registro minucioso de las rutinas. Como el mejor de los narradores, sabía que en los detalles estaba la clave. El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, además de darle ese título imbatible, fue el primero de los libros con el que Sacks encontró esa manera tan única de convertir un caso clínico en la mejor de las historias. El primer capítulo está dedicado al doctor P. un famoso músico que empezaba a tener dificultades para reconocer las caras, aunque fueran conocidas o veía caras donde no las había, generándole situaciones tragicómicas, como aquella de confundir a su mujer con un sombrero. Después de compartir cenas, partidas de ajedrez y largas conversaciones sobre música, Sacks se despide: “No puedo decirle cuál es su problema, pero es usted un músico maravilloso y la música es su vida. Lo que yo prescribiría, en un caso como el suyo, sería una vida que consistiese enteramente en la música. La música ha sido el centro de su vida, conviértala ahora en la totalidad”.

Este recetario espiritual abunda en los libros de Sacks que renegaba de la palabra “déficit” utilizada en los diagnósticos neurológicos. Así como la connotación negativa de otras, como “afasia” o “amnesia”. Por el contrario, él lograba convertir la “incapacidad” de los pacientes en su fortaleza y hasta en un don o un poder. Uno de sus primeros casos, fue el de José de 21 años, que sufría graves convulsiones y acarreaba un diagnosticado de retraso mental irreversible. La primera vez que lo visitó en la clínica donde estaba internado, Sacks –que había estudiado la historia de José y sabía que de niño compartía con su padre la pasión por el dibujo – le pidió que dibujara su reloj pulsera. José lo hizo tan a la perfección que, a la siguiente visita, Sacks volvió sobre el asunto. “Estuve pensando en vos José”, le dijo, “quiero ver más dibujos”. La calidad dramática de aquellos dibujos, revelaron una capacidad intacta que Sacks transformó en una herramienta de comunicación y José empezó a salir al mundo después de quince años.

El respetado neurólogo y autor falleció en 2015 (Thos Robinson/Getty Images for World Science Festival)

Ahora, la reciente publicación de Todo en su sitio, da muestras de que aquella sensibilidad primera de Sacks, se mantuvo intacta hasta el final. En el ensayo Por qué necesitamos jardines afirma que después de cuarenta años de práctica médica, encontró dos tipos de terapia “no farmacéutica” para pacientes con enfermedades neurológicas crónicas: la música y los jardines. Y en otro, cuenta la historia de Theresa de noventa y cinco años que solo se alimentaba a Té y tostadas (así se llama el capítulo) con diagnóstico de demencia senil de tipo alzhéimer y cómo Sacks logra volverla a la normalidad aplicándole inyecciones de B12. También hay capítulos de índole personal, como Bebés de agua donde Sacks hace un recorrido de su habilidad de nadador en aguas abiertas ya desde niño hasta llegar convertirse en un “adicto a flotar con la mente en libertad”.

Pero claro que Sacks no deja de ser un hombre de ciencia cuando en el capítulo Ver a Dios en el tercer milenio afirma que después de la muerte, no hay nada. Que la famosa luz al final del túnel y las experiencias extracorporales de las personas que tuvieron una ECM, (experiencia cercana a la muerte) donde se ven a sí mismos desde arriba, es solo una creación del cerebro. Una forma de ilusión provocada por la disociación momentánea de las representaciones visual y propioceptiva.

En el ensayo final La vida sigue Sacks se lamenta con nostalgia, de que la muerte le arrebate la posibilidad de seguir asistiendo a la evolución de la ciencia. Aunque lo que aparece justo antes del último párrafo, es esperanza: “Creo que entre todos podremos sacar al mundo de sus crisis actuales y guiarlo hacia una época más feliz. Ahora que me enfrento a mi inminente marcha de este mundo, tengo que creer en ello: que la humanidad y nuestro planeta sobrevivirán, que la vida continuará y que esta no será nuestra hora final”.

Y ojalá así sea, Oliver.

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