En el día inaugural del Centroamérica Cuenta, el festival literario que nació en Nicaragua, y que en esta edición se realiza por primera vez en Madrid, no empezó hablando de literatura. O sí. El director del festival, Sergio Ramírez, tiene orden de arresto por parte del gobierno nicaragüense a cargo de su presidente, Daniel Ortega. Al intelectual, escritor y exvicepresidente de su país se lo acusa de actos que fomentan e incitan al odio y la violencia. Según explicó el propio Ramírez, no se le persigue como líder político, sino por su última novela, que se publica esta semana en España, y “que desnuda los atropellos, las violaciones a los derechos humanos, el asesinato de decenas de jóvenes desarmados en las calles de Managua y otras ciudades del país en el año 2018”.
Fue por este mismo hecho que Mario Vargas Llosa, quien participaba de la mesa inaugural de Centroamérica Cuenta junto a Ramírez y los colombianos Carlos Granés y Pilar Reyes, que fueron los moderadores, comenzó hablando de un “atropello escandaloso” contra su colega nicaragüense por parte de la “pareja siniestra”: el presidente Daniel Ortega y su vice y esposa, Rosario Murillo. “Creo que tendríamos que rendirle un homenaje. Es un escritor pero también ha participado de una manera muy activa en su país”, dijo y pidió un aplauso para él. En la sala de Casa de América, allí en Madrid, donde se transmitía en vivo y por streaming la charla, el pequeño público presente aplaudió durante más de un minuto.
“Hubiéramos querido que esta conversación sea puramente literaria”, dijo Pilar Reyes, “pero la política se ha entrometido en la literatura”. Y preguntó: “¿por qué, al hablar de literatura, acabamos metiéndonos en el terreno en la política?” “No son días fáciles. Como escritor, mi novela fue prohibida. Antes que den la orden de mi arresto, dichosamente ya no estaba en Nicaragua. Sino estaría junto a los 140 prisioneros políticos que existen hoy”, comenzó respondiendo Ramírez. “Siempre me he preguntado cómo sería ser un escritor sueco o un escritor finlandés, donde hay apacibilidad política y el presidente va en bicicleta al trabajo. Eso en América Latina es surrealismo”, ironizó. “Todo esto entró en la novela y se convirtió en epopeya. Es difícil encontrar una novela de América Latina que no esté atravesada por el poder, este vicio y ambición que ha deformado la posibilidad de tener instituciones duraderas y creíbles”, dijo y agregó: “Como Stalin, que borraba a todos de las fotos, Ortega se ha quedado solo en la historia de la revolución”.
Sobre la “subversión” del género novelesco, el Nobel peruano comentó: “Como ustedes saben, se prohibió la novela durante 300 años. Durante la colonia se leyeron novelas en Latinoamérica porque el contrabando era tan extenso y circulaban las novelas prohibidas. Un profesor mío creyó encontrar uno de los libros del primer envío del Quijote al Perú. Y estaban en un envío de vino, disfrazado. El género novelesco no se publicó durante los 300 años pero nadie asume la prohibición, ni la Iglesia ni el Estado. Hay indicaciones que España no quería que los indígenas de América se llenaran la cabeza con los delirios y absurdos que tienen las novelas, pero nadie asume esa prohibición. Es un misterio. Dicen los historiadores que la novela entró como ficción dentro de textos que eran crónicas históricas o textos religiosos”.
“Para entender la literatura latinoamericana hay que tener una visión de conjunto, aunque nos haga perder muchas veces lo particular, pero la problemática es una sola”, continuó Vargas Llosa. “En gran parte las naciones son artificios, artificios con los que quería acabar Bolívar. A través de las guerras que han marcado los siglos XIX y XX, las naciones han ido afirmándose, pero la problemática es la misma, así como la lengua con que nuestra literatura se escribe. Digamos que no tienen muchos sentidos las fronteras para establecer diferencias esenciales como las que existen en Europa en términos lingüísticos. Mi generación adopta una literatura sin fronteras. Y esta es una riqueza de la literatura latinoamericana: recibe influencias de muchos lugares, sobre todo de personas. El caso es Borges: una literatura latinoamericana universal. Hoy hay muchos escritores que son borgeanos aunque no hayan conocido América Latina. Esa es una de las condiciones de nuestra literatura: no estar condicionada por una tradición sino estar vinculada a individuos más que a nacionalidades. Por ejemplo, Onetti no sería Onetti sin Faulkner. Rulfo también es una literatura abierta a las influencias del mundo. Eso me lo decía un escritor danés: para ellos es imposible escapar de su tradición, de su pasado. En América Latina no; hay mucha libertad para elegir nuestras fuentes y para ser original”.
“Es muy difícil ser un escritor latinoamericano y no verse afectado por la política. La vida literaria suele poner en riesgo al escritor frente a la realidad. Desde luego, hay escritores que se la arreglan para escribir al margen de la política. Pero es una minoría. Si uno elige la literatura como actividad central, inevitablemente se va a encontrar con la política”, dijo el Nobel peruano, mientras que Ramírez agregó: “En Estados Unidos, por ejemplo, es una rareza que un escritor se dedique a la política. Pero en América Latina no ocurre lo mismo: no sólo ocuparse de la política en las novelas y la poesía, sino también por medio de acciones personales. En Nicaragua muchas cosas se explican porque hemos vivido mucho tiempo bajo dictaduras. Puedo dar mi ejemplo personal: Yo nací con Somoza, estudié bajo el gobierno de Somoza hijo y luché por derrocar a otro Somoza. Y encima ahora estoy enemistado con otra dictadura. Es una realidad de la que no podemos verdaderamente escaparnos”.
“Si el ideal de la sociedad es tener ciudadanos críticos, esos ciudadanos deben ser muy buenos lectores de literatura, porque la literatura nos enseña a estar en descontento con el mundo. Esas cosas que provocan descontento varían: hay escritores que están en contra de las cosas buenas, pero la mayoría de los escritores suelen estar en desacuerdo con las cosas que andan mal”, dijo Vargas Llosa, y agregó: “Por eso, la mejor literatura crea ciudadanos muy incómodos con el poder, y esta es probablemente la razón por la que todos los poderes sin excepción han intentado establecer un control de la literatura. Lo huelen: es un peligro para los poderes establecidos porque crea un malestar. Yo tengo la impresión que esa es la gran contribución de la literatura: es una fuente de insatisfacción enorme creando sociedades que tratan constantemente de corregir lo que está mal. Todas las dictaduras sin excepción crean una literatura de contrabando que generalmente existe al margen de la legalidad. Es una literatura en la que siempre se encuentra una protesta contra el mundo tal como es. Y eso ha existido desde el momento en que aparece la literatura. La literatura tiene que ver con la rebeldía que hay en todo ser humano. Esa es una gran función, aparte del placer, por supuesto”.
“A mí la revolución me quitó diez años de escritura”, contó el nicaragüense. “De 1976, que regresé de Berlín donde tenía una beca, hasta 1985 que fui electo vicepresidente. Entonces me dije: si dejo de escribir voy a dejar de ser escritor. Entonces me puse a escribir en las madrugadas porque el día lo tenía ocupado en mi agenda de gobierno que era muy impredecible. Le quitó horas al sueño y me puso a escribir mi novela más compleja: Castigo divino. El reto es escribir en las circunstancias más complejas. En esos diez años, ¿qué perdí? Yo sé qué gané como escritor: la experiencia del poder”. Luego concluyó: “Soy un escritor que no se calla. Soy como Voltaire, que inventó el término intelectual, que es el que se ocupa de la vida pública, de lo que le parecía injusto. Desde las luchas por la independencia, nosotros, en América Latina, heredamos la idea del intelectual comprometido, del intelectual revolucionario”.
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