“Rápido y unánime”, con esas palabras el surcoreano Bong Joon-ho, presidente del jurado Festival de Cine de Venecia, sentenció cómo fue el debate con respecto a la elección a la mejor película. Y la ganadora fue L’Èvenement, de la cineasta francesa Audrey Diwan, quien se convirtió en la sexta mujer en alzarse con el León de Oro.
La cinta, realista y visceral, recorre las experiencias de una mujer que debe someterse a un aborto clandestino en la década del sesenta y está inspirada en la novela El acontecimiento, de la también francesa Annie Ernaux, una historia autobiográfica que la autora atrevesó en la Francia de 1963.
En octubre de aquel año, Ernaux estudiaba filología en Ruán, y descubre que está embarazada. Desde el primer momento no le cabe la menor duda de que no quiere tener esa criatura no deseada. En una sociedad en la que se penaliza el aborto con prisión y multa, se encuentra sola, hasta su pareja se desentiende del tema. Además del desamparo y la discriminación por parte de una sociedad que le vuelve la espalda, queda la lucha frente al profundo horror y dolor de un aborto clandestino.
Ernaux es una de las grandes narradoras de la actualidad, ganadora del premio Formentor en 2019 y autora de una obra extraordinaria que se destaca por su originalidad, su potencia y su delicada orfebrería. En 1974 publicó su primer libro, Los armarios vacíos, la historia de una estudiante universitaria que se somete a un aborto, aunque todavía no aparecía el yo biográfico que la haría conocida en la escena literaria internacional sino que sus experiencias estaban escondidas tras el nombre de otro personaje.
Nacida en Lillebonne, en 1940, la escritora posee ya más de una veintena de títulos, entre lso que se destacan -y fueron traducidos al español- El lugar, La vergüenza, No he salido de mi noche, Memoria de chica, Los años y El uso de la foto.
En un diálogo con Infobae Cultura, Ernaux comentó sobre El acontecimiento: “Para mí, escribir la novela fue parte del deseo de que el recuerdo de lo que se ha infligido a las mujeres durante siglos permanezca y no retrocedamos. No me hago ilusiones: siempre hay grupos e individuos que no aceptan la libertad de las mujeres para disponer de sus cuerpos; en realidad, no aceptan su libertad”.
Y recordó: “En los años 70, Francia todavía era muy católica, la Iglesia tenía un gran peso y los médicos no estaban en su mayoría a favor de la interrupción del embarazo, el Parlamento era 90% masculino. Se parecía a la Argentina de hoy, en algunos sentidos. Fue gracias a un gran movimiento de mujeres que se obtuvo la ley que autoriza el aborto en 1975. Nunca podría enfatizar lo suficiente la especie de gran trueno que fue la publicación, en 1971, en Le Nouvel Observateur, revista de una izquierda no extremista, en la que mujeres reconocidas como Simone de Beauvoir o Delphine Seyrig declararon que habían abortado clandestinamente”.
“Ha habido películas que muestran cómo las mujeres “logran” abortar, libros de testimonios, un manifiesto en 1973 de médicos pidiendo la libertad del aborto, y fue a través de esta fuerte movilización, sin tregua, que en 1974 se votó en la Asamblea la ley Veil (N. de la R. Se refiere al nombre de Simone Veil, la política que impulsó la legislación). Si no hubiera sido aprobada habríamos continuado, y digo “nosotros” porque yo participé en esta pelea”, agregó.
-Usted suele decir que cuenta los hechos como fueron vividos y no como sucedieron en realidad. ¿Podría extenderse sobre este concepto?
-Cuando se trata de eventos personales, creo que podemos ver muy bien la diferencia que es entre contarle a alguien una historia de amor, la pérdida de una persona, etc., incluso con todos los detalles posibles, y recordar lo que se experimentó de manera indescriptible, confusa, algo que no puede entrar en una narración. Además, muchas veces sucede que después de haberle confiado a alguien un hecho, uno experimenta un sentimiento de decepción, de incompletitud. Cuando escribo intento recuperar la sensación de ese momento, despertarla en la memoria y no dejarme llevar por la historia. En mis libros, no sé si se percibe, pero yo intento descomponer todo lo posible los momentos, las imágenes, para revivir ese presente, o dicho en otras palabras, la experiencia con la que se fusiona. Para evocar los hechos históricos, colectivos, me baso en la forma en que los experimenté, o, si ocurrieron antes de mi nacimiento, en lo que me contaron mis padres o dijo la gente acerca de ello.
-¿Por qué cree que todavía hoy es tan costoso escribir sobre la sexualidad femenina o, más bien, por qué es tan difícil o genera tanta incomodidad hablar de esos libros?
-Hace veinte años, eso es lo que yo pensaba, de hecho. Se aceptaba que una mujer escribiera sobre su sexualidad y su goce de una manera que atrajera a los hombres, sin usar términos precisos, más bien vagos, o incluso en un registro erótico tradicional. La masturbación, las menstruaciones, eran tabú. Aún recuerdo el pudor, la vergüenza de los periodistas que me invitaban a la televisión para hablar sobre Pura pasión y El acontecimiento. Me parece que esto está cambiando pero sigue habiendo una diferencia en la forma de evocar en los textos de hombres y mujeres que se debe seguramente al peso de la historia y al inconsciente. A los niños siempre se los ha alentado a valorar el pene y nunca se los ha intimidado o reprimido a la hora de expresar su sexualidad, ni siquiera si lo hacían de forma grosera. Las chicas, en cambio, tenían que ser reservadas en sus gestos, en su vestimenta y también en sus palabras.
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