Alberto Migré: sueños, frustraciones y osadías del hombre que cambió la telenovela argentina

Hoy cumpliría 90 años el recordado autor, guionista, director y productor argentino, quizás el más importante de nuestra historia en su género. Un recorrido por las zonas más luminosas de su vida y también las más tristes

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Migré, en su juventud, frente
Migré, en su juventud, frente a una máquina de escribir

Llevaba el cigarrillo suspendido entre los dedos de la mano izquierda, generalmente, como un apéndice. En las entrevistas, en sus histriónicas apariciones públicas al concluir y al lanzar las temporadas de sus novelas, en encuentros privados, siempre el cigarrillo encendido. Quizás pendía algo más de ese tabaco. Tensión, presión, responsabilidad. Alberto Migré le ponía nervio a todo lo que hacía. No entendía el trabajo de otra forma, salvo con inmersión a full y transpiración a la par de la máquina de escribir. Se diría que el pucho y el teclado fueron sus dos acompañantes permanentes.

Qué gran radar para captar lo que pasaba en la calle. Registrar rostros, posturas, ademanes, tonadas, personajes contradictorios, sumisos, rebeldes, confundidos, atados a manías, también bellos y malditos o angelicales. Probaba exageraciones dramáticas que en la época de Migré no era consideradas bizarras, sino tan reales como un sueño. Migré absorbió lo que la calle le daba y cambió la telenovela argentina.

Ficha de Migré para millenials

Nació en 1931 con el nombre de Felipe Alberto Milletari. Hijo único. No se sabe bien cómo llegó a la escritura. Pero todo comenzó con la actuación y la radio. En los 40 era un niño atraído por la posibilidad de actuar. Quería ser parte de las llamadas “pandillas”. Había dos en la radio. Se trataba de un grupo de niños actores, algunos obtuvieron cierta fama. Poco a poco pasó por casi todas las tareas. Conoció todo de la radio. Y por eso sus primeros guiones para el medio fueron muy detallistas, explotaban todos los recursos sonoros. En los 50 ya era un nombre conocido entre los libretistas. Vinieron los radioteatros, que fueron las vedettes del medio. Con parejas de actores que eran esperados a la salida de la emisora, para pedirles autógrafos, besarlos o darles consejos como si fueran los personajes de la obra.

Ya en los 60 llegó la tele, en una época en que se consolidaba un mercado: un millón de aparatos en las casas de los argentinos. Uno de sus primeros éxitos fue Silvia muere mañana, siguieron otros títulos y llegó la gema que lo haría brillar: Rolando Rivas, taxista. Fueron dos temporadas, 1972/1973. Después vinieron Pobre Diabla, Pablo en nuestra piel, Piel Naranja, Sin Marido, Chau amor mío, El hombre que amo, La cuñada, son más de 700 títulos los que integran su obra. Algunos de estos ciclos alcanzaron más de un 60 por ciento de audiencia. Una locura urbana. También escribió para teatro y sus obras fueron adaptadas en varios países de América Latina. Murió a los 74, mientras dormía y con la tele encendida. Fue encontrado por la persona de confianza que se ocupaba de las cosas de su casa. Este 12 de setiembre hubiera cumplido 90 años.

Postal de época

Una noche de otoño porteña papá, mamá, mi hermanita y yo íbamos en el flamante Renault Gordini verde por avenida Entre Ríos. Delante, en otro automóvil, una pareja se besa ardorosamente mientras el semáforo está en rojo. Con impudicia, mi padre le “hace luces” y dice “¡pero estos se creen que son Mónica Helguera Paz y Rolando Rivas!”. Lo entendimos inmediatamente, aunque yo tenía 12 años y la pasión caliente del otro coche me parecía una verdadera inmundicia. Los martes a la noche sucedía algo en la Argentina de los años 70. Y sucedía en la televisión. Cuando la tele se ocupaba de entretener, informar y contar historias. Eso ya pasó.

"Rolando Rivas, taxista"
"Rolando Rivas, taxista"

Migré tenía calle

Migré la vio. Vio la oportunidad de salir del reblandecimiento de los telenovelones. Aprovechó con sentido creativo y mucho olfato todo el material que le daba la calle, el barrio y los porteños. Y fue universal. Además del perfume callejero, se nutrió del cine de Hollywood, de la ópera y de la literatura, a la manera en que era consumido por un joven curioso, sin formación académica y de clase media, es decir, con una biblioteca módica. “Algunas veces me preguntaba a mí qué haría ante determinada situación en sus novelas”, recuerda Marilina Ross, la protagonista de Piel Naranja, junto a Arnaldo André. En alguna oportunidad, otros actores reconocieron que ese estado de indagación de Migré era permanente. Nora Cárpena, amiga y una de sus actrices ícono, cuenta que partes ocultas de su relación sentimental con el que luego fue su esposo, Guillermo Bredeston, aparecían en forma velada o no tanto en las historias que ellos mismos protagonizaban.

Como todo escritor, Migré respira lo que tiene alrededor. Tiene un mundo propio, desde ya, pero su materia es la vida cotidiana, contada con intensidades diversas, en medio de historias de amor que podía reciclar a través de los años, pero que de todos modos siempre generaban expectativas, curiosidades morbosas y ansiedad. Migré creía en la sustancia viscosa de la vida. En un diálogo de la telenovela Leandro Leiva, un soñador (1995) le hace decir a la actriz Alicia Berdaxagar “¿Usted no cree que hay vidas y sentimientos que son más apasionantes que todas las novelas de hoy en día?”

Ricardo Manetti es Licenciado en Artes, docente universitario y vice Decano de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. No oculta su admiración por Migré. “Desde el mismo nombre de Rolando Rivas ya se convoca a los varones a ver una telenovela. Lo de ‘taxista’ también nos habla de la idea de lo barrial, lo urbano. Más allá de toda la construcción del imaginario romántico, había una marca muy fuerte de elementos claramente referenciales. Son ubicables los lugares, lo cotidiano, lo que acontece. Hay algo que busca generar una empatía muy fuerte. Las calles de Caballito o Flores, los diálogos donde ‘Cortito’ le dice a Rolando que esperaba a Perón, un tema actual, o los encuentros de los personajes en Parque Lezama o en las escalinatas de la Facultad de Derecho”.

El cruce tan promocionado entre “verdad y ficción” es un crossroad que finalmente se salda en los libretos de Migré con argumentos consistentes donde transitan el conflicto amoroso, las cuestiones calientes de la época, los lugares; una suerte de crónica encaramada en el clásico de la historia de amor. Para él nunca fue un impedimento pensar conflicto alguno entre una cosa y otra. Sabía de los signos equívocos de la realidad y los volcaba al drama, como un pez que nada en aguas turbulentas que conoce muy bien. El mismísimo Vladimir Nabokov señala en sus Lecciones de Literatura que “…todo gran escritor es un gran embaucador; pero también lo es la architramposa Naturaleza. La Naturaleza engaña siempre”.

Alberto Migré
Alberto Migré

“Es imposible definir qué queda en el espectador de las historias que contaba Migré”, reflexiona para Infobae Claudio García Satur. El actor piensa las respuestas y prefiere meterse lentamente en el barro del pasado. No le gustan los “reportajes”, dice, pero accede. “Migré tal vez tenía esa condición… la de saber contarle a un tercero, que es el público, y de reflejar en el papel lo que nosotros los actores teníamos que construir. También manejaba muy bien la forma de abrazar al texto por parte de los intérpretes. Él descubrió una manera de entregarle a la gente un texto, que es desinteresada”. Cuando le pregunto a García Satur por las “novelas inolvidables”, lo pone en duda. “¿Por qué le asigna esa cualidad?”, me pregunta en una ida y vuelto demorado donde me advierte “yo no doy títulos”. Una de sus “históricas”, la actriz Ivonne Fournery, también autora y directora, dice que “los actores sabíamos desde dónde, por qué y para qué decíamos lo que decíamos; los directores se sentían respetados porque él nunca ‘dirigía’: apelaba a la creatividad de todo el equipo. Escribió sus guiones ‘a dos columnas’: la izquierda para lo descriptivo y las acciones, la derecha para los diálogos”.

La historia

Cuando era chico, Migré quería ser actor, o “actorcito”. Quería insertarse en ese mundo de fantasía que la radio reflejaba como ningún otro medio. Incursionó brevemente siendo un pibe. Pero un día se enfermó el libretista y Migré se metió a escribir. Teatro infantil Juancho fue su primer paso, fue a fines de la década del 40. Después vino la Revista Juvenil Argentina. Migré amaba la radio más que nada. “En la radio podés hacer absolutamente todo. Puedo hacer el naufragio del Titanic a mi manera”, le dijo al periodista Patricio Barton. Y lo decía con fundamentos de profundo conocedor del medio. Sabía y había trabajado como generador de efectos sonoros, algo que existió en la radio hasta entrada la década del 80. Los truenos se “inventaban” sonoramente sacudiendo una placa radiográfica y el galope de un caballo se dibujaba en el aire con dos carcazas de coco sobre una superficie pedregosa. Todo en una caja de madera y manejada por el sonidista. Y se grababa en cinta abierta. Migré lo sabía todo de antemano y lo tenía en su cabeza. Con esa misma agudeza sonora llegó a la imagen. Pero su gran escuela fue la radio, allí se afincó, creció, innovó. Después pasó a la Meca radiofónica: Radio El Mundo, como un prometedor autor “radioteatral”. De esa época son sus primeras creaciones como Luz-cámara-acción y las primeras novelas mensuales como Un cielo para Lilián o La red de las arañas, de 1952. El primer radioteatro corto, quincenal, fue Hipocresía, protagonizado por Chela Ruiz, que aceptó el desafío de un jovencísimo Migré (por entonces a cargo de los efectos sonoros) quien quería cambiarle el tono a un envío que consideraba “soporífero”. Y así escribió su primer capítulo, fue leído y aceptado.

Los radioteatros que escribió son parte de la era de oro del medio. No quiero vivir más, Alguien para querer, Cuatro calles y el cielo, Sin Marido, El hombre equivocado, y un sinfín de radiodramas al pulso de las tardes y las noches de las radios más importantes, donde trabajaban estrellas del espectáculo como Hilda Bernard, Fernando Siro, Eduardo Rudy, Jorge Salcedo, Elcira Olivera Garcés y un joven Alfredo Alcón.

Cuando debutó la televisión argentina, en 1951, la precariedad tecnológica era extrema y los teleteatros entraron de a poco y con muchas dificultades de “puesta”. Celia Alcántara, Abel Santacruz, Nené Cascallar ya eran autores reconocidos junto al ascendente Migré, que llegó a la pantalla chica con fuerza en la década del 60. De esos años son Su comedia favorita, con Bredeston y Cárpena; En casa de los Videla o las popularísimas Rolando Rivas, Piel Naranja, Pobre Diabla, Pablo en nuestra piel, Dos a quererse, Sin marido, Una voz en el teléfono. Todos estos títulos y muchos más fueron protagonizados por parejas impactantes como García Satur y Soledad Silveyra, Arnaldo André y Marilina Ross, Pablo Rago y Paola Krum, Raúl Taibo y Carolina Papaleo, Beatriz Taibo y Atilio Marinelli, Patricia Palmer y Gustavo Garzón, María del Carmen Valenzuela y Arturo Puig y siguen los nombres. Pero siempre secundados por grandes figuras como China Zorrilla, Fernanda Mistral, Raúl Rossi, José María Langlais o un casi adolescente Ricardo Darín; junto a un elenco que Migré cuidó mucho y que estaba conformado por sus actores de radioteatros como Antuco Telesca, Graciela Araujo, Blanca Lagrotta, Susy Kent, Paquita Mas o Dora Ferreiro.

Raúl Taibo y Carolina Papaleo
Raúl Taibo y Carolina Papaleo en "Una voz en el teléfono"

No paró hasta entrados los 90, aunque hubo una interrupción involuntaria durante la dictadura militar, cuando tras la feroz represión surgieron, ya en los 80, las “listas rosas”, como se documenta en la biografía Migré (2017) de Liliana Viola. El autor se ve eclipsado, se lo margina de la programación televisiva. Nadie dice nada, de eso no se habla. Es un secreto que protege también a la Junta Militar, pero Migré no trabaja, salvo por los oficios de algunos buenos amigos que le dan la posibilidad de firmar los libretos con seudónimos e inclusive cobrar los cheques de esa manera solapada. Liliana Viola desarrolla el tema con varios testimonios, en una investigación impecable. “Por su estilo de vida”, era la excusa que le endilgaban a la gente de la tele que no se ubicaba en el binarismo de género imperante. La suspensión de esos trabajadores se hacía en silencio, bajo una estrategia de omisión lenta y persistente. Migré había caído en ese limbo laboral por su homosexualidad. Un tema que incluso hoy genera resistencia y controversias, como la propia censura que se le aplicó a la biografía de Viola. Ya hablaremos de eso.

En los 90 se empezaron a contar otras cosas al ritmo de los cambios de época. Migré siguió produciendo igual. Era un tipo coherente con sus ideas de lo que había que decir, mostrar y contar al “gran público” (que ya se estaba atomizando merced a los cambios tecnológicos). Pero comenzó una etapa más dura, de pelea con el rating, de remarla. En aquélla década siguió con propuestas dentro de la línea del romanticismo amoroso, pero nuevamente con problemáticas que lo enfrentaron a la censura. Se moría la telenovela “de autor”.

En el 97 recibió un Martín Fierro a la Trayectoria. Fue ovacionado de pie. Y deslizó una frase que representaba un presente duro: “este premio viene a recomponerme el alma, que viene bastante maltratada”. Lo compartió públicamente con Nora Cárpena, Victor Agú, hoy su heredero, con Arturo Puig y el director Alejandro Doria “dedicados a la insólita tarea de resucitarme”. El breve speech no estuvo exento de cierto tono enérgico, como de bronca. Algo se había apagado en su vida. Días después, en el programa de Susana Giménez aclaró que el momento que se estaba viviendo no ayudaba, poniendo el foco en la situación general y social, en pleno gobierno de Carlos Menem.

Años después, lo convocaron para dirigir Argentores. Su presidencia y el compromiso de muchos otros autores, entre ellos Tito Cossa que lo convocó, salvó a la entidad de su vaciamiento.

Rolando

El Rolando Rivas, taxista de Migré logró recrear en las casas argentinas el escenario de los 50 de la radio. La historia y los personajes consiguieron que -otra vez- la familia se sentara frente al televisor. Como cuando la radio pre transistor brilló en épocas pasadas y el hogar se calentaba alrededor de los aparatos a válvula. El personaje lo trabajó con Claudio García Satur mucho antes de que la telenovela fuera aceptada por los directivos de canal 13, después de un rechazo rimbombante del “Zar” de la televisión Alejandro Romay. El joven actor, que luego fue estrella televisiva, venía de una comedia costumbrista de los domingos como Los Campanelli, un perfil que no pareció conformar a los que decidían, aunque aflojaron frente a un Migré decidido a poner al taxista en la piel de García Satur.

Satur era un joven atractivo por su desparpajo, camisa abierta al pecho, campera (comprada por él mismo en un boliche de la Av. 9 de Julio), pantalones apretados. Un emblema del joven de barrio de la década del 70. Audaz, desenfadado, pero a la vez atado aún a las costumbres de la casa, con cierto estereotipo del varón “dirigido” por las mujeres del hogar y -finalmente, sí- irresistible.

Soledad Silveyra y García Satur:
Soledad Silveyra y García Satur: "Rolando Rivas, taxista"

A la hora en que comenzaba Rolando la pantalla se calentaba y la audiencia lo elevó a la máxima potencia de las telenovelas, que al fin y al cabo “no son otra cosa que una historia de amor bien contada”, según el propio autor. Pero Migré tenía “base”, venía de abajo y se mantuvo sereno frente al suceso. Se lo recordó él mismo a Susana Giménez cuando le dijo en uno de sus programas que “el éxito es una estupidez” y “el público también a veces se equivoca”. Por eso las raíces de sus éxitos estaban fuertes y se desarrollaban en historias innovadoras en la dramaturgia. Algunas de ellas arriesgadas, zarpadas. En Rolando hubo un secuestro, un aborto. En Pablo en nuestra piel, un polémico romance entre un profesor y su alumna. En varias de sus novelas se habló de sexualidad y de feminismo, como en una trama que escribió para radio, Mestiza, la historia de una estudiante de medicina rechazada por ser mujer y mestiza.

También hubo guerrilleros y lucha de clases en clave de conflictos personales o situaciones de violencia de género en forma de desavenencias matrimoniales. Las dictaduras de entonces se habían fijado en las tramas y hubo runrún de persecución y censura. El propio Migré lo reconoció cuando recordó Piel Naranja. “Él era un enfermo (el personaje interpretado por Raúl Rossi, casado con Marilina Ross y enfermo de celos por su romance con Arnaldo André). Yo no tenía escapatoria en ese momento porque estaba muy condenado por el clero, que decía que la novela era inmoral. Me propuse darle un final dramático. Al no concretarse el amor él mata a esos dos personajes y muere de un síncope… Había un conflicto muy serio en contra de la novela , se decía que era un llamado a la infidelidad, cuando no era verdad. Pero yo ya tenía estipulado que iba a pasar eso. Lo que ocurrió en esa novela fueron varias cosas. Era una época de gran represión y al personaje de Rossi toda la gente joven lo vinculó al represor. Al que no dejaba vivir”. Eran las “notas” de época. Las cosas no se llamaban por su nombre, a pesar de que ya había nacido la generación que lo cambiaría todo. A tal punto, la resonancia de la telenovela circulaba por la sociedad argentina, que la revista El Descamisado, de Montoneros, le dedica dos páginas de análisis.

En el libro Soy como de la familia. Conversaciones de Nora Mazziotti con Alberto Migré (1993), disecciona a la sociedad argentina. Tiene un conocimiento tal de los vínculos sociales y la “movilidad” emocional de las personas, que es fácil darse cuenta que sus historias, sus diálogos y sus personajes no hacían más que moverse en la tierra firme del acontecer de la época. “Nosotros creemos que estamos muy evolucionados, pero no. Para nada. Seguimos siendo racistas y sectarios. Ponemos etiquetas, somos unos etiquetadores bárbaros. Creo que a veces nos sentimos muy europeos y muy franceses pero si acá hubiera más personas de color, muchos les pondrían una vereda distinta para que transiten. Note la resistencia, a pesar del éxito que escapa a las reglas, en la pareja homosexual formada por Ranni y Romano” Se refiere a los actores Rodolfo Ranni y Gerardo Romano que en aquellos años protagonizaban Zona de Riesgo, conformando una pareja homosexual que fue coronada por un beso que en los 90 sacudió la pantalla. Sigue Migré: “De ellos, como en la vida, la complacencia final es: pobres, son buenos. Maricas, pero buenos Esto no significa que haya que atenerse exactamente a las reglas del género. Abrir el panorama es siempre válido, porque es gozar de la libertad absoluta y al mismo tiempo inculcársela al que la desconoce”.

Migré tenía una actitud crítica contenida en dosis homeopáticas en los parlamentos de sus personajes y en la tensión de sus conflictos, algunos en franco desafío al silencio de época. El choque estaba siempre, aunque asordinado. Así, en ese vaivén que él mismo proponía, aparecían malvados y angélicos o se pasaba de la ópera al melodrama costumbrista con toques exagerados. O del tango a las canciones del almibarado Juan Marcelo. No obstante, todo transcurría en el drama cotidiano con una naturalidad tranquilizadora. Así es como se daba el pase de la voz apenas temblorosa de su locutor de siempre, Julio César Barton, al drama absoluto.

La voz, la puesta en exteriores (por primera vez en Rolando) y la música que Migré elegía puntillosamente con amplia gama de gustos, como los temas clásicos con versiones populares del músico Alain Debray (en rigor el excelente guitarrista Horacio Malvicino). Voz y música eran la autopista necesaria para que ocurran los pequeños milagros cotidianos que no advertimos. Los rechazos que no se quieren ver, el ruidoso avance de un amante inseguro, la ansiedad de lo que no llega, la calidez de un té compartido, el brillo de la amistad segura o el fracaso pequeño cada día en cada gesto. Como un Víctor Hugo del siglo XX, Migré hacía estallar la vida en sus creaciones. El melodrama le dio un contexto, una cancha en la que moverse.

“Migré lograba construir una trama con los elementos característicos del melodrama -dice Mainetti- pero inscripto en los acontecimientos políticos del momento. Era trágico pero también era un hecho político, como el hermano guerrillero de Rolando. Esa tensión está también en la trama: Mónica Helguera Paz (Soledad Silveyra) se retira en el último capítulo entendiendo que ella no iba a poder compartir el mundo de Rolo y con un aborto por delante. Era todo muy reconocible para los públicos”.

María Valenzuela y Arturo Puig
María Valenzuela y Arturo Puig en “Pablo en nuestra piel”

Para su biógrafa Liliana Viola, “en un ambiente patriarcalizado, y en general bajo dictaduras, como ha sido el siglo XX, donde las piernas cruzadas y la mesura es la norma, lanzarse a hacer papelones, ser meloso, es un acto de rebeldía. Pero además, una valentía de corte eminentemente femenino. Fue muy despreciado por eso mismo y asociado con lo berreta por eso”.

Buscando al autor

Después de los éxitos televisivos, empezó el lento declive porque la pantalla ya no toleraba historias de amor. Las productoras se adueñaron de las “ideas” para los dramas televisivos costumbristas y se empezó a trabajar con equipo de guionistas. Migré siempre criticó ese método. Él era un lobo solo de la noche y la madrugada, cuando mayormente escribía sus libretos. Esperaba a ver el último capítulo en la tele, como cualquier espectador, con el asombro y la emoción del momento y luego se ponía a escribir en su Remington el próximo envío. Para Ivonne Fournery “él era ‘su primer espectador’, piedra fundamental en esa construcción desde la gente y hacia la gente”.

Víctor Agú fue uno de sus colaboradores y amigos más cercanos. Escribió con Migré varios libretos y hoy administra su obra. “Cuando escribíamos los unitarios de radio nos sentábamos los días miércoles a las 11 de la mañana a contarnos brevemente qué íbamos a escribir. Y empezábamos. Sin escaletas. No había tiempo para armar estructuras. Había que sacar el capítulo. Esa jornada terminaba a las 11 de la noche. La segunda cita era el día jueves a las 10 de la mañana y trabajábamos sin dormir hasta el viernes a la tarde. Generalmente a eso de las 2 ó 3 de la tarde teníamos el capítulo terminado. Y cuando escribíamos novela diaria para televisión, nos juntábamos todos los días, un promedio de 12 horas cada jornada de trabajo para escribir media hora”.

Los libretos salían como pan caliente, era habitual que los asistentes de producción esperaran en el vestíbulo de su casa a que saliera la versión mecanografiada que después era convertida en esténcil para las copias. Cosas de otra época. Migré no sólo desarrollaba las escenas y diálogos sino que ofrecía en la columna izquierda de los guiones una detallada pintura de lo que él creía que necesitaban todos (actores, director) para llevar adelante la grabación. Ahí había de todo un poco. Sentimientos del personaje, intenciones ocultas, estados de ánimo, marcaciones actorales, el ida y vuelta de la música incidental que era mucho más que incidental en verdad. A la izquierda, las sensaciones más profundas, algo que todos los actores agradecían, a la manera de un Proust moderno.

“A la izquierda del libreto ponía hasta qué pensamiento pasaba por la cabeza de cada personaje. Y decidía qué música acompañaba cada escena. Así debo agradecerle la difusión que le dio a mis canciones, que él amaba como ‘Queréme, tengo frío’”, dice Marilina Ross, agradecida por recordar aquéllos años. En cuanto a los libros fue sumamente celoso. Cuenta Arturo Puig (Pablo en nuestra piel y muchas otras) que no se podía cambiar nada. “Después de grabar el primer capítulo me dice ‘usted me hizo una adaptación. Acá en el libro dice copa y usted dijo vaso’. ‘Bueno, es lo mismo’, le respondí yo. Y él me dijo ‘no, no es lo mismo, no suena igual’”. La anécdota es conocida pero todavía rige para representar la rigurosidad romántica con el texto que tenía Migré. Las cosas no sólo tienen que decirse, también tienen que sonar. ¿Habrá sido la radio quizás la fuente de todo? “Él buscaba un ritmo musical”, confirma Puig. “Un día me dijo que a veces se quedaba media hora pensando qué palabra seguía a la otra para obtener ese ritmo. Había que decir la letra tal cual estaba en el libro. Había que estudiar mucho”.

En el 64 Nora Cárpena debuta con Migré en Tu triste mentira de amor. “Así entré a la televisión. Nos hicimos amigos aunque durante mucho tiempo nos tratábamos de ‘usted’. Él tenía un poder especial para meterse en las almas humanas. Hasta ese momento las novelas eran más de ´parejas´ pero Migré incorpora más personajes, incluso otra pareja protagónica más”.

La actriz, autora y directora Patricia Palmer tuvo su primer protagónico en TV con Migré. Fue en La Cuñada. Luego vino otro éxito con Sin Marido (1988), junto a Gustavo Garzón. En la ficción Palmer tenía un marido poco afecto a las artes amatorias por lo que se creía “frígida”. A su vez, el hombre mantenía una relación con su socio al mismo tiempo que su mejor amiga era abiertamente lesbiana. Los temas de los que “no se habla” seguían circulando en la inventiva migreniana. Al final de la novela, el personaje de Palmer muere de cáncer. “Fue duro tanto para mí como para el público ya que recuerdo muchas protestas. Igualmente era un sello en Migré ya que él decía que los personajes qué más le gustaban se quedaban con él para siempre”.

Arnaldo André y Marilina Ross
Arnaldo André y Marilina Ross en "Piel naranja"

María del Carmen Valenzuela fue una de las preferidas de Migre, se la ve jovencísima junto a Arturo Puig en Pablo en nuestra piel. “Nosotros éramos como padre e hija. Nos queríamos mucho y me daba consejos. Apostó por mí y le hizo frente a los directivos del Canal 13 que no me querían. Migré sabía contar historias. Cosas de Montescos y Capuletos. Sus novelas tenían verdad pero también tenían alma”.

La censura

En diciembre de 2017 la editorial Sudamericana -del grupo Penguin Random House- saca a la venta la estupenda investigación Migré, con el subtitulo de “El maestro de las telenovelas que revolucionó la educación sentimental de un país”, de Liliana Viola. Meses después, en febrero del 19, el libro comenzó a ser retirado de las librerías. El heredero, amigo y colega Víctor Agú de Migré había presentado una demanda. Según el testamento, Migré le dejó los derechos de todas sus obras. Agú le contó a Infobae que “le ofrecí la obra a la autora para que la lea, vino a mi casa, hasta le saqué copias de muchos guiones. Jamás imaginé que los publicaría. Ni siquiera cita había”.

La biografía contiene más de 60 entrevistas, profuso material de archivo, contexto de época, análisis comparados, revelaciones documentales, en fin, una cantidad de elementos que hacen al libro una referencia indubitable si se quiere hablar de Migré. Agú fue más allá de la demanda. Al mismo tiempo que se avanzaba en un acuerdo que terminó con la censura del libro, publicó en su muro de Facebook “Querido maestro Alberto Migré: No querías que hablen de tu vida privada. Sin embargo lo hicieron. ¿Qué parte no entendieron esos amarillistas? ¡Cómo atrasa hablar de la sexualidad del otro!”.

Consultada Liliana Viola, fue taxativa: “Es un caso de censura, y de censura por homofobia. Sale de circulación un libro porque se dice allí que su protagonista era gay y a alguien le molesta. También podríamos verlo como el final de una mala telenovela donde se juntan dos villanos berretas: una editorial internacional que con tal de no meterse en un juicio abandona a su autora y a su ética editorial. Y un heredero que, como viene viviendo a costa de regalías ajenas, cree que tiene el poder sobre la memoria de su autor. En la vida real, el heredero de Migré fue de gran ayuda, me abrió el acceso a libretos y cartas privadas. Luego se molestó porque hablo de Migré como un señor homosexual en tiempos de oscuridad y de listas rosas, que es lo que era y que es lo que el público leía en él. La discusión no es si corresponde sacar del closet a un muerto. La discusión es si yo, en el siglo XXI, tengo el derecho de ser cómplice de ese silencio obligado. La mirada gay de Migré, como la de Manuel Puig o la de Paco Jamandreu y tantos otros, es fundamental en su trabajo. El heredero interpuso una excusa. que yo había citado partes de sus novelas sin permiso, pero públicamente dijo ‘su verdad’ que lo ubica en el lugar del censor, lejos del “defensor”. Lo cierto es que me llevó muchos años de trabajo hacer este libro y cuando explotó esto no tuve fuerzas para luchar. Hoy seguiría ese juicio a muerte. Sobre todo cada vez que escucho: ¿Dónde lo puedo conseguir? La reacción de lectores y lectoras fue contundente, sentí apoyo de periodistas, académicos y fanáticos de las telenovelas. ¡El libro circuló más todavía! No se puede comprar, pero se puede leer. Circula en redes, internet mediante, la censura es medio un papelón”.

Alberto Migré
Alberto Migré

Era un pesimista moderado, quizás algo melancólico, aunque no trágico. Se lo dijo al diario Página 12 en junio de 1998. “Más de la mitad de las cosas que uno emprende con entusiasmo terminan mal”. El rasgo opaco de la vida se trasluce en esta frase, pero enseguida utiliza un giro dramático para salir de la pesadumbre. “La felicidad contada resulta aburridísima”. Trabajaba 16 horas por día o más. Cuando se levantaba de la máquina de escribir su aspecto era deplorable, despeinado y agotado. El rictus en el rostro de alguien que se saca un enorme peso de encima, pero que sabe, como Sísifo, que volverá al sacrificio al día siguiente. Su materia vital estaba en la calle pero nunca olvidó los sueños. “Una es más auténtica cuando más se parece a lo que ha soñado de sí misma”, desliza Pedro Almodóvar en su película Todo sobre mi madre. Migré se movía en el delicado sendero de lo real y lo soñado. Siempre la flecha de sus palabras apuntando a lo soñado. Pero sus sueños siempre fueron imperfectos. “Todo lo que es perfecto me causa horror y me despierta muchas sospechas”.

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