Santiago Craig, entre lo fantástico y lo onírico del mundo animal

El escritor reflexiona sobre “Animales”, su nuevo libro de cuentos en el que la vida salvaje sirve para exhibir las limitaciones, la crueldad o las virtudes de los seres humanos

Cubierta del volumen de cuentos "Animales", de Santiago Craig

Desde un clima de extrañamiento y un fuerte registro poético, Santiago Craig aborda en su libro de cuentos Animales escenarios en que los sentimientos como el amor, el odio y el miedo se revelan en contextos donde lo fantástico y lo onírico se tensan hasta lo absurdo para dar cuenta de lo incomprensible del universo humano. Una niña que huye del abuso y el desamparo acompañada de una jirafa, una pareja que disecciona a su perro durante una separación, la admiración de un niño por su padre al que le atribuye la magia de un dragón, o un hombre colmado de miedos que convive con una mujer búho conforman este libro de relatos en los que Craig se vale del mundo animal para exhibir las limitaciones, la crueldad, la ruindad o las virtudes de los seres humanos.

”Siempre en lo que escribo elijo un hueco, un agujero, algo que no sé, que no puedo manejar del todo”, señala el autor de libros de poemas y de relatos como Las tormentas –con el que fue finalista del Premio García Márquez– y de la novela Castillos, publicada en 2020. Premiado en Argentina y en España por sus obras, algunas de las cuales fueron traducidas al francés, Craig habla sobre el proceso de construcción de estos relatos, publicados por Factotum.

El escritor argentino Santiago Craig (Télam)

—En estos cuentos, los animales simplemente acompañan a los personajes o son representaciones metafóricas de las conductas humanas. ¿A qué respondió esta elección?

—Yo quería escribir acerca de algunas cuestiones básicas, elementales, humanas, que insisten en mí y que se le imponen a mi escritura como necesarias. Siempre, en lo que escribí, en lo que escribo, elijo un hueco, un agujero, algo que no sé, que no puedo manejar del todo. Necesito eso para ser sincero. Nunca escribo sabiendo absolutamente todo lo que quiero decir. Del mismo modo en el que nunca hago nada sabiendo absolutamente qué estoy haciendo. Y, en este caso, muchos de esos agujeros, de esos espacios que sirven para sacar al cuento de una certeza artificial que no me representaría, son esos animales. En algunos relatos, el animal apareció antes y fui estructurando la historia a su alrededor. En otros, a la historia que ya tenía, le agregué un animal. Casi siempre, elegí a los animales por su impronta, por su fisonomía, porque quería que se viera eso que son, esos pelos y plumas y colores y olores, en el cuento. Pero también, claro, por algunas de las connotaciones simbólicas que pueden tener: un chancho, una zorra, un pulpo, un elefante.

—En una nota sobre naturaleza y literatura, decías que la animalidad revela cosas que los humanos no podemos descubrir o entender. ¿A qué te referís sobre ese saber de los animales?

—Eso tiene que ver con que los humanos no podemos nada más estar. Nos hacemos preguntas y los animales están ahí. El hombre es el único animal que no sabe qué hacer. A las preguntas: ¿Por qué una jirafa? ¿Qué es una jirafa? ¿Para qué una jirafa? o cualquier otra acerca de cualquier otro animal, no hay respuesta posible. Contemplar un animal, desde la racionalidad, es enfrentarnos a nuestra insuficiencia. Sea cual sea la pregunta que hagamos, frente a lo entero, lo hecho, lo definitivo de un animal, va a ser la pregunta incorrecta. Ahí hay un saber atávico que nos excede. Cualquier animal que nos mire nos enfrenta un rato a ese vacío. No sé qué saben, pero saben más.

Cubierta de "La tormenta", de Santiago Craig

—Muchos de los cuentos remiten o están ambientados en la infancia, ¿en qué medida los animales nos vinculan a las emociones más primarias como el miedo, el amor, el odio?

—En la infancia, creo, uno está más cerca de entender quién es. Del mismo modo que un gato salta y trepa y maúlla y se frota contra un palo, en la infancia, mucho de lo que hacemos es lo que tenemos que hacer, lo que nos sale y nos toca. Y al mismo tiempo, con eso que hacemos y nos pasa, en la infancia, vamos acumulando una sombra de insuficiencia. Una duda. Una culpa. Una comparación con otros modelos ideales. El miedo, el amor, el odio, están crudos y frescos: los masticamos, los tanteamos, los sostenemos un rato en la mano o los reventamos contra una pared. Después, en nosotros maduran, crecen, se pudren. Creo que, desde hace mucho, estamos lejos de la animalidad desde que nos levantan de las patas mojados de placenta y nos ponen una inyección, pero, si en algún momento estamos más o menos cerca de mirar como miran esos ojos salvajes, podría ser en el tiempo de la infancia.

—Por eso en algunos cuentos surge la figura de los abuelos, ligada a una presencia agradable.

—Sí, no solo en mi escritura, en mi vida, la figura de mi abuelo materno significa mucho. Es, aunque nunca me leyó un libro, ni me habló de lecturas, ni tenía ningún vínculo con la escritura, la persona que me enfocó hacia mi vocación. Con mi abuelo, uno nunca podía estar seguro de si hablaba en serio, si mentía, si era dramático o irónico, si lo que decía era verdad o era un cuento. Vivía así, en ese lugar intermedio y un poco, con la escritura, yo heredé eso también. Era alguien que paseaba, que andaba por ahí, que nos inventaba juegos. Ese abuelo, Patricio, es alguien a quien tengo presente siempre cuando escribo. Un poco le escribo a él.

—En el cuento “Nuestro perro” aparece la crueldad y la metáfora de lo que a veces puede significar una separación de pareja. ¿Por qué en ese cuento, al igual que en el del pulpo, buscaste relacionar la crueldad con los vínculos amorosos?

—Más que la crueldad, lo que pasa en esos vínculos es que hay un plano en el que esos que tratan de formar una pareja se entienden, se relacionan con fluidez y otros en los que no. La insistencia como forma básica del amor en algunos casos funciona, en otros puede que no tanto. Los medios que se usan para que eso pase son diversos. No alcanza con que una mujer se enamore de un pulpo para que un pulpo deje de ser pulpo. Del mismo modo, puede alcanzar armar y desarmar un perro para que eso que parecía inconciliable pueda recomponerse. Aunque no del todo. La crueldad (con uno mismo, con el otro) es una consecuencia por tratar de alcanzar el ideal pretendido del modo pretendido.

El argentino Santiago Craig acaba de publicar el libro de cuentos "Animales"

—El elemento fantástico, como en el caso del cuento del búho, se mete de lleno en la historia. ¿A partir de qué imaginaste que una mujer pueda convertirse en búho?

—Mientras escribo, ese elemento fantástico lo asumo como literal, como la única forma posible de que en el cuento pase lo que pasa. No como algo simbólico o que podría ser reemplazado por otra metáfora. La mujer de ese cuento es un búho y no podría ser otra cosa. ¿Por qué? No sé muy bien. Lo que sí creo es que, de algún modo, es la forma que encuentra esa pareja para establecer entre ellos una dinámica que funcione. Una forma de aceptarse. Ella un búho, él, lo que sea que es. Su modo de estar juntos en las cinco o seis páginas que dura el relato.

—¿Cómo fue el proceso de encontrar el tono de las historias? Algunas se acercan a las fábulas, otras son metáforas del amor, o de un vínculo amoroso.

—Escribo más con frases que con ideas. Sigo un ritmo. Cuando aparece algo que me gusta, lo sigo. Y, después, trato de estar ahí, en ese tono, en ese lugar al que me fue llevando la escritura. A veces, me sale. A veces, no. Pero trato. Seguir los cambios, la secuencia de ese ritmo. Así, algo que al principio parecía más juguetón, se desplaza hacia algo más oscuro; otra cosa que podría ser más fantástica se vuelca más bien a la reflexión. Es algo que pasa por escribir con frases, creo yo, por concentrarme más en las formas que en las ideas. Hay que acomodar las palabras, y las ideas aparecen solas. Porque ya estaban ahí, lo que no tenían era una forma específica.

—En muchos de los relatos, los personajes se transforman en animales. ¿Te interesó trabajar el fenómeno del extrañamiento para dar cuenta de lo absurdo, en algunos casos, y de la sorpresa ante lo extraño, en otros?

—Sí, acercar la extrañeza, ponerla en el cuerpo, en la experiencia más cotidiana. Así siento lo que me rodea muchas veces, así me lo cuento cuando logro tener tiempo, pensar, ser sincero. Me interesa escribir acerca de eso. En este caso, el recurso para hacerlo fueron, a veces, esas metamorfosis; otras, como decís, el absurdo o la literalidad bruta. Que un padre se convierta en un dragón; que, en un gesto de iniciación juvenil, Perón engendre un animal mitológico que deambula por ahí sin creerse a sí mismo; que un barrio se coma de a pedacitos un elefante. Para mí son formas realistas, verdaderas. Porque contemplan una dimensión de la realidad en la que, creo, habitamos bastante: la de la posibilidad.

Fuente: Télam

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