Escrita en un espacio de incomodidad personal y atravesada por un clima de época que traslada a sus personajes, la novela El galpón, de Ricardo Strafacce, revisa “de manera no deliberada” masculinidades y feminismos como dispositivos en franco ascenso o presunta retirada, donde se cocinan, en clave de policial noir, experiencias terribles y extravagantes. Publicada por Blatt&Ríos, “la novela es una despedida algo melancólica a la masculinidad heterosexual como dispositivo ideológico dominante y contiene cierta bienvenida a la sororidad y ese tipo de cosas, dispositivos no hegemónicos aún pero con pretensiones de serlo”, dice Strafacce.
Nacido en Buenos Aires en 1958, Strafacce es autor de Osvaldo Lamborghini, una biografía y más de 10 novelas, entre ellas, La boliviana, El crimen de la negra Reguera, Carlutti y Pareja, La transformación de Rosendo y Frío de Rusia. Además escribió teatro y poesía, da clases literarias y, como abogado, defendió a escritores contra acusaciones de plagio -el más conocido el caso de Pablo Katchadjian vs Maria Kodama- y defraudación.
La acción empieza cuando Leonardo, un empleado público todavía joven, agrisado y raso, encuentra a su esposa Dolores, ambiciosa y proactiva, secretaria privada y amante del titular del ministerio donde él trabaja, teniendo sexo en su departamento porteño con un grupo de hombres que podrían ser policías o taxi-boys o actores de reparto de teatro de revista. Nada de eso queda claro. Los hombres golpean a Leonardo, lo escupen, lo maltratan en general mientras Dolores, omnisciente en su habitación, disfruta del sexo con unos y otros y deja que esto ocurra. Lo siguiente es un secuestro de lo que parece un grupo comando y el desarrollo de la trama en un no lugar algo pesadillesco y bastante onírico, donde el desganado y temeroso protagonista tendrá que aprender a sobrevivir.
Como una voz antigua que aún desconfía del goce o se turba ante él, la novela de Strafacce describe con asombro el nuevo tablero de los sexos y de los géneros de la cuarta ola feminista, el clima de ideas de la época que lo atraviesa en palabras del autor. Eso que está en el aire aparece clarísimo con las mujeres organizadas de ese galpón incierto donde depositan a Leonardo, que está en algún lado de la ciudad o el conurbano, bajo una discoteca, y que bien podría ser un centro de detención ilegal, o no, donde ellas logran una mecánica que les permite incluso irse, pero el sector masculino mantiene un dinámica binaria donde es azaroso saber si cenarán o serán torturados. ¿Qué es ese lugar?
”Para mí las discotecas son un lugar mítico porque prácticamente nunca fui a una o he ido para eventos no disco, pero todo ese ambiente, esas luces, esa música y esa gente que baila y baila las transforman en un lugar mítico, que yo, como estos personajes acarreados hasta ese galpón, miro desde abajo, como quien no lo conoce o no pertenece a eso”, dice Strafacce.
“Una discoteca no es real: las luces desrealizan la luz, el sonido desrealiza la música y las conversaciones y la seducción están desrealizadas por esa puesta en escena, que puede tener algo de ritual”. Estos personajes “miran desde desde abajo el sonido y la furia”, insiste el escritor.
Suena a policial de otra época. Con los recursos del “Lego” y la “Estudiosa” como personajes totalmente externos al relato, que el narrador usa para contrastar evidencia, o el “lectorcito”, nosotros, quien lee, al que le habla directamente en varios pasajes, saliendo de la omnisciencia para hacerlo participar de sus dudas y devaneos sobre la trama que va tejiendo. Hay un detective, una mujer medio malosa y sensual, hay algo de seres que se pierden, en un galpón, un mundo deslocalizado del que no se sabe cómo escapar. Hay algo de varones que se pierden.
“Estamos en una época en que los varones se pierden, valen menos que nada. Por ejemplo, en la venta de libros, la gente compra libros de mujeres, no de varones”, indica el autor. ”La palabra masculina está muy desvalorizada. Hay una cosa que es verdad y hay otras cosas que son moda, como que hay distintos tipos de feminismos, distintos tipos de masculinidades, pero en general vivimos una etapa muy nueva, donde todavía todo es muy confuso. Si mirás la lista de bestsellers 2020 de la librería Eterna Cadencia, son nueve mujeres y Eduardo Sacheri. En rasgos generales hay una desvalorización de la masculinidad”, opina.
—¿A raíz de un hartazgo podría ser, de una sobreproducción de discurso?
—Sí, de un dispositivo hegemónico que viene de hace siglos. Estamos en una etapa donde lo nuevo es la voz, la presencia y la historia femenina. Hay mucho capital femenino acumulado que no se ha usado, entonces ahora nada que no sea femenino interesa, o interesa menos. Si ves una mesa de librería, vas a ver que la mitad de los libros de novedades tienen que ver con las cuestiones de género. Esa moda tiene cosas valiosas y mucha hojarasca. Pasó con el marxismo, pasó con el psicoanálisis, pasó con el estructuralismo y va a pasar con esto también.
—En cuánto a dispositivos, ¿qué representa el personaje de Dolores?
—El poder femenino, esa especie de revancha histórica de lo femenino.
—Parecería representar, más bien, el cupo obligatorio.
—También podría pensarse como la envidia de no ser mujer. En la masculinidad hay una envidia histórica que se ha sublimado de distintas maneras, más bien una nostalgia. Se ve muy claramente en la sexualidad de los personajes de escritores como en Osvaldo Lamborghini, o en el recurso de lo femenino de Néstor Perlongher; antes de que empezara esto del lenguaje inclusivo él se autodesignaba en femenino y tenía el seudónimo de Rosa.
—Contame un poco sobre el camino de Leonardo hacia su nueva masculinidad.
—No puedo decir mucho de eso, lo que sí puedo decirte es que tengo simpatía por los personajes tontos, o más bien tengo aversión por los personajes cancheros de la literatura argentina, que ya tiene suficientes: Horacio Oliveira (Rayuela), Emilio Renzi (escritor y alter ego de Ricardo Piglia), Esteban Espósito (alter ego de Abelardo Castillo). A mí me caen más simpáticos los personajes tontos.
—El humor te da otras posibilidades, ¿fue una búsqueda adrede?
—Cuando empiezo una novela, solamente quiero escribir una novela. En agosto de 2019 me internaron por una operación y terminé tres meses hospitalizado. Esta novela la escribí en enero de 2020, yo salí el 23 de noviembre de 2019 de la clínica. Estaba convaleciente y salí con dos prohibiciones absolutas, el tabaco y el alcohol, para mí la vida misma, y sentía que no iba a poder escribir sin fumar y sin beber; de hecho, terminaba un párrafo y hacía un gesto mecánico de agarrar un cigarrillo. Son muchos años de esos hábitos o de esas adicciones, como dicen los médicos, y entonces, cosa que nunca, porque no suelen los editores desesperarse con que yo les entregue una novela, tuve mucha urgencia de escribirla porque iba a hacerlo en condiciones muy hostiles para mí, que era sin fumar y bebiendo Terma.
—¿Distinguís algo en la estructura o la trama que digas ‘esto fue mucho Terma o falta de pucho’?
—Por suerte no, pero tuve mucho miedo de que eso pasara. Tenía miedo de que me transformara en otra clase de escritor, como esos que escriben frenando en todas las esquinas. Siempre tuve miedo, y de hecho no estoy tan conforme ahora, de volverme un escritor sin adicciones. Siempre amé las adicciones, nunca tuve amigos castos.
—¿Qué pierde uno cuando pierde las adicciones?
—Yo perdí la alegría, todos los momentos gratos de mi vida estuvieron ligados al tabaco y al alcohol. A mí me cuentan de una ciudad y yo me pregunto cuál sería la bebida de ese lugar. Cuando veo en una película que fuman me da nostalgia. Pero no puedo, como diría Lamborghini, Osvaldo, “ya se banqueteó la vida demasiado”.
—¿Esta es la primera novela de esta nueva etapa?
—Bueno, es la primera novela abstemia. Viste que Macedonio Fernández quería que Museo de la novela de la eterna fuera de compra conjunta y obligatoria con Adriana Buenos Aires, porque el Museo … tiene de subtítulo “primera novela buena” y Adriana... tiene de subtítulo “última novela mala”. Bueno, esta es mi primera novela abstemia y tal vez sea mi última novela mala.
Fuente: Télam
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