Una voz suave, sensual, se mezcla con un golpeteo constante, también tenue, cadencioso pero enérgico, contra el lienzo. Bob Ross se para frente a cámara y en 30 minutos realiza un cuadro, así por 11 años, en los que su programa The Joy of Painting (El placer de pintar) pasó de ser un show de nicho a un fenómeno global, con repeticiones en Canadá, Japón, varios países de América Latina y también de Europa.
De Bos Ross no se habla en las academias, lo suyo fue una propuesta para acercar a las personas a la pintura, un modo de terapia quizá, en el que no se buscaba un dominio de la técnica, la excelencia, sino convertirse en dueño de un instante de la propia vida. Los libros de historia del arte lo excluyen, incluso muchos artistas denigran su tipo de pintura, y el mercado elitista lo ignora.
El hombre de la voz suave y mensajes positivos a lo Ted Lasso, del peinado permanente afro, que usaba diminutivos y decía que “no existían los errores en la pintura, sino los accidentes felices”, es parte de la cultura pop, los memes con su cara circulan por doquier, e incluso se hace referencia a él en Padre de familia, The Blacklist, en la película Ralph rompe la Internet, tuvo su propio Doodle, Ryan Reynolds hizo una parodia para la segunda película de Deadpool y en un comercial de pintura se lo pone junto a da Vinci, Warhol, Miguel Ángel y van Gogh.
Pero para ser justos, al estadounidense nunca le interesó ese runrún ni la fama, y de eso no se trata Bob Ross: Accidentes felices, traiciones y avaricia (Bob Ross: Happy Accidents, Betrayal & Greed), el documental que ya se encuentra disponible en Netflix.
De lo que sí se trata es de revelar un costado oculto de su vida, no de su propia existencia, aunque algunos trapitos sucios salen a la luz, sino en tanto a los negocios millonarios y cómo estos se llevaron a cabo contra su voluntad, en especial después de su muerte en 1995 tras padecer un linfoma.
Para retratar a Bob Ross solo aparecen tres personas: su único hijo, su mejor amigo, ambos aprendices y maestros certificados del ‘estilo Roos’ y quien fuera la directora de su show televisivo, que se transmitió por la PBS, el Servicio Público de Radiodifusión.
Y ¿cómo es que tan poca gente pueda hablar (bien) del personaje principal? Y allí entra la contrapartida, porque para todo héroe se necesita una némesis, en este caso el matrimonio compuesto por Annette y Walter Kowalski, socios comerciales del pintor en vida, con quien cofundó Bob Ross Inc, y hoy poseedores de todos los derechos de venta de imagen, como de sus cuadros.
De acuerdo a la producción y dirección, en manos de Joshua Rofé, se contactaron con una decena de personas que podrían dar testimonio sobre Ross, pero todas rechazaron la invitación por temor a las acciones legales que podían tomar el matrimonio Kowalski, a quienes retrataron como litigantes seriales. Y algo de eso hay en el trailer del documental presentado por la plataforma de streaming, en la que solo se muestra una imagen de Ross y aparece la leyenda: “Queremos mostrarte el trailer (), pero no podemos. Descubre por qué”, mientras la voz en off de su hijo Steve sintetiza: “Durante todos estos años quise que se conociera esta historia”.
En ese sentido, el documental recorre los inicios de Ross, sus años como militar y principalmente su amor por la naturaleza. También cómo se convirtió en aprendiz de Bill Alexander, un pintor televisivo que tuvo un show anterior del mismo estilo -crear frente a cámara fija alla prima (pinceladas aplicadas directamente sobre el lienzo)-, a quien nunca le quitó crédito.
Tras eso se ingresa en cómo Annette Kowalski, una pintora sin talento, le propuso Ross, después de asistir a una de sus clases, dar el siguiente paso y comenzar su propio proyecto, que derivó no solo en el show, sino también en clases por todo el país hasta establecer una franquicia de “maestros” y, finalmente, productos de dudosa calidad, a los que Ross se oponía.
En esta sociedad hay un punto clave. Estaba conformada por cuatro, siendo la cuarta integrante la segunda esposa del artista pero que al fallecer deja al artista en una posición de dos votos contra 1, por lo que en sus últimos años no tuvo ningún peso en las decisiones.
Para cuando Ross murió, en 1995, había producido alrededor de 30 mil pinturas, entre el aire y sus talleres: todos paisajes de ensueño, con escenas de montañas, que decía recordaba a Alaska donde había vivido, bosques, y cabañas perdidas entre arboledas.
El documental también siembra dudas sobre la autenticidad de las obras que los Kowalski venden en la actualidad, siendo Annette la única especialista que puede autenticarlas y habiendo una denuncia de un socio de los Países Bajos que observó cómo un NN colocaba la firma de Ross a pinturas en un galpón de productos.
En vida, Bob Ross se convirtió en una figura, participando de muchos programas, pero nunca vio en sus bolsillos ese rédito. En sus años finales, en una disputa constante por los Kowalski -que incluso lo asediaron para que firmara una cesión de todos sus derechos cuando ni siquiera podía hidratarse por su cuenta- ama una estratagema para que su hijo, como su hermanastro, se quedaran a cargo de su legado. Su sueño era que el joven Steve tomara su lugar.
Sin embargo, se revela una disputa legal, en la que su hermanastro y su tercera esposa, una enfermera con la que se casó semanas antes de morir, firmaron un acuerdo de cesión en el que dejaron a su hijo fuera, por una cifra no revelada.
Cuando Bob Ross falleció casi nadie se enteró, los Kowalski así lo querían e incluso no fueron a su entierro. Debía seguir vivo y su hijo cuenta que, aún en la actualidad, los fanáticos se sorprenden con la noticia. Es que su cara es un fenómeno de ventas, en la página de Bob Ross Inc. se comercializan desde libros, DVDs y remeras a relojes y adornos navideños. El universo de su merchandising a su alrededor es tan basto que haría poner celoso al espíritu de Frida Kahlo.
Los testimonios de individuos que superaron momentos muy difíciles de sus vidas gracias a la compañía del programa de Bob Ross destacan que el objetivo primordial del artista se llevó a cabo: cualquiera puede hacer arte, tengan o no formación, y que la finalidad no debe ser la de tener renombre, la de participar de galerías y el circuito, sino sencillamente ser dueños de su propio destino, algo que Ross no pudo disfrutar en el final de sus días y que su legado, feliz y triste a la vez, se encuentra lejos de alcanzar.
SEGUIR LEYENDO