Leni Riefenstahl: ¿qué hacemos con la cineasta favorita del nazismo, mimada de Hitler?

Directora de icónicos filmes propagandísticos como “El triunfo de la voluntad” y “Olimpia”, logró no ser enjuiciada y seguir trabajando a pesar de su colaboracionismo del que siempre se defendió

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Adolph Hitler y Leni Riefenstahl
Adolph Hitler y Leni Riefenstahl

Hace un siglo, Adolf Hitler se erigía en líder del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán y ya profería sus inflamados discursos, había proclamado los 25 puntos de un programa que empollaba el huevo de la serpiente y entre 1925 y 1926, tiempo de cárcel luego del Putsch de Munich (o de la Cervecería), escribía el envenenado manifiesto Mein Kampf. En 1932 conquistaba el puesto de canciller marcando la culminación de ese irresistible ascenso que tan brillantemente supo ridiculizar Bertold Brecht en su Arturo Ui (1941), ubicando su pieza teatral en el Chicago de los años 1920 (entre otras representaciones locales, en 1997 se ofreció una puesta alucinante de Heiner Müller y el Berliner Ensemble, con una actuación espeluznante de Martin Wuttke). Un siglo pasó desde la irrupción del liderazgo de Hitler, y la fascinación respecto a esa etapa del fascismo en Alemania -muy por encima de la de Mussolini en Italia o la de Franco en España- no decae, sea para estudiarla y condenarla, sea para festejar su estética o inspirar agrupaciones neonazis.

En estos días, se está volviendo un éxito de ventas en Francia un polémico libro: Historizar el mal, una edición crítica de Mein Kampf. Apareció en junio pasado, no se expone en vidrieras ni se puede comprar en librerías y su precio es de 100 euros (los beneficios son para la Fundación Auschwitz-Birkenau, a cargo de la preservación del sitio del campo de concentración). La última (mediocre) traducción al francés databa de 1934 y, aunque circulaban ediciones piratas incompletas, ese manifiesto político con una primera parte autobiográfica, estaba prohibido desde 1945.

Algunos historiadores comprometidos con el emprendimiento que acaba de salir a la luz, decidieron abandonar durante el curso del arduo trabajo que requirió, en total, 10 años. Al frente permaneció Olivier Mannoni, traductor del alemán, idioma que aprendió con su padre que no entendía cómo Alemania había podido dar un Rilke y un Goethe, y también la barbarie nazi. Quizás la lectura del tremendo cuento Deustsches Requiem de Borges acercaría una respuesta… Muy joven, Olivier descubrió en la biblioteca familiar un pequeño álbum con fotos de Auschwitz y quedó marcado para siempre por un sentimiento de horror indecible: esa fue la razón por la que aceptó la propuesta de Ediciones Fayard. Alternando con otros trabajos, dos años le llevó hacer esta versión al francés. Historizar el mal… propone una advertencia a los lectores: “Para saber adónde se va, es indispensable comprender de dónde se viene. Estamos convencidos de que el trabajo de los historiadores es necesario para luchar contra el oscurantismo, el conspirativismo y el rechazo de la ciencia y el saber en tiempos turbulentos, marcados por el alza de los populismos”.

Rodaje de "Olimpia", 1936
Rodaje de "Olimpia", 1936

Historizar… ofrece 27 instrucciones al comenzar los capítulos y 2800 notas adaptadas de la edición alemana, aceptada por el Instituto de Historia Contemporánea de Münich. En vez de cancelar, Fayard y los hacedores de este libro -especialistas en nazismo, en la Shoah y en la historia de los judíos- brindan una puesta en contexto mediante análisis, críticas, una deconstrucción línea por línea del siniestro pasquín.

Aunque bien diferentes entre sí, dos documentales estrenados este año tocan la temática de los nazis y el Holocausto. Más específicamente, The Meaning of Hitler, actualmente en salas de cine europeas, dirigido por Petra Epperlin (alemana) y Michael Tucker (estadounidense), intenta trazar un paralelo entre el nazismo y los tiempos actuales, partiendo del libro del mismo título de Sebastián Haffner, publicado en 1978. Tucker ha comentado que materiales como los que cita este documental, no deberían ofrecerse sin contexto porque podrían contribuir a propagar ideas extremadamente peligrosas.

Exterminate all the Brutes (Exterminen a todos los salvajes: título que cita una línea de Kurtz, el comerciante de marfil en El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad -transformado en el coronel Kurtz por Coppola en Apocalypse Now, 1979-) es una realización del gran documentalista defensor de los derechos humanos Raoul Peck (I Am Not Your Negro, 2016, sobre un texto inédito de James Baldwin, Remember This House). Un haitiano que viene denunciando todo tipo de injusticias a través de sus películas, más allá de la discriminación y exterminio por etnia.

Leni en sus comienzos como actriz
Leni en sus comienzos como actriz

Exterminate… es una serie-ensayo en 4 capítulos de una hora, recientemente estrenada, cuyo reflexivo hilo conductor es pronunciado en off por el propio Peck, amén de la participación de tres expertos en colonialismo y racismo. “El camino a Auschwitz fue pavimentado en los primeros tiempos del cristianismo”, sostiene el realizador que parte de las Cruzadas -supremacía blanca, religión-, sigue con la Santa Inquisición -que además de brujas, persigue a judíos y musulmanes-, el “descubrimiento” del Nuevo Mundo y el consiguiente genocidio de pueblos indígenas; la institución de la esclavitud masiva-particularmente en los Estados Unidos- de africanos secuestrados en su territorio, para finalizar con el Holocausto del siglo XX.

Paralelamente a libros, documentales, ficciones y otras manifestaciones que generaron controversia, en abril de 2021 resurgió la discusión sobre un tapiz que el Louvre oculta celosamente, hecho de seda, lana e hilos de oro. Según los entendidos, carece de valor artístico este objeto enorme (8 metros de altura), fabricado en 1942 por una manufactura alemana para contentar al Führer: en el centro, el águila del III Reich (diseño de Albert Speer), una cruz gamada, una cita de Mein Kampf y las iniciales AH. El debate no surge tanto por la obvia exaltación del régimen como por el posible origen de uno de los materiales empleados. Según The Art Newspaper (1-4-2021) muy probablemente los 3 kilos y medio de hilos de oro provengan de la rapiña a los bienes de las víctimas judías. Un oscuro halo de misterio rodea al tapiz: no está claro cómo llegó al museo, no se expone, no existen fotos en color, apenas se lo considera un elemento histórico…

Polémico tapiz de exaltación del nazismo, de 1942, probablemente tejido con el oro robado por los nazis a familias judías
Polémico tapiz de exaltación del nazismo, de 1942, probablemente tejido con el oro robado por los nazis a familias judías

Ya el propio Louvre, en mayo de 2013, había dado pie a una fuerte controversia respecto de la muestra De l’Allemagne, 1806-1939, de Friedrich a Beckmann, que fuera respaldada por François Hollande y Angela Merkel. No sin razón se criticó la tendenciosidad de algunos textos, que hubiera pocos expresionistas, la ausencia de la Bauhaus, el énfasis puesto en la nostalgia por la antigüedad clásica, el paganismo, la naturaleza imponente. Es decir, clichés caros a la ideología nazi.

Y sí, en la sala del final, estaba ella, la consentida de Hitler, la directora emblemática del régimen nazi, la autora de dos incomparables documentales, la que se las arregló para zafar en los procesos de desnazificación: Leni Riefenstahl, a través de sus fotos y sus films. Pero confrontada con Los hombres del domingo (1930), una valiosa obra colectiva que prefigura el neorrealismo, la Nouvelle Vague, dejando atrás el expresionismo. Una película plena de frescura, sensibilidad, humor, un toque ácida, hecha en decorados naturales. Sus autores, cinco artistas que marcharon al exilio ante los avances del nazismo y que, cada uno en su estilo, hicieron carrera en Estados Unidos, en Francia: fueron sus directores Robert Siodmak y Edgar G. Ulmer; del guion se encargaron Fred Zinnemann, Billy Wilder y el mismo Siodmak; de la fotografía, Eugen Schüfftan, que ya había inventado efectos especiales para Metrópolis (1927), de Fritz Lang. Otro artista que eligió partir, ya separado por razones ideológicas de su talentosa esposa nazi, la escritora y guionista Thea von Harbour quien, como Leni R, optó por quedarse en Alemania.

Caminos de fuerza y belleza (1925). Primera actuación (primera a la derecha a punto de darse un baño romano)
Caminos de fuerza y belleza (1925). Primera actuación (primera a la derecha a punto de darse un baño romano)

Ella lo pide, ella lo tiene

Mucho se ha escrito, sobre todo a partir de los 90s, sobre esta directora que realizó dos documentales formalmente extraordinarios consagrados a la glorificación y difusión del régimen nazi: El triunfo de la voluntad (1935) y Olimpia, los dioses del estadio (sobre los Juegos Olímpicos de 1936, que llevó dos años de trabajo de edición). Leni Riefenstahl, cineasta de indiscutible talento, gran audacia y una férrea determinación para llevar a cabo sus ambiciones, vio abrirse posibilidades sin límites cuando, después de escribirle una zalamera carta, después de que él viera La luz azul en 1932, fue convocada por Hitler que le dio todo su apoyo para que exaltara a través del cine ideales con los que ella se sentía plenamente identificada. Amén de haber caído poco menos que fulminada la primera vez que lo escuchó en público, según declarase en varias oportunidades después de la guerra, a la vez que negaba cualquier forma de militancia en el nazismo. Taimada, nunca se afilió al partido nacionalsocialista, pero sí mantuvo contacto estrecho con altos jerarcas, siempre obteniendo ventajas.

Portada de Time, 1936
Portada de Time, 1936

Las efemérides indican que Helena Bertha Amalia Riefenstahl nació un 22 de agosto de 1902 en Berlín, de familia luterana; que desde muy chica mostró aptitudes para el deporte y la danza, llegando a lucirse como bailarina a partir de 1920, y a ser contratada nada menos que por el innovador puestista teatral Max Reinhardt -austríaco de origen judío que logró exiliarse a tiempo- para aparecer como solista en el Deustches Theater de Berlín, encabezando una versión de Pentesilea, la reina de las amazonas, de Heinrich von Kleist. Pero un accidente que afectó su rodilla impidió ese debut. (Diez años después, bailaría en presencia de Hitler en una reunión en casa de Goebbels quien anotó en su prolijo diario: “Buena y eficaz, una gacela etérea”).

Interrumpida su carrera en la danza, Leni empezará otra en el cine, primero como actriz. Cuenta la leyenda, alimentada por la mismísima LR, que un día de 1924, ya repuesta su rodilla, después de ver por la calle un afiche de La montaña sagrada, de Arnold Fanck, ahí mismo decidió que lo suyo será actuar en películas. Del dicho al hecho hubo un corto trecho para la voluntariosa joven: en poco tiempo, consigue convencer al director Fanck -experto en el género montañismo, de gran auge en la época- que le confía el protagónico de La montaña sagrada (1926). Con su experiencia como deportista y bailarina, Leni se desenvuelve como actriz medianamente expresiva y no admite dobles para las arriesgadas escenas de alpinismo. Prosigue su breve camino de intérprete en cuatro films populares que tratan de grandes saltos, tempestades, naturaleza desafiante, embriaguez blanca. Siempre esquiando y escalando, pero también aprendiendo a filmar sobre la marcha, más rápida que la luz de los reflectores, ya pensando en dirigir cine (“la primera vez que tomé una cámara entre mis manos, no quería soltarla: solo quería seguir rodando yo el film”).

La luz azul
La luz azul

En 1932, durante la República de Weimar, LR logra conseguir financiamiento para dirigir La luz azul. Cuando advierte que necesita un guionista profesional para darle forma a su historia de una mujer semisalvaje que logra escalar una montaña prohibida, recurre a Béla Balász, prestigioso crítico y teórico húngaro quien -además- acepta dirigir las escenas donde hace su aparición Leni en -claro que sí- el rol protagónico. También participa en la realización Hans Schneeberger, actor, alpinista y director de fotografía que venía de iluminar El ángel azul, de Josef von Sternberg, con Marlene Dietrich (ambos exiliados en Hollywood). El guapo Hans fue un tiempo una de las parejas de la no menos guapa Leni. En La luz azul se formó casi una cooperativa: en el aviso se anunciaba “una leyenda convertida en imágenes por Riefenstahl, Balász y Schneeberger”. Presentado en marzo de 1932, el film dividió a la crítica y fue moderada la repercusión de público.

Tiempo después, cuando el codirector y guionista, que había aceptado una invitación para dirigir en la Unión Soviética, reclamó su paga, Leni le escribió una carta -cuyo original se conserva- a un funcionario abiertamente antisemita donde le decía: “Confiero al señor Julius Stricher, de Nüremberg, los poderes para tratar los reclamos que me hace el judío Béla Balács” (sic). Lo hizo aviesamente, después de estrenarse su primera película de propaganda para el nazismo, La victoria de la fe (1933), sobre el quinto congreso del partido, ya convertida en la cineasta del régimen a expreso pedido de Hitler. A esta altura, ella ya había hecho suprimir el nombre de Béla Balász de los títulos de La luz azul y estaban en vigencias las leyes antijudías que décadas más tarde, Riefenstahl juraría no haber conocido. Para alivio de la realizadora, que sabía que con el apuro había cometido errores, las copias de La victoria… fueron destruidas por orden del Führer debido a que ponían de manifiesto su cercana relación con Ernst Röhm a quien, un año después del rodaje, mandó ejecutar en prisión, durante la Noche de los cuchillos largos que, como se sabe, duró tres días en los que se perpetraron decenas de asesinatos de ciudadanos opuestos al nacionalsocialismo. Muchos años después, se encontraron copias de aquel film en archivos de Alemania y el Reino Unido.

Escenas de " El triunfo de la voluntad", de Leni Riefenstahl

1934 es el año del documental El triunfo de la voluntad, y del triunfo absoluto de Leni Riefenstahl como la perfecta propagandista del régimen que aplica talento y mística a esta oda a Hitler, que preparó minuciosamente, con frenético ardor, contando con todos los recursos de tiempo y dinero. Desplegó sus conocimientos de cine, del valor del montaje, de la danza en las coreografías; contó con la monumental escenografía del arquitecto oficial -posteriormente ministro de Armamento- Albert Speer: una inmensa estructura donde cabían 340 mil personas, llamada “la catedra de la luz”; varios equipos de técnicos y numerosas cámaras cuyo accionar LR planificó para enaltecer a ese dictador que desciende de los cielos y se da un baño de multitudes delirantes de entusiasmo. Encuadres geométricos de soldados, juventud hitlerista, dirigentes políticos con ritmo envolvente y música de Los maestros cantores de Nüremberg, de Wagner. Y como fresón de tanta euforia proselitista, el discurso aparatoso de Hitler, leyendo de reojo sus papeles. Jean-Pierre Delarge escribió en el tomo IV de la Historia del cine, de Jean Mitry: “Una obra maestra de odio, de provocativa vanidad, de orgullo demoníaco. Pero igualmente una obra maestra”.

El Führer quedó sumamente complacido y para su siguiente bellísimo documental, Olimpia, los dioses del estadio, lo tuvo todo: 170 técnicos (siempre rodeada exclusivamente de varones), la posibilidad de rodar 400 mil metros (para que quedaran 6 mil y pico en 4 horas, que se dividieron en dos partes); los permisos para colocar las cámaras en los lugares más insólitos. Y usó a su manera hallazgos del expresionismo, el surrealismo, las grandes obras del cine soviético, los experimentos de Abel Gance; también sus propios hallazgos que ensancharon el lenguaje cinematográfico en esta glorificación poética, fetichista del cuerpo humano entrenado que arranca con una evocación pagana de la Antigüedad, cuerpos desnudos bailando, entre los cuales el de la propia realizadora, productora, guionista, montajista…

"Olympia", de Leni Riefenstahl

En ese 1936 ya sonaban voces críticas al nazismo en el mundo, algunas personalidades se opusieron a que los Juegos se hicieran en Berlín. Incluso hubo deportistas íntegras, como la nadadora austríaca Judith Deustch-Haspel, que se negaron a participar. Deustch, supercampeona en estilo libre, que había sufrido discriminación en su infancia, declaró que “no iría a un país que tan vergonzosamente persigue a mi gente”. La acompañaron en su decisión las nadadoras Ruth Lange y Lucie Goldner.

Para disgusto de Hitler, LR le dedicó mucho tiempo y una mirada de evidente delectación al corredor afronorteamericano Jesse Owens, ganador de 4 medallas de oro. Un desliz que el Führer dejó pasar porque, en compensación, la directora lo deslumbró con sus sorprendentes recursos visuales y una sagaz infiltración de la simbología nazi. Olimpia sería la última obra maestra de Leni, que en 1939 acompañó como corresponsal al ejército alemán cuando invadió Polonia, y en 1941 comenzó el film Tierra baja, que retomó en 1944 y terminó de editar en 1954. En décadas siguientes, se dedicó a defenderse en entrevistas con frases hechas del estilo: “¿Acaso la belleza es fascista?”, “¿Hay que ser comunista para apreciar La línea general, de Eisenstein?”, “Me atraía el interés de Hitler en bajar el desempleo y mejorar la vida de la gente”, “Mis films se adelantaron al cinéma verité”…

De uniforme, Leni corresponsal de guerra en Polonia, 1939
De uniforme, Leni corresponsal de guerra en Polonia, 1939

En la segunda mitad de su larguísima vida, Riefenstahl dio entrevistas, escribió su autobiografía, casi exclusivamente dedicada al autobombo y la autojustificación. Asimismo, se dejó cautivar por los Nuba de Sudán, vivió con ellos y fotografió sus cuerpos esbeltos y sus rituales para dos álbumes muy vendidos (en este caso, fue criticada por haber desvirtuado las prácticas de los Nuba imponiéndoles su propia estética). A los 100 años, en 2002, dio a conocer el documental Impresiones submarinas, selección de sus muchas inmersiones, a partir de 1974, año en que empezó a bucear. Ya lo había dicho Heinz von Jaworsky, uno de sus camarógrafos en La luz azul: “Leni era la más increíble fuente de energía, día y noche pensaba en los pasos que iba a dar y nunca tuvo el menor problema en ser la jefa suprema de un equipo de hombres”.

La que no quiso ni ver, ni oír, ni saber…

Leni Riefenstahl fue una de las personas que, con diversos grados de complicidad, logró librarse de los procesos de Nüremberg sin pagar una pena. Probablemente, ejerciendo su poder de seducción, poniendo en juego sus tretas de falsa ingenua y escurriéndose como una anguila cuando era arrinconada en los interrogatorios; jurando permanentemente no haber sido jamás nazi ni haber conocido ni un detalle de los horrores inenarrables del nazismo en su patria. O sea, lo mismo que hizo cuando fue largamente entrevistada por Ray Müller para el conocido documental El poder de las imágenes, de 1993. Así fue que en los cuatro procesos por los que pasó quedó fichada apenas como simpatizante.

Fotos de Leni a los nubas, en Sudán
Fotos de Leni a los nubas, en Sudán

¿Simpatizante que no se dio cuenta de nada, que no supo que estaba promocionando con devoción y alta calidad cinematográfica un régimen dictatorial, racista, cruel, criminal en una escala tan desmesurada?

Durante el nazismo, se redujeron mucho las oportunidades de estudio y trabajo para las mujeres, que fueron mandadas a sus casas, a tener hijos para reforzar la raza aria. Las tres K (kinder, küche, kirche: niños, cocina, iglesia) aludían a los valores tradicionales del imperio alemán, retomados en particular los dos primeros por el III Reich, estableciendo la Cruz de Honor para aquellas que tuvieran más de cuatro hijos. Obvio es decir que la privilegiada Leni no cumplió con ninguna de las K.

A partir de 1933, en Dachau, empezaron a crearse los primeros campos de concentración destinados a los opositores políticos y líderes culturales, más tarde a los gitanos, a los discapacitados, a los polacos, a los homosexuales… Prisioneros sin acusación y sin condena. Un modelo para los campos de exterminio que se multiplicaron bajo la conducción de Himmler, en terribles condiciones de vida que incluían trabajos forzados. En 1941 se instrumenta la Solución Final.

Junto a Joseph Goebbels y Hitler
Junto a Joseph Goebbels y Hitler

En 1939 se produce la invasión del ejército alemán a Polonia, y LR acompaña como corresponsal de guerra y le desagrada la ejecución de ciudadanos de ese país. Pero luego filma tan fresca la entrada triunfal de Hitler en Varsovia. Y en 1940 se deshace en elogios y felicitaciones por el ingreso de las tropas de su Führer en París. Pero hasta un año antes de morir renegaba de su militancia en el nazismo. Y muchos antes, en los procesos de la posguerra, logró convencer a los tribunales de solo haber procedido como antropóloga, como observadora del comportamiento de las masas. Y hasta tuvo el descaro de declarar: “Lamento no haber partido a los Estados Unidos como Marlene Dietrich”.

Por supuesto, Leni no tuvo la menor noticia sobre la quema de libros de Proust, Mann, Heine y muchos etcéteras, ante una multitud en Berlín, 1933, y en ciudades universitarias. Tampoco de la muestra de Arte Degenerado en Münich, 1937, que vituperaba obras de Beckmann, Chagall, Dix, Kandinsky, Grosz, Nolde… Ni de los 4 mil cuadros reducidos a cenizas también en Berlín, en marzo de 1939. Vale consignar que antes de abrazar el nacionalsocialismo y adorar al Führer, la bailarina Leni había sido retratada por algunos de estos artistas denostados.

Mientras que Riefenstahl no veía, no oía, no recibía pedidos de artistas en peligro de perder su libertad, su vida, Vassili Grossman, escritor soviético de origen judío nacido en 1905, alertaba sobre la suerte de los judíos en Europa y asimismo sobre la negación de tantos ciudadanos alemanes que “nunca vieron pasar el tren ni se toparon con columnas de personas en rutas alejada, ni recibieron información sobre la existencia de ghettos (…). Sin embargo, todo el mundo sabía que algunos días después de la partida obligada de vecinos judíos, los soldados alemanes permutaban en el mercado blusas femeninas, pulóveres de niños… por miel, crema de leche, huevos. Y esa gente al volver del mercado cuchicheaba: Un alemán cambió un abrigo de lana que llevaba la vecina Sonia la mañana que se la llevaron de la ciudad”.

Escalofriante simetria de masas de "El triunfo de la voluntad"
Escalofriante simetria de masas de "El triunfo de la voluntad"

En un artículo publicado en junio de este año en la revista digital Alon, el profesor de historia Helmut Walsen Smith, de la universidad Vanderbilt, en Nashville, decía que todavía a mediados de la década de 1950, casi la mitad de los encuestados habían respondido sí a la pregunta: Si no hubiera sido por la guerra, ¿Hitler habría sido uno de los grandes estadistas del siglo XX? Y recordaba que solo el 10 por ciento de los alemanes que habían trabajado en Auschwitz fueron juzgados; y solo 41 de los 50 mil miembros de los escuadrones de la muerte, responsables del asesinato de medio millón de personas, estuvieron en prisión. Y que muchísima gente compró bienes confiscados a los judíos: “No se trataba de olvidar, más bien supuso un ocultamiento continuo y consciente”.

Leni Riefenstahl no fue una burócrata ordenada que asumió la ideología nazi, como dijo Hannah Arendt de Eichmann, fiel a la instrumentación de la Solución Final. Leni Riefenstahl fue una persona creativa, de gran talento, fan de Hitler que no estaba dentro de un engranaje administrativo. Hacer cine no era una rutina de oficina, pudo pensar por ella misma, aceptó encantada hacer propaganda del régimen nazi. Fue una agente directa del mal. Y nunca demostró el más leve arrepentimiento. Por el contrario, Traudl Junge (apellido de casada) pudo reconocer antes de morir: “Hoy lamento dos pérdidas: la de millones de personas asesinadas por los nazis, y la de la joven Traudl Humps a la que le faltó seguridad en sí misma y la prudencia de decir no en el momento oportuno”. Inútil buscar algo parecido en Cinco vidas, las memorias de LR, rebosantes de autocomplacencia y narcisismo.

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