“Necesité cincuenta años para escribir Borges y yo”.
1971. Jay es un joven estudiante universitario de Scranton, Pensilvania. Está atravesado por preguntas existenciales, sufre el control de la madre y la ciudad opresiva y fabril no le revela un futuro propicio. Y, para sumar una angustia más, espera ser prontamente llamado para combatir en Vietnam. Pasa los días en la inacción y toma somníferos para pasar la noche. La situación se vuelve cada vez más claustrofóbica hasta que aparece una salida: decide viajar a Escocia donde podrá continuar sus estudios y abordar una tesis sobre George Mackay Brown, un oscuro poeta menor. Escocia se presenta como una solución para la realidad plomiza, la mirada omnipresente de la madre y el brazo del ejército.
“Estábamos en Italia filmando una película sobre Gore Vidal con Kevin Spacey”, dice Jay Parini, docente, escritor y crítico estadounidense, ahora en diálogo con Infobae Cultura, “y mientras almorzábamos, entre escena y escena, les conté mi historia a Ross Clark y Andy Patterson”.
La historia de Jay sigue, así, del otro lado del Atlántico, pero continúa con la misma sensación de tristeza: no conoce a nadie, salvo por una chica de la que se enamora perdidamente —ella está de novia—, casi no tiene dinero, su director de tesis es un hombre que roza la senilidad. Pero conoce al poeta Alastair Reid, que había sido discípulo de Robert Graves, y éste lo acepta como una suerte de pupilo y lo desafía a ingresar en el mundo bohemio de la poesía, la literatura, el alcohol y demás excesos. Y es justamente Reid quien le presenta a Borges.
Durante cuarenta y cinco años les conté estas historias a mi mujer y mis amigos, pero no creí que pudieran terminar en un libro
“Durante cuarenta y cinco años les conté estas historias a mi mujer y mis amigos, pero no creí que pudieran terminar en un libro. Fue Ross —un fanático de Borges— el que me dijo que quería filmar mi historia y yo le pedí antes un tiempo para escribir”.
Borges llega a Edimburgo después de haber pasado un tiempo con Norman di Giovanni. Está solo, por entonces estaba casado con Elsa Astete, pero eran los últimos tiempos de ese matrimonio. Llega casi en el momento exacto en el que Reid sale de viaje y es Jay queda debe quedarse a cargo de él y acompañarlo y llevarlo a visitar Inverness (Inverness, por supuesto, era uno de los lugares que Borges había visto en “El Aleph). Anciano y ciego, podría ser la imagen de la fragilidad, pero el Borges de Parini es todo lo opuesto: divertido, expansivo, bebe grandes cantidades de cerveza y come, con Reid, brownies “con polvo de estrellas”.
Con la presencia de Borges la historia comienza de nuevo y pasa a ser una road movie en la que esta extraña pareja avanza por las tierras altas y escarpadas de Escocia. Así, un viejo sabio y un joven inexperto cruzan el país como Don Quijote y Sancho. Tienen, de hecho, un auto viejo y maltrecho que hace las veces de Rocinante. El libro está por llegar al cine.
—El libro se llama Borges y yo, y, por supuesto, uno no puede sino pensar en el cuento de Borges que lleva ese título.
—Uno de los problemas del título en español, Borges y yo, es que pierde la humildad del título en inglés: Borges and me. Si lo hubiera llamado Borges and I, que gramáticamente es correcto, habría sido ridículo. Intenté mantener la humildad y usar una forma obsoleta para evitar cualquier tipo de comparación con Borges.
—Los tres adultos de la novela, Alastair, George Mackay Brown y Borges son fuertes y con ideas firmes. ¿Son también mentores?
—Fueron tres mentores míos. Yo estaba en la búsqueda desesperada de mentores. En parte porque mi padre, que fue un nombre cariñoso pero sin educación, no podía guiarme como escritor o intelectual. Buscaba figuras que fueran maestros para mí. Alastair Reid fue mi primer mentor y continuó siéndolo durante cuarenta y cinco años. Nunca perdimos el contacto. Hablábamos una vez por semana; cada palabra que escribí se la mandé a Alastair. Tenía casi 90 años cuando murió y fue una gran pérdida porque era un gran amigo. Con George Mackay Brown, sobre quien quería escribir mi tesis, también nos hicimos amigos y mantuvimos una larga correspondencia. Y, por supuesto, Borges: fue una figura luminosa. Pero en muchas maneras, mi relación con Borges estará perpetuamente filtrada por los años de conversación con Alaistair.
—¿Por qué Reid no escribió tantos poemas?
—Escribió muy pocos. Dejó de hacerlo en la mediana edad, como si hubiera abandonado. Nunca entendí por qué; yo admiraba su poesía.
—Para nosotros, Borges es casi un ícono. Tanto así que suele ser que podemos conocer ciertas facetas distintas por escritores extranjeros.
—Es que yo lo conocí sólo como un hombre. Nunca había escuchado hablar de él. No sabía nada de él. Alastair me dijo: “Un escritor fantástico viene de la Argentina para hablar conmigo”. No pensé en nada; no sabía nada de Borges. Por lo tanto, no me sentí intimidado. En todo caso, estaba un poco incómodo. Pero pude reconocer inmediatamente que era un hombre con una memoria asombrosa. Podía recitar poesía, podía citar prosa en muchos idiomas. Eso me impresionó.
—En un pasaje del libro, Borges dice: “La vida consiste en hacer declaraciones sobre la vida”. Si la vida es eso, ¿en qué consiste la literatura?
—En la mente de Borges casi no hay distinción entre escribir y vivir, porque para él todo es escribir y todo es la formulación con palabras de la realidad. No creo que Borges haya tenido un sentido del mundo y probablemente su ceguera haya contribuido a eso. Creo que el mundo real no existía para él; todo el mundo era una fantasía.
—Como novela de aprendizaje, Borges y yo me recuerda a la película Perfume de mujer. ¿Borges sería una figura como Al Pacino?
—Es interesante lo que dice. Creo que tuve esa película como telón de fondo. Soy consciente de que mi Borges es un personaje de ficción, pero creo que Borges lo hubiera entendido y lo hubiera apreciado porque cada vez que él escribió sobre alguien, hizo una ficción de esa persona.
Borges siempre actuó un personaje. Borges inventó al personaje Jorge Luis Borges, distinto del hombre que siente, llora, ríe, hace el amor, come, bebe.
—¿Cómo cree que va a cambiar la percepción que tenemos de Borges a partir de la película?
—Todo depende del actor que haga de Borges.
—Tiene que ser Anthony Hopkins.
—Es una posibilidad, está leyendo el guion. Quien interprete a Borges va a hacerlo a su modo, pero yo diría que también Borges siempre actuó un personaje. Si uno mira las entrevistas que daba, Borges inventó al personaje Jorge Luis Borges, distinto del hombre que siente, llora, ríe, hace el amor, come, bebe.
—¿Por qué Borges es tan inmoderado en el libro? ¿Es parte de la construcción del personaje?
—Así es como lo recuerdo: muy gracioso, muy hablador, siempre listo para responder con una cita. Yo creo que trató de enseñarme algo. Se dio una extraña química entre nosotros. Mi retrato de Borges es muy leal y preciso a cómo lo recuerdo.
—Entonces, ¿es verdad que habló tanto de Norah Lange? Estaba casado con Elsa Astete, pero hablaba de su amor de juventud.
—Recuerdo que le hablé de una hermosa joven de la que estaba enamorado y de cómo ese amor me hacía muy infeliz porque no lograba estar con ella. Y él me dijo: “Le voy a contar de Norah Lange. Yo sentía lo mismo por ella. Dios, cómo la amaba. Quería casarme con ella, pero ella se casó con un hombre horrible, Oliverio Girondo”. Y siguió y siguió hablando de eso. Recuerdo la obsesión por Norah Lange. En ese viaje compartimos el sentimiento del amor no correspondido.
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