Con una peregrinación de obras que surgieron de la necesidad y la urgencia, desde el corazón del barrio de San Telmo hacia el espacio más institucional del Museo de Arte Moderno, acaba de inaugurar este viernes 3 de septiembre la exposición colectiva El ojo interminable: Ocho artistas del taller de arte Hecho en Buenos Aires, con la que ambas organizaciones esperan disolver la imponente fachada de la avenida San Juan, al menos mientras dure la visita, para introducir otro tipo de experiencias que conectan al museo con la cotidianeidad que transcurre en sus alrededores.
La muestra, que podrá visitarse hasta febrero, presenta la obra de Alberto Díaz, César Ferreira, Jorge de Mendonça Gaziba “El Colo”, Helvio Rivero y Hornos, Zulema Razzotti, Fabián Tanferno, Wilson Yogurto y Zulma Villafañe, todos integrantes del taller de la icónica revista autogestiva que se reparte en las calles porteñas desde el año 2000 con la premisa de dar trabajo a personas en situación de vulnerabilidad social que a veces encuentran en este emprendimiento su primera oportunidad de empleo.
Dentro de ese grupo están quienes salen a vender los ejemplares y otros que participan y colaboran desde su propio lugar. Varios de ellos estuvieron ayer presentes en la inauguración y no pudieron esconder la emoción al ver sus piezas enmarcadas y colgadas en el pasillo del primer piso del Moderno, asaltados seguramente por tantos recuerdos de momentos más difíciles que continúan incluso hoy, pero con la alegría también de confirmar a través del arte la importancia del proyecto Hecho en Buenos Aires en sus vidas.
Ubicado a pocas cuadras del edificio donde hoy se exhiben estos trabajos, el espacio creativo de la empresa social, que a partir de este año está abierto al público general, le viene dando cauce desde hace dos décadas a las inquietudes y las búsquedas artísticas de sus participantes, muchos de ellos con una historia de vida complicada que a través de la práctica encuentra una forma de canalizarse. De ahí resultan estilos diversos que se aúnan en la comprensión del arte como vehículo de integración social y transformación.
“Puede ser que una persona entre y solamente nos haga una casita, un arbolito sin color, pero la próxima vez, que a lo mejor es al mes siguiente, ya le va a poner color. Tan grande es el logro de ver las obras de estos artistas más experimentados en el museo como lo es ese también. Como empresa social esa es nuestra recompensa”, dice Américo Gadpen, profesor del taller y quien continúa el proyecto de Hecho en Buenos Aires como su director desde que falleciera el año pasado Patricia Merkin, la fundadora.
“La idea es que quien estuvo trabajando en el taller quiera volver”, suma Dora Ventosa, que junto a Américo acompaña y forma a los artistas desde hace varios años. Por eso no desconoce las dificultades y las virtudes que se entremezclan a la hora de dejar de lado por un rato las preocupaciones más cotidianas, un desafío que enfrentan cada día. “Trabajamos con lo que tenemos y el resto lo hace la sensibilidad de las personas que están. De afuera parece que todo es duro y difícil y en el taller todo es posible. Esa experiencia que se lleva en el alma y en el cuerpo es lo que nos deja con un aire nuevo, con una expectativa y un deseo de volver”, resume.
Gracias a Dora se involucró hace no mucho Helvio Rivero y Hornos, de 64 años, quien ayudaba en un comedor jesuita a la gente más humilde. “Me siento bendecido, la verdad no esperaba que me eligieran estas pinturas, que tratan de cosas cotidianas pero también dramáticas”, describe Helvio sus sensaciones sobre la muestra, y destaca que si bien pinta desde chico, andaba últimamente desencontrado con esta actividad y a partir de su ingreso al taller pudo destrabarse y manifestar libremente lo que lo rodea.
“En esta tarea no hay una pretensión ni una afectación, hay una cuota de verdad en lo que cada uno dice con sus obras, y los maestros tenemos que cuidarnos de no interrumpir y permitir que se despliegue y desarrolle ese proceso de creación”, agrega Dora. Dentro de esas búsquedas coinciden la visión más comprometida de Alberto Díaz, quien produjo un retrato en la estación Darío y Maxi de Avellaneda, con las vistas urbanas casi abstractas y los paisajes de campo enrarecidos de “El Colo” Mendonça Gaziba o propuestas como la de Wilson Yogurto, que recicla y produce su obra a partir de lo que encuentra en la calle.
Con la pandemia el proyecto de arte cobró un mayor protagonismo, ya que por varios meses la revista no pudo salir a las calles y el taller se tuvo que mudar temporariamente a un patio del pasaje San Lorenzo, donde funciona el almacén de productos orgánicos de la empresa social, “A cultivar que se acaba el mundo”, que permaneció abierto con su distribución de alimentos producidos por pequeños agricultores y como espacio de contención.
“Durante ese tiempo no podía salir a vender, recién ahora que tengo las dos dosis pude retomar, pero con los dibujos siempre trabajo, eso lo hago de mañana y de noche, a veces me levanto a las tres de la mañana y me pongo a pintar”, dice con entusiasmo Zulema Razzotti, la colorista de esta muestra y quien participa desde hace más de diez años como vendedora y artista.
En la charla de presentación, la curadora de la exposición y directora del Museo de Arte Moderno, Victoria Noorthoorn, contó que a través de Américo recibe todas las noches los dibujos de Zulema, que a diario le envía fotos al profesor de lo que produce. “Me encontré con una producción contundente de artistas que tienen una voz y una forma de posicionarse frente al mundo con una mirada particular”, dijo Noorthoorn sobre su primer contacto con el espacio artístico de Hecho en Buenos Aires, y agregó que “cada uno tiene muy claro lo que va a hacer cuando se cruza con un papel y hasta qué va a desarrollar el día después”.
El ojo interminable es un paso más en el proyecto que encaró un tiempo atrás el Moderno de construir un museo para todos, federal, inclusivo y accesible, y que en concreto incluye en esta etapa la misión de visibilizar y potenciar, a través de la iniciativa KM1 lanzada durante la pandemia, a artistas, talleres y emprendimientos sociales y culturales que se desarrollan en las inmediaciones del barrio.
A partir de esta exhibición esperan poder contribuir con los materiales para el taller de Hecho en Buenos Aires, del que próximamente serán vecinos aún más cercanos, ya que el museo sumará un espacio de trabajo a pocos metros del lugar. También abrirán muy pronto el patio y el estacionamiento de atrás los domingos para recibir a los libreros de San Telmo y a distintos talleres, donde además se venderán las revistas de Hecho en Buenos Aires y los productos de almacén.
“Juntos, apoyamos la producción creativa y artística de personas que han desarrollado gran parte de sus vidas silenciadas en su capacidad de expresarse mediante la pintura, la imagen, el contenido y el simbolismo artístico, por lo que decidimos unirnos para difundir el talento de quienes soñaron con compartir sus obras, pero rara vez tuvieron un lápiz, un pincel, un lienzo, un espacio de aprendizaje, oportunidades de construcción y difusión. Juntos, buscamos afirmar el polo artístico como herramienta de expresión y de inclusión, observando, valorando y difundiendo su capacidad creativa”, sostiene Gadpen. No cabe dudas de que con esta muestra esas voces llegarán a un público más amplio.
*La exhibición estará disponible hasta el 28 de febrero y se puede visitar en Avenida San Juan 350 (CABA), con reserva previa en museomoderno.org (la entrada general es de 50 pesos), los lunes, miércoles, jueves y viernes de 11 a 19 y sábados, domingos y feriados de 11 a 20.
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