Anticipo de “El testigo inglés”, de Sebastián Lacunza

El periodista argentino, y último director del periódico escrito en inglés, reconstruye la historia de los 140 años del “Buenos Aires Herald”. A continuación, fragmentos del capítulo “Au Revoir”, en el cual narra las amenazas que recibía Robert Cox, entonces responsable del diario, en plena dictadura militar

Guardar
El libro que cuenta la
El libro que cuenta la historia del "Herald" fue publicado por el sello Paidós, del Grupo Planeta.

El 20 de noviembre de 1979, Peter, el cuarto hijo de Cox, recibió una carta en su domicilio de Recoleta con el sello de Montoneros:

Querido Peter: Te escribimos porque sabemos que estás afligido por cosas que les han ocurrido a los papás o abuelitos de algunos amiguitos tuyos y tenés miedo de que algo así pueda ocurrirles a tu “daddy” o a varios de Uds. de refilón y sin querer, porque no nos dedicamos a desayunar “niños envueltos” (…). Excepcionalmente, y en consideración a lo peculiar del trabajo de tu “dad”, queremos brindarle a él (y a todos Uds.) la opción de exiliarse debido al riesgo de asesinato por la dictadura videlista.

El texto instó a que Peter y sus hermanos propusieran un plan de salida:

Vender la quinta Victoria en el Highland Park, vender lo que no sea propiedad de tu abuelito usurero Agustín Daverio, vender los dos autos (el Peugeot y el Dodge) (…) e irse a trabajar por ejemplo a París con el amigo Rosenblum [Mort, director del Herald Tribune], en otro Herald más grande. Motivo: la persecución desatada por la represión y los milicos contra quienes defienden la libertad y los derechos humanos.

La carta continuó con una alusión antisemita oblicua sobre “los amigos de tu papá (Freeman, Friedman)”. Y cerró:

Tus tíos, que los esperan para pasar unas Merry Xmas en Inglaterra, prefieren lo mismo. Un montón de saludos revolucionarios de los amigos de tu papá. Montoneros.

Cox entendió que la autoría y el mensaje eran inequívocos más allá de la burda distracción: un sector de la dictadura amenazaba de muerte a la familia. No era la primera vez que le llegaba una carta membretada con el rifle AK-47 con el que se identificaba la guerrilla peronista. El año previo, textos con esa insignia, que Cox interpretaba como meras provocaciones de los militares, le habían agradecido la solidaridad. Esta vez, el tenor de la advertencia fue diferente.

Cada párrafo de la carta insinuaba una doble intención: la amenaza y la demostración de un amplio conocimiento de la vida familiar. A la vez, recrudecieron las amenazas telefónicas. La guardia policial prometida por Harguindeguy en la puerta del edificio de avenida Alvear desaparecía por varias horas, que en general coincidían con algún hecho extraño.

Videla recibió al periodista un día de fines de noviembre por la tarde. Pretendió dar la imagen de un hombre derrotado —”Me entristece muchísimo saber que se va; por favor, quédese con su familia”— y le dijo a Cox que quería bajar los brazos y renunciar. “Dios mío. ¿Tan mal están las cosas?”, le preguntó el director del diario. En coincidencia, el Departamento de Estado norteamericano todavía sostenía que había un bando duro y otro blando dentro del régimen.

El periodista británico Robert Cox
El periodista británico Robert Cox era el director del Herald durante la última dictadura militar y su trabajo entonces fue reconocido en el terreno de los derechos humanos. (Foto NA: MARCELO CAPECE)

Esa misma noche, Cox redactó una carta al accionista de Charleston en la que solicitó un año de licencia sin goce de sueldo. “Las amenazas, que debemos tomar muy en serio, están dirigidas a mis hijos”, explicó el periodista.

En un movimiento editorial extraño para el momento, el 5 de diciembre de 1979 el Herald depositó alguna esperanza en Leopoldo Fortunato Galtieri, un feroz represor a cargo de Rosario, nombrado comandante en jefe del Ejército en reemplazo de Roberto Viola. “Su designación ha generado esperanza por su experiencia como comandante que ha sabido cómo mantener la disciplina y restaurar la legalidad.” El texto no parecía escrito por Cox. Al día siguiente, una opinión editorial fue irónica con Harguindeguy, quien había ninguneado la amenaza. El texto se preguntaba cómo los “desvencijados correos” argentinos podían procesar las decenas de miles de amenazas que el ministro del Interior había sugerido que circulaban por la Argentina. En tono más serio, Cox recordó que “un gran número de periodistas han sido asesinados o secuestrados” y, a diferencia de empresarios y militares, aquéllos no contaban con custodios especiales. “Es fatigoso sugerir que las amenazas de cualquier parte deben ignorarse alegremente”, remarcó.

“¿Quién le teme al Herald?”, preguntó James Neilson en la misma edición. Más que responder la pregunta, diseminó sospechas. Afirmó que era “un pequeño diario de reducida circulación, escrito en un idioma que sólo una minoría comprende en la Argentina”, y que, por otra parte, defendía causas “moderadas”, como “políticas económicas que llevaron a la prosperidad” e ideales “más bien banales” como el deseo de que se pusiera “fin a las torturas” a las “prisiones sin juicio, las desapariciones y todo gansterismo político”. “En la mayor parte del mundo occidental, un diario con principios tan poco excepcionales atraería poca atención y generaría poco entusiasmo. Acá, sin embargo, encendió tanta furia en algunos que están contemplando el asesinato para silenciarlo. ¿Quiénes son estas personas? ¿Por qué nos temen?”, completó el director adjunto.

Neilson pareció aludir a que los rivales de Videla estaban siendo derrotados. Acaso se apoyó en el hecho de que, en septiembre de 1979, el “duro” Menéndez había fracasado en un intento de golpe para derrocar al “blando” Viola en la comandancia del Ejército. Pero también apuntó la hipótesis de que la amenaza proviniera de “la izquierda”, que le atribuía al Herald —según el periodista inglés— “conexión especial con la Embajada estadounidense, por lo tanto, con la CIA” por el sólo hecho de preconizar “políticas económicas sanas” y deplorar “el terrorismo marxista”. En consecuencia, razonó que las “anónimas bandas de violentos” habrían entrado en “desesperación por el modo en que el país está cambiando”. “Argentina está comenzando a recobrar su salud, a sentir que la sangre corre por sus venas una vez más. Hay un creciente clamor por el retorno del debido proceso (…). La Argentina es hoy un lugar mucho más libre que como era hace dos e incluso hace un año”, se esperanzó.

Sebastián Lacunza, autor de "El
Sebastián Lacunza, autor de "El testigo inglés". (Foto: gentileza Editorial Planeta)

Casi en simultáneo, el 2 de noviembre de 1979, la versión de Santiago O’Neill —seudónimo que Neilson utilizaba para firmar en Somos— había apuntado en sentido contrario en la columna “Los vecinos sean unidos…”. A raíz de acuerdos energéticos y un supuesto acercamiento político del régimen de Videla a los dictadores de Bolivia, Uruguay, Brasil y Paraguay, el columnista de Atlántida evaluó que “los gobiernos de la región” miraban con “comprensible desasosiego el avance del marxismo en el hemisferio y a su vez deben hacer frente a las presiones de los Estados Unidos”. En un contexto acuciante para su colega Cox, Neilson adhirió a la denuncia de que el Gobierno de Videla era incomprendido por el hemisferio norte: “Para Argentina, cerrar filas con los vecinos es una necesidad urgente. Una combinación funesta de circunstancias (…) ha servido para empujar al país al aislamiento, justo cuando el Gobierno buscaba reintegrarlo ala comunidad occidental”.

SEGUIR LEYENDO:

Guardar