Edgardo Scott: “El problema no está en el género autobiográfico sino en que hay muchos libros malos”

El escritor argentino radicado en París habló con Infobae Cultura sobre su último libro, “Cassette virgen”, una especie de “defensa” del género, y reflexiona sobre el fastidio y la crítica a la literatura del yo, que atribuye a “cierta banalidad, cierta liviandad, cierto apuro y cierto narcisismo” en algunos textos

Edgardo Scott

¿Es Cassette virgen una defensa de lo autobiográfico? Podría serlo, ¿por qué no? ¿Acaso una buena película de terror no es también una defensa al género? Edgardo Scott dice que no. “Ningún género necesita defensa porque ninguno es esencialmente bueno, mediocre o malo. En todos es posible la mejor, la menor y la peor literatura”, escribe en el prólogo. También que “el Borges de Bioy [es] el gran libro de la literatura argentina de este siglo” y que “lo autobiográfico, para un escritor, [es] apenas otra variante de sus ficciones”. Escrito durante diez años y publicado en 2021 por Emecé, Cassette virgen saluda al lector desde el aspecto generacional que se observa en la tapa y lo convence narrando una serie de recuerdos ficcionalizados que se van ordenando de forma arbitraria, como la ramificación de un árbol, lejos del esquematismo de “contar una vida”. “Nunca es inocente el armado de un relato, sobre todo pensando en el lector, que también es uno mismo”, dice ahora, del otro lado de la pequeña pantalla del celular, desde su departamento en París, con 43 años y siete libros en su haber.

“La novela del cuarentón, le podríamos poner”, dice y se ríe. Hace cinco años que vive en París. Es psicoanalista y tiene pacientes de uno y otro lado del Atlántico. Fundó e integró del Grupo Alejandría, publicó la nouvelle No basta que mires, no basta que creas, el libro de cuentos Los refugios, los ensayos Caminantes y Por qué escuchamos a Stevie Wonder y las novelas El exceso y Luto. Es traductor y editor de Clubcinco. Escribe para diferentes medios. Hoy piensa “la escritura como es la reescritura de las pasiones, de las emociones”. Y asegura que “todo lo burlones que podemos ser en el arte es lo que podemos ser en la vida, pero en la vida nos enojamos en serio, nos ponemos tristes en serio. Habría que ver cómo viven los aireanos, pero después las pasiones están sí o sí”. Y en algún momento, apareció la posibilidad de publicar estos relatos autobiográficos. ¿Giro del destino? Escribe en uno de estos cuentos: “La vida no es supersticiosa, nada entiende de casualidades ni presagios. (¿O sí? ¿O todo lo contrario, y todo es signo y anuncio?)”

Cassette virgen, que hace unos años se llamaba “Nombres propios” —título de uno de los cuentos—, iba a formar parte de una colección de Emecé junto con Parte doméstico de Oliverio Coelho y Los peligros de fumar en la cama de Mariana Enríquez. “Esa colección de cuentos de autores jóvenes se canceló, se cayó, se terminó, lo que fuere, pasó el tiempo, pasó la vida, yo me guardé el libro y cuando retomé el contacto con Planeta, con Luto, mi novela, volvió a aparecer la posibilidad publicarlo”. Ya no era el mismo libro: tenía más cuentos, aunque siempre tuvo “la unidad autobiográfica”. “Había seguido creciendo y editándose como hacemos los que no escribimos de manera profesional, es decir, que no estamos escribiendo lo que vamos a publicar, sino que vamos escribiendo muchas cosas a través del tiempo, erráticamente, discontinuamente, y cada tanto vamos cerrando alguna y no siempre es la que se publica; entonces se te empiezan a acumular manuscritos, como decía Fogwill”.

Y de esa pila de manuscritos, le pasó tres a Mercedes Guiraldes, editora de Emecé, y ella eligió Cassette virgen. “Y andá a decirle a un escritor argentino que le vas a publicar cuentos: pega saltos y vueltas carnero”. Relatos autobiográficos: en algún momento Scott pensó en ponerlo bajo el título, como una leyenda inoxidable, como una aclaración, para que no quedaran dudas. “Nunca tuve la idea de mariconear con eso: son relatos autobiográficos”, dice.

"Cassette virgen" (Emecé) de Edgardo Scott

En el amanecer del siglo XXI, veinte años atrás, Scott asistía al taller de Abelardo Castillo. “Había que llegar con los textos hechos. Si llegabas con un texto hablándole de vos se iba a reír mucho y después, amablemente o no, te iba a pedir que te fueras”, cuenta con cierta ironía. Esa pequeña tradición la continuó. Cuando vivía en Buenos Aires dio algunos talleres en la librería Fedro y los retomó en París “por una cuestión de ganarme la vida”. “Es un dispositivo que se agota porque en general se vuelve un poco endogámico y a mí todo lo endogámico me agota un poco”, confiesa. ”No utilizo consignas porque doy por sentado que el que viene quiere escribir y ya más o menos tiene alguna idea de lo que quiere escribir. Y si no yo le diría: bueno, esperá a tenerla y después vení. Por más que mi generación esté muy cerca del blog o revistas como El Interpretador, No Retornable, que ya eran un modo virtual, de todas formas no entramos en la literatura con el estallido de las redes sociales”, agrega sobre una sospecha generalizada: la relación entre talleres de escritura, redes sociales y literatura del yo.

“La fragua de esos relatos —continúa— sigue siendo el tiempo anterior, por eso hice un prologuito, un prólogo falso: para ahuyentar giles y contestar que no estoy retando al género autobiográfico sino que el problema es que hay muchos libros malos. No es que diga ‘voy a hablar de mí’ porque eso ya lo hizo Thomas Browne hace 400 años y lo hacía muy bien. El problema es quien lo haga mal. La proliferación de ese género yo la tomaría como un análisis sociológico de la literatura y no tengo elementos para hacerlo, o tengo algún elemento pero no me interesa tanto. Y seguramente tenga que ver con las redes sociales y de esta idea de la literatura yo que te tira Facebook: ‘¿en qué estás pensando?’ Ahora, yo nunca pensé que íbamos a llegar a esto. Mi relación con lo autobiográfico es anterior, tiene más que ver con los Relatos autobiográficos de Thomas Bernhard y en toda una tradición al respecto. Después podemos pensar cuál es la diferencia, pero supongo que es tratar de afinar lo mayor posible toda la complejidad del yo y de la memoria”.

Hay algo, una trama, algo “que aparentemente sería fácil”, dice: “Hoy me levanté cansado, estoy pensando en mi tía y a mi gato no le gusta la comida: esa facilidad aparente que tendría el género autobiográfico, la autoficción, la literatura del yo, a mí me da la impresión de que es al revés: yo encaré estos relatos pensándolo al revés: a mí me parece súper difícil poner una primera persona. ¿Cómo hago para que mi vanidad y mi narcisismo no te hinchen las pelotas, para que no te aburras, para que no te fastidies, para que no te genere antipatía? Un montón de operaciones que tienen que ver con la primera persona, más aún cuando esa primera persona declara que es el yo del autor. Una primera persona, sí, pero que a través de la construcción de una cierta voz te resulte lo más tolerable posible: una voz más amistosa y ecuánime, que me parece que es todo lo contrario de todos esos dispositivos que, supongo, deben tener que ver con el fastidio y la crítica a la literatura del yo y a cierta banalidad, cierta liviandad, cierto apuro y cierto narcisismo”.

Edgardo Scott

“La infancia es un largo rito”, escribe en Cassette virgen y se lanza a jugar con “esa gran bolsa de palabras que es el mundo”, una bolsa húmeda, pesada, porque “el lenguaje nació un día de lluvia”. Scott recuerda, rememora, va hacia atrás, pero no se queda allá, no parasita su bienestar en un pasado idealizado, no se echa a descansar bajo la sombra de la nostalgia ni decide volver a ser ese niño, ese adolescente, ese hombre que fue algún día hace tiempo, sino que escribe desde un presente que no es otro presente que el momento en el que escribe. Y en este volumen aparece, en el medio “César Candia, un héroe de otro tiempo”, donde hay una venganza literaria hacia aquel muchacho ganador. “Todos los días -me decía- se aparecen en mi casa y me piden que las coja”. Es una venganza porque el relato cuenta la historia completa: lo que fue antes de la gloria y lo que fue después, cuando el éxito cesó.

“Es uno de los relatos que más de ficción parece, que más parece un personaje literario, y tal vez por eso, por encontrar que de golpe había compuesto un personaje muy definido, un pequeño Casanova, tenía que tener algún problema. Es como el personaje de en Sin lugar para los débiles que si tiene que matar los mata a todos y sobre el final, cuando va victorioso con el auto, se distrae un segundo y lo chocan y queda hecho pelota. Nadie se la lleva gratis. Ningún pecador va al cielo. Y por otro lado, fijate que a César Candia le puse ‘un héroe de otro tiempo’. Es algo que me dijo una escritora ecuatoriana, Daniela Alcívar. Me interesa en este relato la lectura de las mujeres. Finalmente, más allá de este accidente de cuando era chico, de esta pseudo castración, un tipo como César Candia hoy es digno de escrache: ninguna de sus hazañas serían vistas como hazañas, fijate cómo cambiaron las cosas. También lo juzgó el tiempo. Lejos de ser un ganador, hoy podría ser visto como un villano”.

La lengua, el idioma, el lenguaje, las formas de nombrar el mundo, aparecen como tema en el libro. “Sólo se conocen verdaderamente dos idiomas: la lengua materna y la lengua del exilio. EL resto son aprendizajes parciales, incompletos, aunque puedan figurarse con destreza. Los dos idiomas que verdaderamente se aprenden nacen de la supervivencia”, escribe Scott y ahora, mientras habla del otro lado de la pantalla, parece desdoblarse: está un poco acá, en Argentina, y otro poco allá, en Francia. “La lengua... Podemos hacer un seminario con esto”, y ríe. “Vivir en otra lengua, habitar otra lengua me lleva a que el castellano, y el argentino más específicamente, se me vuelva un búnker. No tengo elementos vitales ni históricos ni lingüísticos como para poder pensar el francés. Pero sí, ya en una cuestión comparativa, el francés me permite pensar el español, pensar mi lengua, pensar mi cultura. Hay como un subrayado a partir de que vivo acá”.

Tres libros de Edgardo Scott, previos a "Cassette virgen"

“Después, la vida, obvio: vas adquiriendo el idioma de acá —sigue— y vas siendo doblegado por la cultura de acá y te vas adaptando y con el tiempo te vas encontrando con todo lo violento que hay en la cultura. Y en algún punto la cultura es el reverso de la violencia y para un extranjero es absolutamente violento vivir en otra cultura porque todo parece que te raspa, que es de otro modo de lo que vos aprendiste, que en todo podés cometer un atropello, una equivocación. Yo creo que todo eso va a decantar en algún tiempo en algunos libros que tengo pensado escribir. Tengo notas que fui tomando todos estos años y es probable que escriba una especie de diario raro de lo que es la experiencia de la migración. Pero fijate que lo hice en español, por supuesto: siempre hay algo de que el lenguaje termina siendo una suerte de refugio. Para mí el lenguaje funciona de esa forma: es donde más cómo me siento, es donde a veces siento que entiendo las cosas”.

Minutos antes de esta entrevista, Edgardo Scott completaba unas facturas para presentar en la prefectura de París. Su mundo ahí, no sólo en el francés, en el lenguaje formal francés, es extraño, un poco odioso, dice; pero “en el lenguaje de la literatura, incluso el lenguaje banal, en ese tipo de lenguaje que estamos evocando, estoy como en una trinchera donde puedo enfrentar o atravesar las dificultades y los deseos que me llegan”. Allá, en París, vive con Ariana Harwicz, también escritora, también argentina, con quien tiene un hijo. Volviendo a lo autobiográfico, cuenta que “ella es muy nostálgica, sobre todo con Buenos Aires. Y siempre aparece esta línea de diálogo: ¿pero no extrañás tal cosa? Y yo le digo: no extraño nada”, y Scott suelta una risa. “Yo, y pongo el yo adelante, no soy de extrañar. Ni siquiera soy sensiblero en ese sentido de la vida: ‘uy, me acuerdo...’ No tengo esa personalidad, y tal vez sea porque me reservo ese territorio para la literatura”.

“A mí me interesa mucho la memoria, lo histórico, porque además la memoria depende del presente. Cuando alguien dice ‘uy, hoy me acordé de mi tío’ o ‘uy, hoy me acordé de la canchita que jugábamos la pelota de chicos’... vos ya sabés, soy psicoanalista... eso tiene una apoyatura en el presente. En algún punto todo recuerdo es encubridor y está ligado a deseos y pulsiones del presente, entonces tal vez a mí, con este libro, me aparecieron y me aparecen escenas de la infancia que después me interesa indagar porque generalmente hay algo de ahí que es misterioso. Y casi empiezan con esta pregunta, que es un poco el procedimiento de todos los relatos del libro: ¿por qué estoy pensando en esto? Y a partir de ahí hay una indagación que se vuelve ficcional”, concluye.

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