“La reina de la morna” fue uno de los apodos con los que se conoció a Cesária Évora, una artista nacida en Mindelo el 27 de agosto de 1941, que alcanzó fama mundial a sus cincuenta años y logró que la música de Cabo Verde, un archipiélago volcánico ubicado a unos 500 kilómetros de Senegal, resonara en otros rincones del planeta.
Es la saudade –sodade en criollo caboverdiano– la materia de la que están hechas las mornas, los cantos lentos que le dieron reconocimiento internacional a Cesária Évora y que su voz dulce y potente consigue traducir, transmitiendo ese sentimiento ambivalente de una profunda melancolía que duele pero a la vez se disfruta, causado por la distancia temporal o espacial de algo amado que quizás nunca volverá. El escritor portugués Manuel de Melo la definió en 1660 como “bien que se padece y mal que se disfruta”. Un sentimiento que cala de manera sutil pero irrevocable, presente también en el fado portugués y en la canción brasileña.
Las mornas se cantan en el idioma criollo de Cabo Verde y se acompañan con instrumentos como el cavaquinho, el clarinete, el piano y el violín. Como el fado, es música de bares antes que de grandes salones, como puede serlo el tango –que admite el acompañamiento de grandes orquestas–, aunque estos tres géneros nacieron para expresar lo mismo: los sentimientos de quienes viven en los puertos, la soledad, el amor, el abandono, la sodade.
La morna es el género en el que se expresa con mayor soltura Cesária, un estilo muy difundido en Cabo Verde dado que condensa sentimientos que sus habitantes conocen muy bien –la tristeza ante el exilio, la añoranza del regreso– y también por su raíz en la lengua portuguesa, donde resuenan los orígenes de toda la comunidad. La morna surge en el siglo XVIII combinando formas del fado, la modinha brasileña y el lundú angoleño, para convertirse en un suave y melancólico balanceo. A mediados del siglo XX, se acelera un poco tras su contacto con ritmos más movidos, como la cumbia o el merengue, y da origen a la coladera, un género que favorece las letras de corte político y satírico y que Cesária incorpora en su repertorio.
“La morna es muy compleja –decía la artista en una entrevista realizada por el crítico Federico Monjeau–. Tiene influencias africanas pero no más que de otros géneros de América latina y Europa, especialmente Portugal. Los temas de la morna y el fado son los mismos: el amor, la nostalgia, la tierra... La morna es una melodía muy melancólica, lo que no quiere decir que los caboverdianos seamos un pueblo triste. Simplemente, se canta con sentimiento. Con respecto a la influencia latinoamericana, la más fuerte es la del Brasil, no sé si directamente o a través de Portugal. Nosotros fuimos una colonia portuguesa durante cinco siglos. La influencia de la música del Brasil se puede sentir tanto en las melodías como en los instrumentos. Nosotros también usamos cavaquinho, clarinete, guitarra, además del zurdo y otros. Pero el Brasil no sólo es importante para nosotros por su música sino por su cultura en general”, describió Évora en esa oportunidad.
Sodade
Los primeros años de Cizé, como la llamaban familiarmente, transcurrieron al calor de la música del violín y el cavaquinho de su padre, a quien acompañaba con su voz suave con un encanto que no pasó inadvertido. Su necesidad de música la llevó a prenderse a la radio y girar el dial para escuchar, unas veces, las mornas que su tío componía bajo el seudónimo de B. Leza, y otras, para descubrir el mundo a través de otros géneros, como el blues, el fado o el tango.
De esa manera conoció a la fadista portuguesa Amalia Rodrigues, por cuyo arte se sintió especialmente atraída. Por eso no dudó en trasladarse hasta la vecina isla de San Vicente cuando la lisboeta viajó para dar un recital. Sin embargo, Cizé no pudo presenciarlo: cuando los policías vieron sus pies descalzos, le dijeron que de esa manera no podía mezclarse con el público. Así entendió, a sus doce años, que la falta de calzado delataba su pobreza y que eso conllevaría otros impedimentos.
Pronto entendería también que debería desenvolverse en un mundo marcado por las desigualdades entre pobres y ricos y entre hombres y mujeres. Valiéndose de su don para el canto, comienza a cantar los domingos en la plaza principal de su ciudad, acompañada por su hermano Lela en saxofón. Allí, en el barrio de Lombo, en las inmediaciones del cuartel del ejército portugués, cantó también con compositores como Gregório Gonçalves, de la mano de quien alcanzaría mayor notoriedad en Cabo Verde.
A los 16 años, Cesária comenzó a cantar por unas pocas monedas en bares y hoteles para la tripulación de los barcos que recalaban en Mindelo. Eso sí, las artistas mujeres no tenían el poder de decidir acerca de su oficio; su carrera se construye con la dirección de tutores varones que eligen el repertorio, marcan la actitud en escena e incluso ofician como profesores de canto.
Al poco tiempo se ganó la distinción de reina de la morna, sin que eso le abriera nuevas puertas o se tradujera en prosperidad económica. A sus 25 años graba su primer disco, pero no consigue gran difusión y cae pronto en el olvido. Cesária tiene en ese tiempo a sus primeros dos hijos, cuyos padres la abandonan apenas se enteran de los embarazos.
En 1975 Cabo Verde se independiza de Portugal, pero la actividad económica no repunta y la emigración se torna un fenómeno masivo. Acechada por la sombra del alcoholismo y dejando la piel en los bares de Mindelo, Cesária decide retirarse de la actividad musical, alejamiento que se extiende a lo largo de casi una década.
Petit pays
Sin embargo, el recuerdo de su arte no se había apagado del todo. En 1985, la Organización de Mujeres de Cabo Verde trabaja por recuperar el tejido cultural de las islas durante el proceso de reconstrucción post-independencia, alentando especialmente el trabajo de las artistas mujeres. Desde el principio, la exportación del arte de Cesária se convierte en un objetivo de esta organización. La primera acción es grabar un nuevo álbum y firmar algunas presentaciones con las que atraer al público portugués.
Pocas semanas después de llegar a Lisboa, durante una actuación como tantas otras, la cantante acapara la atención de José da Silva, un músico y representante de ascendencia caboverdiana quien, tras emocionarse hasta las lágrimas al oírla cantar por primera vez, le manifiesta su deslumbramiento y le ofrece una alianza profesional. Da Silva se convirtió en su representante y productor, y estuvo junto a ella hasta el último suspiro.
Cuando en 1987 se encontró con José da Silva, Cesária no podía imaginar lo que le iba a ocurrir. “Me fui con él a París a la aventura. A ver si salía la cosa o no. Y salió. Pese a que con una artista de cierta edad podía resultar difícil”, reconoce.
La estrategia de Da Silva es hacer llegar la voz de su amiga a los públicos que demuestran una gran aceptación de la música africana. Así es como las mornas y las coladeras empiezan a llegar a Boston, Estados Unidos, donde reside una importante comunidad caboverdiana. Pero la incipiente estrella no cuenta aún con una buena grabación que le haga justicia a su magnífica voz. Aquí se convierte en un obstáculo la duda de los empresarios discográficos acerca de la posibilidad de éxito comercial de una artista ya cincuentenaria.
Finalmente, las grabaciones de Cesária son incluidas en el catálogo de la world music, clasificación que agrupa todas esas músicas que no encajan en los cánones occidentales. “Ha sido el eslabón sonoro elegido por el público occidental para adentrarse en un mundo repleto de saudade”, explica el periodista y crítico Carlos Fuentes, especializado en música africana, sobre el gran éxito de Évora. De esta manera la industria construye su imagen como la de una “diva pobre”, que se quita sus zapatos en escena para invocar su origen humilde.
Mientras este relato va prendiendo en Europa, ven la luz los nuevos discos. La Diva Aux Pieds Nus (1988) y Distino di Belita (1990) tienen una producción poco cuidada, pero a Cesária le interesa otra cosa: “Mis canciones cuentan la historia de mi país, para que el mundo escuche y aprenda”. Sus letras hablan en general de la amarga historia de aislamiento y comercio de esclavos, tanto como de la emigración, ya que el número de caboverdianos que viven en el exterior es mayor que la población total del país.
Un año después llega Mar Azul, con un sonido mucho más pulido. Este álbum sería un puente para el gran éxito en que se convertiría su obra maestra: Miss Perfumado (1992). Desde entonces fijó su residencia en la capital francesa y se volvió una estrella internacional. El éxito trajo consigo dos signos inequívocos de haber alcanzado esa meta: actuaciones en el teatro Olympia de París y la alfombra roja de los Grammy, premio que obtuvo en 2004 por el álbum Voz d’amor.
Cesária se dedica entonces a seguir produciendo música, por lo menos una colección de canciones cada dos años, hasta sus últimos días. Entre sus muchos trabajos en colaboración con otros artistas, se destacan su participación, en 1995, en la banda sonora que Goran Bregovic compuso para la película Underground, de Emir Kusturica, y su colaboración en 2002 en el disco Duets del cubano Compay Segundo, con el que interpreta el son “Lágrimas negras”.
Évora cantó también con el brasileño Caetano Veloso en el álbum Red Hot & Rio en 1996: junto a ellos dos, Ryuichi Sakamoto, Arto Lindsay, Marc Ribot, Vinius Cantuária y Jaques Morelenbaum hicieron una maravillosa versión de “Preciso perdoar”. Más tarde se unió a Veloso, a la cantante pop Bonnie Raitt y al pianista de jazz cubano Chucho Valdés en su exitoso álbum de 2001 São Vicente, llamado así por la isla de Cabo Verde de la que procede. El disco se grabó en La Habana, París y Río de Janeiro. Ese mismo año, hizo su debut en el Hollywood Bowl. Su música llegó a ser remixada por DJ de todo el mundo en el disco Club Sodade: Cesária Evora by de 2003, una aventura discográfica de dudoso gusto.
La notoriedad que alcanzó Cesária en Francia llegó al punto de que, en 2007, el entonces presidente Jacques Chirac le otorgó la medalla de la Legión de Honor. Su fama mundial le reportó a esta artista más de 50 millones de dólares, que destinó enteramente a mantener el sistema de salud y educación primaria de su país. En agradecimiento, sus conciudadanos le erigieron una estatua que la recuerda.
La diva descalza regresa a su isla
En 2008, Cesária Évora sufrió un derrame cerebral mientras ofrecía una serie de conciertos en Australia. Una vez recuperada, volvió a cantar en público. Reveló en aquel momento que sus nuevos problemas de salud se debían al abuso de las “batatinhas”, papas fritas portuguesas que tenía prohibido consumir por su colesterol alto y sus problemas cardíacos. “Lo dejé, pero debería volver a comerlo para ver si es eso realmente lo que me debilita”, bromeó la diva, que había dejado el alcohol hacía ya varios años, pero aún seguía encendiendo un cigarrillo con la colilla del anterior.
Cesária recorrió el planeta llevando los ritmos de su tierra –en 1999 y 2000 dio dos veces la vuelta al mundo–, pero siempre volvía a casa: necesitaba a los suyos y el mar: ese mar que trae riqueza, pero también la saudade de cientos de miles de caboverdianos que tuvieron que partir en busca de una vida mejor. A ella le gustaba pasar horas mirándolo, aunque no se metía en el agua porque no sabía nadar.
Antes de dejar definitivamente París, tras una serie de exámenes médicos, le respondió a un periodista francés que le preguntó si iba a regresar a Cabo Verde: “Obviamente, ¿adónde le gustaría que fuera? Ahora debo reunir a la familia...”.
La mañana del 17 de diciembre de 2011, a los 70 años, Cesária Évora falleció en un hospital de su isla, San Vicente (al norte del archipiélago), casi tres meses después de haber abandonado los escenarios, por estar muy débil.
Su muerte fue anunciada oficialmente en Praia, la capital de Cabo Verde, por el ministro de Cultura Mario Lucio Sousa, él mismo ex cantante.
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