Expectante por el inminente estreno de su novela Precoz en teatro y desde Colombia, adonde viajó para participar de la Feria del libro de Bogotá y retomar la dinámica del universo literario bajo la impronta pandémica, la escritora Ariana Harwicz defiende la adopción de cierto punto de vista incómodo aun cuando le haya generado contratiempos en la circulación de su obra: “La literatura nunca debe ser juzgada por su posición política o por la adecuación a la corriente ideológica imperante. Me parece importante que conserve su libertad”.
Radicada en Europa pero activa en los debates que se dan en nuestro país, la escritora advierte sobre los riesgos y las consecuencias de la “cultura de la cancelación” y la más reactiva “cultura de la cobardía” entre intelectuales y escritores, que se traslada en definitiva a los criterios que definen qué se edita, traduce y premia.
Su obra está impregnada de aquello que defiende –de forma más lineal– en sus posicionamientos públicos. Las novelas que forman lo que considera una “trilogía involuntaria” –Matate, amor, La débil mental y Precoz– cuestionan los mandatos alrededor de la pasión, la maternidad o las relaciones familiares. En Degenerado, motivada por salir de esa identificación primaria entre el personaje, el narrador y el autor, Harwicz le dio voz a un hombre acusado de violar y matar a una niña.
En febrero, esa misma corrección política y la literalidad extrema contra la que batalla le jugó una suerte de revancha. Twitter bloqueó su cuenta por postear el nombre de su primera novela, Matate, amor, alegando que promovía el suicidio. Ella, sin amilanarse ante el designio del algoritmo, lo inscribió en la lógica de la censura-autocensura que pareciera regular muchos ambientes artísticos, y lo catalogó como “un mecanismo de coerción ideológica, con las pautas y coordenadas propias del liberalismo y del capitalismo”.
El próximo 2 de septiembre, en la sala Dumont4040, se estrenará la versión teatral de Precoz y eso la entusiasma: trabajó en el proceso de adaptación junto a la directora Lorena Vega y en sintonía los actores Julieta Díaz y Tomás Wicz..
—Trabajaste en las adaptaciones de Precoz y La débil mental para que se representen en teatro. ¿Cuál es el trabajo que hacés como autora para que el texto soporte ese pasaje? ¿Cómo se da la dinámica de trabajo con los directores y los actores?
—Trabajé y acompañé los procesos de todas las novelas en sus múltiples versiones desde el minuto cero hasta el estreno. Eso no quiere decir que tenga un rol fijo o un lugar en el programa de mano. Los procesos de Matate, amor y de Precoz fueron muy similares. En Matate, amor hice un primer recorte del texto, siempre hay que acortar aunque la novela sea corta. En teatro, cada página implican tres minutos de representación como mínimo, entonces hay que llevarla a unas quince páginas. Esa primera selección de la parte más teatral la hice yo. Y después, Érica Rivas y Marilú Marini hicieron el resto de la adaptación. En Precoz no hice ese primer corte pero trabajé en la adaptación posterior. Además, trabajo mucho de manera informal con los actores, con Érica Rivas y ahora con Julieta Díaz. No es algo técnico sino más bien un proceso de conversar y de pasarles fotos, música, referencias y cuestiones que establezcan asociaciones. También ir viendo cómo aprenden la letra. De algún modo, es el mismo trabajo que hago con las traductoras, estar ahí para compartir cómo fue para mí escribir el texto. También hablo con el escenógrafo, con la vestuarista, con los músicos. Todo lo que pueda aportar desde mi experiencia de autora, lo hago. Creo que es todo lo contrario a los autores que prefieren ir directamente el día del estreno.
—¿Cómo avanzan los proyectos para llevar las novelas al cine?
—Son muy inciertos, porque se iban a filmar las tres películas en Estados Unidos y ahora no sé si se harán en otro país. Como todavía no firmé el contrato no lo puedo decir, pero sí que se van a hacer las tres juntas, como en saga. Y será cine, no una serie al estilo Netflix.
—Escribís, traducís y adaptás. ¿Abordás lo literario desde cierta integralidad?
—Sí. Me interesan los tres procesos, para mí es parte de la misión de la escritura. Escribir una novela y después todas sus extensiones: la adaptación al teatro y los guiones para el cine. Con mis libros se hicieron raps o cortometrajes, y me encanta, porque me interesa esa integralidad alrededor de la obra.
—La adopción de cierto punto de vista incómodo te ha generado contratiempos en la circulación de tus novelas. ¿Cuando trabajás en las adaptaciones al teatro o al cine esto se replica? ¿O sentís que en el pasaje se trastoca o se diluye?
—Todo gesto artístico hoy, en las redes, en una charla, en un festival o en una intervención política, replica sobre la obra: tiene un boomerang en las traducciones o en las invitaciones. Y las adaptaciones al teatro no quedan fuera de esta lógica. Yo las entiendo como una actualización, una traducción, y por eso no dejan de ser la obra. Nunca voy a trabajar las adaptaciones al teatro desde una misión militante o activista, no porque reniegue de lo político, sino porque creo que el mayor desafío para un autor es no ceder a eso. Esa es justamente mi posición política y mi activismo. Intento que la adaptación teatral no ceda ni en un parlamento, que no conceda nada a la aceptación ideológica de ambiente, a la moda o a la ideología dominante. Ni la estética o la música. Quiero que la obra conserve su emancipación y su ámbito de libertad. Creo que una obra nunca debe ser juzgada por su posición política o por la adecuación o no a la corriente. Me parece importante que se mantenga independiente y que conserve su libertad.
—¿Hacés, como autora, un trabajo para poder desmarcarte de esa coerción?
—Sí, la fuerza que le pongo a no ceder a esa coerción creo que se ve. No paro de pensar en eso, tengo como un rigor. Me sentiría una estafadora si no lo hiciera.
—“Creo que lo mejor que le puede pasar a un escritor que tiene éxito es asegurarse de que alguien le diga siempre la verdad”, escribiste hace unos días en tu cuenta en Twitter. ¿Qué te interesa de esa mirada por afuera de la crítica y los premios?
—Cada vez lo pienso y lo reafirmo más. Me resulta como una evidencia. Algunos leyeron ese comentario y lo interpretaron desde cierto relativismo: ¿Qué es la verdad?. No quise exaltar el valor de la verdad porque es cierto que es algo que en la vida no se puede atrapar nunca. Pero en una obra de arte, sí. Justamente ahí está la diferencia entre el caos de la vida y el caos ordenado del arte donde puede aún en la mayor experimentación y hay un orden secreto. En la vida estamos ante la imprevisibilidad absoluta. En el arte, eso se ordena. Toda persona exitosa tiene que tratar de tener una relación de verdad con su obra. Y creo que la tengo, aun cuando tenga que seguir cultivándola. Es común ver a artistas muy exitosos, rodeados de elogios, que después están muy solos al momento de ver qué hacer con su obra.
Radicada en Francia desde 2007 pero muy conectada con la Argentina, define el cambio que trajo la pandemia como “muy doloroso, traumático y angustiante”: “Mis padres y el resto de mi familia no pueden venir a Francia porque no aceptan la vacuna rusa o la china. Y cada vez que voy a Argentina es un esfuerzo terrible. Cambió forzosamente la relación que tenía con el país gracias a esas idas y vueltas constantes”.
—Visitás la Feria de Bogotá (Filbo) y en también la de Helsinki. Son dos instancias para reencontrarse con el ambiente literario o con una parte de la rutina de un escritor. ¿Qué te interesa de esas instancias?
—Ahora estoy en la Filbo y, si bien es una estupidez decirlo, es una feria distinta. Está articulada de otra forma y es más solitaria para la experiencia de los autores, los libreros, los editores y para todo el campo de la edición y la literatura. Pero tengo presentaciones en librerías y en centros culturales, y es otra la circulación y el modo de vivirlo, pero es el modo que se encontró. Si me lo permite la pandemia, voy a ir a Israel, a Georgia, a Ucrania, a Islandia y a Ecuador. Mucho más que la feria grande –que de todas formas ahora no se puede hacer por la realidad sanitaria– como Guadalajara o la de Argentina o Frankfurt, llenas de celebrities, lo mainstream y un corredor que tanto sirve para hacer lobby, me interesan los encuentros literarios más pequeños y laterales, porque a veces al haber menos autores se conocen más, se da otra relación, de alianzas más acotadas. De lo contrario, se vuelve todo muy posado para la foto. En Bogotá, estoy aprendiendo cómo funciona la Cámara del Libro, las editoriales independientes y cómo se da la relación entre lo central y lo periférico. Me interesa este detrás de escena que hace a las relaciones de un escritor en el campo.
Fuente: Télam.
SEGUIR LEYENDO: