Se sabe que los vínculos afectivos entre una persona y su mascota tienen una particularidad que no es propia de las relaciones entre seres humanos. Desde el “tomarle cariño” a un perro a volverse esclavo por elección de un ser felino, con todas las variantes intermedias. Pero, ¿enamorarse de un perro? ¿Temer estar siendo infiel a la pareja humana debido a este sentimiento? Bien, la escritora y editora Paula Pérez Alonso se hace estas preguntas en su última novela Kaidú (Tusquets), cuya narradora cuenta el flechazo de amor que le llega al conocer al perro de su novio Juan, un perro de origen callejero pero de una sabiduría -así la denomina la autora- descomunal.
Cuando se conocen seres así, lo más probable es que la propia vida cambie. Narrada en primera persona, Kaidú es una lindísima novela que explora un vínculo poco habitual, o tal vez sea mejor decir que quizás sea poco habitual caracterizar a una relación de esta naturaleza. Una relación en la que conviven bajo un manto de amor Aina, la narradora; Juan, su novio y Kaidú, un perro de origen callejero pero de estirpe noble. Infobae Cultura conversó con Pérez Alonso sobre una novela que no le ahorra alegría o emoción al lector.
-Paula, su novela es muy emotiva, entre otras virtudes, por eso le quería preguntar: ¿esta historia está basada en una experiencia personal suya?
-Sí, es una experiencia personal que yo en un momento dado sentí que tenía que contar. Eso que sucedía en la vida real era algo que me tenía muy impresionada, porque la vida te presenta ante cosas inesperada. Yo pensaba en todos los libros que hay sobre relaciones con perros, los clásicos de la relación del niño con las mascotas, que son sus compañeros incondicionales. Pero también está Flush de Virginia Woolf, que es en realidad el compañero doméstico de ella y de su marido Leonard Woold y que muestra desde el punto de vista del perro la narración. Está John Berger sobre un perro callejero llamado King, está Paul Auster con Tombuctú, que tiene más ese tópico del perro como compañero. También leí uno de Stefan Zweig, buenísimo, que se llama ¿Fue él? y que es muy cortita, bastante tenebrosa. Ahí el perro es un personaje impresionante. O el perro como amenaza en Cujo, de Stepehen King.
-Definitivamente su novela no es de terror como la de King pero es muy singular y deja planteado el nudo de la narración desde la primera línea: “Cuando conocí a Kaidú, el perro de Juan, no pensé que me casaría por toda la vida”, dice, y el lector queda preparado para resolver qué quiso decir la narradora con esta frase misteriosa.
-Claro, podía parecer una especie de frikiada, una cosa extrema, pero no. Creo que puedo contar cómo un perro puede transformarse en una presencia totalmente inquietante y fascinar y enamorar a una mujer con quien establece una relación totalmente distinta de la que tiene con su amo. Cuando Aina empieza a salir con Juan y salen a la calle con Kaidú el perro va sin correa, Juan y Kaidú hacen de la calle su propio territorio, que es lo mismo que pasa en la casa, que tiene espacios comunes pero también propios para cada uno. Es una convivencia que a ella la admira porque justamente se pregunta mucho acerca de cómo poder tener una intimidad en una relación, cuál es la distancia necesaria que tiene que haber entre dos personas para poder estar bien juntas y no estar encima el uno del otro y no estar tampoco lejos. Y Kaidú le va mostrando todas estas posibilidades, estas enseñanzas. Es como un sensei para ella porque le va mostrando cómo son estas distancias, estos lugares son posibles. Y al mismo tiempo Aina no tiene ningún miedo cuando se va enamorando de Kaidú, que la va cautivando. Ella con él no tiene ningún miedo, sus temores tienen que ver con el orden de lo de los prejuicios, con preguntarse: “¿Qué es esto que me pasa?”. A la vez a ella la mortifica de alguna manera la posibilidad de estar siendo infiel cuando empieza a tener toda esta intensidad con Kaidú. Una relación que además se realiza en secreto y en forma paralela a la que Kaidú tiene con ellos dos cuando están los tres juntos. Y de verdad ella empieza a mortificarse mucho con la culpa porque está formateada con las típicas categorías de fidelidad-infidelidad, es este o el otro. Con este libro quise salir de las categorías que nos tienen enredados y nos tienen totalmente prisioneros y que reducen nuestra vida, ¿no? Porque Kaidú no tiene esas categorías y tiene una sabiduría mucho mayor.
-En ese punto el lector es interpelado por categorías que no suelen usarse con las mascotas. Aina está “enamorada”, la cuestión de al conocerlo haberse “casado” para toda la vida, el temor a la “infidelidad”. ¿Cómo se introduce esa manera de llamar así a la relación entre Aina y Kaidú?
-Se trata de una especie de comunicación, de como no rendirse ante la posibilidad de algo nuevo, de entregarse a ese vínculo. Es como pasar a otro lado no transitado antes, dejar que alguien que es un animal te afecte en cuestiones que vos no tenías aprendidas, ni tenías conocidas, ni habías escuchado que nadie hubiera vivido. Entonces esta doble afectación del perro con ella y de ella con el perro es algo que va generando un umbral nuevo y y y va abriendo totalmente un mundo. Mirá, yo leí a Nietzsche en la juventud, volví a leerlo ahora, también estuve leyendo a Deleuze cuando habla de “devenir animal” y también a Spinoza, al que leí el año pasado mucho. Y encuentro ahí esta idea de que volver a ser niños es ser animales. Nietzsche dice en Así habló Zaratustra que los animales son los puentes entre el niño y el súper hombre. Se da cuenta de que la vida es pura inmanencia, que no hay otros planos, que lo que tenemos es esto y que con esto tenemos que vivir. Bataille dice que los animales son como el agua en el agua, en cambio los hombres, el ser humano siempre está a una distancia de la vida tratando de comprenderla, inteligirla. Entonces este es el giro que sucede cuando Aina se abandona, puede dejar su razón, su comprensión intelectual de lado y abandonarse ante esto que sucede.
-Hay una cuestión curiosa en Kaidú mismo, y en su nombre. Es un perro callejero pero a la vez Kaidú remite a ser miembro de la estirpe de los guerreros mongoles, del Genghis Kan. ¿Nota ese doble carácter en el perro mismo?
-Claro, por un lado es un perro callejero, Juan lo rescata de la Sociedad Protectora de Animales y lo educa muchísimo, tanto que cuando él va en la bici por la calle y Kaidú por la vereda, frena en las esquinas para esperarlo. Juan lo educa de una manera increíble pero Kaidú nunca pierde su rasgo de rebeldía y de gusto por la calle, su gusto por la transgresión de las bolsas de basura que andan por ahí con olores mucho más atractivos que los del alimento para perros pobre que tiene que comer todos los días. A Kaidú la calle le gusta y lo sigue seduciendo. Viste que hay un momento en la novela en el que Kaidú se escapa y llaman a Juan por teléfono para decirle que el perro está en la plaza. Juan y ahí Kaidú cede, porque Juan queda atribulado pensando si en realidad por ahí lo que Kaidú quiere es volver a la calle y él lo tiene domesticado, obligado a vivir en ese departamento, acostumbrado a sus rutinas, a una regulación de una vida. Juan piensa mucho en eso, pero Kaidú decide quedarse a que lo cuiden, a vivir una vida burguesa, una vida de mimos y de calorcito.
-Bueno, es que también el perro se convierte en un disparador de comportamientos que rompen con esa vida burguesa, como cuando Aina pone excusas para no ir a trabajar para quedarse con él.
-Y la mayor alegría de Aina es decidir bajarse del subte para volver a Kaidú.
-No hay que decirle a Nacho (Ignacio Iraola, director de Planeta) que es una novela autobiográfica.
-(Ríe) Cuando él la leyó, yo le dije: “Nacho, perdón por los parecidos”.
-En un momento la narradora dice: “Kaidú me domesticó”. Es como una inversión del vínculo, ya que en general se piensa que el humano domestica a las mascotas.
-Justamente de eso se trata “devenir animal”, de no seguir manejándote con las claves y los códigos como se tenían antes, lo que a uno lo tranquiliza. Uno se sabe neurótico y sabe cuáles son los puntos débiles de cada uno, a medida que pasan los años uno los conoce. Aina dice al principio que nunca había convivido antes, que era una experiencia de la que se quería preservar. Pero observa cómo Juan y Kaidú viven juntos y Kaidú le enseña que esa cercanía y esa intimidad pueden no ser peligrosas. Justamente, ella no le tiene miedo a Kaidú, a su cercanía, a esa intimidad de comprenderse en silencio y eso la habilita para una relación con un humano. Y Kaidú no se pone celoso. Juan se va de viaje y cuando vuelve ella está preocupada por lo que podría pasar, Aina pasó todo esos días con Kaidú a solas y piensa que va a tener que decidir entre uno u otro, pero cuando regresa Juan, Kaidú está tan natural como siempre, feliz por ver a Juan y le muestra que él puede vivir con ella y con él. Kaidú le enseña que no es uno o el otro, sino que es con el otro. Todo ese mundo de dicotomías en el que estamos, formateados en el platonismo y los ideales platónicos. Toda esa oposición binaria. En el medio de la vida hay tanto, es tan rica la vida con la cantidad de variedades que puede haber en el medio de esos dos polos que siempre nos van coartando. Tal vez trate de eso el libro, de dejarse llevar a lugares nuevos e inesperados de una mayor libertad.
Paula Pérez Alonso pertenece a esa generación de escritores y editores que desde Planeta plantearon una renovación de los caminos de la literatura nacional en los noventa y que produjeron discusiones, debates e intervenciones prolíficas hasta nuestros días. En aquellos tiempos Juan Forn era editor de Planeta, que publicó la primera novela de Pérez Alonso, No sé si casarme o comprarme un perro, que se convirtió en un éxito de ventas. Más allá de la relación profesional, una amistad unió a Pérez Alonso y Forn, que murió en junio de este año en su residencia en la costa argentina.
-Usted fue amiga de Juan Forn. ¿No siente que hemos atravesado mucha muerte en estos dos años?
-Muchísima, una muerte acumulada impresionante que no hay manera de elaborar la de procesarla. En mi caso, se murió mucha gente querida. A mí se me murieron cinco personas muy, muy queridas y muy cercanas y muy indispensables. Mi madre. Y personas que murieron antes de tiempo, que en pandemia hacen que todo sea raro, y también personas muy queridas, como Rodolfo Rabanal. Para mí Rodolfo era un amigazo, un amigo muy querido, en la literatura y en lo personal, uno de esos amigos para hablar sobre todo terreno. Lo mismo que Juan, que era otro gran amigo y que murió antes de tiempo y con quien estuvimos muy cerca de todo este tiempo. Tanto con Rodolfo como con Juan hablábamos semanalmente, intercambiándonos textos en el sentido de mandarnos fotos de lo que estábamos leyendo. Juan me mandaba fotos de frases que subrayaba en el libro, por ejemplo, de los cuatro ensayos de Aira. Me mandaba fotos de lo que lo impresionaba de esos ensayos y mandaba fotos de los pasajes de los cuentos de Piglia para que los discutiéramos. Era un diálogo constante sobre lecturas, sobre lo que estábamos escribiendo, sobre lo que pasaba y nos pasaba en nuestras vidas privadas. Era un grado de intimidad con los dos muy único, para mí son pérdidas enormes. Muertes como la de Tamara (Kamenszain) tan pero tan tristes, también antes de tiempo. Te preguntás cómo hacer para procesar esto tan concentrado. Durante la pandemia estuve muy bloqueada para escribir porque todo el tiempo pasaban cosas en lo real y estaba muy interceptada por lo real. Después de Kaidú, retomé lo que estaba escribiendo el día que murió Juan. Sonó el teléfono dos veces un domingo a la tarde y vi que era Saccomano, y como eran dos llamados pensé que debían ser malas noticias, pero no sabía por qué, Saccomano había hablado con Juan el viernes, rarísimo, un domingo a la tarde, un llamado insistente. Jamás me había imaginado que era Juan. Una tristeza tremenda. Una tristeza que no hay que minimizarlas, esconderlas. Para mí son personas muy presentes en mi vida, que siguen en mi vida. Cada uno tiene una una relación con la muerte distinta, yo tengo una relación con la muerte en la que los muertos que he querido mucho siguen siguen estando presentes. En otro plano, por supuesto, pero están muy presentes, Puedo saber que me dirían, puedo seguir conversando con ellos porque son presencias luminosas en mi vida, son presencias.
Y a la muerte hay que burlarla como se pueda.
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