El percusionista peruano Miguel Antonio Bam Bam Miranda llegó a la Argentina a mediados de la década del ‘80 y lo hizo con un gran prestigio en el campo de la música popular. Apenas aterrizó en Buenos Aires, fue apadrinado por músicos tan disímiles como Alejandro Lerner, Lito y Liliana Vitale o Teresa Parodi, en cuyas obras intervino de un modo decisivo.
Sin embargo, fue en los ‘90 cuando encontró su lugar, tanto geográfico como respecto al género musical: Córdoba Capital y la orquesta de la Mona Jiménez.
Distintos especialistas afirman que su presencia en el conjunto más popular del interior del país terminó reinventando el cuarteto, algo sobre lo que el autor del libro, Germán Arrascaeta, considera quizás exagerado. Más bien, enfatiza en que le dio un “nuevo aire” al ritmo regional.
Arrascaeta, quien conversó con colegas, familiares, amigos y discípulos de Bam Bam para visibilizar su enigmática figura en El Patrón del Ritmo (Buscando a Bam Bam Miranda) (Editorial Vademécum), definió al artista como “un personaje fascinante que rompió esquematismos y aglutinó mundos que, antes de él, parecían irreconciliables”.
En diálogo por correo electrónico desde Córdoba con Infobae Cultura, el autor repasó la vida y obra de este músico que murió hace una década, pero que dejó una huella en los que lo conocieron y apreciaron su obra. “Afectó, en la mayoría de los casos positivamente, a todos los que se cruzaron con él en un nivel humano”, expresó.
- ¿Cómo definirías a Miguel Antonio Bam Bam Miranda como artista?
- Bam Bam Miranda fue un espíritu libre y revulsivo, tal cual lo planteo en la introducción del libro. Un artista que desafió mandatos familiares, convenciones antropológicas y límites físicos en relación al desbande narcótico. Un personaje fascinante que, además, rompió esquematismos y aglutinó mundos que, antes de él, parecían irreconciliables. Bam Bam fue un limeño de clase acomodada que en una parábola anárquica zigzagueó entre lo fastuoso y lo lumpen, entre lo blanco y lo negro, entre lo alternativo y lo mainstream, entre lo real y lo imaginario, entre lo fácilmente contrastable y el delirio.
En Córdoba no sólo dejó una huella como percusionista y luthier. También afectó (en la mayoría de los casos positivamente) a todos los que se cruzaron con él en un nivel humano. Es curioso que la mayoría de sus amigos lo imiten al recordarlo. Cuando lo hacen, parecen “Chirolitas” de un ventrílocuo celestial que les dicta qué hacer y cómo hacer lo que se presente.
- ¿Qué le aportó a la música popular argentina?
- A partir de los testimonios recogidos, y a partir de lo que pude observar en el último tramo de su vida, Bam Bam aportó una noción acabada sobre cómo debe sonar la percusión en una agrupación de fusión, de rock, de folklore o de cualquier género que para cierta intelligentzia puede ser considerado paria. Y llevó adelante esa proeza desde el autodidactismo expresivo, la investigación y desde una docencia anárquica.
Creo que su influjo se puede mensurar en el testimonio que da Facundo Guevara, su discípulo. Al mismo tiempo que el percusionista mendocino destaca que Bam Bam introdujo el cajón peruano en el chamamé y en el flamenco, cuenta que en los ‘80 les había dado clases a tres percusionistas del rock nacional: Diego Blanco (Los Pericos), Andrea Álvarez (Soda Stereo) y Gaston “Frances” Bernardou (Los Auténticos Decadentes). Si a esa data se le suma lo que generó en Córdoba, donde al día de hoy hay pibitos que se compran cajones, timbales y tumbadoras para seguir su estela, se podría concluir que Bam Bam fue demasiado influyente. No habría que subestimar en este punto sus contribuciones como músico de sesión, que pueden rastrearse en los sobres internos de discos de Los Nocheros, Bersuit, Intoxicados y, por supuesto, de Carlos “La Mona” Jiménez.
- ¿Estás de acuerdo con quienes sostienen que su presencia en el grupo de la Mona Jiménez terminó reinventando el cuarteto?
- Reinventar es un verbo muy fuerte. Diría que Bam Bam, en complementariedad con otros músicos dominicanos que llegaron a Córdoba a instancias de Ángel “Negro” Videla, le dieron nuevos aires a nuestro ritmo regional. Lo expandieron en términos de sonido. Y en este punto reivindico a Jiménez por permitir que su música gane en matices y en contundencia con el aporte de Bam Bam.
Por lo general, en un género atravesado por demandas industriales como el cuarteto, se tiende a “ningunear” a sus cultores, a negarles el carácter de artistas. Raza Negra, el disco que Jiménez editó en 1994, permite la intromisión conceptual de Bam Bam y jugar con dos tipos de negritudes: la del negro cordobés bailarín y proletario y la del mundo afroperuano de Bam Bam, con rezos a los dioses que controlan las fuerzas de la naturaleza. Puede ser un mejunje, OK, pero abre una ventana a la experimentación, al juego. Recuerdo una vez que fui invitado a una grabación en el estudio que La Mona tiene en su casa y vi que a la hora de tomar la percusión se había dispuesto junto a Bam Bam una cuerda de tambores liderada por el uruguayo Lobo Núñez. ¿Habría llegado hasta allí sin la sugerencia de Bam Bam? Lo dudo mucho.
- En la introducción, además de describir aspectos de la personalidad de Bam Bam, contás que no fuiste amigo de él ni te empeñaste en construir un vínculo especial. ¿Considerás que esa “mínima distancia afectiva” -lo pongo entre comillas porque así lo decís- fue una ventaja a la hora de poder plasmar su historia en un libro?
- Lo fue, a todas luces. Como todo personaje influyente en la historia de las artes, Bam Bam tiene sus “viudas”. O personajes que lo amaron tanto que, ante el impulso de escribir algo sobre él, probablemente se sientan abrumados. Igual, esta es una especulación irresponsable de mi parte…
Como sea, me sentí libre y expuse lo que consideré interesante para exponer. Pregunté desde el llano y atendiendo mi curiosidad. Pero antes de seguir aclaro una cosa: que no haya sido amigo de Bam Bam no inhibe el haberlo admirado y respetarlo profundamente. Ni haber atestiguado su fulgor y carisma avasallantes.
- Contanos cómo llegó a la Argentina y cuáles fueron sus primeros pasos en el país. ¿Él lo conoce a Alejandro Lerner en Lima y éste lo trae a Buenos Aires?
- En realidad, con Lerner se conocen en Nueva York y a instancias de Cecilia Noel, una cantante peruana que fue novia de Alejandro en los ‘80. Precisamente, sus primeros pasos en el país los da como músico de acompañamiento del Lerner que despega en términos de masividad; y luego se filtra en el mundo de los Vitale, donde también se expresaba su hermano Manuel, aerofonista…
Luego viene su interacción con Teresa Parodi y más tarde, sus experiencias en el combo jazzero Monos con Navajas. Todo ese tránsito porteño está reconstruido por testimonios que no precisan fechas. Las situaciones y anécdotas sobre Bam Bam siempre están atravesadas por una retórica fantástica, aunque floja de datos duros. Nadie se acuerda demasiado…
- En la Argentina tocó con artistas tan disímiles como los mencionados Lerner, Lito y Liliana Vitale, Teresa Parodi; también Divididos, Callejeros, Viejas Locas, Bersuit y hasta con el “Polaco” Goyeneche, entre otros, pero se enamoró del cuarteto y, sobre todo, de la música de la Mona Jiménez. ¿Por qué creés que se sintió tan atraído por este género?
- El relevamiento hecho para El Patrón del Ritmo hace pensar que a Bam Bam no se le caían los anillos para tocar en una orquesta popular, a la que le veía potencial para exponer sus conocimientos y experimentar. Por supuesto que no hay que subestimar cierto deslumbramiento con Jiménez, ni la idea de que tocando con él se podía garantizar un ingreso seguro, hacer sostenible su profesión. Hay testimonios que dan cuenta de la búsqueda de un entorno seguro para desarrollar un hábito narcótico… La atracción se explica en ese combo.
- Viendo viejas entrevistas en YouTube me quedé con dos frases suyas: “Parezco antipático porque no miro al público, miro los pies de la Mona” y “me gusta la Mona, los otros cuartetos me parecen híbridos”. ¿Estas reflexiones lo pintan de cuerpo entero? ¿Cómo es eso de que no le gustaban los otros cuartetos?
- Bam Bam era política y emocionalmente incorrecto. Era un tipo fascinante, querendón, pero no condescendiente ni humilde. Su presencia cortaba el aire. Y los otros cuarteteros no le gustaban porque eran arrebatados y estridentes y contradecían su ideal de ser rítmicamente más oval que redondo. Consideraba que les faltaba groove y suciedad. Estas orquestas se la dejaba todo seteado para cultivar su altanería.
- La última pregunta es personal. ¿Cómo se te ocurrió sumergirte en la historia de Bam Bam para escribir tu primer libro y qué fue lo que más te impactó de este personaje?
- Siempre tuve en claro que Bam Bam daba para algo así, aunque muchas veces dudé de ser la persona adecuada para relevar su vida y obra. A decir verdad, en charla informal con Federico Pulisich, un productor artístico cordobés, fui empujado a El Patrón del Ritmo. Recuerdo que en la etapa preliminar del libro me escribió un listado eterno de personajes a entrevistar… Esa nómina me permitió concluir que había pocos personajes tan transversales en los pliegues de la música argentina. Y ya con el libro en proceso, tras una entrevista o videollamada, siempre terminaba diciendo: “Mierda, qué groso este tipo, qué groso”.
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